La falta de espiritualidad puede realmente impedir la llegada del reino de Dios.
La palabra espiritual, en la acepción que nos interesa destacar, significa “dirigido por el Espíritu Santo”. Un jefe espiritual es una persona dirigida por el divino Espíritu, alguien que coloca las cosas de Dios -las cosas del Espíritu- por delante de toda consideración carnal o terrenal. En síntesis, es un dirigente que hace de Cristo, quien obra mediante su Espíritu, lo primero, lo último y lo mejor en todas las cosas.
Un dirigente espiritual es alguien que se deja guiar por el Espíritu. Pablo habla de los hombres que son “guiados por el Espíritu” (Gál. 5:18). En la vida de un jefe tal, el Espíritu Santo ha logrado la preeminencia. El poder transformador del Espíritu Santo ha relegado las cosas de este mundo a un lugar secundario. Jesucristo ocupa el primer lugar en la vida de todo dirigente espiritual.
Cuando el Espíritu habla, el hombre espiritual obedece. Su conciencia es muy sensible a las apelaciones y a las demandas de la voz guiadora de Dios. No se detiene a parlamentar o negociar con él. Cuando Dios habla, el hombre espiritual obedece. Sin vacilar, se ofrece: “Heme aquí, envíame a mí”.
Un dirigente espiritual con una perspectiva espiritual no necesita hablar acerca de su espiritualidad: esta será evidente para todos. Su vida habla en forma suficientemente audible como para que todos oigan y saquen sus conclusiones. Colocará las primeras cosas en primer lugar en su ministerio. Concederá la atención debida a la técnica de la conducción, pero esta ocupará un lugar secundario. Cristo y su reino están en primer lugar. En su experiencia hay un “servicio de acción” tanto como un “servicio de labios”. Cuando él habla de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gál. 5:22, 23), todos saben que está hablando de su experiencia personal y no simplemente de lo que ha leído u oído.
El dirigente espiritual se preocupa por el bienestar espiritual de aquellos con quienes y para quienes sirve. Ora con y por sus obreros. Pronuncia palabras de aliento espiritual que elevan a los que han caído y dan ánimo a los débiles de corazón. Es una torre de fortaleza para los que están en necesidad. Inspira en el miembro u obrero que flaquea una nueva esperanza, una nueva vitalidad.
El jefe espiritual se interesa personalmente en el bienestar de sus consiervos. No pasa por alto las “cosas pequeñas” que pueden edificar o quebrantar a un hombre, desanimarlo o fortalecerlo. El dirigente espiritual está allí cuando se lo necesita. Se puede contar con él. Los que lo conocen bien saben que pueden confiar en él.
El dirigente espiritual se gana el respeto y la confianza de sus asociados. Cuando usted está gravemente enfermo y su vida pende de un hilo, no manda llamar al orador más elocuente o al bromista más agudo que brilla en el círculo de la liviandad. Llama a un jefe espiritual. Confía en las oraciones del dirigente que, según usted cree, camina con Dios, aquel cuyas oraciones se elevarán sin obstáculo al trono del gran Médico. Lo respeta. Ese respeto y esa confianza no están mal depositados.
Un jefe espiritual tiene una “gentileza, conocida de todos los hombres” (Fil. 5:5). No es un crítico duro, ni se dedica a encontrar faltas. El nombre, la reputación y los problemas personales de cualquiera están seguros en su custodia. Su lengua, dirigida por el Espíritu, no traicionará la confianza depositada en él.
Ya que “la falta… de espiritualidad, impide la llegada del reino de Dios” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 71), usted y yo necesitamos examinar nuestras vidas y evaluar nuestras prioridades para asegurarnos de que no estamos demorando el retorno de nuestro Señor.
Debemos ser dirigentes espirituales.