Teólogo relata su experiencia personal de reavivamiento.
Durante el otoño de 2009, asistí una mañana al servicio devocional del Seminario Teológic Adventista del Séptimo Día en Berrien Springs, Michigan, y noté que el programa impreso no incluía un predicador. Solamente música –buena música–, con alguna lectura ocasional de la Escritura y breves testimonios. Los cánticos incluían himnos y cantos de alabanza que se centraban en el poder, el amor y la majestad de Dios. Amo la predicación y me encanta predicar, pero aquel día eso no sucedió: solamente música, testimonios y la Palabra. En este sencillo contexto, me hallé atraído de un modo poderoso a un encuentro personal con mi Dios.
No fui al culto esperando un reavivamiento, ni entendí plenamente por qué ocurrió, aun cuando he sido cristiano por muchos años. He servido como pastor, dirigente de asociaciones y administrador, y actualmente como profesor del seminario, cuando me faltan apenas unos pocos años para la jubilación, pero me sentí abrumado con la sensación de la presencia de Dios y de mi necesidad de renovar mi relación con él. Así que, en el silencio de unas doscientas voces unidas en himnos y alabanzas, volví a consagrar mi corazón y mi vida, mientras trataba de retener mis lágrimas.
Deseo ser claro respecto del propósito de escribir estos recuerdos: no es para exaltar las ventajas de un culto sencillo o el valor de la ausencia de predicación como método. Quiero compartir mis 37 años de peregrinación y de lucha por mantener una auténtica espiritualidad bíblica. ¿Qué ocurrió durante los cincuenta minutos en los que canté, oré y escuché? No hubo un emotivo llamado por parte de un experto predicador, ni hubo un llamamiento profético o un encuentro con la verdad que me atrapara en el reconocimiento de mi pecaminosidad. Solo música, testimonios y la Palabra.
¿O lo hubo? ¿Podría ser que la declaración de Jesús en Juan 4 acerca de los verdaderos adoradores halló resonancia en mi alma en esa mañana de otoño? ¡Espíritu y Verdad! Creo que la parte del Espíritu de esa descripción me descubrió ese día por medio de un grupo de estudiantes del seminario que ministraron con el canto, el testimonio y la Palabra. No fue una experiencia meramente cognitiva de la Verdad. El Espíritu Santo me constriñó, y se transformó en algo más que un tema que estudio o un título que invoco en una boda o en un bautismo. El Espíritu era la presencia de Dios ministrando para mí ese día, y haciéndome recordar el elemento esencial de la espiritualidad, que debe impulsarme diariamente, así como Jesús fue llevado al desierto (Mar. 1:12) por esa misma presencia al comenzar su ministerio.
EL ESPÍRITU COMO MI MOTIVADOR
La vida cristiana, y el ministerio profesional en particular, requieren de motivación. Durante años, serví a la iglesia como miembro de un pequeño equipo que buscaba a las mejores personas para servir como pastores en las iglesias que atendíamos. Me avergüenzo al recordar cuántas veces repetí que la cualidad de la iniciativa propia era una dimensión que deseábamos en un dirigente espiritual. ¿Cómo puede alguien tener impulso propio y calificar como espiritual? Para mí, el egoísmo es lo que siempre se ha interpuesto en el camino. En realidad, la motivación del Espíritu me impulsa desde mi cama a un ministerio eficiente cada día, al avanzar en el nombre de Jesús. Esto nada tiene que ver con el yo. Esa misma agitación profunda y casi visceral que me apartó de otra vocación para seguir el llamamiento al ministerio es la motivación interna que me ha impelido a lo largo de una vida de servicio; que, de otra manera, me habría desgastado, y aplastado mi espíritu con el peso que acarrea.
Mi experiencia de renovación durante aquel día de otoño en el devocional del seminario no fue, debo admitirlo, la primera reconsagración que he experimentado en mis 37 años de ministerio profesional. La tentación de apoyarme en el brazo de la carne parece un canto de sirena que constantemente me llama a alejarme del Espíritu como mi fortaleza. Lo asombroso de todo esto es que ese mismo Espíritu continúa llamándome de regreso al fundamento sobre el cual el ministerio pastoral es edificado: una relación espiritual profunda y permanente con Dios.
Una disciplina necesaria existe en la vida de cada cristiano, y es críticamente importante en la vida y el liderazgo del pastor. La siguiente cita pone de relieve esta disciplina en la vida y el ministerio de Jesús: “Cristo sabía que debía fortalecer su humanidad por la oración. A fin de ser una bendición para los hombres, debía estar en comunión con Dios, rogando por energía, perseverancia y firmeza. Así demostró a sus discípulos dónde se hallaba su fuerza. Sin esta comunión diaria con Dios, ningún ser humano puede recibir poder para servir”.[1]
El modelo de Jesús como una práctica “diaria” ha sido un desafío para mí, cuando las agendas y las responsabilidades han proporcionado tan fácilmente un pretexto para correr tras lo urgente y descuidar lo necesario. Se puede obtener la nutrición para mantener la fuerza espiritual únicamente mediante la conversación relacional con la Fuente del poder espiritual. Mi renovación espiritual en aquel día de otoño colocó en mi corazón un anhelo vehemente de aferrarme de esa experiencia, y proporcionó una motivación interna para fortalecer mi dedicación a esa disciplina diaria, no para agradar a alguien o satisfacer las expectativas de otras personas, sino para resguardar la poderosa sensación de la presencia de Dios que experimenté esa mañana.
Mi ser interior siempre se ha resistido a sostener mi vida espiritual, así como el apóstol Pablo confesó su lucha por hacer lo que sabía que era lo mejor y lo correcto. “La ley es espiritual; mas yo soy carnal” (Rom. 7:14). Así, la fuerza interna para resistir al Espíritu es y ha sido mi principal desafío a fin de vivir y dirigir de una manera espiritual. Pero ha habido, además, fuerzas externas presentes en mi vida, que la reflexión me ha revelado que han ejercido una influencia negativa en mis esfuerzos para recibir al Espíritu como mi fuerza motivadora. Especialmente como joven pastor, también a menudo me concentré en satisfacer las expectativas impuestas sobre mí por otras personas. Mis esfuerzos por conseguir la aceptación de quienes tenían autoridad sobre mí, haciendo más, realizando más y logrando éxitos, apagaron la voz del Espíritu en mi vida, mientras procuraba alcanzar competitivamente blancos numéricos y adoptaba los productos creativos de otros a fin de ser considerado exitoso.
LIDERAZGO Y ESPIRITUALIDAD
Un análisis de este tema me demanda confesar que los que dirigen y sostienen el trabajo del pastor tienen un papel que desempeñar en sustentar la espiritualidad del pastor, como la principal fuerza impulsora en su vida y su servicio. Serví en esa función, y se me encomendó la mayordomía de los pastores y sus familias durante cerca de la mitad de mis años en el ministerio. A esta altura de mi vida, me hallo preguntándome qué hice con el propósito de fortalecer la disciplina de la espiritualidad bíblica en la vida de los pastores cuyo cuidado se me confió. Pienso en todos los jóvenes líderes, de rostros lozanos, llenos de energía, que ingresaron en el ministerio bajo mi supervisión, con escasa experiencia pero con corazones llenos de dedicación para servir a Dios y a su pueblo de una manera que hiciera crecer su Reino. ¿Tienen aún esa energía? ¿Son todavía impulsados desde la cama cada mañana por el Espíritu, con el corazón y la mente consagrados para alcanzar las metas que iluminaban sus ojos cuando eran aspirantes al ministerio? ¿Los presioné mediante un enfoque de exigencia y control, de modo tal que apartó sus ojos y oídos del Espíritu, que había prometido obrar su voluntad en ellos y por medio de ellos?
El mundo ha influido en nuestros comportamientos de liderazgo. Y temo que, inconscientemente, algunos de nosotros no siempre nos hemos nutrido de ese Espíritu interior que hace de un pastor un líder espiritual. ¿Cuántas veces nosotros, como dirigentes, hemos dado ánimo mediante recompensas externas o extrínsecas, como recursos para estimular la “productividad” de los pastores? La evolución cuantitativa de los pastores, celebrando éxitos numéricos de una forma que compara a cada uno con sus colegas, lleva a un comportamiento competitivo que apaga la motivación espiritual. Al adoptar un modelo de negocios o de ventas en el contexto del ministerio espiritual, corremos el riesgo de reemplazar el modelo impulsado por el Espíritu que se introdujo en el Pentecostés por un modelo empresarial, repleto de las necesarias estructuras coercitivas (premios y castigos), que son familiares en el mundo comercial y de las corporaciones. La iglesia fue concebida para funcionar en un modelo relacional, en el cual cada hijo de Dios había de ser dotado para el cometido ministerial (Rom. 12:4-6; 1 Cor. 12:1 y sigs.; Efe. 4:7-13), transformado para llevar fruto mediante el Espíritu Santo (Efe. 5:22, 23), y motivado y fortalecido por la presencia del Espíritu de Dios (Juan 14:17; Hech. 19:1 y sigs.; Efe. 3:20), a fin de cumplir su voluntad. ¡La iglesia no es un negocio!
La tendencia que ha surgido en las postrimerías del siglo XX, de referirse a los pastores como empleados, nos ha tentado a tratarlos como tales. Manejar al pastor como si fuera un vendedor con cuotas asignadas crea la figura del “asalariado” (Juan 10:12), acerca de la cual nos advirtió Jesús. Cuando se lo trata y se relaciona con él como un empleado, el natural curso de acción del “empleado” es emigrar hacia un comportamiento transaccional: cooperación mínima, compromiso marginal y baja creatividad. La cooperación y el compromiso son reemplazados por el acomodamiento en la carrera, a fin de satisfacer las expectativas de otros. Por esta razón, el “asalariado” no morirá por sus ovejas, porque no hay un sentido de pertenencia que encienda el compromiso. El Buen Pastor muere por sus ovejas porque son suyas (Juan 10:11). Cuando objetivamos al pastor como un empleado, lo despojamos del elemento pertenencia.
Me parece que hemos olvidado que el pastor es sostenido económicamente para ejercer un servicio de liderazgo espiritual, en vez de ser remunerado por la iglesia para cumplir un compromiso transaccional. El pastor no trabaja por dinero: ¡al pastor se le da dinero para que pueda trabajar! Cuando el salario del pastor es concedido como un pago por servicios, alentamos la mentalidad del asalariado, que limita el riesgo y la dedicación que el pastor debe al elevado llamamiento del ministerio evangélico. Fomentar una relación empresarial entre el pastor y la organización de la iglesia involuntariamente contribuye a sofocar al Espíritu como la influencia motivadora de la eficacia pastoral.
La conducción de los pastores, a menudo, entraña el esfuerzo de la organización de hacer por el pastor lo que el Espíritu ha prometido hacer mediante el pastor. La creatividad del pastor es reemplazada por la creativa producción de expertos, que planifican e inventan recursos ministeriales para el pastor. Esto tiene un efecto asfixiante en la espiritualidad del líder. Con frecuencia, el itinerario o la agenda del pastor están tan llenos con trabajo creado para que él lo lleve a cabo que queda poco tiempo para la creatividad local. Debemos recordar que la autoridad ofrecida por Jesús (Mat. 28:18-20) se distribuye al ámbito de los miembros donde el pastor sirve. Esta no es la exclusiva posesión de los dirigentes institucionales, que creen conocer mejor lo que el pastor o la iglesia necesitan. La palabra autoridad entraña que quien la posee ha de actuar como “autor”, o creador, en una manera generativa.
Prestemos atención al siguiente consejo: “Los dirigentes deben delegar responsabilidades en los demás y permitirles trazar planes e idear medios y ponerlos en ejecución […]. Asignen a otras personas ciertas tareas que los obliguen […] a usar su buen juicio. No los eduquen para que dependan de ustedes. Los jóvenes deben ser adiestrados para ser pensadores”.[2] Elena de White dio este consejo hace poco más de cien años y, aunque a menudo ignorado, permanece como una poderosa declaración de respaldo a fin de permitir que el Espíritu Santo influya directamente en el trabajo del pastor en relación con la creatividad y la planificación. De hecho, a continuación de esta declaración ella advierte: “Hay hombres que hoy deberían ser personas de pensamiento amplio, sabios, de los cuales se pudiera depender, pero que no lo son, porque se los ha educado para que ejecuten los planes de los demás. Han permitido que otros les dijeran exactamente lo que debían hacer, y han empequeñecido su intelecto. Su mente es estrecha, y no pueden comprender las necesidades de la obra”.[3]
La nutrición y la honra del Espíritu de Dios en mi vida son esenciales, como lo son en la vida y el trabajo de cada pastor. No podremos avanzar en una dirección que cumplirá la voluntad de Dios en este planeta si aplicamos métodos y medios que eluden al Espíritu Santo. Mi propia renovación y conservación del don de la espiritualidad bíblica, que es mi herencia como hijo de Dios, es mi principal responsabilidad. La honra y la nutrición que provienen de la obra del Espíritu Santo en la vida de los que sirvo en esta iglesia constituyen la labor más importante que tengo delante de mí. Estoy llamado a hacer discípulos, que llegarán a ser los líderes espirituales de nuestra comunidad de fe.
LA ESPIRITUALIDAD DEBE SER NUTRIDA
Sería agradable si pudiera despertarme alguna linda mañana y descubriese que la obra del Espíritu ya no es resistida por la fuerza interna de mi naturaleza caída. Ese día, sería un alivio para mí saber que ha desaparecido del contexto de mi vida toda fuerza externa que me alienta a recurrir a la conveniencia del brazo de la carne. Pero, no es natural que ambos deseos encuentren un lugar en mi realidad. Nutrir mi espiritualidad es, probablemente, una tarea que me tendrá ocupado por el resto de mi vida. ¿Debería desanimarme por esa perspectiva? Pienso que no. El Espíritu, que inesperadamente me sacudió de mi arrobamiento del yo en aquella mañana del otoño de 2009, probablemente tendrá que sacudirme para despertarme otra vez. Por ello, doy gracias a mi Dios. ¡Alabado sea él, por su diligencia en hacerme acordar de mi necesidad de él! “Si vivimos [vivo yo] por el Espíritu, andemos [ande yo] también por el Espíritu” (Gál. 5:25).
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Sobre el autor: · Doctor en Teología, es director y profesor asociado del Departamento de Ministerio Cristiano, Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Referencias
[1] Elena de White, Consejos para los maestros, padres y alumnos (Mountain View, CA: Pacific Press Pub. Assn, 1971), p. 307.
[2] _____________, Testimonios para los ministros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), pp. 302, 303.
[3] Ibíd., p. 303.