—Bueno —dijo mi esposo, mientras se inclinaba para desatar los cordones de sus zapatos, cuando nos preparábamos para acostarnos—, no fue la clase de día que yo había planeado.
—Ni fue tampoco la que yo había planeado —agregué con una risita.
—Pero fue muy lindo ver a esas personas otra vez. Pedro está tan entusiasmado con su trabajo —y mi esposo sacudió la cabeza al continuar—; hubo un tiempo en que pensamos que nunca podría hacerlo. Sus notas eran muy pobres. Parecía que no sabía cómo estudiar, pero aprendió —a fuerza de coraje. Ahora se lo ve maduro. Míralo: una iglesia ya suya. Es maravilloso lo que el Espíritu Santo puede hacer por alguien que se consagra.
Cada uno de nosotros había hecho planes de realizar ese domingo muchas cosas que habían estado esperando atención. No teníamos compromisos y el día estaba libre —así pensábamos. Empezábamos a ocuparnos en nuestros quehaceres cuando sonó el timbre de la puerta, y allí estaban dos jóvenes ex alumnos, sonriendo de oreja a oreja. Estábamos encantados de verlos y de compartir su entusiasmo cuando nos contaban de sus actividades en la iglesia. Les ayudamos a buscar material que necesitaban para atender distintos aspectos de la obra y, por supuesto, los invitamos a compartir nuestra mesa.
Apenas se habían ido cuando otra llamada de timbre nos hizo ir a la puerta del frente.
—¿Tendría unos pocos minutos para dedicarme? —rogó el hombre que había llamado—. Tengo tanta necesidad de hablar con usted sobre… —y su rostro grave y su aire de preocupación indicaban que realmente estaba necesitando ayuda. Pasaron dos horas o más hasta que se fue, pero lo hizo con un paso más firme y una expresión más feliz.
En casa siempre decimos del domingo: “Es el día en el que puede esperarse a cualquiera o cualquier cosa”. Nunca sabemos qué o a quién puede traer el domingo. Quizá a nadie, o a todos. Es un día de sorpresas genuinas.
A veces un día así puede ser frustrante. Usted dice para sus adentros, resueltamente: “Debo terminar esto hoy” y cuando sobreviene una interrupción se queda completamente desconcertada porque debe abandonar sus planes o quemarse luego las cejas para terminarlos cuando todos los demás se han ido a dormir.
Está amasando la masa —y suena el timbre de la puerta.
Se está lavando el cabello —y llama el teléfono.
Está preparando un bosquejo —y alguien de la familia necesita ayuda, ¡en el momento, y de qué manera!
¡Cuánto nos podemos frustrar al ver que nuestros planes se interrumpen, y cuánto daño podemos hacernos albergando esa frustración!
Después de todo, ¿por qué habíamos de sentirnos así? En la mañana nos consagramos a Dios. “Haz de esto tu primer trabajo”, nos dice la sierva del Señor.
Sí, siempre lo hago, dice usted. Bien, lea entonces. “Sea tu oración: ‘Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en ti’”. Luego continúa y nos aconseja: “Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia” (El Camino a Cristo, pág. 73).
Ahí es donde a menudo radican nuestras dificultades. Trazamos planes cuidadosamente —nuestros planes— y luego nos irritamos porque no podemos llevarlos a cabo debido a las interrupciones. Pero no es eso lo que se nos pide que hagamos. Hemos de someter nuestros planes al Maestro, y entonces si él ve propio alterarlos en alguna forma debemos recordar que son sus planes los que debemos cumplir.
Así que ese vestido que no pudo cortar, ese cantero de flores que no pudo desyerbar, aquella torta que no pudo preparar, la charla que no pudo bosquejar o el artículo que no pudo copiar no eran tan importantes como las cosas que surgieron como interrupciones. La palabra de ánimo que usted dijo, ese material que le llevó tiempo buscar y explicárselo luego a un joven obrero, aquel consejo atinado que dio, pueden haber sido un punto decisivo en la vida y la obra de quien “interrumpió”.
Acepte esas interrupciones como lo que son —un cambio de planes ordenado por Dios. Al hacerlo así eliminará el sentimiento de frustración y se sentirá contenta al saber que está haciendo la voluntad de Dios y cumpliendo con sus propósitos.
Al aceptar lo que el día le depare, será para usted la siguiente promesa: “Sea puesta así tu vida en las manos de Dios, y será cada vez mas semejante a la de Cristo” (Ibid.).