Alud de temores y mar de ambiciones
La vida estudiantil quedó anclada en el ayer. Amigos, maestros, condiscípulos; los días de fatigoso estudio y desvelos, éxitos y fracasos, no son más que recuerdos celosamente guardados en las estancias del corazón, momentos que no volverán a repetirse.
El joven ministro enfrenta la realidad del trabajo para el cual se ha preparado duramente. Sin embargo, la ilusión de comenzar el trabajo en su primer distrito, no impide que su
mente se vea sacudida por la duda, la inseguridad y una cantidad de interrogantes. Se siente invadido por un mosaico de sentimientos encontrados: optimismo y pesimismo: teoría y realidad; capacidad e incapacidad… Y, sumado a todo esto, la obligación de definir sabiamente cada uno de estos sentimientos. El joven ministro, en este caso, es como un caminante que se apresta a comenzar su viaje y debe elegir las cosas que llevará en su valija. De esto dependerá su éxito.
¡Temores del aspirante!
Al iniciar su trabajo, el aspirante adopta un concepto positivo de su obra y organiza un plan que define los objetivos de su ministerio. Allí se funden en un todo congruente lo que aprendió en el seminario y lo que ha oído y recibido a través de consejos provenientes de diversas fuentes, y con este plan de “viaje” se dispone a comenzar su labor. Pero en su fuero interno lo asalta un constante temor: ¡el fracaso!
Este temor puede surgir en la mente del aspirante al descubrir que la realidad del campo difiere mucho del romance de la aventura ministerial. Antes, el ideal le inducía a ver un amplio horizonte de posibilidades delante de él; pero es posible que la realidad le muestre soberbias montañas de dificultades donde el idealismo veía suaves colinas. Una de esas montañas son las grandes responsabilidades que tiene que asumir y que dejan al descubierto su inexperiencia e incapacidad. Observa a cada paso que la teoría y la realidad no siempre son compatibles.
Cambia también su comprensión de las necesidades de la iglesia. Sabe que ella no espera una transmisión mecánica de conocimientos acerca de Dios, sino un modelo de cristianismo práctico. No necesita tanto que le hablen en un lenguaje que le resulta difícil entender, sino un mensaje lleno de poder proveniente de la Palabra de Dios. No desea una ampulosa elocuencia, sino una comunicación clara y sencilla del mensaje de Dios. No desea a alguien que la gobierne, sino alguien que trabaje a su lado: un líder, un guía, un ejemplo.
Todo lo anterior obliga al aspirante a cambiar el enfoque de su ministerio. Ya no lo ve como una profesión, sino como una vocación a la cual fue llamado por Dios. La comprende como una sumisión total de sus ideales, incluso de sus propias necesidades y las de los suyos, en bien de la obra de Dios. Recién entonces empieza a comprender lo que quiso decir Pablo cuando escribió: “Pablo, siervo de Jesucristo” (Rom. 1:1).
Y así, al comprender la grandeza y santidad de la obra en la que está empeñado, el aspirante se pregunta: “Para estas cosas, ¿quién es suficiente?” ¿Sirvo yo para esta obra? La búsqueda de respuestas a estas preguntas puede constituirse en una verdadera lucha con Dios. Con el paso del tiempo, al ver las bendiciones de Dios sobre su trabajo manifestadas en almas que se entregan al Señor, sale vencedor en su lucha con Dios y comienza a sentir que ha sido llamado por Dios “como lo fue Aarón” (Heb. 5:4). De allí en adelante, lo único que puede hacer es aferrarse al Todopoderoso y decirle: “No te dejaré si no me bendices”.
Este período de lucha interior, seguir adelante o no, se ve acompañado por otras circunstancias que, por ser nuevas, crean tensión en la vida del joven ministro.
Superando dificultades
El joven aspirante al ministerio siente el peso de las exigencias de la iglesia y de la organización en la persona de sus dirigentes. No se siente seguro de poder satisfacer plenamente tantas expectativas, pero decide hacer todo lo mejor. Despliega sus mejores esfuerzos para hacer su trabajo a la perfección. Lamentablemente, descubre con bastante frecuencia que es más falible de lo que había pensado. Esta situación le crea una sensación de inseguridad que puede ser muy angustiosa si no logra superarla. Con el tiempo, cuando ya haya adquirido experiencia, comprenderá que todos somos humanos, imperfectos, propensos al error, y que sólo con la ayuda divina se pueden superar las deficiencias. Así, con el paso del tiempo, su vida ministerial se ve enriquecida y la frecuencia y gravedad de sus errores van disminuyendo. Y los problemas, antes grandes y difíciles, comienzan a verse en su justa proporción.
Durante este difícil período de ajuste, el aspirante puede sentirse dolorosamente herido por el puñal de la crítica destructiva. Es muy importante la forma en que decida afrontar este peligroso enemigo que puede dejar marcado su ministerio e, incluso, destruirlo. Hay dos actitudes que el aspirante al ministerio puede asumir frente a la crítica: 1) Sentirse agraviado personalmente y albergar sentimientos de auto- compasión y rencor contra sus críticos. Esto puede convertirse en una pesada carga que, a la larga, puede hundirlo en un pozo de amargura. 2) Impedir que la crítica penetre y afecte la fuente de la vida: la mente. Puede y debe decirse a sí mismo: “No permitiré que esto arruine mi vida. Examinaré esta crítica y aceptaré lo que tenga razón y me olvidaré de lo demás”.
¿Qué consejos podrían dársele al aspirante para que salga airoso de esta etapa difícil, hasta convertirse en un pastor maduro y experimentado? Sólo daré algunos, y su propia experiencia le trazarán la ruta finalmente.
Una relación constante con Dios fortalecerá al aspirante.
1.Recuerde que ha sido llamado por Dios
Usted ha sido llamado por Dios lo mismo que Moisés, Josué, Pedro, Jacobo y Juan. No ocupa un lugar en la viña del Señor por casualidad. Cuando muchos oraron al Señor, siguiendo el consejo de Jesús, pidiéndole que enviase “obreros a su viña”, Dios le envió a usted. Usted es un elegido de Dios quien le llamó a su obra. El que le llamó le dará la victoria, pues “todos sus mandatos son habilitaciones”. Sólo cuando este pensamiento domine su vida, desaparecerá la inseguridad y la indecisión, y el poder de Dios lo llenará.
2.Dios es el verdadero apoyo
¿En quién debe descansar su confianza? ¿En los compañeros? ¿En la iglesia? ¿En sus capacidades y conocimientos? Sabemos claramente que no, porque si así ocurriera, usted y su ministerio se derrumbarían como castillo de arena. La fe y la confianza deben reposar en Dios, y ésta crecerá a medida que aprendamos a confiar más y más en él.
Una relación constante con Dios fortalecerá al aspirante como fortalece al pastor al afrontar las difíciles tareas de su cargo sagrado. Digamos como David: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Sal. 16:8; cf. 2 Crón. 16:7).
3.No piense demasiado en sus errores
No piense demasiado en sus errores, sino en las lecciones que puede desprender de ellos. Moisés escribió: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). Pensar demasiado en los errores es doloroso y autodestructivo. Por tanto, saque toda la enseñanza que pueda de ellos y luego olvídelos. Siempre recordaré el consejo de un condiscípulo mío el día que prediqué por primera vez y cometí grandes equivocaciones. A la salida me dijo: “Recuerda que nadie es perfecto, por eso los lápices tienen borrador”.
4.Cultive el arte de pensar antes de hablar
Si Pedro hubiera sido tardo para hablar, no habría cometido tantos errores. Contra este peligro Elena G. de White da el siguiente consejo: “En un momento una lengua precipitada, apasionada y descuidada, puede hacer un daño que el arrepentimiento de toda una vida no podría deshacer” (La educación, pág. 237).
El habla es uno de los dones más maravillosos otorgado por Dios, pero su uso equivocado puede producir graves problemas, profundas heridas que después serán perennes cicatrices que a veces sólo la muerte podrá borrar. Con justa razón los escritores bíblicos presentaron con sumo cuidado la forma en que debe usarse ese don. Ellos hablaron de su poder destructivo (Prov. 18:21; 29:20; Sant. 3:5), de su efecto trascendente en el futuro (Mat. 12:36) y del poder del silencio (Prov. 29:20). Por tal motivo, es oportuno el consejo de Santiago: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (Sant. 1:19).
5.Escuche el consejo de la experiencia
En 2 Crónicas 10 encontramos el triste caso del joven rey Roboam, que no quiso escuchar la voz de los viejos consejeros de su padre. El resultado fue la división del pueblo de Dios y su consiguiente caída en la apostasía. ¡Cuánta tristeza se hubiera evitado, y la historia habría sido diferente, si en lugar de seguir el consejo de la inexperiencia, Roboam hubiese escuchado los sabios y maduros consejos de los que ya conocían la vida!
6.Vacúnese contra la crítica
¿Qué hace usted cuando lo critican? ¿Se enoja, guarda rencor, se justifica, responde con otra crítica? Salvador Iserte, en su libro Los peligros del pensamiento mal dirigido sugiere tres pasos a seguir: a) Dé amablemente las gracias, b) pida datos concretos a su crítico, c) aproveche la crítica para mejorar. Estos tres pasos ayudan a desarmar a nuestros detractores si su crítica ha estado anclada en la mezquina envidia o la maledicencia; o si, por el contrario, es justificada, servirá de impulso para realizar las mejoras necesarias.
Una palabra más: Siempre habrá detractores insatisfechos que lanzarán sus críticas: ¡espérelas!, son parte de la vida. Piense en Cristo quien también fue criticado, y propóngase en su corazón no dejar que estas cosas le impidan conciliar el sueño y hacer la obra de Dios.
7.Esfuércese y sea valiente
Cuando Moisés puso sobre Josué la pesada carga del liderazgo del pueblo de Dios y la responsabilidad de conducirlo hasta la tierra de Canaán, le exhortó diciendo: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Jos. 1:9).
Es probable que, cual Josué, sientas el peso de la responsabilidad, reconozcas que tienes altos ideales pero poca capacidad para alcanzarlos por tus propios esfuerzos. No te dejes dominar por el pesimismo, y recuerda lo que dijo Eisenhower: “El pesimismo jamás ganó una batalla”. Solamente si sigues el consejo de Moisés y te esfuerzas y eres valiente con la ayuda de Dios; si luchas con tesón en procura de tus ideales; y si recuerdas que Jehová tu Dios irá contigo dondequiera que vayas, ¡vencerás! Y recibirás la bendita corona de la vida.
Sobre el autor: Josney D. Rodríguez es licenciado en teología y educación.