Los talentos que no se han recibido con el nacimiento deben adquirirse. Las personas de escasas aptitudes pero de gran capacidad pueden llegar a ser gigantes de muchos talentos en la proclamación de la verdad. Este es el sentido que tiene el pasaje de 1 Corintios 12:31: “Empero procurad los mejores dones.” Este breve texto, que la Versión Moderna rinde “Empero desead ardientemente los mejores dones,” infunde poderosamente ánimo al hombre de Dios dotado de un solo talento que se compadece a sí mismo. Esta declaración de las Escrituras priva de todo significado las deficientes realizaciones del pasado. El texto se desentiende de toda situación desalentadora presente, por muy desesperanzada que sea; y en cambio es fértil en esperanza, luz y promesa para el futuro. La actuación del ministro en su servicio para Dios se ve entorpecida por la falta de talentos. Aquello que necesita, y que no tiene, lo obtendrá si rehúsa conformarse con su condición presente. “Empero desead ardientemente los mejores dones.”

Aún para el lector casual de este pasaje le resulta claro que no todas las personas han recibido las mismas aptitudes. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos doctores? ¿todos facultades? La única respuesta que cabe a estas preguntas es un rotundo No. “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas.” Así es como Dios envía a los hombres al frente de batalla: a cada uno dotado de su propia armadura.

Sin embargo, nuestro texto indica claramente que el ministro no está destinado a quedar toda la vida con los pocos talentos o aptitudes con que inició su ministerio. “Empero desead ardientemente los mejores dones.” Los dones que no se han recibido por herencia deben adquirirse a través del esfuerzo. Y el Dispensador de los talentos espirituales está deseoso de dotar a cualquier persona para hacerla capaz de llevar a cabo cualquier responsabilidad que el cielo le confíe.

“Cuando la voluntad del hombre coopera con la voluntad de Dios, llega a ser omnipotente. Cualquier cosa que debe hacerse por orden suya, puede llevarse a cabo con su fuerza. Todos sus mandatos son habilitaciones.”—“Lecciones Prácticas” pág. 303.

“El Señor Jesús es nuestra eficiencia en todas las cosas; su Espíritu ha de ser nuestra inspiración; y al colocarnos en sus manos, para ser conductos de luz, nunca se agotarán nuestros medios de hacer bien. Podemos allegarnos a su plenitud, y recibir de la gracia que no tiene límites”—“Obreros Evangélicos” pág. 19.

Los hombres clasifican y encasillan las cosas materiales, pero este procedimiento no puede realizarse con el material humano sin correr un grave riesgo de producir resultados negativos. A más de un potencial ganador de almas se ha desechado con esta observación: “¡Nunca llegará a ser un evangelista, porque no está hecho para esa clase de trabajo!” Antiguas extravagancias financieras han desanimado a más de una persona en su intento de reformarse y entrar por el camino de la economía. Con la siguiente declaración se predestinan al fracaso todos sus esfuerzos por liberarse del círculo de los derrochadores: “No sabe manejar el dinero; nunca llegará a ser un buen tesorero.”

El texto que comentamos nos revela que estas situaciones imperantes en el presente no necesitan proseguir en el futuro. Pueden remediarse perfectamente. Las juntas pueden opinar, legislar y valorar, pero nunca podrán avaluar, con exactitud el potencial espiritual de ningún hombre. Año tras año se repiten los casos de personas que en apariencia nada prometían, y que sin embargo producen resultados asombrosos. “No sabía que era capaz de hacer eso” es la expresión con que comúnmente se saludan esas realizaciones. Y probablemente no lo era; pero se trataba de uno de esos hombres que desean ardientemente y buscan incesantemente, a través de la oración y el ayuno, los mejores dones. Así adquirieron nuevos talentos. Con frecuencia se pierden los dones que no se emplean. Y en forma similar, los talentos que no se poseen, pero que se buscan intensamente, a menudo se adquieren. Estar satisfechos con menos de lo que se puede alcanzar, es pecar de alta traición contra el Dispensador de todo bien y de todo don perfecto.

Más sorprendente que cualquier intento externo de establecerle limitaciones resulta la satisfacción que una persona experimenta consigo misma: “No cualquiera puede ser un Moody o un Spurgeon,” proclama a manera de defensa. En eso probablemente esté en lo correcto, pero solamente porque la mayoría de los hombres se satisface con realizaciones menores. Si nos sentimos apabullados en presencia de los hombres que bautizan unos pocos centenares de creyentes por año, ¿dónde encontrará Dios a los hombres que se pondrán a la altura de la hazaña de las tres mil almas bautizadas por Pedro en Pentecostés?

La conformidad consigo mismo embota

El reconocimiento de las limitaciones naturales de uno es una cosa, pero la falta de confianza en la disposición y la capacidad de Dios de conceder sus dones a sus siervos es otra muy diferente. “Procurad los dones espirituales,” aconseja el apóstol (1 Cor. 14:1). ¿Qué mayor disuasión a sentirse satisfecho con uno mismo podría encontrarse en ninguna otra parte? Los hombres buenos se vuelven mejores al emplear los dones que poseen y al procurar obtener los que todavía no tienen. Los hombres entorpecen su desarrollo únicamente en la medida en que aceptan los límites impuestos por sus asociados o en que tropiezan con su propia visión limitada.

Como ocurre con cualquier organización del mundo, el pastor es responsable de determinados asuntos y de la promoción de las actividades de la iglesia. Las campañas financieras deben figurar como un deber en el calendario de cualquier ministro. Sin ellas, el Evangelio nunca alcanzaría hasta los confines de la tierra. Recuérdese, no obstante, que mediante ellas se prueba al ministro como obrero. La prueba del ministro como predicador es la ganancia de almas. Triste es decirlo, algunos hombres fructíferos en potencia se satisfacen con ser buenos obreros. Son los que “van a lo seguro.” “Sin riesgos, sin fracasos,” dicen. Pero un buen predicador es más que eso. Hace todo lo que hace el obrero y más aún; personalmente conduce almas a Cristo. Su especialidad es carne y sangre, no pesos y centavos. No se conforma con sostenerse “en la cosa,” porque se da cuenta de que si todos hacen eso, pronto no habrá una cosa en la cual sostenerse. Es, un constructor del reino, y se siente el más feliz de los hombres cuando está en las aguas bautismales. Con o sin posición, ningún hombre es mayor que él.

La parábola de los talentos de nuestro Señor apoya ampliamente nuestro texto. Los hombres que emplean lo que tienen, reciben más. Los hombres que se sienten satisfechos con lo que han tenido, caen bajo la condenación. Eso equivale a enterrar las posibilidades espirituales.

El procurar los dones que no se poseen implica una denegación del intelecto y una aceptación de lo sobrenatural. ¿Quién lo hubiera creído a Pedro capaz de caminar sobre el agua y a Elías de cerrar los cielos? ¿Quién podría haber predicho la conquista de Jericó por Josué, o la victoria de David sobre Goliat? Y si una junta hubiera tenido que decidir quién habría de ser el general encargado de expulsar las hordas madianitas, Gedeón, el agricultor montañés, hubiera sido clasificado como “inapropiado.” El hecho es, hermanos, que al Espíritu Santo no se lo puede limitar o encauzar, ni se pueden hacer predicciones en cuanto a su obra. En consecuencia, hombres más bien comunes se encuentran a veces poseídos de facultades extraordinarias, realizando lo inusitado y ejecutando proezas para Dios, superiores a sus dotes naturales.

Durante más de cien años el fiel cuerpo ministerial adventista ha estado batiendo las líneas enemigas con la verdad para este tiempo. Fila tras fila de ministros han caído en la batalla; pero sus reemplazantes mantienen en alto el estandarte. Se ha programado para nuestro tiempo un ataque tipo “punta de lanza.” Será llevado a cabo por hombres de fe que sigan lo sobrenatural, que esperen lo inusitado y que intenten lo imposible. Será realizado por hombres que osen aceptar el desafío del mayor de los apóstoles: desear “ardientemente los mejores dones.”