Raíces y perspectivas de la Posmodernidad a la luz de los escritos de Pedro.

Al prevenir a los creyentes del primer siglo sobre las influencias de ciertos escarnecedores, el apóstol Pedro describió un tipo de razonamiento que ha prevalecido por siglos en Occidente (2 Ped. 3:3). Revisaremos las declaraciones de este apóstol intentando encontrar similitudes con las cuales enfrentar nuestra época, esbozando sucintamente el desarrollo histórico de lo que se ha llegado a conocer como Posmodernidad. Sin la intención de presentar toda la ideología posmoderna, ofreceremos un cuadro general a fin de habilitar a todo seguidor de Jesús para que enfrente los desafíos de esta época.

Cuando las puertas se cerraron

“Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen, así como desde el principio de la creación” (2 Ped. 3:3, 4,).

Las críticas en contra de la esperanza en la segunda venida de Cristo repercuten en el fin de la era apostólica. No era solo el aparente atraso de Jesús lo que estaba en la balanza; la propia imposibilidad de una intervención divina estaba en el meollo del argumento, porque, para los críticos, “todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación”. Los alegatos sobre la falta de evidencia de que un Dios superior pudiera actuar en el mundo físico socavaban el estado de alerta y de preparación que Pedro evocaba en el contexto del juicio inminente (1 Ped. 1:13; 2:23; 4:45; 5:1; 2 Ped. 2:4-16).

La postura de los críticos, tal como la presenta Pedro, de que no existe la intervención divina en la historia humana, que no le debemos rendir cuentas a ninguna entidad superior que permanezca inalterable, es compatible con los pilares del naturalismo, una cosmovisión que compite con la fe cristiana. El naturalismo cambió el curso de la historia, conduciendo a Occidente desde la Edad Media hacia la Edad Moderna. El fruto más reciente del naturalismo es la Posmodernidad.

Cuando el naturalismo surgió en el mapa de Occidente, ¿desbancó a Dios de la conciencia del individuo y de su rol como fundamento para el orden social? De cierta forma, el abandono de nociones cristianas -entre las cuales están la creación, la providencia y la mayordomía- se dio por medio del desarrollo tecnológico del hombre en el siglo XVII, culminando con la revolución científica que, de forma curiosa, fue promovida dentro de una mentalidad predominantemente cristiana. El hombre intentó concebir el universo como una máquina. Bastaba con conocer el funcionamiento de los mecanismos para dominar la naturaleza. Dios pasó a cumplir un rol reducido en este esquema: del “relojero desinteresado” del deísmo, a una creencia innecesaria en el naturalismo ateo, para ser casi eliminado en Occidente.

Ahora, el hombre era el centro, con sus conquistas tecnológicas y sus sueños de una sociedad que cosecharía los beneficios del conocimiento científico. Llegamos a la Modernidad, un conjunto de procesos que se refuerzan mutuamente, que se relacionan con el capital, la dinámica del trabajo, el aumento de la autoridad política, el fomento de las identidades nacionales y la secularización, entre otros. Al progreso se le atribuyeron cualidades divinas, como eternidad, omnisciencia, omnipotencia y excelencia. “Nació la autodeterminación humana y el poder humano sobre el mundo -una religión sustituía para un número cada vez mayor de personas”.[1]

Sin embargo, esa revolución en el pensamiento occidental desencadenó una profunda dicotomía entre la realidad y la esperanza, jamás superada por los filósofos de la Era Moderna. Para entender mejor esta cuestión, analizaremos las premisas naturalistas y sus consecuencias prácticas.

Demoliendo fundamentos

Al asumir el naturalismo como brújula, la Modernidad vio cómo se desvanecían los valores tradicionales que formaban parte del legado cristiano en Occidente. Pensemos en la moralidad, nuestra capacidad de discriminar entre las acciones correctas e incorrectas. Sin la presencia de un Dios personal, se hace imposible determinar de manera universal lo que es bueno y lo que es malo. El razonamiento es sencillo: si a Dios no le interesa el mundo, o sencillamente no existe, no tenemos que rendirle cuentas a nadie (1 Ped. 3:8-12). Sin Dios, cae por tierra el sentido de mayordomía. Somos libres para vivir de la forma que nos dé la gana.

Otro aspecto que afecta la comprensión básica de la moralidad tiene que ver con el sentido de propósito de la existencia humana. Preste atención a cómo el biólogo Richard Dawkins, partidario del naturalismo, habla sobre las implicaciones del evolucionismo sobre el sentido de propósito: “El verdadero proceso que le dio alas y ojos, picos e instintos para anidar, y todo lo demás en la vida, que da la ilusión de propósito en el diseño, ahora, es bien comprendido. Es por selección natural darwiniana. Nuestra comprensión sobre esto es relativamente reciente, en el último siglo y medio. Antes de Darwin, incluso gente educada que había renunciado a preguntas sobre el ‘por qué’ de las rocas, de los arroyos o de los eclipses, aun aceptaban la legitimidad de ese tipo de preguntas cuando se trataba de seres vivos. Ahora, solo lo hacen los científicamente iletrados”.[2]

En otro libro, Dawkins aclara que solo los locos depositan su esperanza en el destino final del cosmos. Para él, todo tipo de ambiciones y percepciones humanas deberían regir nuestra vida en vez de un sentido de propósito trascendente, ya que la naturaleza es el fruto del azar y del trabajo ciego de la selección natural.[3]

Existen tremendas implicaciones al admitir el concepto naturalista de un universo cerrado y regido por fuerzas impersonales. Si no existe propósito para la existencia humana y estamos limitados solo al mundo físico, se acaba todo fundamento para establecer conceptos como el bien y el mal ya que, en un mundo manchado por el pecado, el bien y el mal van de la mano, y solo pueden ser diferenciados por una referencia externa a este mundo (lo que en teología se denomina como “revelación especial”; es decir, la actividad profética registrada en la Biblia).

Además de esto, si todo lo que existe puede ser explicado por fuerzas impersonales, como lo propone el naturalismo, se infiere que la propia conciencia humana es el resultado de estas fuerzas. Con mayor razón se hace difícil diferenciar entre las acciones buenas y las malas, pues todas son “naturales”, parte del comportamiento del hombre-máquina, y han sido preservadas por la selección natural para garantizar nuestra supervivencia. Esto refuerza la imposibilidad de la responsabilidad personal por nuestras acciones -aun las que consideramos como crímenes horrendos.

¡No es sorprendente que dos eruditos darwinistas (un biólogo y un antropólogo) hayan sustentado que la violación sexual es un comportamiento natural![4] Tal suposición -de que todo acto humano tiene una explicación natural- conduce al caos social. Como escribió Conrado Alvaro: “La gran desesperación que se puede apoderar de una sociedad es la duda de que vivir honestamente sea inútil”.[5]

La falta de fundamento para el conocimiento unificado (sobre nosotros, sobre el mundo y que este tenga algún propósito) conduce a la desesperación. Por esta razón, se hace imposible vivir de manera plena con los resultados de la propuesta naturalista Esta realidad levantó oposición al naturalismo durante el siglo pasado -desde el existencialismo hasta la contracultura de la década del ’60. En este último caso, el misticismo y las drogas eran la manera de “abrir la mente” a una nueva realidad. Tomando en cuenta que la realidad de la óptica naturalista no podía ofrecer apoyo para ningún tipo de esperanza, solo quedaba el refugio de la utopía irracional.

El siguiente testimonio es el registro de la mentalidad de la contracultura: “La droga en aquellos días fue uno de dos elementos que constituyeron la revolución, con un significado especial para cada uno de nosotros. No fumábamos soto porque era atrevido o para alterar nuestra percepción, sino para quebrar toda una estructura política. La postura iconoclasta sería un fenómeno mundial, una actitud de contracultura frente a un país que vivía los ‘años de acción’ de la dictadura militar. Éramos rebeldes con buenas causas. En Francia, los motivos eran otros, pero la reacción fue la misma”.[6]

Después del coqueteo con la utopía mística, la última faceta de la desesperación humana desembocó en la Posmodernidad.

La última estación

La mente posmoderna dejó de buscar la verdad absoluta. Lo que importa ahora es la verdad útil, que funcione y consiga satisfacción individual. La verdad pertenece a la esfera privada, no a la pública. Desde esta perspectiva, tenemos que encarar la ola de espiritualidad reciente: no como un avivamiento de la llama de la fe, sino como una alternativa para huir de las implicaciones naturalistas, sin expresar el rechazo de su propia base, lo que convierte en inocuas todas las esperanzas que van más allá del mundo físico. Cada persona puede mezclar los elementos religiosos de cualquier tradición, de la forma que quiera, tratando de alcanzar confort, aunque este no pase de una ilusión autoadministrada.

En el cristianismo (particularmente las ramas protestante y pentecostal, una religión de conversión individual), su comprensión le da valor al ingreso voluntario a la comunidad. En este contexto, la expansión de la espiritualidad parece promisoria para la expansión de la fe cristiana. Mientras tanto, ese retorno a la religión está condicionado por la Posmodernidad a la esfera de lo privado, de lo íntimo, lo que priva a la religión de la importancia que tenía como matriz cultural globalizadora; esta religión limitada pierde la capacidad de ejercer influencia en diversos ámbitos de relevancia social, restringida solamente a la esfera individual. El nuevo concepto de cristianismo no ofrece valores sólidos, sino puntos de venta mágico-místicos. La religión cristiana dejó de ofrecer una base racional, y se convirtió en otra utopía irracional, una fantasía conveniente.[7]

En medio de tantos cambios, ¿podemos afirmar que la Posmodernidad sea satisfactoria frente a las ansiedades de la humanidad? La sustitución de modelos de vida por la búsqueda insaciable de deseos y sensaciones emocionantes no conduce al hombre a un mayor grado de satisfacción. Nuevamente estamos delante de una meta que avanza junto con el atleta. En otras palabras, en la práctica, la Modernidad y la Posmodernidad fallan en dar al hombre un sentido de satisfacción, que se alcanza al cumplir los propósitos de la vida. ¿Cuál es la razón? Ambas son edificios construidos sobre el fundamento del naturalismo, el que esclavizó al universo al ignorar la acción de Dios en él.

Toda crisis que se origina en la concepción de un universo cerrado resulta en la sobrevaloración optimista del racionalismo, en un primer momento, para decantar en el pesimismo de la Posmodernidad. La única solución para el hombre al borde de la falta de propósito está en regresar al teísmo, la única cosmovisión que ofrece la presencia de un Dios personal e infinito, que es capaz de proveer para todas las necesidades humanas. Es necesario entender que la vida solo tiene sentido si el universo, tanto físico/externo como el personal/interno, está abierto para la acción de Dios que la Biblia presenta, aceptando su completa soberanía.

Sobre el autor: Pastor de Asociación de la Catarinense, Rep. de Brasil.


Referencias

[1] Hans Küng, A Igreja Católica (Rio de Janeiro, RJ: Objetiva, 2002), p. 190.

[2] Richard Dawkins, River Out of Eden (Londres: Weindelfeld & Nicolson, 1995) P. 98.

[3] Desvendando o Arcoiris: Ciencia, llução e Encantamento (San Pablo, SP: Campanhia das letras, 2001), p. 9.

[4] Randy Thornhill y Craig T. Palmer, The Natural History of Rape: Biological Bases of Sexual Coercion (Cambridge, MA: Mit Press, 2000).

[5] A noticia, 2/01/2009, “Canal aberto”, p. 6.

[6] Depoimento de Ivan Costa em Toninho Vaz, Paulo Leminski: o Bandido que Sabia Latim (Rio de Janeiro, RJ Editora Record, 2001), p 90.

[7] Fabiana Lucí de Oliveira, “O campo da sociología das religiões: secularização versus a ‘Revanche de Deus’ ”, hnp://period¡cos.ufsc.br/index.php/interthesis/anide/viewPDFInterstitial/724/574 P 5-7.11.12-