Cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. ¿Por qué eligió ese símbolo, y qué significado tuvo, y sigue teniendo, para la humanidad?

            ¿Cuál es la razón por la cual el Espíritu Santo aparece representado por una paloma en el relato del bautismo de Jesús, según lo registran los evangelios (Mat. 3; Mar. 1; Luc.3; Juan 5)?

            Los exégetas del Nuevo Testamento reconocen que el origen de ese simbolismo probablemente sea el texto de Génesis 1:2. Al describir la actividad del Espíritu de Dios en el momento de la creación del mundo, el autor de Génesis utilizó el verbo hebreo rahap (planear, aletear). Este es un verbo raro en el Antiguo Testamento. Además del texto de Génesis, rahap también es utilizado en Deuteronomio 32:11, donde el autor ilustra el cuidado de Dios por su pueblo en el desierto, comparándolo con un águila que planea (rahap) sobre el nido, transmitiendo de esa forma la idea de protección.

            En todos los textos disponibles en ugarítico, idioma semítico occidental con muchas semejanzas con el hebraico bíblico, rahap está siempre relacionado con pájaros, más específicamente, águilas. La importancia de esto es que ese verbo describe la actitud de un ser vivo, no una fuerza o energía.[1] Negar la personalidad del Espíritu Santo es lo mismo que ignorar la evidencia lingüística que ese texto ofrece.

            Al analizar rahap en otras lenguas antiguas, podemos apreciar mejor la belleza de este pasaje bíblico. Por ejemplo: en siríaco, rahap significa generación. En árabe antiguo, la idea es de un pájaro suspendido en el aire, con las alas abiertas, demostrando protección y cuidado por su respectivo nido.[2] Curiosamente, en el talmud babilónico (B. Hahigah 15a), existe un pasaje que afirma lo siguiente: “El Espíritu de Dios estaba revoloteando sobre la faz de las aguas como una paloma revolotea sobre sus crías, aunque no los toque”. De hecho, tiene mucho sentido la afirmación de que la imagen de la paloma en el bautismo de Jesús tuvo origen en el evento de la Creación.

            Por lo tanto, los testigos de ese evento, que estaban familiarizados con el relato de Génesis 1:2 y con la literatura judaica de la época, entendieron que el Mesías estaba iniciando una nueva creación. En otras palabras, cuando Jesús fue bautizado, tuvo inicio una nueva era, y Dios, a través del Espíritu Santo, comenzó un proceso de restauración espiritual de su gran trabajo en la Creación.[3]

            Para el teólogo Ángel Manuel Rodríguez, ex director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General de los adventistas, la imagen de la paloma también debe ser vista como símbolo de amor y liberación. En el caso del amor, ese simbolismo puede verse en el libro de Cantares (2:14; 4:1; 5:2), como así también en Mateo 10:16. En cuanto a la idea de liberación, Rodríguez cita los siguientes textos: Salmo 55:6; Isaías 60:8; Oseas 11:11 y Génesis 8:10 al 12. En el caso de este último texto, la paloma fue una señal de paz, que anunció que el diluvio había terminado.[4]

            Tan importantes como son esas informaciones para nuestro conocimiento, también es importante su significado para el cristiano en el siglo XXI. En nuestras iglesias, muchas personas están luchando contra la esclavitud del pecado; algunas están experimentando la destrucción que provoca el pecado, ya sea de forma secreta o pública, inconsciente o deliberadamente. Para esas personas, la gran solución es la presencia del Espíritu Santo de Dios, el mismo Ser divino que estuvo presente en la creación del mundo, en el bautismo de Jesucristo, y que desea estar con todos los que buscan el amor y la liberación que solamente pueden ser alcanzados por medio de un relacionamiento con la maravillosa persona de Cristo. El Espíritu Santo nos despierta, motiva y conduce hacia esa experiencia. No podemos descartarlo, ni siquiera minimizarlo de nuestra vida y predicación, y aun así pretender disfrutar del éxito en el ministerio pastoral.

Sobre el autor: Pastor en la Asociación Central Sur Riograndense.


Referencias

[1] H. Neil Richardson, “An Ugaritic Letter of a King to His Mother”, JBL n° 66 (1947), p. 322.

[2] Sabatino Moscati, Ibíd., p. 307.

[3] Dale C. Allisn, Jr., Biblical Archaeology Review, n° 2 (1992), vol. 18, p. 59.

[4] Ángel M. Rodriguez, “Why a Dove?”. Artículo disponible en: http://biblicalresearch.gc.adventist.org/Biblequestions/whyadove.htm