No debemos juzgarnos unos a otros por aquellos problemas aún no resueltos en nuestras vidas. Sabemos que la voluntad de Dios nos guía individualmente según nuestra capacidad. Los que llegan a comprender a Dios como alguien que los ayuda en sus tremendas luchas y necesidades, desearán saber otras cosas más profundas acerca de él.
El énfasis dado a la justificación por la fe en nuestra iglesia ha señalado acertadamente a Jesús como el Autor y Consumador de nuestra fe. Pero la teología contemporánea favorece más un contrato de naturaleza intelectual y emocional con Dios, dejando, a menudo, el cambio del comportamiento al margen del convenio. De manera que si nuestra iglesia se interesa en el asunto del cambio de conducta, los observadores de este aspecto de nuestra experiencia espiritual la consideran como legalista e inclinada a juzgar a los demás. Insistimos en la observancia del sábado, y terminan creyendo lo mismo.
Sin embargo, nuestra iglesia se encuentra en una posición privilegiada para ayudar a aquellos cuyos problemas demandan un cambio de vida. Si la observancia del sábado nos dice algo, es que adoramos a un Dios que es capaz de cambiar las cosas. Un Dios que puede crear y recrear. Y él lo hace, no sólo en ocasión de la glorificación que tendrá lugar el día cuando Cristo venga por segunda vez, sino en la vida presente de las personas.
Para llegar a ser semejantes a Cristo, las personas deben cambiar. Una relación cambia no sólo nuestra naturaleza mental y espiritual, sino también nuestro ser físico. Alguien podría decir que los médicos están más capacitados que el pastor o la iglesia para tratar asuntos de obesidad, elevados índices de colesterol y cigarrillos. Después de todo, estos problemas producen graves enfermedades y muerte. Pero lo mismo hace el pecado. La comunidad médica no tiene el remedio para este problema. El tratamiento básico de ellos consiste en un cambio de conducta —las personas tienen que hacer algo. Los que tienen problemas de obesidad deben bajar de peso. Aquellos cuyo índice de colesterol está demasiado elevado deben cambiar sus hábitos alimenticios —deben dejar de comer carne, queso, huevos, etc.
La iglesia debe proclamar el mensaje de que Dios está ansioso por ayudar a la gente a bajar de peso. Que él ayudará a aquellos cuyo índice de colesterol es muy elevado, a sujetarse a su dieta. Que ayudará ciertamente a los que lo necesiten, a mejorar su programa de ejercicios. Pero muchos pastores, por su parte, están en malas condiciones físicas. No hacer lo que sabemos que es correcto es pecado. ¿Cómo puede un pastor que se encuentra en malas condiciones físicas, a causa de sus malos hábitos, aspirar a algún crédito cuando aconseja sobre asuntos relacionados con esta vida o la venidera?
Existe un programa de siete puntos que ayuda a cambiar el comportamiento, y que funciona perfectamente en el manejo de problemas como el hábito de fumar o el control de peso, y que puede ser válido también para cambiar otros aspectos de la conducta. Este plan comienza aceptando el principio de que Dios está dispuesto a ayudar a todos los que vengan a él, tengan o no un credo religioso o una orientación cristiana básica. La ayuda de Dios está al alcance de todos aquellos que están dispuestos a cumplir ciertas condiciones sencillas y razonables.
1. Debemos reconocer nuestra incapacidad para cambiar. Dios nos invita constantemente a vivir una vida mejor. Nosotros luchamos ordinariamente para alcanzar el ideal de vida que Dios imprime en nuestras mentes. El conocimiento de este ideal es tanto un don como una medicina de Dios. Es verdad que podemos lograr cierto éxito, pero también podemos fracasar en la lucha por alcanzar el elevado ideal que pone delante de nosotros.
No faltarán quienes digan que moderemos nuestras elevadas expectativas —que Dios nos acepta como somos. Si bien es cierto que Dios nos acepta con nuestra desesperante necesidad, son los cambios que permitimos que él produzca en nuestras vidas los que constituyen una evidencia concreta de que tenemos una experiencia personal con él.
Por su parte, los “teólogos del éxito” y los “pensadores positivistas” nos dicen que debemos buscar dentro de nosotros mismos la fuerza necesaria para lograr lo aparentemente imposible. Pero la Biblia nos advierte que los cambios autogenerados son un imposible; que para nuestra salvación, debemos depender de Dios únicamente. Jesús dijo: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Cuando reconozcamos que es imposible alcanzar el ideal de Dios por nuestras propias fuerzas, habremos dado el primer paso en la solución de nuestro problema.
2. Debemos estar dispuestos a dar el crédito a Dios. Si Dios nos ayuda a bajar de peso, él espera que cuando otros nos pregunten cómo lo hicimos, les digamos sinceramente que somos incapaces de cambiar nuestra conducta y testifiquemos acerca de la eficacia de su ayuda. El Señor no nos ayudará a menos que estemos dispuestos a ver en él la verdadera fuente de nuestro éxito.
Hay un motivo espiritual detrás de esta condición. Dios está tratando de alcanzar a todas las personas. Aquellos que han logrado vencer con su ayuda poseen el testimonio más convincente de su poder y de su amor. Esto explica por qué Jesús le dijo al endemoniado curado: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mar. 5:19).
Podemos explicar cómo hemos probado su promesa y la hemos hallado veraz. Podemos dar testimonio de lo que hemos conocido acerca de la gracia de Cristo. Este es el testimonio que nuestro Señor pide y por falta del cual el mundo está pereciendo”.[1]
Es más probable que las congregaciones crean en los pastores cuyas vidas han sido transformadas.
3. Debemos pedir la ayuda de Dios. Es decir, debemos orar. Es suficiente decir: “Señor, mi sobrepeso me está matando y destruyendo mi testimonio. No puedo bajar de peso por mis propios esfuerzos. Necesito tu ayuda”.
Muchos de los que han elevado esta sencilla plegaria se han visto instantánea y completamente liberados de sus problemas, ya fueran éstos cigarrillos, glotonería, sexo, o alcohol. Desafortunadamente no ocurre lo mismo con la mayoría.
Es posible que los ateos, los agnósticos y los incrédulos se rían de esta verdad. Ellos no tienen conocimiento experimental de Dios y a veces se oponen al concepto de Dios con el cual crecieron. Pero Dios está dispuesto a ayudarlos a pesar de su escepticismo. Y en el proceso pueden llegar a conocerlo en forma personal. El logro de un gran propósito, aparentemente inalcanzable, es una maravilla que habla de la intervención divina. Una humilde disposición a dar a Dios una oportunidad nunca será demasiado en el camino de la fe, pero será suficiente para permitirle que obre en la vida de una persona —y al hacerlo, probar que existe y que puede realizar lo imposible.
4. Debemos procurar lograr lo que deseamos. Muchos no logran cambios permanentes porque no dan este paso. Algunos simplemente “se lanzan a la buena de Dios”. Los pasivos en este aspecto jamás lograrán sus objetivos. Debemos actuar. Debemos conducirnos como si fuéramos capaces de lograr lo que deseamos.
En cierto sentido esto podría ser una presunción, ya que muchos fracasos del Pasado nos han enseñado que no podemos alcanzar nuestros objetivos con nuestras propias fuerzas. Pero a medida que experimentemos la fortaleza divina actuando en nuestras vidas, daremos este paso con creciente confianza. Sabremos que él puede y quiere ayudarnos a vencer nuestras tendencias al mal, heredadas y cultivadas.
Muchos de cuantos resuelven sus problemas con la ayuda de Dios se sienten perplejos porque sus antiguas debilidades todavía los asedian y tienden a volver a sus antiguos modos de vida. Pero debemos recordar que mientras vivamos, sentiremos los impulsos de la vida antigua, del viejo hombre. El deseo irresistible por el cigarrillo o el impulso por satisfacer nuestros apetitos y deseos carnales, o las ansias de poder o de dinero serán muy poderosos y podrán surgir muchas veces al día. Pero tales trampas no significan que Dios no esté obrando en favor nuestro. Al contrario, Dios permite que nos asalten las tentaciones por diversas razones.
Una es que las palabras son baratas. No todo el que dice “¡Señor, Señor!” recibirá la ayuda de Dios. Una mujer fumadora dijo una vez que durante veinte años había estado pidiendo a Dios que le ayudara a dejar de fumar, ‘‘y no lo ha hecho todavía”, expresó. Quería que Dios lo hiciera todo, pero ella no estaba dispuesta a hacer su parte.
No podemos cambiar nuestra conducta por nosotros mismos. Sin embargo, Dios obra sólo en la medida en que nosotros obramos. Si probamos una vez más, tratando de lograr lo que hemos sido incapaces de hacer en el pasado —pero ahora con la promesa y la esperanza de la ayuda de Dios— él suplirá nuestra deficiencia y nos dará el éxito anhelado. Dios sabe si nuestro deseo de recibir su ayuda es auténtico o no, conoce la intensidad de nuestros esfuerzos por alcanzar nuestros objetivos.
Esto no es salvación por obras. Debemos reconocer honestamente nuestra incapacidad para hacer lo que sabemos que deberíamos hacer. Mientras luchamos por obtener la victoria demandando la ayuda de Dios, lo que hacemos simplemente es usar el don que él nos ha dado para cooperar con su infinita potencia en el cumplimiento de su voluntad. Y cuando obtenemos el éxito, gracias a esta merced, no podremos gloriarnos de ello. Lo que haremos será señalar con humilde reconocimiento a nuestro Dios obrando en nuestro favor, fortaleciendo nuestra debilidad y capacitándonos para vencer.
Elena G. de White dice: “La obra de ganar la salvación es una operación mancomunada. Debe haber cooperación entre Dios y el pecador arrepentido. Es necesaria para la formación de principios rectos de carácter. El hombre debe hacer fervientes esfuerzos para vencer lo que le impide obtener la perfección. Pero depende enteramente de Dios para alcanzar el éxito. Los esfuerzos humanos, por sí solos, son insuficientes. Sin la ayuda del poder divino, no se conseguirá nada. Dios obra y el hombre obra. La resistencia a la tentación debe venir del hombre, quien debe obtener su poder de Dios. Por un lado hay sabiduría, compasión y poder infinitos, y por el otro, debilidad, perversidad, impotencia absoluta”.[2]
Afortunadamente, la frecuencia e intensidad de la tentación disminuyen cada día cuando vivimos victoriosamente con la fortaleza de Dios. La creciente confianza de que en Cristo podemos vencer, pronto reemplaza a la desesperada lucha que experimentamos al principio.
5. Debemos ser agradecidos. La creciente confianza que experimentamos en la ayuda de Dios se mantiene cultivando una actitud de agradecimiento. Sin ella, la incertidumbre pronto nos Invade. Perdemos nuestra perspectiva, y ya no distinguimos con claridad el papel de Dios y el nuestro en la lucha contra el mal.
Un hombre que había abandonado el hábito de fumar durante cinco semanas, al volver a caer dijo: “Yo sabía que esto no podía durar”. Había estado viviendo con esa sensación de fracaso inminente. El espíritu de gratitud lo habría preservado de sentirse así y recaer nuevamente. Cuando cultivamos el sentimiento de lo mucho que Dios ha hecho en nuestras vidas surge una barrera contra un pesimismo tal.
El que tiene un problema de exceso de peso puede que tenga que recorrer un largo camino, pero lograr comer moderadamente un solo día, es ya una victoria. Aunque a veces parezca que estamos a punto de fracasar, pero no volvemos a nuestros viejos caminos, debe ser motivo de agradecimiento al Señor por el éxito otorgado hasta ese momento. Estamos logrando lo que anhelamos, y Dios lo está haciendo con nosotros y por nosotros.
6. Debemos mantener una relación a largo plazo con Dios. No hay excusa para volver nuevamente a nuestros viejos caminos. Desafortunadamente, la recaída nos acosa con demasiada frecuencia. Esto ocurre cuando olvidamos, o deliberadamente ignoramos a Dios. Semejantes recaídas constituyen nuestro fracaso, no el de Dios. Una mujer que estaba bajando de peso con la ayuda de Dios, dijo una vez: “Bajar de peso con la ayuda de Dios es deprimente. Si no hablo con Dios toda la mañana, tiendo a andar rumiando todo el día, comiendo golosinas. Lo mismo se repite en la tarde y en la noche. Si no hablo con Dios todo el tiempo, bajar de peso es imposible”.
¡Qué maravillosa forma de ver las cosas! Ilustra claramente la instrucción bíblica de orar “sin cesar” (1 Tes. 5:17). La única forma de lograr la victoria es manteniendo una continua relación con Dios. Fracasamos si decidimos que en vista de que Dios nos ha dado cierta medida de éxito, en adelante podemos continuar solos, con nuestras propias fuerzas. Si usamos a Dios para el “despegue” y no para dotarnos continuamente de su poder, el fracaso es seguro.
Pero si por desgracia fracasamos, no debemos abandonar la lucha. Cuanto más confiemos en Dios y menos en nuestras propias fuerzas, tanto más éxito obtendremos.
7. Debemos arremeter contra el siguiente problema. Cuando, gracias a la fortaleza del Señor, hemos vencido una debilidad, tenemos un modelo de cristianismo práctico en base al cual trabajar y que es perfectamente aplicable al siguiente problema. Gran parte de la vida cristiana consiste en identificar los problemas que nos asedian, y vencerlos con la ayuda de Dios.
Algunos son más fáciles de vencer que otros. Algunos requieren sólo unos pocos días de lucha. En cambio otros pueden tomarnos años. Y la secuencia en que deben resolverse los problemas varía de persona a persona. Esta es la razón por la cual algunos cristianos genuinos todavía fuman, beben alcohol o comen demasiado.
No obstante uno puede descubrir fácilmente a los realmente vencedores. Ellos se gozan por los milagros que Dios está haciendo en sus vidas. Hablan de victorias y luchas cotidianas ganadas, y tratan de alentar a sus hermanos y beneficiarlos con su apoyo.
No debemos juzgarnos unos a otros por aquellos problemas aún no resueltos en nuestras vidas. Sabemos que la voluntad de Dios nos guía individualmente según nuestra capacidad de cooperar con él.
Algo anda mal en nuestra relación con Dios cuando no experimentamos cambios en nuestra vida. Si mantenemos una buena relación con Dios, él nos cambiará continuamente y nos ayudará a alcanzar nuestro blanco de asemejarnos a Cristo. Por otra parte, las creencias fundamentales de la iglesia constituyen una carga inútil para aquel que no tiene una experiencia cristiana práctica y victoriosa.
Cuando ayudemos a otros a consolidar su experiencia cristiana, debemos entender que podría tomar muchas semanas e incluso meses guiarlos en este proceso. Cuando tengamos que disciplinar a los nuevos creyentes, deberíamos primero asegurarnos de que comprenden y conocen a Jesús como un Salvador que cambia la vida antes de disciplinarlos. Es probable que los pongamos en contacto con nuestras doctrinas distintivas antes de ponerlos en una relación transformadora con Jesús, pero debemos reconocer que tal conocimiento doctrinal es inútil sin una relación transformadora con él.
Desafortunadamente, tal parece que en la actualidad el requisito para el bautismo es, simplemente, tener una somera comprensión de la doctrina. Pero el bautismo no confiere salvación al alma. Alguien podría administrárselo a personas que sólo tienen una inoperante y falsa creencia de que “Dios lo hace todo” —pero que no han experimentado ningún cambio. En algunos casos el bautismo significa simplemente que la persona ha aceptado que las doctrinas son correctas.
Además de sus blancos bautismales, la iglesia debería tomar en cuenta la necesidad de poner a las personas en una relación transformadora con Jesucristo. Un redescubrimiento de la correcta función del mensaje de salud sería muy útil aquí. El evangelismo de la salud llega a las personas cuando sienten que necesitan cambiar. Incluso los escépticos probarán a Dios cuando estén desesperados y comprendan su incapacidad para cambiarse a sí mismos.
Volvamos ahora al asunto de cómo salvar a las almas de sus pecados. Los que llegan a comprender a Dios como alguien que los ayuda en sus tremendas luchas y necesidades, desearán saber otras cosas más profundas acerca de él. Y el bautismo será el hermoso final de estos buscadores que hayan llegado a una comprensión cabal de la belleza de nuestras doctrinas distintivas. Aunque ambas ocupan un lugar importante, deberíamos estar más preocupados por conducir a las personas a una relación transformadora de la vida con Jesucristo que en enseñarles la doctrina.
El mensaje de la salud necesita del Evangelio para mantenerse fijo en su propósito básico, que es mostrar a las personas el camino que conduce a una transformación verdadera. Los esfuerzos evangelísticos de la iglesia necesitan del mensaje de la salud para que éstos sean prácticos y colocados en un nivel donde aquellos que están luchando con hábitos, adiciones y problemas puedan encontrar la solución definitiva. Los Adventistas del Séptimo Día tienen el privilegio y la oportunidad de poner la ciencia de la salvación en su correcta perspectiva iluminadora y transformadora.
Sobre el autor: es médico en el Huguley Memorial Medical Center, de Fort Worth, Texas. Este artículo lo recibimos del Departamento de Salud y Temperancia de la Asociación General.
Referencias:
[1] Elena G. de White. El Deseado de todas las gentes, pág. 307.
[2] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, pág. 384.