Las Escrituras deben tener la primacía y ser la base de los sermones en nuestros púlpitos.

Cuando un sermón es predicado en alguna de nuestras iglesias, entre los oyentes hay quienes tienen en alta estima los escritos de Elena de White, y para otros sus palabras causan un fuerte impacto. Para algunos, sus palabras parecen tener poca o ninguna importancia; son indiferentes o simplemente rechazan el don profético. ¿Por qué se da esta realidad?

Aunque existen abundantes escritos sobre el tema y se citen con frecuencia sus escritos en nuestros púlpitos, necesitamos sermones que muestren, por medio de la Biblia, el valor del don profético. Hablar sobre su vida y citar sus escritos no es suficiente. Tal como aceptamos las demás doctrinas fundamentales por estar fundamentadas en la Biblia, lo mismo debe ocurrir con el don profético. Se hace necesario presentar la manera en que este don se usó extensamente en los tiempos bíblicos, y cómo se constituyó en una de las marcas de la iglesia en los últimos días. Necesitamos transmitir cómo Elena de White estuvo en armonía con las características y las pruebas bíblicas que deben ser aplicadas a cualquier profeta.

Considere el público objetivo

Sin lugar a dudas, todo pastor adventista consulta los escritos de Elena de White al momento de comprender las Escrituras y preparar sus sermones; en ellos hay una preciosa luz para nuestros días. Sin embargo, debe tenerse cuidado en cómo se expone el mensaje, tomando en cuenta la comprensión y la actitud de los oyentes respecto del tema. De este modo, cuando predicamos a los incrédulos con la intención de atraerlos a Cristo, no conviene mencionar a Elena de White ni sus visiones -tal como ella lo enseño1 y lo recomendó el apóstol Pablo (1 Cor. 14:22). Si los oyentes ya son miembros de iglesia pero no tienen una opinión formada sobre el tema o aun la rechazan, es necesario que se les enseña al respecto con la evidencia bíblica. Si esto no se hace, los oyentes simplemente no tomarán en cuenta lo que se dijo, en el sermón, al citarla.

Considere la prioridad de la Biblia

Hoy acostumbramos referirnos a los escritos de Elena de White como “El espíritu de profecía”. Antiguamente, los adventistas los llamaban “testimonios”. Con esto en mente, observe algunas de sus declaraciones:

“Los testimonios de la hermana White no deben ser presentados en primera línea. La Palabra de Dios es la norma infalible. Los testimonios no han de ocupar el lugar de la Palabra. […] Nuestra posición y fe se basan en la Biblia. Y nunca queremos que un alma presente los testimonios antes que la Biblia” (El evangelismo, p. 190). Tales consejos nos muestran la posición de sus escritos en relación con la Biblia; y nos advierten sobre los usos inadecuados de lo que ella escribió. No debemos ser más “whiteistas” que Elena de White. Según su propio consejo, no es correcto reemplazar la lectura y el estudio de la Palabra por sus escritos. No se debe subir al púlpito, abrir uno de sus libros y simplemente predicar lo que en ellos está expuesto, dejando de lado las Escrituras. Eso sería reemplazar la Palabra, cosa que ella expresamente nos pidió que no hiciéramos. El predicador tampoco debiera comenzar un sermón con lo que ella escribió, para luego encaminarse a la Biblia; o destacar sus escritos por sobre las Escrituras.

Al establecer la relación entre la Biblia y sus escritos, ella observó: “Los testimonios del Espíritu de Dios son dados para dirigir a los hombres a su Palabra, que ha sido descuidada” (Mensajes selectos, t. 1, p. 52); y “Hacen poco caso de la Biblia, y el Señor ha dado una luz menor para guiar a los hombres a la luz mayor” (El evangelismo, p. 190). Sus escritos son llamados una luz menor, no con relación a su grado de inspiración, sino en cuanto a su función. El propósito de sus escritos es conducirnos a la Biblia y ayudarnos en su comprensión. La Biblia, a su vez, es la luz mayor, cuya función es llevarnos a Cristo y a la salvación (Juan 5:39).

Por lo tanto, lo correcto es leer las Escrituras en público, y después explicarlas y extraer aplicaciones haciendo uso, también, de la revelación de Dios por medio de los escritos de Elena de White. De este modo, la Biblia no será descartada ni colocada en un segundo plano, sino que ocupará el lugar de honra que le corresponde. Tendrá la primacía y será la base del sermón; y los escritos de Elena de White cumplirán su rol: el de auxiliarnos en la comprensión y en la aplicación del Texto Sagrado.

Considere cómo se abordará el texto bíblico

Hay, por lo menos, tres maneras por las cuales Elena de White se aproximaba al texto bíblico: interpretando, reinterpretando y aplicando. La interpretación tiene que ver con lo que significaba para quien lo escribió, su intención. Cuando Elena de White interpreta un texto, lo hace con fidelidad; lo que puede percibirse en los libros de la serie “El gran conflicto”, por ejemplo. La reinterpretación de un texto consiste en retirarlo de su contexto inmediato y colocarlo en otro -en otra época, lugar y dirigido hacia otras personas. Es obvio que el texto solo puede ser reinterpretado por quien ha sido inspirado por Dios, como ocurre con los profetas. Los autores del Nuevo Testamento reinterpretaron algunos textos del Antiguo Testamento; y Elena de White también lo hizo. La aplicación de un texto significa que se extrae de él la lección espiritual para la vida presente. La aplicación debe contribuir a la formación de nuestro carácter y nuestra conducta; y debe relacionarse con lo que se es y con lo que se hace. Generalmente, cuando Elena de White comenta pasajes bíblicos, extrae la lección y la aplicación espiritual necesaria para el momento.[1]

En este escenario, cuando usamos los comentarios de Elena de White debemos verificar desde qué perspectiva lo está analizando. ¿Está interpretando? ¿Está reinterpretando o simplemente aplicando? Rara vez sus comentarios dicen todo lo que se puede extraer de un pasaje, tal como sucede con el capítulo “Josué y el ángel” en Joyas de los testimonios.[2] Ella interpreta esta profecía de Zacarías dirigida a los contemporáneos del profeta, quienes habían retornado del exilio babilónico y estaban reconstruyendo sus ciudades y el Templo. Luego ella lo aplica, al explicar cómo Satanás busca desanimarnos y de qué manera Cristo defiende a aquellos que creen en él. Finalmente, reinterpreta el texto, demostrando cómo esta profecía se refiere a la experiencia del pueblo de Dios en el tiempo de angustia que ocurrirá antes del retorno de Cristo.[3]

También debemos considerar que, en otros casos, ella no está interpretando ni aplicando, sino que brinda un significado diferente de lo que pretendió el escritor original. En estos casos, también existen otros significados que ella, en ese momento, no consideró.

En realidad, existen pasajes sobre los cuales Elena de White nunca hizo un comentario; en algunos solo interpretó, otros fueron reinterpretados, y en otros solo extrajo lecciones prácticas para la vida. Basándonos en esto, podemos concluir que, aunque sus comentarios son verdaderos, no siempre abarcan toda la verdad contenida en el pasaje; y, en estos casos, no serían la palabra final sobre este pasaje, porque mediante su estudio desde otro ángulo podemos alcanzar un mayor entendimiento. El hecho de que tengamos el privilegio de tener sus escritos no debe servirnos como pretexto para conformarnos con lo que ella nos legó y acomodarnos, dejando de investigar con profundidad las páginas de la Biblia.

Considere las reglas de interpretación

La correcta interpretación de todo texto por medio del uso de ciertas reglas se denomina hermenéutica. Citaremos las reglas más significativas que deben ser aplicadas a los escritos de Elena de White para interpretarla correctamente y, por lo tanto, actuar en conformidad con lo que Dios quiso comunicarnos.

1.         Considere el contexto histórico. Se debe tomar en cuenta la situación en cuestión, las circunstancias en que se encontraba el autor cuando escribió a los destinatarios. Veamos un ejemplo. En uno de sus testimonios, escribió: “No debierais colocar huevos sobre vuestras mesas”.[4] En una primera lectura, podríamos concluir que nadie debe ingerir ese alimento. Sin embargo, esa carta fue escrita a un matrimonio cuyos hijos tenían el hábito de la masturbación y comer huevos los estimulaba aún más. De tal manera, esa orientación era válida para aquella familia que recibió el testimonio y, por extensión, a cualquier otra familia que pasase por la misma situación, pero no para todas las personas. En otra ocasión, ella aconsejó: “Y los huevos contienen propiedades curativas que contrarrestan venenos. Es cierto que se han dado advertencias en contra del uso de estos artículos del régimen a las familias cuyos hijos estaban sumidos en el vicio solitario. Sin embargo, no debemos considerar como negación de los buenos principios el emplear huevos de gallinas bien cuidadas y adecuadamente alimentadas” (Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 241). Elena de White misma aconsejó: “Acerca de los testimonios, nada es ignorado, nada es puesto a un lado. Sin embargo, deben tomarse en cuenta el tiempo y el lugar” (Mensajes selectos, 1.1, p. 65).

2.         Considerando el contexto más amplio. Debemos intentar estudiar todo lo que ella escribió sobre el asunto que estamos investigando. No nos amarremos a una frase o un párrafo. Como ejemplo, podemos mencionar sus enseñanzas sobre la carne como alimento. En los tiempos bíblicos, todos comían carne: los sacerdotes, los profetas, los apóstoles, el pueblo de Israel, los primeros cristianos, e incluso Jesús. Sin embargo, como han surgido muchas enfermedades en los animales, Elena de White fue orientada por Dios para guiarnos sobre este tema. Notemos algunas de sus declaraciones: (1) “Muchos que están hoy solamente medio convertidos con respecto al consumo de carne abandonarán el pueblo de Dios para no andar más con él”.[5] Parece una declaración fuerte, pero veamos otras. (2) “Entre la gente en general, la carne es usada mayormente por todas las clases. Es el artículo de alimentación más barato; y aun donde abunda la pobreza, se encuentra la carne sobre la mesa. Por lo tanto, existe mayor necesidad de manejar con sabiduría el asunto de comer carne. […] Nunca he sentido que era mi deber decir que nadie debe probar la carne bajo ninguna circunstancia. Decir esto cuando la gente ha sido enseñada a vivir a base de carne en gran medida, sería llevar las cosas a los extremos”.[6] (3) “Cuando yo no podía obtener el alimento que necesitaba, a veces he comido un poco de carne; pero tengo cada vez más temor de hacerlo”.[7] (4) “Entre los que están esperando la venida del Señor, desaparecerá con el tiempo el uso de carne; la carne dejará de formar parte de su régimen alimentario. Siempre debiéramos mantener en vista este objetivo, y esforzarnos constantemente por alcanzarlo”.[8]

Además de estas reglas, sugerimos, además, dos procedimientos: (1) No crea todos los rumores sobre lo que ella escribió, sino confirme el escrito de manera personal; (2) Considere que una persona no se vuelve omnisciente por el hecho de que Dios le haya concedido el don profético; los profetas solo sabían lo que Dios les revelaba. Aún existen pasajes que no fueron explicados por algunos profetas ni por Elena de White. Cerca de su muerte, algunos hermanos le consultaron sobre los 144 mil, solicitando más información de la que ella ya había escrito. Ella respondió: “Yo no tengo luz sobre el tema [en cuanto a quiénes constituirán los 144 mil], […] Dígale, por favor, a mis hermanos que nada me fue presentado con respecto a las circunstancias sobre las cuales ellos escriben, y yo puedo presentar delante de ellos solamente lo que me ha sido revelado”.[9]

En conclusión, las Escrituras deben tener la primacía y ser la base de los sermones en nuestros púlpitos; y los escritos de Elena de White deben ser valorados en su verdadero rol: ayudarnos en la comprensión y en la aplicación de la Biblia. También es verdad que, aunque sus comentarios son siempre verdaderos, no siempre consideró cada aspecto del texto, por lo cual se puede obtener una mayor comprensión de aquel por medio de su estudio. Además, se necesita predicar tanto sobre el rol del don profético como de conocer y respetar las reglas de interpretación de manera de entender lo que escribió. Pero, por sobre todo, se destaca lo necesidad de ser iluminados por el Espíritu Santo, a fin de que nos guíe en la búsqueda de la verdad. Solo Aquel que inspiró a los apóstoles y los profetas nos puede capacitar para entender todo lo que es necesario en nuestra preparación para la eternidad.

Elena de White y la hermenéutica

“Los adventistas del séptimo día creemos que Dios trajo esta iglesia a la existencia con un propósito especial: la proclamación del mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14. Los adventistas también creemos que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la iglesia remanente de Apocalipsis 12:17 y que Dios la ha dotado misericordiosamente del don de profecía, tal como se manifestó en la vida y en la obra de Elena G. de White.

“Elena G. de White entendió que su papel era el de una mensajera especial de Dios para la Iglesia Adventista del Séptimo Día, papel que consistía en guiar a hombres y mujeres a la Biblia como Palabra de Dios inspirada y normativa (FV 295). En todos sus escritos hizo hincapié en que la Biblia es “la voz de Dios hablándonos tan ciertamente como si pudiéramos oírlo con nuestros oídos” (6T 393). Es “la única regla de fe y doctrina” (FE 126) en la iglesia.

“Dado que la iglesia no acepta grados de inspiración, debe reconocer que la inspiración de Elena G. de White, aunque no su autoridad, es de la misma naturaleza que la inspiración de los profetas del Antiguo Testamento y del Nuevo. Por lo tanto, a la hora de usar e interpretar lo que escribió, debemos aplicar a sus escritos los mismos principios hermenéuticos que aplicamos a las Escrituras. Ambas fuentes constituyen literatura inspirada; por lo tanto, deben interpretarse con los mismos principios […]”.

“En la interpretación de Elena G. de White […] hace falta tener en cuenta el momento y el lugar en que se escribió una declaración y considerar el contexto inmediato y el global del pasaje. El contexto inmediato nos ayuda a ver qué aborda en realidad, y el contexto global nos hace conscientes de qué más escribió sobre un asunto concreto.

“Dado que estos principios de hermenéutica se olvidan a menudo, o no se aplican, es frecuente que los escritos de Elena G. de White se usen indebidamente. Se sacan frases de contexto, y la gente mantiene que la señora de White enseña algo que, en realidad, no enseña. Al no usar principios hermenéuticos apropiados, lo que se pensó que sería una bendición para la iglesia puede llegar a convertirse en la manzana de la discordia y en una fuente de división para la iglesia.

“Desde luego, esto no es lo que ella habría querido. Ella veía que su ministerio consistía en ensalzar a Cristo y las Escrituras ante la gente. En cada oportunidad que se le presentaba, dirigía a sus oyentes y a sus lectores a la Palabra de Dios. En 1888 escribió: “Hermanos, aferraos a vuestra Biblia, a lo que dice, y terminad con vuestra crítica en cuanto a su validez, y obedeced la Palabra, y ninguno de vosotros se perderá” (1MS 20). En un momento en que sopla todo viento de doctrina en la iglesia y en que el pensamiento posmoderno amenaza los cimientos mismos del cristianismo, haremos bien en escuchar el consejo de Elena G. de White; como iglesia y como individuos”.

Extracto de George W. Reid, Entender las Sagradas Escrituras (Buenos Aires: ACES, 2010), pp. 379, 401, 402.

Sobre el autor: Decano de la Facultad de Teología del Centro Universitario Adventista, en San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Florida: Asociación Publicadora Interamericana,

2008), 1.1, pp. 119, 120.

[2] Ver Robert W. Olson, One Hundred and One Questions on the Sanctuary and Ellen White (Washington, D. C: Ellen White Estate, 1981), p. 41.

[3] Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 170-179.

[4] Testimonios para la iglesia (Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2008), t. 2, p. 357.

[5] Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 456.

[6] Ibid, p. 556.

[7] Ibid, p.472.

[8] Elena de White, Consejos para la salud, p.448.

[9] Mensajes selectos, t. 3, p.56.