He asistido a reuniones de obreros en donde uno tras otro se ha levantado y ha citado unas supuestas palabras de la pluma de la Hna. White: “Sembrad la semilla y Dios dará la cosecha”. Como joven ministro que estaba en sus comienzos yo me quedaba sentado y creía eso. Pero desde aquellos tempranos años he descubierto que la Biblia y el espíritu de profecía no sólo urgen al corazón humano con la necesidad de sembrar la semilla, sino también con la responsabilidad adicional de juntar la cosecha. Jesús dijo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Luc. 14:23). Y la Hna. White agrega, al referirse a este versículo: “Hay una obra que debe ser hecha en este ramo de trabajo que hasta ahora no se ha realizado” (Evangelismo, pág. 284). En el mismo libro (en inglés) expresa en las páginas 442, 443:
“Se necesita educación —la preparación de todo aquel que ha de entrar en el campo evangélico, no sólo para que use la guadaña y siegue la cosecha, sino para que la rastrille, la junte y cuide de ella apropiadamente. Esa siega se ha hecho en todas partes y ha rendido poco porque se ha hecho muy poco trabajo ferviente mediante el esfuerzo personal para separar el trigo de la paja y atarlo en manojos para el granero”.
Muchas iglesias languidecen por falta de un programa de cosecha. Y cuando mueran alguien probablemente dirá: “Por lo menos esta ciudad no podrá decir que no la amonestamos. Hemos sembrado la semilla”. A veces, después de haber asistido a los cultos de iglesias tales, me he ido afuera y he llorado. Allí era pasible sacudir a la ciudad en favor de Cristo, pero nadie parecía saber cómo cosechar. A los ministros se les enseña a predicar, sembrar la semilla, casar y sepultar, pero ¿a cuántos se les enseña cómo cosechar?
Sí, experimentamos algún crecimiento. Pero cuán pequeño es cuando lo comparamos con lo que debiera ser. Tenemos iglesias donde la feligresía no ha crecido en los últimos cuarenta años. En algunas de ellas ni siquiera se ha construido un bautisterio con el argumento de que su poco uso no justifica el gasto. Están sembrando la semilla.
MIREMOS LO QUE ESTA SUCEDIENDO
Necesitamos abrir nuestros ojos a lo que está sucediendo en derredor nuestro. Observemos la obra de Herbert W. Armstrong. Encuentro su revista La Pura Verdad en todas partes —en la oficina de seguros de mi automóvil, en el consultorio de mi médico, en los hogares adventistas y en muchos más. El verano pasado encontré esa revista en Inglaterra. La vi en las casas de la gente que visitamos en nuestra campaña evangelística de Belfast, Irlanda.
¿Ha leído usted los últimos informes de Armstrong acerca de los millones de personas que están leyendo su revista? Ahora está publicando avisos a toda página en revistas de circulación masiva tales como Life, Look, Reader’s Digest, The London Sunday Times, etc. En el número de junio-julio de 1970 de su revista Armstrong afirma: “La Pura Verdad está aumentando su circulación a un promedio del 30 por ciento cada año”.
URGENCIA PARA LA DECISION
¿No debiéramos estar haciendo más nosotros, a quienes se ha confiado el mensaje especial para preparar a un pueblo para la segunda venida de Cristo? Nos sentimos legítimamente emocionados con las perspectivas de Mission 72. Suena de evangelismo en cada iglesia en cierta fecha. Pero los hombres deben ser instruidos para recoger los beneficios. La gente que oye la verdad y no la acepta, se endurece contra ella. La Hna. White dice: “Si ellos estaban impresionados y convencidos y no se rindieron a esa convicción, os resultará más difícil que antes hacer una impresión en su mente, y no los podréis alcanzar de nuevo” (Evangelismo, pág. 219).
Cierta vez me enviaron a un pueblo donde el evangelista que me había precedido había reunido grandes multitudes pero había bautizado pocos. Los que habían oído el mensaje el año anterior ahora se reirían cuando llamara a sus puertas y no vendrían a las reuniones. Mediante un programa de visitación perseverante e intensiva se bautizaron veinticinco finalmente. Pero de ésas sólo unas pocas eran personas que habían estado en las reuniones anteriores. En la última noche de la campaña la pequeña iglesia estaba repleta y muchas más almas se hallaban al borde de la decisión, pero yo debía dejarlas porque tenía otra serie de reuniones programada. Hasta donde sepa, ninguna de esas almas que quedaron en el valle de la decisión fueron bautizadas después que me retiré. Eso me enseñó una lección. Cambié del ciclo de tres semanas al de cinco semanas, y a veces hubiera deseado que fueran seis. Con ese agregado de tiempo tenemos la oportunidad de cimentar a nuestra concurrencia y una vez logrado esto también tenemos tiempo para consolidar el interés creado. Ahora al momento del cierre de la campaña hemos bautizado entre el 90 y el 95 por ciento de los que asistieron.
Acabo de completar una serie de reuniones en la pequeña ciudad de Ocala, Florida. De acuerdo con los registros la iglesia contaba con unos 130 miembros. El desarrollo fue difícil. La asistencia de adventistas era de alrededor de 30 por noche y la de no adventistas ligeramente superior. Al momento de escribir esta nota ya se han bautizado 69 almas y hay un bautismo planeado para la semana próxima. Usted puede ver que cada nombre tuvo su importancia. Se cultivó toda chispa de interés. Casi cada alma que oyó el mensaje hizo su decisión y fue bautizada. Todos los que respondieron a un llamado de altar fueron visitados y se veló por ellos hasta que se unieron a la iglesia.
Dice la Hna. White:
“Si descuida esta obra, el visitar a la gente en sus hogares, es un pastor infiel, y la reprobación divina lo alcanza. Su obra no está hecha ni a medias. Si se hubiera dedicado al trabajo personal, se habría hecho una gran obra y muchas almas se hubieran reunido.
“Dios no aceptará ninguna excusa por descuidar de esta manera la parte más esencial del ministerio, que es precisamente la consolidación de la obra” (Id., pág. 288).
ES ASOMBROSO
Nuestro pueblo desea ganar almas. Quiere ver repetirse el Pentecostés. Veamos el caso de nuestra pequeña iglesia de 50 miembros en Terrace, Columbia Británica, en el extremo norte del Canadá. Mientras estuvimos allí el Espíritu Santo descendió sobre nosotros y el Señor nos dio 59 bautismos. Estábamos todos conmovidos. Nunca voy a olvidar esa última noche de reunión. Ya me iba cuando mis ojos se fijaron en un hombre sentado en un rincón. Me acerqué y descubrí que se trataba de un anciano de la iglesia. Tenía la cabeza entre las manos y sollozaba sentidamente. Y en medio de sus hondos suspiros y las lágrimas que le humedecían las mejillas, dijo unas palabras que sacudieron tan fuerte mi corazón que nunca las voy a olvidar: “Toda mi vida esperaba ver algo como lo que ha sucedido. No puedo creerlo. No puedo creerlo. Es tan maravilloso. Es tan maravilloso”.
Mi nuevo asociado en evangelismo es un hombre que anda por los cuarenta, que nunca tuvo preparación para el ministerio pero que ha sido muy activo como anciano en su iglesia local. Aunque ha sido un exitoso hombre de negocios, a través de los años ha sentido en su corazón un profundo anhelo por ganar almas. Terminamos juntos nuestra primera campaña. Antes había dado cantidades de estudios bíblicos, pero nunca había aprendido cómo llevar a la gente a la decisión. Durante nuestras reuniones, mientras trabajábamos lado a lado, tuvo la emoción de ver a sus primeros interesados que se bautizaban. Me dijo: “Es el mejor regalo de Navidad que alguna vez he recibido”.
Hace poco tuve a un joven aspirante conmigo por algo más de un año. Después de egresar lo habían destinado a un distrito aislado por cerca de un año y no había ganado una sola alma. Se desanimó y pensaba abandonar el ministerio. Yo lo había visto sólo una vez antes. No podía cantar y su corrección idiomática dejaba que desear porque se había criado como pescador y en ese oficio a la pronunciación no se le da demasiada importancia. Pero vi en él una buena disposición para aprender y trabajar. Fue emocionante verlo crecer y convertirse en un efectivo ganador de almas.
Después de aceptar el llamamiento para hacer evangelismo en la Asociación de Florida, le sugerí al presidente de mi anterior campo que el mejor hombre para el evangelismo era ese aspirante. Le dieron una oportunidad por su cuenta. Lo enviaron a una zona donde había sólo dos adventistas. Yo estaba en Belfast, Irlanda, a la sazón asociado al pastor Jorge Knowles en un seminario de evangelismo. Oramos fervorosamente para que el Espíritu Santo bendijera la primera campaña de ese joven. Qué día feliz fue aquel en que recibimos la noticia de que había bautizado 18 almas. ¡Un resultado semejante en un lugar donde había habido antes nada más que dos adventistas!
QUE NO SE APAGUE EL FUEGO
La mayor necesidad de nuestros jóvenes que en nuestros colegios se están preparando para el ministerio, y de los que están en cursos más avanzados, es aprender la ciencia de ganar almas. Es también la mayor necesidad aun de algunos graduados que no saben lo elemental acerca de llevar un alma a la decisión. Desafortunadamente para algunos, el fuego por la ganancia de almas se apaga durante los largos años de estudio. Debido a esto unos pocos abandonan el ministerio.
No hace mucho estaba celebrando reuniones en el norte de Canadá. El Espíritu Santo fue derramado y se duplicó la feligresía de la iglesia. A las reuniones asistía un próspero hombre joven adventista, propietario de un negocio de corte y transporte de troncos que movía un millón de dólares. Un día me llevó hasta Stewart en su avión para mostrarme el sitio de su nuevo aserradero. Mientras planeábamos sobre los inmensos bosques y glaciares de las montañas me contó cómo había sido su conversión. Había querido ser ministro, pero los días de colegio se prolongaron sin ganancia de almas. El fuego se fue debilitando cada vez más hasta que por el tiempo de su graduación se hallaba tan desanimado que volvió a su negocio maderero. No ha olvidado del todo aquel llamado al ministerio. Si alguien lo hubiera ayudado a convertirse en un gran ganador de almas…
Pocos meses atrás, después de haber presentado algunas de las emocionantes experiencias ganadoras de almas que Dios nos ha dado, un hombre joven de buena presencia se me acercó y me dijo: “Yo abandoné el ministerio. Me desanimé completamente. Quería ganar almas pero no había fruto de mis labores. Nadie me enseñó nunca cómo llevarlas a la decisión”.
Un joven aspirante a quien tuvimos como asociado en una de nuestras campañas había llevado por su cuenta pocas semanas antes una serie de conferencias pero sin ningún bautismo. Estaba muy desanimado. Un día, mientras nos hallábamos juntos haciendo visitas de decisión me dijo: “Sabe usted, antes de que comenzaran estas reuniones yo estaba pensando seriamente en abandonar el ministerio. Pero ahora veo que se puede ganar almas”.
MAS QUE SEMBRAR LA SEMILLA
Yo me decidí por este mensaje después que salí del ejército. Deseaba ardientemente ganar almas. Pero en todo mi tiempo de colegio nadie me enseñó cómo hacerlo. Me desanimé y volví a la hacienda de mi padre en Montana. Pero el llamamiento al ministerio rondaba mi alma y después de unos meses volví al estudio. Tampoco entonces nadie me enseñó cómo ganar almas. Fui luego al seminario, donde la experiencia fue la misma. Tuve el privilegio de trabajar en un seminario de evangelismo con uno de nuestros mejores evangelistas. Pero nunca tuve la ocasión de visitar hogares con él.
Cuando fui aspirante acepté un llamado para Montana. Me destinaron a un oscuro condado en el que debía tratar de establecer una iglesia. Yo estaba decidido a ganar almas. O hacia eso o me volvía a la hacienda con mi padre. Colgué un aviso en un viejo edificio. El trámite fue difícil. La temperatura bajó a 40 ºC bajo cero. Nevaba y había viento. Hubo noches en que debí cerrar la puerta del local y volverme a casa porque nadie apareció. Algunas personas que asistieron me hicieron preguntas bíblicas que no pude contestar, y debía estudiar hasta tarde por la noche para preparar las respuestas y mi primera serie de conferencias. Fueron momentos de prueba y soledad. Mi esposa lloraba a menudo. Pero finalmente nueve almas estuvieron listas para el bautismo. Yo seguí predicando. Pronto se bautizaron diecisiete más. Decidimos construir una iglesia. Uno de los asistentes a las reuniones donó cuatro lotes de terreno. No teníamos dinero pero sí fe en que el Señor quería que su obra fuera adelante. Comenzamos a edificar sin saber de dónde vendría el dinero, pero nuestra fe fue recompensada. Hicimos el trabajo nosotros mismos y dedicamos la iglesia libre de deudas y con cuarenta y dos miembros.
Tuvimos una emotiva experiencia al volver a esa pequeña iglesia en Selby, Montana, hace dos veranos, por primera vez después de diez años. Allí estaban los dos viejos y queridos esposos Myers. Ellos habían formado parte de aquel primer bautismo de nueve almas. La Hna. Myers había sido testigo de Jehová y su esposo había pertenecido a otra iglesia. Ellos constituían una parte del gozo de traer las gavillas.
Si no hubiese tenido almas para informar al fin del año habría preparado las valijas y me hubiera vuelto a la hacienda de mi padre. Al principio, abandonar la hacienda no fue fácil. Sólo el llamado de Dios me sostuvo en el ministerio. El verano pasado mi anciano padre cabalgaba conmigo por entre los rebaños y me decía: “Dale, la hacienda está todavía aquí para ti”. Mi padre está cada vez más viejo, y yo también. Y además me siento cada vez más impaciente. Debemos levantar la cosecha ahora. La sierva del Señor dice:
“Si tenemos el interés que tuvo Juan Knox cuando rogaba ante Dios por Escocia, tendremos éxito. El clamaba: ‘¡Dame a Escocia, oh, Señor, o perezco!’ Y cuando nos hacemos cargo de la obra y luchamos a brazo partido con Dios, diciendo: ‘Debo tener almas; nunca abandonaré la lucha, hallaremos que Dios mirará con favor nuestros esfuerzos” (Id pág. 219).
Sobre el autor: Evangelista en la Asoc. de Florida, Estados Unidos