Conclusión

LA ESENCIA DE LA CUESTIÓN

Hay un pasaje que reviste importancia y que estudiaremos con cierto detenimiento. Se trata del relato de una de las luchas del heroico Judas Macabeo que batalló por liberar a los judíos del yugo de los seléucidas opresores.[10]

Se nos narra que después de haber logrado una victoria sobre las fuerzas de Gorgias, “reuniendo después Judas su ejército, pasó a la ciudad de Odollam, y llegado el día séptimo, se purificaron según el rito y celebraron allí el sábado. Al día siguiente fue Judas con su gente para traer los cadáveres de los que habían muerto y enterrarlos con sus parientes en las sepulturas de sus familias. Y encontraron debajo de la ropa de los que habían sido muertos algunos objetos consagrados a los ídolos que había en Jamnia, cosas prohibidas por la ley de los judíos; con lo cual conocieron todos evidentemente que esto había sido la causa de su muerte. Por tanto, bendijeron a una los justos juicios del Señor, que había manifestado lo oculto. Y poniéndose en oración rogaron que echase en olvido el delito que se había cometido. Al mismo tiempo el esforzadísimo Judas exhortaba al pueblo a que se conservase sin pecado, viendo delante de sus mismos ojos lo sucedido por causa de las culpas de los que habían sido muertos. Y habiendo recogido en una colecta que mandó hacer, doce [otras versiones indican dos] mil dracmas de plata, las envió a Jerusalén, a fin de que se ofreciese un sacrificio por los pecados de estos difuntos, teniendo, como tenía, buenos y religiosos sentimientos acerca de la resurrección —pues si no esperara que los que habían muerto habían de resucitar, habría tenido por cosa superflua e inútil el rogar por los difuntos—, y porque consideraba que a los que habían muerto después de una vida piadosa, les estaba reservada una grande misericordia. Es, pues, un pensamiento santo y saludable el rogar por los difuntos, a fin de que sean libres de sus pecados” (2 Macabeos 12:38-46, versión Straubinger).

Aceptando como histórica esta declaración, “el esforzadísimo Judas” habría efectuado un sacrificio por los difuntos que no tiene precedentes en el Antiguo Testamento. Resulta algo completamente anómalo.

Recuérdese que Dios especificó, por medio de Moisés, los diversos motivos por los cuales debían ofrecerse sacrificios. Se mencionan expiaciones “por yerro”, por un pecado de un “sacerdote ungido”, por “toda la congregación de Israel”, por “el príncipe” o “alguna persona del común del pueblo” (Lev. cap. 4).

También tenemos toda una descripción de las expiaciones que se debían efectuar en casos de perjurio, juramento apresurado, o cuando se producían diversas clases de contaminaciones (Lev. cap. 5).

Las ofrendas y holocaustos a efectuarse en diversos días, se detallan minuciosamente en dos capítulos (Núm. 28 y 29). Allí se especifican “el holocausto continuo”, los del “día de sábado”, del “comienzo de vuestros meses” (novilunios o neomenias), del “mes primero, a los catorce días del mes” (la Pascua); “a los quince días de este mes” (de los panes sin levadura); lo que había de ofrecerse “cada uno de los siete días” (mientras se comían panes ázimos) en “el día de las primicias”; “en el séptimo mes, el primero del mes”; “en el diez de este mes séptimo”; “a los quince días del mes séptimo”; luego ocho días seguidos con ofrendas expiatorias especiales.

En medio de todo este sistema ritual, tan prolijamente detallado por la sabiduría divina, no hay un solo ejemplo de sacrificios u otro acto expiatorio por los muertos. Es imposible suponer que algo tan importante pudiera haber sido pasado por alto por el Eterno, si su voluntad hubiera sido que se efectuaran tales ceremonias.

NO PUDO HABER SIDO UNA NUEVA REVELACIÓN

La lógica nos dice que Dios no podría haber dejado pasar más de mil años (el intervalo que hay desde los días de Moisés a los de los Macabeos) sin que se efectuaran esos tipos de sacrificios, perjudicando así a incontables hijos del pueblo de Dios que podían haber sido beneficiados con ellos para sufragios de sus pecados después de su muerte.

Pero no sólo es cuestión de lógica. Hay otro hecho bien claro. En los días de la cruel opresión de los seléucidas sobre Israel no había revelación de Dios. Lo sabemos por estos pasajes: “Fue pues, grande la tribulación de Israel, y tal que no se había experimentado semejante desde el tiempo en que dejó de verse profeta en Israel”. “Oyó que los judíos habían sido declarados amigos, y aliados, y hermanos de los romanos, y que éstos habían recibido con grande honor a los embajadores de Simón. Y que asimismo los judíos y sus sacerdotes le habían creado, de común consentimiento, su caudillo y Sumo Sacerdote para siempre, hasta la venida de un profeta fiel” (1 Macabeos 9:27; 14:40, 41).

El primer pasaje, se refiere al triste momento que siguió a la muerte de Judas Macabeo. El segundo, habla de Simón, hermano de Judas, el último sobreviviente de esa heroica familia, elegido como “caudillo y Sumo Sacerdote”.

El segundo libro de los Macabeos no menciona que hubiera habido profeta alguno en su tiempo. Es importantísimo saber también que los judíos llaman a Malaquías “el sello de los profetas”, pues lo consideran como el último de los mensajeros inspirados del Antiguo Testamento.

UN SORPRENDENTE PASAJE EN CUANTO A LOS MUERTOS

En este Segundo Libro de los Macabeos se registra otro gravísimo error. Es la supuesta intercesión en favor de Israel, del difunto sumo sacerdote Onías —del tiempo de Judas Macabeo— y de Jeremías el profeta, fallecido unos 400 años antes. El pasaje donde se refiere esa pretendida intercesión es el siguiente: “Esta fue la visión que tuvo —Judas Macabeo—: Se le representó que estaba viendo a Onías, Sumo Sacerdote, que había sido hombre lleno de bondad y de dulzura, de aspecto venerado, modesto en sus costumbres, y de gracia en sus discursos, y que desde niño se había ejercitado en la virtud; el cual, levantadas las manos oraba por todo el pueblo judío, y que después se le había aparecido otro varón, respetable por su ancianidad, lleno de gloria, y rodeado por todos lados de magnificencia; y que Onías, dirigiéndole la palabra, le había dicho: Este es el amante de sus hermanos y del pueblo de Israel; éste es Jeremías, profeta de Dios, que ruega incesantemente por el pueblo y por toda la Ciudad Santa; y que luego Jeremías extendió su derecha y entregó a Judas una espada de oro, diciéndole: Toma esta santa espada, don de Dios, con la cual derribarás a los enemigos de mi pueblo de Israel” (2 Macabeos 15:12-16).

Hemos citado estos pasajes de la versión Straubinger, donde encontramos el siguiente comentario de estos últimos pasajes: “Vemos aquí señalada la eficacia de la intercesión de los Santos por los que aún somos viadores en la tierra”.

Es bien claro el panorama que ofrece este libro considerado por la Iglesia Católica como deuterocanónico. Enseña el supuesto valor de los sufragios que los vivos pueden efectuar en favor de los muertos; además, da como real la intercesión de los muertos por los vivos.

La creencia de que son útiles los sufragios por los difuntos se apoya en el dogma que reconoce la existencia del purgatorio. La teología católica se vale fundamentalmente de este pasaje —2 Macabeos 15:12-16— para enseñar que hay ese lugar de expiación más allá de la tumba.

Este es el origen de las misas dedicadas a los muertos y también de los responsos. Algo completamente desconocido en los libros realmente inspirados de la Biblia. Esta fue la causa desencadenante de la Reforma en el siglo XVI.

Tampoco es doctrina de las Escrituras que los muertos puedan interceder por los vivos como lo enseña 2 Macabeos 15:12-16.

Son incontables las devociones a determinados santos o a la bienaventurada Virgen, en sus diversas advocaciones. Todo esto tiene como origen esa supuesta posibilidad de intercesión. Este es uno de los factores más importantes para oscurecer la única obra mediadora reconocida en la Biblia: la de nuestro Señor Jesucristo. De ahí la importancia de conocer bien este tema.

UNA RAZÓN HISTÓRICA

Juan de Médicis, hijo del famoso duque Lorenzo de Médicis (protector de las artes y las letras), fue elegido papa en 1513. Durante su pontificado, ordenó la predicación y venta de las indulgencias. De esa manera quería reunir fondos para llevar a cabo sus grandes obras artísticas en Roma.

Juan Tetzel, dominico alemán, alcanzó una triste celebridad como propulsor de la venta de las indulgencias en su país natal. Ese fue el origen inmediato de la Reforma, ya que exasperó a Martín Lu- tero el comercio que se hacía con supuestos bienes espirituales.

Puesto que en la venta de las indulgencias ocupa un lugar muy destacado la doctrina del purgatorio, es natural que ese pasaje del Segundo Libro de los Macabeos que hemos estudiado adquiriera importancia para sostener la eficacia de efectuar sufragios por los difuntos. A su vez, ese pasaje implicaba aceptación de todo el libro donde está contenido. Ese libro no podía ser recibido en el canon sin aceptar también los otros que están en la Vulgata, aunque, en lo que atañe al Antiguo Testamento, hubiera discrepancia con el canon judaico legítimo.

Cualquiera que hubiera sido la razón o razones para la inclusión de esos libros, el hecho es que ellos significan la presencia de elementos extraños en medio de la colección inspirada.

UN TESTIMONIO IMPORTANTE

El historiador judío Flavio Josefo (siglo I d.C. nos ha dejado este notable testimonio en cuanto a los libros del Antiguo Testamento que son realmente reconocidos como inspirados. Nos dice: “Nosotros no tenemos millares de libros discordantes y contradictorios, sino sólo 22[11], que abarcan el informe de todo el tiempo (la narración de lo ocurrido desde la Creación en adelante), y justamente acreditados como divinos. De ellos, cinco libros de Moisés, los cuales incluyen la Ley y las tradiciones de la humanidad hasta su muerte, un período de más de 3.000 años. Desde la muerte de Moisés hasta el reinado de Artajerjes, el sucesor de Jerjes, rey de Persia, los profetas que siguieron a Moisés narraron los acontecimientos de su tiempo en trece libros. Los cuatro libros restantes, consisten en himnos a Dios, y en máximas de conducta para el hombre.

“Desde Artajerjes hasta nuestros días, se han escrito varios libros; pero no se ha creído que fueran dignos de una confianza semejante a la que se concedía a los libros que le han precedido, porque la sucesión de profetas se ha interrumpido. Tal es la prueba del respeto que tenemos por nuestras ‘Escrituras’ que, a pesar de que nos separa un largo intervalo desde el tiempo en que se completaron y terminaron, nadie se ha atrevido a añadir o quitar o cambiar una sílaba” (Contra Apión, cap. 1, párr. i).

Esta prueba es una comprobación más que excluye del Antiguo Testamento los otros libros no reconocidos por los judíos, depositarios de la verdad divina.

LO QUE ENSEÑA UN TRADUCTOR CATÓLICO DE LA BIBLIA

El sacerdote español Serafín de Ausejo es un escriturista contemporáneo de reconocido prestigio en el mundo hispano. Es el revisor de una versión de las Sagradas Escrituras que fue publicada por primera vez en 1964. De ese modo se ha dado su nombre a un trabajo de varios escrituristas.

En esta Biblia hay notas introductorias a los libros apócrifos que muestran cuál es el verdadero carácter de esas obras. Por eso vamos a citar diversos párrafos o fragmentos de esas declaraciones.

1) En primer término, nos ocuparemos del Segundo Libro de los Macabeos. Entre otras cosas, dice en su introducción: “Hay aquí más ampulosidad en el relato, que parece obra de un predicador y no de un historiador ceñido”[12], y la cronología se muestra no poco dislocada en comparación con la de 1 Macabeos. No tiene el autor del segundo libro la maestría narrativa ni la sencillez que tiene el autor del primero”. “La lengua original del libro es la griega. Cierto Jasón de Cirene había escrito en griego cinco libros sobre el tema indicado. De ellos, un judío alejandrino entresacó un compendio, que es el presente libro. Lo dice expresamente el autor sagrado en su prólogo (2 Macabeos 2:20-33). La Iglesia reconoció este libro como inspirado y canónico, aun a pesar de tratarse de un compendio de otra obra”.

Juzgue el lector si es posible que sea divinamente inspirado un libro que es, en realidad, el resumen de otra obra más extensa y de un carácter histórico. A esto debe añadirse que no se trata de un trabajo “ceñido” y de cronología “dislocada”.

Añade Ausejo que “su importancia doctrinal es realmente muy valiosa, por cuanto en él se descubren verdades referentes al más allá, que apenas se vislumbran en los demás escritos del Antiguo Testamento”. Menciona: “la utilidad de la oración por los difuntos (12:43-46), la intercesión de los santos (15:12-16)”- En rigor de verdad, “en los demás escritos del Antiguo Testamento” —los que son canónicos— no hay nada que enseñe la eficacia del sufragio y de las oraciones por los muertos, y tampoco la obra, que llamaríamos recíproca, de la intercesión de los finados por los vivos.

2) En cuanto al Primer Libro de los Macabeos, dice Ausejo en la introducción: “No figura, pues, este libro en la Biblia hebrea. Pero la Iglesia universal [Católica] lo reconoció como canónico”. “La veracidad y exactitud de la historia aquí narrada se palpa por la precisión topográfica de sus datos y por la cantidad de documentos auténticos que se citan, si bien los números que en ella figuran constituyen un problema de no fácil solución”.

Al no estar este libro en la “Biblia hebrea”, no tiene un lugar legítimo entre los libros inspirados. Pues a los judíos “les ha sido confiada la Palabra de Dios” (Rom. 3:2). Esta enseñanza de San Pablo es de vigencia absoluta en lo que atañe al Antiguo Testamento.

Los números de “no fácil solución” posiblemente son anacronismos del libro. Uno de sus errores evidentes es la supuesta repartición que se afirma hizo Alejandro de Macedonia de su reino entre sus generales (1 Macabeos 1:6-8), antes de su muerte. Es un error flagrante. En realidad, la muerte de Alejandro “fue tan imprevista que nadie había pensado en lo que era procedente hacer en este caso”.[13]

3) En cuanto al libro de Tobías, leemos en la introducción de Ausejo: “Este libro no existe en la Biblia hebrea”. Fue traducido por San Jerónimo en un solo día. “Pero el problema principal en torno a este libro es saber si en él tenemos una verdadera historia o una especie de novela piadosa”. “Hay no pocos detalles literarios que delatan cómo esa historia ha sido novelada con fines didácticos. La geografía y la cronología no parecen ser sino relleno; porque, tomadas al pie de la letra, difícilmente se salvan. Tobías era ya hombre maduro cuando fue deportado de Israel a Nínive (hacia el año 734 AC) y aún vive cuando Nínive fue destruida (año 612 AC). Tendría, pues, más de ciento cincuenta años. Tal vez la verdad esté en lo que ya hemos insinuado: fondo realmente histórico, novelado con fines didácticos”.

La traducción de San Jerónimo —la Vulgata—, abarca tanto los libros realmente canónicos como los apócrifos, pero el traductor los distinguió claramente y por eso vertió este libro al latín “en un solo día”.

El reconocimiento de Ausejo de que se trata de una “novela piadosa” habla por sí mismo.

4) Del libro de Judit, dice Ausejo: “Este libro entraña varios problemas de no fácil solución hoy. La inseguridad del texto sagrado, el difícil encuadramiento de la historia aquí narrada en la historia universal, la nada fácil identificación de sus personajes y, por consiguiente, la historia misma de la heroína del libro, Judit, son cuestiones muy discutidas hoy entre los exégetas, incluso católicos”.

“Otro problema es saber la época histórica a que se refiere el relato del libro. ¿Quién fue ese Nabucodonosor, rey de Asiria, que reinaba en Nínive (1:5)? Porque este célebre rey lo fue de Babilonia cuando ya no existía Nínive, destruida precisamente por su padre (año 612 AC)”.

“La geografía y, sobre todo, la cronología presentan también serias dificultades. Israel ha vuelto ya del cautiverio y ha restaurado el templo de Jerusalén (la vuelta fue en el año 538 AC).[14] Si los hechos narrados en el libro sucedieron antes de la destrucción de Nínive, ¿cuántos años vivió Judit?”

“No tendríamos, pues, aquí historia en sentido estricto ni tampoco una mera ficción o novela, sino un fondo histórico, muy difícil de determinar hoy, revestido de ropaje novelado”.

“La traducción que trae la Vulgata latina es obra de San Jerónimo, que la hizo —según cuenta él mismo— en una sola noche”.

Las mismas observaciones que hicimos en cuanto al libro de Tobías pueden aplicarse para este libro. Un relato novelesco, con su heroína, Judit, que actúa por el año 612 AC y sigue en pie quizá doscientos o más años después; un Nabucodonosor imaginario, ubicado en un país que no le corresponde; un libro de 16 capítulos que tiene un total de 346 versículos, traducido “en una sola noche”. Este último dato nos permite comprobar otra vez que San Jerónimo distinguía entre los libros canónicos y los que no lo son.

5) Entre otras cosas, dice Ausejo, en su introducción al libro de la Sabiduría: “Aunque en el título de la edición griega figura el nombre de Salomón como su autor, esto es imposible. Ya lo advirtieron algunos santos padres, particularmente San Agustín y San Jerónimo. El nombre de Salomón no es aquí sino simple artificio literario o como un pseudónimo. Y dígase otro tanto del cap. 9.

“La lengua original del libro es la griega. Por eso mismo no figura éste en el canon hebreo de los libros sagrados. Pero la Iglesia, salvadas algunas dudas en los primeros siglos, lo admitió definitivamente entre los libros canónicos”.

Refiriéndose al autor del libro, comenta Ausejo: “Extraordinario mérito suyo es el haber sabido aprovecharse de las ideas platónicas sobre la distinción del alma y del cuerpo, para resolver definitivamente el gran problema que tanto torturó a los ‘sabios’ de Israel: el problema de la retribución de ultratumba”.

El hecho de que el autor del libro hubiera usado de un fraude atribuyendo la obra a Salomón, lo descalifica como inspirado.

Por no estar en el canon hebreo, no puede considerárselo como “Palabra de Dios” (Rom. 3:2).

El haber recurrido a “las ideas platónicas” para establecer la “distinción del alma y del cuerpo” lo coloca en el terreno de la filosofía pagana, griega, que tanto contaminó a los judíos de Alejandría.

6) Respecto al Eclesiástico, leemos que “nunca se leyó en las sinagogas judías”. “Nunca formó parte del canon hebreo”. Esto basta para excluirlo de los libros canónicos del Antiguo Testamento.

Este extenso libro —tiene 51 capítulos—, presenta algunas enseñanzas contradictorias con la Biblia. Por ejemplo: “Si no hacemos penitencia, caeremos en las manos del Señor” (2:22). “La limosna expía los pecados” (3:33). “A excepción de David, de Ezequías y de Josías, todos los otros pecaron” (49:5).

No es la penitencia, sino el arrepentimiento y la conversión lo que nos permite llegar hasta el alcance de la misericordia siempre gratuita de Dios y el perdón en Cristo. La limosna —buena en sí misma, según el espíritu con que se la dé (Heb. 13:15)—, no puede expiar pecados. Si así fuera, “por demás murió Cristo” (Gál. 2:21). Es una tremenda contradicción hacer figurar a David como un personaje que no pecó. Recuérdese el triple y execrable pecado en que cayó: tomar la mujer de su prójimo, escandalizar a Israel y hacer morir a Uría Heteo.

Hay un curioso pasaje en este libro: “De las ropas nace la polilla, y de una mujer, la maldad de otra” (42:13). En la primera parte de esta afirmación, se está declarando el principio de la generación espontánea.

7) En cuanto al libro de Baruc, leemos en la introducción de Ausejo: “No figura en el canon hebreo”. “Su origen es muy oscuro”. “Aun reconociendo que originariamente fue escrito en hebreo y que, después de su traducción al griego, se perdió el original, las ideas y la contextura de la obra delatan una época bastante más tardía que la de Jeremías y Baruc”. Reconoce Ausejo que son pocos los autores católicos que “admiten aún su autenticidad, como obra de Baruc… hoy son más, siempre dentro del campo católico, los. que lo retrasan hasta el siglo III, y algunos al siglo IAC”. Añade: “La atribución a Baruc se debería a la fuerte personalidad de aquellos dos grandes hombres: Jeremías y su secretario [Baruc], con quienes fácilmente, relacionó el judaísmo todo lo referente a la ruina de Jerusalén y el comienzo de la cautividad babilónica”.

Acerca de la carta de Jeremías a los cautivos (cap. 29 de Jeremías), consignada en Baruc 5:9 a 6:72, declara Ausejo: “Ya San Jerónimo no la consideraba auténtica”.

Jeremías y Baruc son personajes de los siglos VII y VI AC. El autor del supuesto libro de Baruc (siglo II a I AC) recurrió también al fraude de atribuir su obra a un personaje como Baruc, pleno de prestigio entre los judíos.

En esta pretendida carta de Jeremías, hay una contradicción con el libro del profeta y con un hecho histórico. Leemos: “Llegados, pues, a Babilonia, estaréis allí muchísimos años, y por muy largo tiempo, hasta siete generaciones; después de lo cual os sacaré de allí en paz (Baruc 6:2).

Lo que enseñó Dios, mediante Jeremías, fue: “Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años” (25:12). Esta profecía fue tomada en cuenta por Daniel: “Yo Daniel miré atentamente en los libros el número do los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Israel en setenta años” (9:2).

“Muchísimos años” y, sobre todo, “siete generaciones” no son “setenta años”. Históricamente, los judíos salieron de Babilonia mucho antes de que transcurrieran siete generaciones. Fueron liberados por tres decretos sucesivos (años 536, 519 y 457 AC), expedidos en los días de “Ciro, de Darío, y de Artajerjes rey de Persia” (Esd. 6:14).

8) En los capítulos apócrifos añadidos a Ester, aparece Mardoqueo como un representante “del número de los cautivos que Nabucodonosor, rey de Babilonia, trasladó a Jerusalén con Jeconías, rey de Judá” (Ester 11:4).

La cautividad de Jeconías fue en el año 597 AC. Artajerjes I, Longimano, reinó de 465 a 424 AC. Ahora bien, según un pasaje de la sección apócrifa, Mardoqueo actuó en “el año segundo del reinado del muy grande Artajerjes” (Ester 11:2). Es decir, 133 años después de haber sido llevado cautivo a Babilonia. ¿Es posible aceptar esto como verídico?

Los autores católicos aducen que el Artajerjes de las añadiduras del libro de Ester es el mismo Assuero de los primeros capítulos —los realmente canónicos—. Si aceptamos esto como realidad, hay una contradicción evidente. Mardoqueo aparece como descubridor de una conspiración de Bagatán y Tares (cap. 2), en el año séptimo de Assuero (Est. 2:16), al paso que, en la sección apócrifa, el descubrimiento de la conspiración se dice que fue en el año segundo de Artajerjes (11:2).

9) Las añadiduras que hay en el libro de Daniel (vers. 24 a 90 del cap. 3 y los caps. 13 y 14) están redactadas en griego. Ahora bien, dice Ausejo: “En el canon judío solamente figuran como canónicos los capítulos escritos en hebreo o arameo”. Nuevamente nos hallamos frente a porciones no reconocidas por el pueblo depositario de la Palabra de Dios, en lo que atañe al Antiguo Testamento.

Debe hacerse resaltar que Serafín de Ausejo, en sus notas introductorias, no dice nada que anule o menoscabe el valor de la inspiración de los libros realmente canónicos del Antiguo Testamento. Es evidente la diferencia que hay entre lo que afirma de los apócrifos frente a los que son parte del canon hebreo.

¿CUÁNDO FUERON ELIMINADOS LOS “APÓCRIFOS” DE LAS BIBLIAS EDITADAS POR PROTESTANTES?

Esta pregunta ha cobrado una nueva actualidad, pues ha comenzado a divulgarse la idea de que los apócrifos fueron eliminados por los protestantes de las Biblias que circulaban en diversos idiomas a principios del siglo XIX, más bien que haber sido añadidos por la Iglesia Católica al canon ya existente.

Fue en 1827 cuando las Sociedades Bíblicas decidieron no publicar más los libros apócrifos en las ediciones de la Biblia. Recordemos que la Sociedad Bíblica Británica se organiza en 1804 y la Sociedad Bíblica Americana, en 1816. Por lo tanto, muy pequeña debe haber sido la circulación de ejemplares con los apócrifos, editados por las Sociedades Bíblicas. En cambio, son muchos millones los que circulan sin ellos, en centenares de idiomas.

Es cierto que esos libros estuvieron en antiguas Biblias protestantes, tales como la de Lutero, en alemán, de 1537; la de Miles Coverdale, en inglés, de 1535; y la de Reina-Valera, de 1602. Sin embargo, también es cierto que, antes de ellos, Wiclef (1324-1384) había declarado que “cualquier libro que esté en el Antiguo Testamento, además de estos veinticinco (hebreos), sea puesto entre los apócrifos; esto es, sin autoridad para las creencias”.[15]

También la Confesión Anglicana de Westminster, de 1647, declara terminantemente que los apócrifos no “han de ser aprobados o usados sino como cualquier otro escrito de origen humano”.[16]

Téngase también en cuenta que tanto Lutero como Coverdale tuvieron los libros apócrifos en sección aparte. Por muchos años, y aun siglos, en las Biblias de origen protestante formaban una sección separada y llevaban el título general de “Apócrifos” (Apocrypha, en inglés; Apokryphische Bücher, en alemán).

En rigor de verdad, lo que hicieron las Sociedades Bíblicas, en 1827, fue volver a la pureza primitiva de la Iglesia Cristiana que, hasta fines del siglo IV —Sínodo de Cartago, de 397 DC—, no reconoció estos libros como inspirados por Dios.


Referencias

[10]  Los seléucldas son la dinastía de gobernantes de origen griego, sucesores de Seleuco. Actuaron de 312 a 69 AC.

[11] Josefo menciona 22, en vez de 39, que figuran en las ediciones del Antiguo Testamento que editan las Sociedades Bíblicas. La diferencia se debe al modo de contarlos. Los doce profetas menores son computados como un solo libro. Los de Samuel, Reyes y Crónicas, representan sólo tres libros y no seis, como en las ediciones modernas. Esdras y Nehemías son un solo libro. Los Libros de Ruth y Jueces, figuran como una sola entidad. Jeremías y Lamentaciones se computan como un libro. Así se obtiene la cifra de 22. Esta, a su vez, tiene un simbolismo, pues son 22 las letras del alfabeto hebreo.

[12] “Ceñido”, tácitamente está diciendo “ceñido a la verdad”.

[13] Guillermo Oncken, en Historia Universal, tomo 5, pág. 367.

[14] Aquí hay un error de Ausejo. El año 538 AC fue el de la conquista de Babilonia, efectuada por Ciro. El regreso de los judíos a la tierra de sus mayores, se debió a los decretos sucesivos de Ciro, Darío y Artajerjes —años: 536, 519 y 457 AC.

[15] The Encyclopedia Britannica, edición 1893, tomo 2, pág. 183.

[16] Id., pág. 184.