Sin esperanza, el ser humano no puede vivir. “Lo que es el oxígeno para los pulmones —observó Emil Brunner— es la esperanza para darle significado a la vida”. Y Pablo dijo: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

     Ya se dijo que para ser feliz la gente debe tener alguien a quien amar, algo que hacer y algo que alimente su esperanza. El Señor Jesucristo le da todo eso al creyente. El mundo siempre espera lo mejor, aunque vaya de mal en peor. Pero Jesús ofreció una mejor esperanza cuando prometió: “Vendré otra vez” (Juan 14:3).

     Un día, muy pronto, el Señor Jesús volverá y nos librará para siempre del pecado y sus consecuencias. Pronto vendrá el día cuando la violencia y el desamor desaparecerán de la Tierra, y el dolor dejará de existir. No está lejos el momento cuando la victoria sobre la muerte se logrará para siempre, y ya no habrá más lágrimas, y los redimidos vivirán en un mundo nuevo. Esta es la bienaventurada esperanza acariciada por los cristianos de todos los tiempos.

     En el intento de confundir la mente humana y desacreditar lo que Dios ha preparado para sus hijos, el enemigo ha usado teorías contradictorias acerca del regreso de Jesús. La fijación de fechas para la consumación de ese evento ya frustró a muchos cristianos sinceros en lo pasado. Pero, como si fueran indiferentes a las lecciones que se deberían haber aprendido, muchos insisten en recorrer los caminos tortuosos y confusos de la especulación, y elaboran enseñanzas que carecen por completo de fundamento bíblico.

     Una de esas enseñanzas es la del “arrebatamiento secreto” de la iglesia, que supuestamente ocurrirá siete años antes del regreso de Jesús. Esta idea, que comenzó con el erudito inglés John Nelson Darby, se ha difundido ampliamente en la literatura protestante. Pero la luz de la Palabra de Dios disipa toda sombra, al descorrer el velo del glorioso amanecer. A pesar del gusto por lo sensacional y lo místico tan evidente en los días actuales, no desperdicie usted la oportunidad de mostrar que la verdad divina siempre supera todo eso con su fulgor. Después de todo, como dijo Pablo, la esperanza “no os defrauda” (Rom. 5:5, NVI).