Después de haber cruzado las fronteras prohibidas y pisado la tierra movediza de la desobediencia, Adán y Eva comprendieron el terrible poder del mal. Ahora, sobre ellos, descansaba el peso de la culpa y la expectativa sombría de la destrucción. De los labios del Creador, escucharon las consecuencias que su pecado acarreaba a la Tierra y a su propia vida, y también escucharon la sentencia pronunciada contra el originador del mal, travestido en serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).

Con la garantía implícita de victoria sobre el mal y sobre su autor por medio de Cristo, el Salvador venidero, esta sentencia sustituyó la angustia por la esperanza en el corazón de nuestros primeros padres.

Esperanza. Ese fue el sentimiento alimentado por generación tras generación de los hijos de Dios, hasta que, “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gál. 4:4, 5). Promesa cumplida. El Salvador llegaba con una misión: “Salvará a su pueblo de sus pecados” (Mal. 1:21).

Habiendo cumplido esa misión, listo para regresar al Padre, Cristo plantó en nosotros la esperanza de un futuro mejor al prometer que regresaría (Juan 14:1-3). Mensajeros celestiales la reafirmaron a los discípulos que, perplejos, lo contemplaban ascender al cielo: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech. 1:11).

¡Bendita esperanza del regreso de Jesús! Para este evento, fuimos llamados a la misión de atraer la atención de un mundo que parece precipitarse en dirección al colapso total. Consciente de su deber, en los últimos dos años, la Iglesia Adventista en Sudamérica ha hecho de este tema, en el contexto del “Proyecto Esperanza”, la gran motivación de sus actividades misioneras, diciendo a la sociedad, a través de varias acciones y de manera altisonante, que el regreso de Jesús es una realidad prometedora y casi presente.

Pero, este año, el proyecto relaciona la palabra esperanza con otra verdad que también forma parte de nuestro nombre y de nuestra identidad como iglesia: la realidad del sábado como día bíblico de reposo. En verdad, el sábado es un día de esperanza, porque Dios colocó plenitud de vida en él. El sábado es vida, es alegría y es reposo. En él, se produce la unión perfecta del placer con la libertad y la disciplina. El sábado fue santificado por Dios y establecido para que el hombre, liberado de todas las cosas que no conceden santidad, se relacione con el Creador. Esta es una relación que será eternizada con el regreso de Jesús, y que también puede ser disfrutada cada día en la comunión, aparte del trajín de las actividades pastorales o como parte de ellas.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.