“Nuestras iglesias son vastos depósitos de energía y dedicación humanas virtualmente no tocados”
Como pastor, nunca he sido capaz de entusiasmarme demasiado con el programa de otros. Ni siquiera si viene del mismo presidente de la asociación.
Pero cuando es mi programa, algo se enciende dentro de mí, y puedo invertir increíbles cantidades de tiempo y energía para lograr su éxito.
¿Por qué me ha tomado tanto tiempo descubrir que la gente de mis iglesias no es diferente? ¡Cuántos años he perdido tratando de hacerlos hacer cosas que no tienen el deseo de hacer, mientras que prácticamente ignoraba el potencial de sus propias esperanzas y sueños concernientes a su iglesia y a su Señor!
He sido culpable de un enfoque del pastorado centrado en mí mismo, pero sospecho que no estoy solo (y estoy deseoso de compartir mi culpa con usted). En diez años de ministerio he escuchado a pastores y dirigentes de iglesia hacer la misma pregunta una y otra vez: ¿Cómo podemos hacer que nuestro pueblo haga lo que “debe” hacer? Esto es, ¿qué deseamos que hagan?
Hacemos la pregunta equivocada, porque todos hemos sido puestos en el mismo molde y ya no podemos discernir su forma. Pensamos que la función de nuestros dirigentes es decirnos lo que debemos hacer, y que nuestro deber es hacerlo. De la misma forma, creemos que si hemos de ser líderes de nuestra iglesia, debemos decir a nuestros miembros lo que deben hacer, y su deber es hacerlo. ¡Y después nos preguntamos por qué falta la motivación!
Hay una alternativa que para mí ha significado una revisión radical de mis ideas de lo que significa ser pastor. ¿La alternativa? ¡Hacer menos por los miembros de mi iglesia! Cuando usted se familiarice con este concepto, también deseará hacer menos por su gente. De acuerdo con esta idea, la pregunta correcta no es: ¿cómo podemos hacer que nuestro pueblo haga lo que deseamos que haga?, sino ¿cómo podemos ayudar a nuestro pueblo a cubrir sus propias necesidades de participación, compromiso y ministerio exitoso en la iglesia?
He aprendido que la gente ya está motivada. Los teóricos de la motivación como Abraham Maslow destacaron esto hace mucho tiempo.[1] Prácticamente todos aquellos con quienes tratamos en nuestro ministerio ya están motivados en alguna forma que hace a la esencia de la tarea de la iglesia. Porque además de nuestras necesidades biológicas de alimento, abrigo y compañía, todos tenemos necesidades básicas de realización, autoestima y reconocimiento. Esto significa que nuestro pueblo quiere ver crecer a la iglesia, porque cree en ella y desea ver afirmadas sus creencias. Ellos quieren hacer una contribución personal a su crecimiento, a causa de su fe en los dones y habilidades que Dios les ha dado. Ellos quieren alcanzar un éxito reconocible, porque necesitan el refuerzo y la segundad que dan sus hermanos y hermanas cristianos.
Nuestro trabajo como pastores, entonces, es ayudarlos a reconocer, expresar y satisfacer estas necesidades dentro del contexto de la comunidad de la iglesia.
Nuestras iglesias son vastos depósitos de energía y dedicación humanas virtualmente no tocados. Pero nuestro pueblo está frustrado, sin comprender siquiera las fuentes de su frustración. Se culpan a sí mismos tanto como a la iglesia y no saben de qué.
El problema no es, como a menudo escuchamos, que nuestro pueblo no sabe qué hacer, o cómo hacerlo. Con los dones que Dios les ha dado, conoce estas cosas en algunos casos mejor que nosotros, sus dirigentes. El entrenamiento es necesario, sí, y el estímulo también. Pero necesitamos entrenarlos y estimularlos en la dirección en la que sil motivación los dirige, no en otra dirección.
En mis años de escolar experimenté con diferentes estilos de peinado. Algunos eran extremadamente a la moda, otros eran más tradicionales. Todos requerían prodigiosas cantidades de fijador, porque mi cabello tenía mente y dirección propias. Cuando finalmente aprendí esto e hice las paces con mi cabello, comencé a peinarlo en la dirección en que crecía. Descubrí que es la manera en que se ve mejor. ¡Nada, ni siquiera una revelación directa podría hacerme cambiar de opinión ahora! De la misma manera, nuestro pueblo dará su mejor servicio cuando reconozcamos la dirección natural de sus vidas cristianas. En lugar de intentar desarraigarlas y reorientarlas de acuerdo con nuestra forma de pensar, aprenderemos a cuidar y nutrir sus propios intereses e inclinaciones. En lugar de “dejar una carga sobre ellos”, descubriremos formas de aprovechar las fuerzas motivadoras que Dios ya ha plantado dentro de ellos.
Este método de liderazgo puede no apelar a algunos, porque parece sugerir la idea de un líder que “sigue” y no de uno que dirige. Sin embargo, tiene una gran ventaja: ¡funciona! Como el Evangelio mismo, encuentra a la gente donde está, no donde “debiera” estar. Y el Evangelio se atreve a concederles toda la dignidad y el respeto debidos a santos en Cristo, abriendo por lo tanto una puerta por la cual pueden hacer su propia contribución a la causa de Dios.
He visto funcionar estos principios una y otra vez entre la gente de mis iglesias. Un jefe de diáconos mostraba poco interés en mis planes y programas. Estaba frustrado con él. Pero cuando le pedí que se hiciera cargo totalmente de los arreglos físicos de una gran campaña evangelizadora, surgió como el verdadero líder que era. Literalmente pude olvidarme de los asientos, los ujieres, las luces, la calefacción, la limpieza y el depósito de equipo. Con doce o quince hombres trabajando bajo su dirección, hizo todo mejor de lo que alguna vez yo hubiera esperado. ¡El hombre era un genio de meticulosidad y organización, y cuanto más lejos estaba yo de su trabajo, mejor lo hacía él!
Los miembros de todas las iglesias en las que he servido se han mostrado fríos al principio en cuanto a la idea de la evangelización pública. Pero cuando los invité a involucrarse personalmente en la planificación y la dirección de la próxima campaña, ¡súbitamente descubrieron que estaban interesados, después de todo!
Un seminario de dirección de iglesia dirigido por el Dr. Arnold Kurtz, del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, y un grupo de estudiantes del doctorado en teología pastoral me dieron algunos conceptos que dinamizaron los principios de motivación de mi iglesia. La clave para un laicado involucrado y comprometido, según creo, se encuentra en dos ideas estrechamente relacionadas, que yo llamo “pensamiento público” y “liderazgo compartido”.
Por “pensamiento público” quiero decir que a fin de que nuestro pueblo esté comprometido con la iglesia y su obra, los procesos del pensamiento, la planificación y la fijación de blancos que subyacen a cada obra deben ser completamente expulsados de los santuarios privados de la oficina del director del departamento y del escritorio del pastor. En lugar de ello, tienen que suceder a plena luz y resultar de la discusión y la decisión públicas de los laicos.
Esto puede consumir tiempo. Eliminará una de nuestras actividades pastorales favoritas: hacer planes para otra gente. Pero es necesario si nuestro pueblo ha de ver alguna vez la misión de la iglesia como realmente suya.
“Pensamiento público”, o lo que Robert C. Worley llama “proceso público”, significa que “las ideas, intenciones y blancos privados necesitan ser transformados por medio del proceso público, en actividad y compromiso públicos”.[2] A través del pensamiento público, el pensamiento privado de todos los miembros de una congregación puede ser reunido, examinado, clarificado, proyectado, evaluado y presentado como el pensamiento de toda la congregación como cuerpo. Este es el proceso refinador por el cual la iglesia llega a ser de un solo espíritu, como se describe en Hechos 1 y 2.
Los procedimientos por los cuales se logra esta refinación deben ser seleccionados o diseñados individualmente por aquellos que los usan. Hay materiales de planificación y modelos de procedimiento disponibles, en diferentes fuentes.[3]
El segundo concepto de motivación, “liderazgo compartido”, significa seguir un estilo de liderazgo que distribuye, o comparte, los diferentes deberes y funciones de liderazgo entre todos los miembros de un grupo de trabajo de acuerdo con las capacidades, habilidades y disposición a participar de cada persona.[4] De esta forma, el grupo se concentra no sólo en hacer el trabajo sino también en desarrollar la facilidad individual y grupal de asumir los papeles de liderazgo que se necesitan para lograr un grupo efectivo. Algunos ejemplos de estas funciones son:
El iniciador introduce algo nuevo para consideración del grupo. Cuando él o ella surge, el grupo ha encontrado una forma de expresar sus propias motivaciones, no sólo de escuchar las del pastor.
El elaborador agrega algo a una idea o sugerencia ya introducida. Estas contribuciones significan que el grupo como tal es capaz de identificarse con las motivaciones del iniciador.
El clarificador percibe y elimina las ambigüedades y las brechas de la comunicación. Su don en el grupo es un dramático progreso en la unidad y eficiencia grupal.
El desafiante es el vocero de las dudas del grupo con respecto a una idea o información presentada. Leal, pero de mente lúcida, esta persona hace que el grupo sea selectivo en cuanto a su aceptación de la contribución de sus miembros.
El sintetizador reúne los diferentes elementos en discusión. Su aparición significa que el grupo es capaz ahora de resumir ideas hacia una conclusión operativa.
El energizador hace surgir motivaciones subyacentes que el grupo comparte para estimular a una tarea de mayor calidad. Motiva haciendo recordar al grupo, no presionándolo.
Muchas otras funciones, incluyendo variaciones de las mencionadas, se pueden desarrollar en un grupo de liderazgo compartido dinámico en la iglesia. El pastor hará su contribución como uno de los miembros y se contentará con desempeñar sólo los papeles que está capacitado para cubrir -bajo ningún concepto todos, ni siquiera la mayor parte de ellos. En realidad, cuanto más funciones de liderazgo llevadas a cabo por miembros del grupo, aparte del pastor, pueda haber, más motivado será el grupo.
Debo destacar que aceptar un esquema de liderazgo compartido o de funciones distribuidas no implica que el pastor o la iglesia abdiquen de su responsabilidad. Ni implica necesariamente un reacomodamiento de la autoridad. El pastor permanece como la autoridad responsable tanto en la iglesia local como entre ese cuerpo y la asociación.
Antes que eso, el liderazgo compartido significa que el pastor rehúsa ser la única fuente de motivación, planes y objetivos para la iglesia. Mientras anima y participa en el desarrollo de estos tres elementos, compartirá el proceso de desarrollo con todos los otros miembros.
He encontrado que estos conceptos de liderazgo son altamente estimulantes, y actualmente estoy tratando de presentarlos a mis iglesias. Pero hay algunos obstáculos que despejar. Un pastor activo que pretende aplicar estos principios debiera ser advertido de que hay dos obstáculos principales a su aceptación.
En primer lugar, usted y yo estamos acostumbrados a pensar que liderazgo implica posesión tanto de la autoridad como de la habilidad para motivar y controlar la conducta de los subordinados. Requiere tiempo y experiencia, no sólo teoría, eliminar estas falsas presunciones. El primer obstáculo con que nos enfrentamos somos nosotros mismos, porque tendemos a sentirnos incómodos en funciones desacostumbradas.
En segundo lugar, las expectativas y funciones de los miembros de nuestra iglesia están moldeadas por los mismos presupuestos que hemos sostenido nosotros como pastores por mucho tiempo. Cuando comenzamos a tratar de dirigir en esta nueva manera, los miembros de nuestra iglesia seguramente se preguntarán si hemos decidido dejar de ser su pastor. Ellos quieren que les digamos qué deben hacer, no sólo porque han sido condicionados a esperarlo, sino también porque nos deja con la responsabilidad de motivarlos. Si la motivación falla, la culpa no será de ellos. De esta manera, el segundo obstáculo que enfrentamos son las expectativas de nuestro pueblo.
Pero estos obstáculos pueden ser vencidos si nos tomamos el tiempo, con nuestra gente, de analizar y explicar lo que estamos intentando hacer. Necesitamos la ayuda de ellos para cambiar el esquema de liderazgo de nuestras iglesias. Si ellos mismos tienen una comprensión básica de los principios que están detrás de lo que estamos haciendo, sus expectativas serán diferentes y nos apoyarán a medida que intentamos presentar nuestro nuevo concepto del papel del pastor.
A esta altura usted puede haber descubierto que el título de este artículo no es enteramente exacto. Seguir este estilo de liderazgo hará probablemente que usted haga más, no menos, por los miembros de su iglesia. Pero la diferencia importante es que ellos estarán haciendo más también.
Sobre el autor: Richard A. Morris es pastor de la Iglesia de Eau Claire, Wisconsin, Estados Unidos.
Referencias
[1] Abraham Maslow, Motivation and Personality, 2a. ed., New York, Harper and Row, 1970.
[2] Robert C. Worley, Dry Bones Breathe!, Chicago, The Center for the Study of Church Organization and Behavior, 1978, pág. 29.
[3] Ibid. Véase también: Alvin J. Lindgren and Norman Shawchuck, Management For Your Church, Nashville, Abingdon Press, 1977, pág. 52. Halvard B. Thomsen, “Designing and Developing an Intentional Corporate Ministry in the Milwaukee Central Seventh-day Adventist Church” (monografía no publicada, Andrews University Theological Seminary, Berrien Springs, Michigan, 1979).
[4] David W. y Frank P. Johnson, Joining Together: Group Theory and Group Skills, New York, Prentice-Hall, 1975, pág. 22.