Los misionólogos, en general, hacen muchas referencias a la preponderancia del pastor en el crecimiento y en la plantación de iglesias. Para Peter Wagner, por ejemplo, “el principal factor catalizador para el crecimiento de iglesia es el pastor” (Citado por Joel Sarli, O crecimiento da igreja, p. 62). Charles Chaney y Ron Lewis insisten en la misma idea: “La mayoría de las iglesias que crecen tiene un fuerte, dinámico y agresivo pastor como líder” (ibíd., p. 63).
Sin embargo, algunos pastores, presionados por las influencias socioculturales del ambiente en el que viven, necesitan entusiasmarse más con la plantación de iglesias. Felizmente, hay condiciones favorables. En Sudamérica, según los registros del departamento de Misión Global de la División Sudamericana, casi tres pastores (2,9) plantan un nuevo grupo adventista cada año. No podemos tener en mente otra cosa que no sea mejorar ese índice. Finalmente, este es un plan bíblico, implícito en la Gran Comisión (Mat. 28:19, 20) y ejemplificado por el ministerio del apóstol Pablo (Rom. 15:20-24; 2 Cor. 10:13-16). Como menciona Russel Burrill: “La plantación de nuevas iglesias es el objeto de toda estrategia misionera […]. Solo cuando la prioridad de plantar iglesias sea restablecida, y cuando nuevas iglesias sean plantadas continuamente, es que experimentaremos el crecimiento fantástico proyectado por la gran comisión” (Discípulos modernos, p. 60).
Más aun, según Burrill, los primeros adventistas siguieron los pasos de la iglesia apostólica, “desarrollaron un ministerio compuesto principalmente por evangelistas y plantadores de iglesias. Durante los primeros cincuenta años de la organización, no había pastores responsables por las congregaciones. Ancianos locales nutrían a la iglesia y la lideraban en la evangelización de su territorio. El ministerio adventista en sus inicios era libre para evangelizar nuevos lugares, y plantar en ellos nuevas iglesias” (Ibíd., p. 56).
Pero, considerando que el Espíritu Santo no aprueba esfuerzos desordenados, debemos trabajar bajo un plan integral. No podemos olvidar que, aunque Pablo capacitó a líderes locales y delegó en ellos la responsabilidad de administrar las nuevas iglesias, él continuaba nutriéndolas y edificándolas espiritualmente, por medio de las cartas y las visitas posteriores.
“No tenemos tiempo que perder. El fin está cerca. El viajar de lugar en lugar para difundir la verdad quedará pronto rodeado de peligros a diestra y siniestra. Se pondrá todo obstáculo en el camino de los mensajeros del Señor, para que no puedan hacer lo que les es posible hacer ahora. Debemos mirar bien de frente nuestra obra, y avanzar tan rápidamente como sea posible en una guerra agresiva” (Elena de White, El evangelismo, p. 27).
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.