¿Qué significado tiene la inspiración hoy? ¿qué valor normativo posee la Biblia?

La lucha de John Locke, filósofo del siglo XVIII, que sostenía que en cada persona reside una autonomía autodirigida de la cual no se la puede privar, excepto por permiso expreso del poseedor, parece estar ganada hoy. Primero se hizo patente políticamente en la Revolución Francesa y la independencia norteamericana; luego se ha convertido en el fundamento de todos los segmentos del pensamiento occidental. Algunos extremistas contemporáneos desafían toda clase de autoridad.

Un aspecto interesante es el impacto que ha tenido sobre la autoridad religiosa y la moralidad. La idea de que nadie tiene derecho a limitar mis inclinaciones personales, y que debo buscar mi libertad antes que reducirla en el desarrollo normal de mis actividades, continúa manifestándose en áreas que antes considerábamos pertinentes al dominio y la dirección de Dios. En consecuencia, las creencias morales, de conducta, e incluso doctrinales, se fijan mediante encuestas comunitarias que revelan la opinión de la mayoría. Dar forma a esa opinión ha llegado a ser un gran negocio mientras eficaces programas de relaciones públicas acosan al grupo en un esfuerzo por conformar las opiniones o generar el espíritu que impulsará a la gente hacia los fines deseados.

En un clima tal, no sorprende que muchas personas consideren que las normas objetivas de gobierno acerca de lo bueno y lo malo sean un residuo anticuado de eras menos afortunadas. La fuente básica de consulta llega a ser nuestro propio sentimiento u opinión personal.

Frente a un pensamiento tal, la pretensión bíblica de ser la voluntad expresa de Dios se halla bajo un fuego graneado, incluso, a veces, entre los adventistas. No debemos olvidar el hecho de que la mayor fuerza que moldea la opinión, incluyendo la opinión teológica adventista, proviene del ambiente social que nos rodea, hecho que es particularmente cierto en los países industrializados. No podemos negarlo, y los pastores en el campo saben muy bien que es así.

Hacer estas observaciones no significa, de ninguna manera, disminuir la gravedad de una seria conversación acerca de la autoridad, más bien es subrayar la necesidad de decir las cosas con suma claridad. La reafirmación de una posición, al margen de cuán ferviente sea, no lo hará. Los adventistas deben intentar una reevaluación de la posición y del lugar en que nos encontramos y explorar una vez más la autoridad de la Biblia. Esto abarca el asunto de decidir si el mensaje presentado en las Escrituras volverá a captar los más profundos veneros de nuestro espíritu y, si así fuera, cómo puede ocurrir. Dada la insistencia histórica adventista de afirmar todas las cosas en la Palabra de Dios, este asunto es de la más alta importancia. La erosión de la autoridad bíblica es tan significativa que opaca a todas las demás cuestiones que son objeto de debates y, de hecho, forma parte de la discusión de algunas de ellas.

Fuentes de autoridad

¿Cuáles son las fuentes de la autoridad religiosa? Se hacen sugerencias muy variadas: Una fuerza interior mística (típicas de algunas religiones orientales); las percepciones humanas (a menudo precedidas por un análisis racional); una organización religiosa (cultos que tienen un líder único); una combinación de la Escritura y de la tradición religiosa (las diversas ramas del catolicismo); la experiencia humana que pretende estar bajo el control del Espíritu Santo (grupos carismáticos); la Biblia como la Palabra autorizada de Dios (protestantes conservadores); y una variada combinación de todas las fuentes mencionadas. Algunos, como los mormones, subordinan la autoridad de las Escrituras canónicas a otros escritos. De todos éstos, los adventistas han colocado hasta aquí la Biblia, los 66 libros, en la posición de mando.

Elena G. de White no niega el valor de otros canales de aprendizaje; lo que hace es identificar a las Escrituras como la voz última y única en materia de fe religiosa. Que ella no reduce la voz bíblica a los asuntos religiosos solamente, es evidente porque recomienda en forma reiterada a la Biblia como una fuente de información histórica y registro auténtico de los orígenes.

Pero cuando aplicamos la autoridad de la Escritura más allá de los límites puramente religiosos, la hacemos vulnerable ante la investigación histórica y científica, y es aquí donde está el punto conflictivo que incita a gente honesta a enfrentarse unos contra otros en el asunto de la naturaleza de la Palabra. Además, el firme proceso de los estudios críticos ha suscitado un buen número de dificultades en el texto bíblico. Estos asuntos afectan cualquier modo aceptable de comprender la inspiración. Para los adventistas, hacerle frente a estas singularidades representa un verdadero desafío.

Teorías de la inspiración

Los libros publicados desde 1975 sobre la revelación/inspiración presentan al menos seis teorías sobre la inspiración, tres de las cuales merecen un breve análisis. Estos enfoques son (1) el liberal, (2) el neoortodoxo y (3) el evangélico. Luego de analizar el carácter esencial de cada uno de estos puntos de vista, retrocederemos para ver dónde se sitúan los adventistas.

Liberal. El protestantismo liberal traza sus orígenes hasta la vida del filósofo alemán Schleiermacher de que Dios se percibe interiormente y que es variable en forma. Puede describirse como un sentido de dependencia de un poder superior. Tal concepto pronto fue aplicado al examen crítico de los libros bíblicos.

En esencia, el punto de vista liberal comienza con los “fenómenos” de las Escrituras, los millones de piezas fragmentarias de información, y procede a la formulación de un punto de vista omniabarcante de inspiración que pueda dar cuenta de todos los elementos que están bajo análisis. Pretende una total fidelidad al texto mismo, dejando que las conclusiones surjan de éste y no que sean impuestas por normas predeterminadas.

A medida que la obra continúa, aparecen tres motivos que se repiten: Primero, la verdad divina no debe localizarse en un antiguo libro sino debe verse representada en la actividad del Espíritu en la comunidad. Esta obra se discierne mediante el juicio crítico racional. Sus objetivos no son buscar formulaciones de verdades objetivas, sino un auténtico conocimiento de Dios. Segundo, Jesús aparece como el arquetipo de conciencia y excelencia religiosa. La salvación se convierte en un asunto que Jesús enseña a la vez que inicia una mejor manera de comprender a Dios. El énfasis está en la humanidad de Jesús, por encima de cualquier otra cualidad. Tercero, la esencia de Cristo debe residir en su grandeza humana.

A partir de estas discrepancias de perspectiva dentro del texto bíblico no se plantea ningún problema especial, puesto que el énfasis recae sobre la humanidad de Cristo. Carece de importancia que Mateo cite un texto de Jeremías, aunque tal pasaje no aparezca en nuestro texto actual de Jeremías (Mat. 27:9,10). Todos estos informes son de origen humano, pero lo que cuenta es que todos atraen al lector hacia Jesús. Es en esta continua conducción hacia la fe de Jesús donde los teólogos liberales hallan la inspiración. Como Paul Achtemeier lo expresa, la inspiración ocurre como una actividad del Espíritu Santo donde la tradición, la situación correcta y una persona que responda ocurren al mismo tiempo. Para él, la persona que responde no es simplemente la que escribió, sino toda aquella que estuvo activa reuniendo, cuidando, preservando, modificando y reinterpretando la tradición a través de los años, incluyendo al redactor final. Por esta razón la inspiración es una dinámica continua, presente en todas las edades, dondequiera que las Escrituras se lean. Mucho más podría decirse, pero obviamente, esta perspectiva no es compatible con el pensamiento adventista

Neoortodoxa. Incluso los defensores de la visión liberal de la inspiración admiten que su producto final es amorfo y muy subjetivo. En ausencia de absolutos, ¿dónde puede anclar su vida el creyente? Generalmente la respuesta es aquello que la razón decrete que es correcto y bueno, extraído de la experiencia completa de la vida.

Esta incertidumbre conduce a una reacción del siglo XX llamada Neoortodoxa o teología del encuentro, que busca un retorno a una autoridad escrituraria ampliada. Es aquí donde encontramos a Barth, Brunner, y Bultmann. La tarea: armonizar un texto proclive al error con la idea de la verdadera autoridad. Los medios: concebir la Biblia en dos niveles. En el nivel inferior se encuentra el texto tal como lo conocemos, susceptible de error, en lenguaje humano, impregnado del contexto de la cultura. Cuando es examinado críticamente, descubrimos que el texto es el registro del encuentro humano con Dios.

Pero en el nivel superior Dios funciona por encima de las limitaciones del lenguaje humano. Él se mueve allí en un rango experiencial, obrando dinámicamente en relación al texto bíblico pero, paradójicamente, flotando libre de él. El encuentro con Dios es un evento del Espíritu Santo en el corazón del creyente, aunque bajo el estímulo del testimonio de los testigos bíblicos.

El producto final: siendo que su valor reside en el nivel superior de un encuentro que es flotante, podemos atacar el nivel inferior con un análisis crítico sin alterar su función. De modo que la revelación no es la transmisión de verdades objetivas, preposicionales, sino un encuentro subjetivo con Dios, recibido interiormente. No es difícil ver la influencia de Schleiermacher en este sistema, y tampoco es difícil ver cómo su ambigüedad lo ha hecho insatisfactorio para algunos.

Evangélico. Los evangélicos arremeten con el concepto de que la Escritura es la Palabra escrita de Dios. El énfasis más fuerte se coloca del lado de Dios, con frecuencia minimizando la parte del elemento humano. Aunque la Biblia misma no establece un orden sistemático de la inspiración, tiene mucho qué decir de cómo Dios confió su Palabra a las formas verbal y escrita. Bernard Ram desarrolla esta tesis en su libro Special Revelation and the Word of God (1961).

Nosotros tenemos la conocida declaración de Timoteo 3:15-17: (“Toda la Escritura es inspirada por Dios”, literalmente, soplada o espirada por Dios) y 2 Pedro 1:20,21: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

Los evangélicos aceptan el modelo profético de las Escrituras. Al hacerlo, el énfasis sobre las cualidades de la Biblia dadas por Dios ha dado lugar a la afirmación de que los manuscritos originales deben haber estado libres de error. La perplejidad actual yace, entonces, en el hecho de que trabajamos con copias cuya perfección original se ha perdido debido a errores de los copistas, malas interpretaciones, y una serie de otros problemas surgidos en el proceso de transmisión. Entre los evangélicos entendidos se han hecho esfuerzos por armonizar las diferencias de la mejor manera posible. Algunas propuestas son bastante ingenuas, si es que no carecen de credibilidad. La palabra clave es infalible. Entre los mismos evangélicos bien informados, esto no requiere un dictado mecánico o mediatorio, pero ha sido bastante difícil para ellos ponerse de acuerdo exactamente sobre el significado de la palabra “infalible”.

La mayoría de los evangélicos apela al principio de Sola Scriptura de la Reforma Protestante. Mediante este principio los reformadores apelaban a la Biblia como la corte suprema de apelaciones. Esta posición difiere de las enseñanzas evangélicas actuales de un texto autógrafo original libre de errores; idea que en realidad tuvo su origen en una era posterior a la Reforma.

Los evangélicos se distinguen del punto de vista neoortodoxo en su insistencia de que si bien la Biblia supone un encuentro mediatorio con Dios, es mucho más que eso. La Biblia transmite el contenido en el significado de las palabras mismas. La Biblia presenta una verdad fáctica, preposicional y objetiva que provee normas de fe y práctica como la voluntad revelada de Dios, normas válidas, ya sea que se acepten o no, y normas que son permanentes porque revelan su carácter tanto en los mensajes escritos como en los informes del ministerio de su Hijo. Así como el Espíritu Santo obraba al transmitir al escritor el mensaje de Dios, actúa también dirigiendo al lector para que responda al llamado de Dios.

Así, la perspectiva evangélica no considera la inspiración simplemente como la obra del Espíritu dentro de la comunidad de creyentes, sino también como un fenómeno objetivo. Aun cuando está expresado dentro del lenguaje, la cultura y el tiempo propios de los humanos, el texto bíblico porta un valor trascendente que está por encima y más allá de estas circunstancias, valores designados para presentar al Hijo de Dios como el centro unificador de la colección de documentos escritos en diferentes tiempos y lugares. Y junto con la revelación del Hijo hay una expresión de la voluntad de Dios y del camino de salvación.

Una respuesta adventista

¿Cómo responden los Adventistas del Séptimo Día a estas teorías de la inspiración? Hallándose lejos de la posición liberal y casi a la misma distancia de la perspectiva neoortodoxa, los adventistas se sienten incómodos frente a la infalibilidad evangélica. La idea de defender el estatus de manuscritos originales libres de errores suena hueca. Es algo así como herir al aire. Pero el desafío es tan serio para los adventistas como para los evangélicos: ¿Cómo mantener un alto concepto de la autoridad escritural y al mismo tiempo reconocer las limitaciones de la Escritura? ¿Es defendible la posición ’la Biblia y la Biblia sola”?

Los adventistas ya han empezado a atacar estos problemas. Han aparecido varios artículos cuidadosamente razonados y varios ensayos tan extensos como libros, así como colecciones de ensayos. Tenemos el ensayo Biblical Interpretation Today de Gerhard Hasel, que trata particularmente de los métodos; también Was Lucas A Plagiarist? de George Rice; y Who’s Afraid of the Old Testament God? quetienen implicaciones para la hermenéutica, y otras publicaciones del Instituto de Investigaciones Bíblicas, como Biblical Hermeneutics. Deberíamos tomar en cuenta también la valiosa publicación de varios escritos de Elena G. de White sobre la naturaleza de la Biblia y la obra de la inspiración. Estos trabajos nos encaminan cuando menos a una solución parcial de las tensiones.

Una preocupación permanente en la historia adventista de la inspiración, es la tentación a diluir el firme compromiso de mantener un elevado concepto de la Escritura. Sin ceder a una tentación tal, podemos considerar tres opciones.

Los pioneros adventistas estaban muy conscientes de la lucha por la credibilidad bíblica que desataba su furia en su alrededor en el siglo pasado. Elena G. de White y otros estaban alarmados por el rápido crecimiento del escepticismo y la alta crítica, mejor conocida como método histórico crítico.

La tendencia se manifestó incluso en el naciente colegio de Battle Creek y en la serie escrita por George I. Butler y que apareció en la Review and Herald durante el año 1884, donde propuso grados de inspiración, uno de los soportes principales del punto de vista liberal de la actualidad. Los eruditos, bajo la rúbrica liberal, clasificaron los elementos bíblicos de acuerdo a su propio juicio de valor. La respuesta de Elena G. de White fue instantánea:

“Se me mostró que el Señor no inspiró los artículos sobre la inspiración publicados en la Revista ni aprobó su presentación ante nuestros jóvenes del colegio. Cuando los hombres se atreven a criticar la Palabra Dios, se aventuran en un terreno sagrado y santo, y sería mejor que temieran y temblaran y ocultaran su sabiduría como necedad. Dios no ha puesto a nadie para que pronuncie juicio sobre su Palabra, eligiendo algunas cosas como inspiradas y rechazando otras como no inspiradas”.[1]

Si bien Butler abandonó sus puntos de vista, la amenaza quedó, impulsando a Elena G. de White a continuar publicando artículos sobre la autoridad bíblica.

Una segunda solución propuesta fue la idea de reducir la autoridad de la Biblia a asuntos religiosos exclusivamente. Esto desligaría las declaraciones históricas y científicas de las limitaciones de la inspiración. En uno de sus primeros y más impresionantes artículos, que apareció en 1876, bajo el sencillo título, “biografías bíblicas”, Elena G. de White reforzó su defensa de la historicidad del registro bíblico, que en ese tiempo estaba bajo el desafío de Wellhausen y otros. Ella escribió: “Las vidas reveladas en la Biblia son biografías auténticas de personas que vivieron en realidad. Desde Adán hasta el tiempo de los apóstoles, a través de sucesivas generaciones, se nos presenta un relato claro y escueto de lo que sucedió en realidad y de lo que experimentaron personajes reales… Los escribas de Dios anotaron lo que les dictaba el Espíritu Santo, pues ellos no controlaban la obra”.[2] La última frase es una notable afirmación que perturba a algunos. En otras partes también defiende la tesis del Génesis de la creación en siete días y el diluvio como eventos literales y verdaderos.

Últimamente ciertos adventistas han sostenido la opinión de que la crítica histórica, sin algunos de sus elementos racionalistas, puede ser una herramienta válida en el estudio de la Biblia. Este enfoque no trata la crítica histórica como un método integrado, sino como un estanque del cual uno puede seleccionar y sacar lo que prefiera. Por ejemplo, el método gramático-histórico usado por los adventistas. Este método también funciona en áreas examinadas por la crítica histórica. Sin embargo, un examen más cuidadoso muestra que los objetivos de los dos sistemas son opuestos. Reconociendo los problemas que conllevan, el Concilio Anual de la iglesia de 1986, reunido en Río de Janeiro, aprobó una declaración en la cual se designa al método histórico-crítico, tal como se define clásicamente, como inapropiado para uso de los adventistas.

La posición de Elena G. de White sobre el tema de la inspiración y la autoridad

Ya hemos visto el resonante endoso que hace Elena G. de White de la confiabilidad y autoridad de la Escritura, no sólo en materia religiosa, sino también en su relato de los eventos. Sin embargo, White no está en la misma posición de los evangélicos. Mientras que afirma la autoridad de la Biblia, reconoce, en un perfil muy elevado, los elementos humanos de las Escrituras. He aquí lo que escribió:

“¿No cree que es posible que hubiera algún error de los copistas o los traductores? Todo esto es probable… Todos los errores no causarán problemas a una sola alma, ni harán que ningún pie tropiece”.[3]

“Los escritores de la Biblia tuvieron que expresar sus ideas en lenguaje humano”.[4]

“No siempre hay un orden perfecto o aparente unidad en las Escrituras”.[5]

“La Biblia tuvo que darse en el lenguaje de los hombres. Todo lo que es humano es imperfecto”.[6]

¿Cómo podemos armonizar estas declaraciones con el aserto previamente citado de las “biografías bíblicas”? Por referencia al contexto. Allí la señora White se refiere a la idea de que los escritores bíblicos fueron impulsados a decir toda la verdad acerca de los personajes bíblicos sin ceder a la tentación normal de alabarlos, omitiendo los hechos desagradables. Es en este asunto que los escritores bíblicos fueron guiados estrictamente por el Espíritu Santo, no en la selección de sus palabras específicas.

¿Y qué de la confianza de Elena G. de White en una Escritura finita? Ella se mantuvo siempre libre de la mancha del escepticismo. Mientras asistía al congreso de la Asociación General en Minneapolis en 1888, escribió: “El Señor ha preservado este Santo Libro en su forma presente por su propio poder milagroso, un mapa o libro guía para la familia humana, para mostrarles el camino al cielo”.[7]

White aceptó la condición humana del lenguaje y los medios de expresión, y sin embargo retuvo su clara, resonante, e inconmovible confianza en la autoridad de esa misma Escritura. Unas líneas más adelante continuó: “Yo tomo la Biblia simplemente como es, como la Palabra inspirada. Creo sus declaraciones en una Biblia total… Que ninguna mente ni ninguna mano se ocupe de criticar la Biblia”. Y una vez más: “Hermanos, aferraos a vuestra Biblia exactamente como dice, y detened vuestra crítica con respecto a su validez, y obedeced la Palabra, y ninguno de vosotros se perderá”.[8]

Conciliando las tensiones

Dado su énfasis en el lado humano de las Escrituras inspiradas, ¿cómo podía conciliar su inconmovible confianza en la autoridad de la Biblia? Ella emplea dos principios básicos. Primero, adaptación. Nunca esperaba encontrar el estilo ni la majestad de Dios en una forma que requiriera una Biblia libre de errores. Dijo: “Todas las verdades reveladas fueron ‘dadas por inspiración de Dios’, sin embargo, están expresadas en las palabras de los hombres y están adaptadas a las necesidades humanas… ‘La Palabra se hizo carne’”.[9]

Elena G. de White nos anima, dada a nuestra limitada información y comprensión, a abstenernos de juzgar hasta que tengamos suficientes datos, y actuar sobre una premisa de fe y confianza, y dejar que Dios, a su estilo y a su debido tiempo, por sus propios medios, abra las puertas de la comprensión. Puede ser que en el reino nos preguntemos a nosotros mismos, ¿por qué me sentía tan preocupado por esto? Con la explicación del Creador mismo todas las cosas se adaptarán al modelo de su orden, de su plan y de su Palabra.

Sobre el autor: George W. Reid, Ph.D., es director del Instituto de Investigaciones Bíblicas en Silver Spring, Maryland.


Referencias

[1] Elena G. de White, Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 26.

[2] Joyas de los testimonios tomo 1, pág. 436.

[3] Testimonies for the Church, tomo 1, pág. 15.

[4] Id., pág. 19.

[5] Id., pág. 20.

[6] Ibíd.

[7] Id., pág. 115.

[8] Id., págs. 17, 18.

[9] Id., tomo 5, pág. 747.