¿Quién no ha perdido el sueño al recibir una carta de los administradores diciendo: “Pastor, la semana próxima estaremos en su distrito para evaluar su ministerio. Por favor, invite a los miembros de la Junta de Iglesia para una reunión el día martes a las 20. Deseamos que tenga un feliz sábado”?

Lo incómodo de un mensaje como ese tiene una razón: pocos temas son tan sensibles en la vida de una organización como la evaluación. Los varios significados de las palabras, las ideas previas acerca de sus objetivos, las semejanzas con iniciativas de otra naturaleza, y las implicaciones para las personas y para el ambiente de trabajo muestran cuán complejo es el asunto, y la urgencia de enfrentarlo con transparencia.

Y, por causa de las implicaciones del tema, no son pocas las veces que nos preguntamos si es realmente posible evaluar. Sí, y además de posible, la evaluación es un recurso que nos puede conectar de modo más fuerte con los propósitos de Dios y ayudarnos a mantener el foco en lo que es necesario mejorar; además de darnos información valiosa para tomar decisiones y generar nuevos procesos.

Patrón y comparación

Para la iglesia de Dios, los principios y las directrices de la evaluación están en la Biblia, que indica sus agentes, fundamentos, objetivos y límites. Ya en la primera página de las Sagradas Escrituras, Dios aparece evaluando. Génesis 1:4 dice: “Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas”. La expresión “vio Dios” expresa claramente la idea de evaluación. El Comentario bíblico adventista dice que “esta expresión repetida seis veces (vers. 10, 12 18, 21, 25, 31) presenta en lenguaje humano una actividad de Dios: la valoración de cada acto particular de la creación como completamente adecuado al plan y a la voluntad de su Hacedor” (CBA 1:222). Comentando Génesis 1:31, “y he aquí que era bueno en gran manera”, el mismo Comentario bíblico adventista dice que “el examen realizado al fin del sexto día abarcó todas las obras completadas durante los días anteriores, y ‘he aquí que era bueno en gran manera’. Cada cosa era perfecta en su clase; cada ser respondía a la meta fijada por el Creador y estaba aparejado para cumplir el propósito de su creación” (CBA 1:229).

Cualquier evaluación que pretenda ser eficiente debe colocar la realización en el espejo de un patrón, meta o ideal, pues la evaluación es una comparación entre la obra realizada y el ideal propuesto. Fue exactamente lo que hizo Dios al evaluar su creación. Nuevamente, el Comentario bíblico adventista expresa: “Así como nosotros, al contemplar y examinar los productos de nuestros esfuerzos, estamos preparados para declarar que concuerdan con nuestros planes y propósitos, también Dios declara −después de cada acto creador− que los productos divinos concuerdan completamente con su plan” (CBA 1:222).

Es importante observar ese aspecto: Dios creó e inmediatamente constató lo que había creado. Actuó con un propósito y comparó la realización con el ideal asumido. Observemos que incluso Dios, que hace todo perfecto, decidió evaluar su creación a partir del modelo que tenía en mente.

Autoevaluación y autonomía del evaluado

Si el primer aspecto del abordaje bíblico de la evaluación enfoca hechos y realizaciones, el segundo llama la atención por tratarse de la evaluación de personas.

Dios, que no yerra, podría evaluarnos y simplemente informarnos del resultado, algo como: “El patrón esperado era que usted se volviera X, y usted se volvió Y”. Pero, Dios no actúa así. En Génesis 3, encontramos a Dios evaluando y ayudando al ser humano a hacer su propia autoevaluación. Como un Padre amoroso, él se acerca y pregunta a Adán y Eva: “¿Dónde están?” “¿Quién les enseñó que estaban desnudos?” “¿Acaso han comido del árbol del que ordené que no comiesen?” “¿Qué han hecho?” (ver Gén. 3:9, 11, 13). Es interesante notar que el Señor se aproxima haciendo preguntas que se enfocan directamente en la acción individual y en su responsabilidad. Sabiendo que el ser humano necesitaba mucho más que una nota o valor designado, Dios hizo las preguntas correctas, pues estas conducen a una evaluación correcta; en este caso, abriendo la posibilidad a una autoevaluación de los agentes.

No es solamente en Génesis 3 donde encontramos a Dios promoviendo la autoevaluación. Hay muchas instancias más. Veamos solamente algunas: a) el gran Yo Soy pregunta a Moisés: “¿Qué tienes en tu mano?” (Éxo. 4:2). Moisés, que se había evaluado erróneamente en primera instancia, al fin comprende que la misión era posible pues no la haría solo; b) los capítulos 38 y 39 del libro de Job presentan una colección de preguntas que Dios dirigió a Job para evaluar su situación. Formular preguntas es un arte; c) cuando Pedro negó a Jesús, el Salvador −especialista en hacer preguntas− le preguntó tres veces: “Pedro, ¿me amas?”; d) el episodio bíblico más conocido de autoevaluación está descrito en Juan 8:9: Cristo escribe en la arena, y los acusadores de la mujer sorprendida en adulterio, “acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio”.

La evaluación de Dios es diferente de la evaluación humana

Un tercer fundamento bíblico sobre el tema es que la evaluación de Dios y la evaluación humana son diferentes. En 1 Samuel 16:7 leemos: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. En este caso, además de comprender que la evaluación divina es diferente de la humana, importa saber la razón por la cual eso se da, y es por la imposibilidad humana de conocer el interior de otra persona. Las habilidades humanas logran evaluar solamente lo que es externo, los productos de la acción, los frutos de una actividad y, aun así, solamente en parte o por reflejo. Solamente Jesús puede ver directamente el corazón y conocer completamente el carácter.

Indicador externo de motivación interna

En la serie de instrucciones al final del Sermón del Monte (juntamente con las recomendaciones para no juzgar, no mezclar lo sagrado con lo profano y andar por la puerta estrecha, y luego de garantizar que quien busca a Dios lo encontrará y de declarar que la vida eterna no es otorgada a los que solamente pronuncian el nombre del Señor o hacen maravillas, sino a los que oyen y practican su Palabra), Jesús alertó a sus seguidores contra los falsos profetas: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:15-20).

Sabiendo que el ser humano solamente puede mirar dentro de sí mismo, y consciente del daño que las falsas enseñanzas generan en su iglesia, Jesús proveyó a sus hijos con un recurso para evaluar el carácter de los que se presentan para enseñar a la iglesia. Cristo cuidadosamente proveyó un indicador al cual se debe recurrir cuando surgen dudas sobre las intenciones de una persona que se presenta para advertir a su pueblo. Ese indicador es algo externo (fruto) que apunta a la calidad interior (calidad del árbol). Así, aunque no sea humanamente posible sondear el corazón ajeno, los frutos de los instructores de la iglesia indican la verdadera inclinación del corazón, la naturaleza de las intenciones y, en última instancia, a qué señor sirven.

¿Qué puede ser evaluado humanamente?

La Palabra de Dios indica con claridad los alcances y los límites de la evaluación humana. Resumidos, tenemos que:

La evaluación es la comparación de la situación real con el patrón/meta/ideal estipulado.

Solamente es posible evaluar lo que es visible, externo, manifiesto.

En cuanto al carácter, la evaluación de personas es pertinente solamente por la vía de la autoevaluación, conduciendo a las personas a la reflexión con base en preguntas y afirmaciones de la Palabra de Dios.

Dios proveyó un indicador externo para ser usado cuando hubieren dudas sobre las motivaciones internas de quien se presenta para enseñar o advertir a la iglesia.

En términos concretos, es posible evaluar habilidades y comportamientos, y no menos importante, los efectos, la eficacia, la efectividad, la eficiencia, los costos y la adecuación entre fines y medios de acciones individuales y organizacionales. Estos aspectos pueden ser evaluados con un grado de éxito mucho mayor que las características o idiosincrasias subjetivas.

Las siguientes declaraciones de Elena de White demuestran lo que puede ser evaluado por los agentes humanos y lo que es prerrogativa del examen de conciencia, y del exclusivo sondeo divino. La primera habla de la evaluación de los ministros con base en el indicador fruto-calidad del árbol: observe que los objetos externos (oraciones y sermones) indican la ausencia de Cristo en el corazón. La segunda muestra la investigación del corazón, del carácter y de la vida de un creyente por él mismo, juntamente con la indicación de las causas del fracaso y con la receta para alcanzar el éxito en Cristo. La tercera expone que únicamente a Cristo es confiada la completa evaluación de las acciones y las responsabilidades individuales.

“Ha habido demasiado poco examen de los ministros; y por esta razón las iglesias han recibido las labores de hombres ineficientes, no convertidos, que arrullaron a los miembros en el sueño, en vez de despertarlos e impartirles mayor celo y fervor en la causa de Dios. Hay ministros que vienen a la reunión de oración, y elevan las mismas antiguas oraciones sin vida una y otra vez; predican los mismos áridos discursos semana tras semana y mes tras mes. No tienen nada de nuevo e inspirador que presentar a sus congregaciones, y esto es prueba de que no son participantes de la naturaleza divina. Cristo no mora en su corazón por la fe” (Obreros evangélicos, p. 452).

“Apreciado hermano, aun a pesar de la imperfección de sus logros, usted piensa que está cualificado para desempeñar cualquier función. Sin embargo, todavía le falta el fundamento suficiente para controlarse. Se cree competente para dictar órdenes a hombres experimentados mientras que usted mismo debería desear que lo guíen y lo instruyan. Cuanto menos medite en Cristo y su inigualable amor, y cuanto menos se parezca a él, mejor concepto tendrá de usted mismo en sus propios ojos, y su autoconfianza y autosuficiencia se acrecentarán. El correcto conocimiento de Cristo y el mirar constantemente al Autor y Fin de nuestra fe, le dará una visión del carácter del verdadero cristiano; solo así conseguirá valorar en su justa medida su propia vida y su carácter en contraste con los del gran Ejemplo. Entonces verá sus propias flaquezas, su ignorancia, su amor por la comodidad y su rebeldía para negar el yo” (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 369).

“Al Hijo de Dios se le confía la definitiva calificación de la conducta y la responsabilidad de cada individuo. Para los que han sido partícipes de los pecados de otros hombres y han actuado contra la decisión de Dios, ha de ser una escena de la más terrible solemnidad” (Fe y obras, p. 15).

Conceptos y finalidades de la evaluación humana

Tanto en la teoría como en sus buenas prácticas, las ideas centrales de evaluación son dar valor y comparar. En el primer caso, la evaluación es atribuir valor a algo o a alguien. En el segundo, medir la distancia entre lo real y lo ideal. Es común encontrar tentativas de juntar las dos ideas, y atribuir valor a la distancia entre lo real y lo ideal, pero generalmente esa tentativa se muestra infructífera, especialmente si la distancia no es medible matemáticamente. En esos casos, atribuir valor a algo o a alguien se vuelve inútil (por establecer un número que no tiene nada que ver con la naturaleza del objeto) y, lo que es más grave, una práctica que mina la confianza de las relaciones.

Como se trata de una actividad humana, la evaluación implica siempre un juicio, pues, más allá de las metas, incluye valores. Es también una actividad sistemática (en vez de aislada o puntual) y tiende a demandar sistemas robustos de registro para almacenar los datos a lo largo del tiempo. Tiene criterios claros de diagnóstico de los puntos fuertes y débiles de cosas y personas, concluyendo en propuestas para aumentar la eficiencia y la eficacia de la tarea. Esta es una de las partes más sensibles de la evaluación bien hecha: aumentar la eficiencia y la eficacia de los procesos organizacionales sin amenazar o descalificar a las personas involucradas.

Su mejor finalidad es de naturaleza técnica, esto es, visualizar las posibilidades de perfeccionar procesos, inspirar personas, redefinir directrices de acción, ampliar lo aprendido individual y organizacionalmente y aumentar la responsabilidad. Una evaluación así crea individuos más conscientes de su parte en la misión y de su importancia en la organización. Su peor finalidad es la política: utilizar los datos para obtener ganancias, conquistar/mantener posiciones o controlar la vida ajena. En el sentido técnico, la evaluación es una poderosa herramienta de liderazgo y gestión del trabajo; en lo político, un tirano recurso de dominación.

Es necesario evaluar nuestra evaluación

El mayor riesgo de la evaluación en la iglesia es permitir que se vuelva el centro de la vida del evaluado: por causa de las exigencias, es muy común que la persona evaluada pase a trabajar para responder a la evaluación, en vez de focalizar los esfuerzos en las atribuciones para las cuales fue llamado. Eso muestra que la evaluación también es objeto de evaluación. Esa examinación debe cumplir el doble objetivo de certificar si está en conformidad con las pautas bíblicas y de garantizar que sus instrumentos sean adecuados para cumplir el propósito técnico.

Siendo que para la iglesia de Dios los principios y las directrices de la evaluación están en la Biblia, y haciendo una breve comparación entre los instrumentos normalmente utilizados y lo que la Biblia presenta, ¿acaso no deberíamos preguntarnos si la responsabilidad es mayor de la que pensamos? ¿Acaso no es necesario rever el trabajo de los obreros en la iglesia de Dios? ¿No debería haber una evaluación más sistemática de la dinámica institucional? De hecho, si quisiéramos avanzar en hacer la voluntad de Dios, es necesario mirar hacia dentro de uno mismo y de la iglesia, colocar bajo escrutinio las intenciones del corazón y evaluar nuestra evaluación. Es necesario responder con claridad sobre los procesos y las áreas que deben ser el objeto principal de atención en la evaluación del secretario ministerial y del pastor; si hay selección y entrenamiento de evaluadores; los tipos de personas que se muestran más adecuados para servir como evaluadores; y las mejores maneras de prepararse para esa responsabilidad.

Evaluar el trabajo es un desafío que muchos prefieren no asumir. Pero, al hacerlo para la gloria de Dios, es un compromiso que aquellos que aman lo que hacen puede y deben contraer. La evaluación requiere humildad y una actitud abierta para la mejoría, tanto de parte de quien es evaluado como de quien evalúa. Se espera que los involucrados consideren los errores y las debilidades como fuente de aprendizaje y perfeccionamiento. Esta actitud de apertura para la mejoría no garantiza solamente la satisfacción personal y profesional, sino también el crecimiento de la iglesia en la dirección que Dios indica. “No presente nadie la idea de que el hombre tiene poco o nada que hacer en la gran obra de vencer, pues Dios no hace nada para el hombre sin su cooperación. Tampoco se diga que después de que habéis hecho todo lo que podéis de vuestra parte, Jesús os ayudará. Cristo ha dicho: ‘Separados de mí nada podéis hacer’ (Juan 15:5). Desde el principio hasta el fin, el hombre ha de ser colaborador con Dios. A menos que el Espíritu Santo actúe sobre el corazón humano, tropezaremos y caeremos a cada paso. Los esfuerzos del hombre solo no son nada sino inutilidad, pero la cooperación con Cristo significa victoria” (El verdadero reavivamiento, p. 47).