“No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios” (2 Crón. 20:15).

En las grandes ciudades la competencia por captar el tiempo y el interés de la gente es febril y devastadora. Dicho lisa y llanamente, ninguna personalidad evangelística tiene en Nueva York el mismo poder de atracción que hubiera tenido en una ciudad menor. A pesar de la hábil publicidad, una campaña evangelística que se lleva a cabo en un sector metropolitano tiende a ser engullida por un alud de acontecimientos seculares.

Así las cosas, ¿qué haremos? ¿Nos replegaremos y abandonaremos las grandes ciudades a causa de su natural complejidad y de la magnitud del desafío?

La valentía y la decisión con que ataquemos el evangelismo urbano bien pueden determinar el futuro desarrollo de la iglesia. Se estima que para 1980 la gran mayoría de la gente vivirá en grandes ciudades. Una iglesia que efectivamente refiera su programa evangelístico al área metropolitana no sólo alcanzará las masas con su mensaje sino que se mantendrá en su crecimiento.

Nuestro Señor pasó mucho tiempo en las ciudades de sus días. Amaba particularmente a Jerusalén. La Escritura dice que lloró dos veces, una en la muerte de Lázaro y otra sobre la ciudad que amaba.

Pablo también basó su estrategia evangelística en las ciudades claves de su tiempo. Como un sesudo general, consideró a Jerusalén, Antioquía, Éfeso, Corinto, Tesalónica y otras ciudades como plazas fuertes del Evangelio desde las cuales podría expandir sus operaciones.

También lo dominaba una pasión por predicar el mensaje en Roma, el eje del imperio. Habiendo obtenido finalmente el éxito, escribe desde allí: “Todos los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César” (Fil. 4:22).

He aquí el evangelismo metropolitano en su más acabada expresión. Pablo no sólo plantó la bandera de Cristo en la ciudad principal del territorio, sino también en la casa más importante de esa ciudad.

Como complemento a esos casos presentados, Elena G. de White tiene mucho que decir sobre nuestra responsabilidad para con las grandes ciudades (Evangelismo, capítulo 2). Cualquiera que lea esos mensajes sobrecogedores obtiene una clara visión de lo que Dios quisiera que hubiésemos hecho en las grandes ciudades. Con toda seguridad el propósito de Dios es cualquier otro menos un éxodo masivo de la iglesia a los suburbios.

Consecuentemente, toda vez que consideremos el evangelismo metropolitano se nos presentan tres factores en agudo relieve. Primeramente, cualquier grado de éxito en una campaña en ciudad grande demanda proporcionalmente más poder del Espíritu Santo, más oración en unidad, más testificación domiciliaria por parte de un laicado fiel, más compasión demostrada por los pobres y más interés en los problemas que afrontan los moradores solitarios de casas de departamentos y los residentes en los tristes ghettos. En resumen, esto significa un genuino y sostenido interés cristiano en el individuo mucho antes de que se inicie la campaña.

En segundo término, es necesario que se emplee más tiempo en la planificación, la oración y los preparativos para la campaña metropolitana que en la conducción de la campaña misma. Probablemente una campaña metropolitana no finaliza cuando el evangelista cesa de predicar. El fin de una campaña de predicación es el comienzo de una etapa de continuación, bien planeada y efectiva que, al medir el éxito de la campaña resulta tan decisiva como la preparación para la misma.

Por último, una campaña urbana exige todos los recursos que el Cielo y la iglesia puedan proveer. En verdad necesitamos aferrarnos de Dios y su consejo, en toda actividad eclesial y al considerar cada paso de la planificación y ejecución. En una ciudad grande, como en ningún otro lugar ningún hombre puede permanecer solo. En la campaña evangelística metropolitana es donde somos agudamente conscientes de que “no es vuestra la guerra, sino de Dios”.

Sin cambiar su contenido y objetivo bíblicos, el evangelismo metropolitano podría capitalizar legítimamente el interés del público. Como ninguna otra, esta generación está preocupada por su juventud. Cualquier entidad que comparte esa preocupación por los jóvenes de la actualidad llama inmediatamente la atención del público. Con mucha frecuencia este tipo de atención se sobrepone al laberinto de actividad secular que por lo común deglute a la publicidad evangelística habitual.

¿Por qué no emplear los recursos prolijamente organizados de la iglesia acerca de su interés por los que están por llegar a la adolescencia y los que ya son adolescentes en una preparación de largo alcance para el evangelismo urbano?

Donde sea posible debieran llevarse a cabo escuelas bíblicas de vacaciones, campamentos, cursos de cinco días para dejar de fumar y clases de enfermería, las que deberían suplementarse con clases para niños con desventajas, clases de materias industriales para muchachos, clases de quehaceres domésticos para niñas y sesiones de consulta para padres y adultos jóvenes interesados en el bienestar de sus hijos.

Es evidente que este tipo de programa exigirá coordinación entre los encargados de las actividades educacionales médicas y de publicaciones de la zona. ¿Sería posible que tal empeño por parte de una comunidad religiosa escapara a la atención de los dirigentes comerciales, sociales y religiosos de la ciudad?

¡Muy difícil!

Cualquier programa religioso que haga algo en favor de la ciudadanía, y que realce el respeto por la ley y la dignidad humana, captará necesariamente la atención de los líderes cívicos. Aunque no lo sepamos, hombres y mujeres en posiciones encumbradas a menudo valoran e investigan el mensaje evangélico cuando presencian nuestro interés por los menos afortunados.

Mientras se desarrolla esa demostración de cristianismo práctico, los colportores podrían ocuparse en una saturación masiva de la zona con publicaciones evangélicas apropiadas, secundados por laicos con el plan La Biblia Habla. Esos dedicados obreros llaman a más hogares y oran con más gente que cualquier otro grupo de misioneros entre nosotros. Su inclusión en el evangelismo urbano es un deber.

En consecuencia, si el Evangelio se predica contra un “fondo” tal, podemos estar seguros de que la presentación del mensaje saldrá bien audible y clara para el público. Posiblemente por primera vez la gente no sólo oirá sino que también verá el Evangelio eterno en forma práctica.

¿Qué es lo que nos sostiene?

Básicamente las congregaciones de nuestras ciudades carecen del dinamismo evangelizador y necesitan recuperar la confianza en su Señor, en el mensaje de Dios para este tiempo y en sí mismos. En otras palabras, las iglesias necesitan un reavivamiento y un despertar. Bajo la influencia de una conmovedora predicación bíblica y la conducción del Espíritu Santo, nuestras iglesias urbanas (y todas, para el caso) necesitan ser preparadas, entrenadas y habilitadas antes de que puedan efectivamente comprometerse con los que necesitan su ayuda.

En vista de esto, las uniones y asociaciones locales tal vez necesiten comisiones de estudio para que redefinan su misión y objetivos en el evangelismo urbano. Quizá encuentren necesario rehacer su estructura evangelística en función de las necesidades de la gente de la ciudad, de modo que el testimonio evangelístico verbal descanse sobre la base sólida de una agresiva acción misionera.

Acción comprometida, no embrollo, debiera ser el lema de nuestras iglesias urbanas. Cada junta de asociación y de iglesia debiera buscar constantemente los mejores métodos de presentar una dieta equilibrada del amor de Dios al mayor número posible de personas en un área urbana. El evangelismo en una gran ciudad es un programa de todo el año.

Si un método falla, los dirigentes de la asociación y de la iglesia no debieran vacilar en idear otro para comunicar el Evangelio. En algunas áreas urbanas se ha obtenido una cosecha trabajando por los extranjeros. La experiencia muestra que los grupos minoritarios responden prontamente a la bondad cristiana y al llamamiento del Evangelio. En consecuencia antes de seguir trabajando en el mismo terreno pedregoso, ¿por qué no sembrar la semilla en suelo más fértil?

Pero cualquiera sea el método que se emplee, que transmita la impresión de que el predicador y su iglesia están interesados en la persona, tanto antes como después de que entre en la iglesia. Todos necesitamos recordar que sólo cuando se siente el amor es cuando se presta oídos al mensaje.

Sobre el autor: Vicepresidente de la Asoc. General