EL sistema de liderazgo adventista del séptimo día está fuertemente respaldado por reglamentos y manuales, e incluso por un cierto tipo de consenso cultural tan profundo que, a veces, llega a tomar un carácter de ley, en el contexto administrativo de la iglesia.

Hay quienes no se adaptan fácilmente a esta realidad, ya sea por causa de la naturaleza humana, o porque les parece que a veces la maquinaria no está bien “lubricada”. Como quiera que fuere, esta situación los expone a relaciones incómodas, chascos y dolorosas decepciones. ¡Cuánto cuidado debería ejercerse para no herir los corazones de obreros, feligreses, ni dirigentes!

Lo que exponemos en este artículo, lejos de ser un material completo o perfecto, es el producto de la observación casual de diferentes medios sociales en nuestro ambiente denominacional a través de los años. El propósito que nos anima al escribir esto es beneficiar a la iglesia. Que las ideas y sugerencias aquí propuestas sirvan de incentivo para el logro de una experiencia ministerial saludable, en armonía con el ejemplo de Jesús dado durante su ministerio.

Que estas consideraciones nos ayuden a examinar algunas actitudes que deberíamos adoptar o abandonar en las relaciones con nuestros dirigentes, o con aquellos a quienes dirigimos, e incluso en nuestra postura personal como ministros de Dios.

Sugerencias importantes

1. Póngase inmediatamente a disposición de su dirigente en el momento en que comiencen a trabajar juntos. Escuche atentamente la exposición de sus planes y todas las indicaciones que tenga que hacer y transmítale también con toda claridad los suyos. Agradézcale, si es necesario, la oportunidad de trabajar juntos.

2. Dígale que está enteramente a sus órdenes y que hará todo lo que esté a su alcance para fortalecer y hacer prosperar su administración. Sea absolutamente sincero.

3. Reconózcalo como un superior, especialmente si antes habían servido juntos en el mismo nivel, o aunque él tenga menos preparación académica que usted. Declare expresamente que usted lo reconoce como su líder. Una actitud tal facilitará las relaciones y enriquecerá la experiencia y la amistad cristiana. Por supuesto, ello hará que la obra prospere y se fortalezca.

4. Sugiérale en términos claros que le diga la forma en que quiere que usted trabaje. Pídale que le diga qué objetivos definidos quiere que usted alcance. Así, aunque no logre alcanzar todos los fines que su líder se proponga, él tendrá la certeza de que usted es un colaborador confiable y comprometido con la iglesia y su liderazgo.

5. Al discutir proyectos de trabajo, anote ‘todo lo que sea necesario, aunque no esté “totalmente de acuerdo con todo. Muéstrele que ¿usted tiene metas definidas en su trabajo. Resérvese, por el momento, todos sus puntos de vista que no concuerden con los suyos. Espere el momento propicio para analizarlos de nuevo. Con el tiempo todo podrá cambiar. Lo que no funcione hoy, podrá funcionar mañana.

6. En caso de que esté convencido que debe ser firme en alguna posición, no insista al grado de dañar las relaciones. Recuerde que su dirigente y usted deben ser amigos y que, de hecho, son hermanos en Cristo. Esto siempre será cierto, aunque nunca lleguen a ser confidentes. La amistad de su dirigente puede ser relativa: se relaciona con usted como persona, o por su trabajo y productividad. En ambos casos debe ser honesta y recíproca.

7. Cuando haya puntos divergentes, recuerde que, en última instancia, es mejor “salir perdiendo” que provocar un rompimiento. Recuerde siempre el principio de autoridad.

8. Todos tenemos derecho a disentir, mas no a discutir irreductiblemente. No difame a su dirigente bajo ninguna circunstancia. Recuerde lo que dijo el sabio: “Ni aun en tu pensamiento digas mal del rey, ni en lo secreto de tu cámara digas mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas harán saber la palabra” (Ecl. 10:20). Esto no quiere decir que sí podemos pensar y hablar mal de los demás. No se trata aquí únicamente de la ética cristiana según la cual no se debe pensar ni hablar mal de nadie, en ningún tiempo, en ningún lugar y bajo ninguna circunstancia, sino de una relación particular que demanda prudencia y sabiduría para vivir en paz y tranquilidad. Aquí se consideran cuestiones de hecho que no pueden ignorar aquellos que quieran vivir en paz y tener éxito y prosperidad. Como dice el Comentario bíblico adventista: “Generalmente es peligroso hacer declaraciones atrevidas en cuanto a otras personas, especialmente contra los que están en autoridad” (tomo 3, pág. 1116).

Diga todo lo que requiera decirse, con dignidad, con mansedumbre cristiana y siempre a quien corresponda. En algunos casos olvidarnos un poco de nosotros mismos será sabio y prudente. Y en cualquier caso, vale mucho más la calma y la prudencia que “crear una contienda”

9. Sea franco. La Biblia nos ordena tratar cualquier asunto que requiera aclaración directamente con las personas involucradas (Mat. 18:15). Por supuesto, siempre se debe recordar que ser franco no es lo mismo que ser agresivo, descortés, puntilloso y falto de delicadeza. La franqueza debe mezclarse con el condimento de la dulzura y la caballerosidad.

10. Considérese parte de un equipo. “Vista la camiseta del equipo”. Entusiásmese con la idea de trabajar con su líder. Si no logra satisfacer completamente todas sus expectativas, le dejará la seguridad de que usted está haciendo lo mejor que puede, y que su producción habla mejor que la gritería de los ociosos.

11. No se desespere ante las divergencias que puedan surgir. Tranquilícese con la idea de que cualquier profesional comete errores. ¿Por qué no su líder también? Si él no es lo suficientemente humilde para reconocer esto, haga usted la parte que le toca y ponga todo en manos de Aquel que juzga rectamente. Procure vivir bien cerca de Dios y hacer de él su Amigo íntimo.

12. Procure cumplir su deber para con su dirigente, no porque él sea perfecto, sino porque Dios permitió que ocupara la posición que ahora tiene. Eso aconseja una conciencia dirigida por el Espíritu Santo. No olvide que la comprensión siempre ha sido y continuará siendo el arma más poderosa para enfrentar situaciones difíciles en la sinuosa ruta de la vida.

13. Recuerde siempre que cuando Dios decida que dicho dirigente ya no ocupe más la posición que ahora ostenta, ya no la ocupará. Recuerde que no debe ser usted quien lo quite del puesto mediante métodos cuestionables. Dios mismo se ocupará de efectuar el cambio. Él todavía es el Supremo dirigente de su obra en el mundo.

14. Lo más probable es que usted ya haya tenido algún desacuerdo muy desagradable con un dirigente. Procure que no se vuelva a repetir. No obstante, como todavía somos humanos, hay que reconocer que podría repetirse el incidente. Asegúrese bien de no ser usted quien lo provoque. Si no está totalmente seguro de ello, es bueno evaluar su actuación para estar seguro de que el problema no viene “del lado de acá”. Siempre es posible descubrir que es usted quien no consigue adaptarse fácilmente a otras personas o a situaciones nuevas o diferentes.

15. Sea leal, pero no adulador. La lealtad es una de las virtudes más destacadas del cristiano. Jamás traicione a su líder. Si siente que ha sido tratado injustamente, nunca albergue deseos de venganza. El don de la venganza nunca se le ha conferido al hombre, es exclusivo de Dios.

16. Sorprenda a su dirigente con la exquisita virtud cristiana de hacer más de lo que se espera de usted y de ir más allá del cumplimiento del deber. Es lo que quiso decir Jesús cuando habló de la segunda milla, de poner la mejilla izquierda y de la entrega de la capa al que le ha quitado su vestido. Todos los compañeros; “de milicia” de Jesús manifiestan este espíritu.

17. ¿Y si es agredido con palabras por su dirigente? Siempre existe esta remota posibilidad. No se estremezca. Manténgase sereno. No se rebaje a contestar la agresión. Jesús, nuestro modelo supremo, nunca discutió con nadie. Contestó a sus oponentes con la elocuencia y la dignidad del silencio. El agresor siempre pierde algo. El agredido que posee dignidad, respeto y mansedumbre cristiana es declarado vencedor.

No pida estas cosas

En cierta ocasión oí decir, en tono humorístico, que en la Organización Adventista del Séptimo Día podemos pedir a nuestros dirigentes todo, menos tres cosas: aumento de sueldo, promoción y ordenación. Lo menciono porque puede sernos de utilidad.

No pida aumento de sueldo. Nuestro sistema de remuneración nada tiene que ver con el sistema secular. El mundo lucha, en los sindicatos y otros movimientos activistas, en defensa de lo que ellos llaman sus derechos. En la obra de Dios el salario que recibimos no se considera una remuneración por los esfuerzos, ni un derecho, sino un “quitarle el bozal al buey que trilla” para que recoja su alimento. Es casi seguro que no toda la iglesia sabe que sus obreros no perciben un sueldo al estilo del mundo que nos rodea, sino apenas un apoyo para la manutención, en base al costo de la vida real, determinado por personas de sano criterio. La remuneración al “siervo bueno y fiel” se la dará Jesús cuando venga en el reino de los cielos. A decir verdad, todos ganamos lo mismo en la obra de Dios, para la satisfacción de nuestras necesidades: nuestro alimento. Pocos saben en la iglesia que los obreros no reciben un sueldo. El escalafón no es más que una ligera concesión a la naturaleza humana. Las diferencias existentes en él son simbólicas, no de hecho.

En cuanto a ser promovido, es bueno sentirse a gusto con la idea de que el mayor privilegio concedido a un ser humano es el de ser un creyente fiel y feliz, semejante a Jesús en el ideal del servicio. Un cristiano genuino a nada más que eso puede aspirar. Es a la luz de este principio que surge la dimensión y la grandeza de un verdadero cristiano. Es posible que la mayor perspectiva de servicio se encuentre en la posición más humilde según el criterio humano. Las promociones a cualquier posición de responsabilidad son usurpaciones si no se consideran posiciones con mayores posibilidades de servicio. El acceso a posiciones de mayores posibilidades de servicio será fruto de una dedicación plena al trabajo, que no se mide por el reloj, sino por el fiel cumplimiento del deber en una obra divina, urgente y sagrada.

Ser separado por la ordenación al santo ministerio es, sin duda, una aspiración justa. De hecho, es la única, verdadera, real, más elevada y perenne promoción concedida a un pastor. Pero es un rito tan sagrado que no debe ocurrir por negociación o patrocinio humano, sino de modo natural, por indicaciones de Dios como ocurrió en Antioquía donde “dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hech. 13:2).

Todo lo que sea contrario a esto, no será un “don perfecto (que) desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant 1:17). El hombre que sea portador de una ordenación tal es desconocido por Dios quien dijo: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Heb. 5:4).

La ordenación es un acto divino efectuado a través de la iglesia, guiado por el Espíritu Santo. Por lo tanto, si usted es aspirante al ministerio, trabaje con humildad, “como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23). Deje que la iglesia lo separe para el sagrado ministerio en la hora y el momento que ella considere necesario y que “es llamado por Dios, como lo fue Aarón”. Sea fiel, consagrado, trabajador, manso, apto para enseñar, sufrido, de éxito en la ganancia de almas. Si hace esto, a su tiempo justo los dirigentes presentarán su nombre como candidato a la ordenación. Cuando nadie propone a un aspirante como candidato a la ordenación, o cuando hay oposición a cualquier propuesta al respecto, es casi seguro que no sé debe al descuido o negligencia de la administración, ni a la mala voluntad de la junta de la asociación. El obrero que se encuentra en esta condición debe buscar el problema y su solución en él mismo.

Dejando huellas

Deberíamos empeñarnos en realizar grandes cosas para Dios en el lugar donde actuamos. El zapato de un guerrero victorioso siempre deja huellas profundas. Esa señal puede beneficiar a todos los que pasen después. Recuerde que todos los héroes dejaron huellas y marcas a su paso. Jesús, los apóstoles, Pablo y Bernabé, dejaron las huellas de sus grandes hechos, que todavía son una inspiración para nosotros.

Cultive la convicción de que trabajar como pastores es el mayor privilegio que Dios concede a una persona. Es la ocupación donde el siervo de Dios puede disfrutar la mayor felicidad que es posible disfruten los mortales. Y esa felicidad no se basa en los grandes hechos realizados ni en la recompensa por ellos recibida, sino en la convicción de ser colaboradores de Dios, coadjutores con Cristo en la obra más grande y más santa en que jamás puedan ocuparse los mortales. Muchos de los que dejaron el ministerio voluntariamente se arrepintieron después, cuando ya no había remedio. Afírmese usted en su vocación. Jamás se arrepentirá alguien de haber consumido su vida en el ministerio, como la consumieron Jesús y todos sus fieles siervos a través de la gloriosa epopeya del evangelio.

Vivamos y convivamos con nuestros dirigentes, disfrutando con ellos el placer y el privilegio de servir a Dios y a los hombres en el sagrado ministerio.

Sobre el autor: Samuel Dolzanes Kettle es pastor de distrito en Feira de Santana, Brasil