No sé si todos conocen a Arquipo y su escuela. Pablo, en su carta a Filemón lo llama “nuestro compañero de milicia” (Fil. 2). En Colosenses 4:17 le envía un mensaje especial: “Decid a Arquipo: Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor”. Este mensaje pudo ser solamente una manera de alentar al joven obrero, pero también pudo ser una advertencia para que no se ocupara de tareas ajenas a la que el Señor le había encomendado.

¿Sería que Arquipo consideraba que no era ninguna honra ser ministro del Señor? ¿Pretendería él ser igual a Pablo, llegar a ser miembro del Sanedrín, conseguir un diploma de abogado u otro título? O tal vez dedicaba solamente una parte de su tiempo al ministerio y el resto a actividades marginales. Fuera estímulo o advertencia, Pablo se proponía algo al enviar un mensaje tan directo. A pesar de todo, este curioso personaje logró hacer escuela y tener un número considerable de discípulos, a los cuajes el apóstol dirige su advertencia. Realmente Pablo podía hablar con acierto de esto, porque tenía en más estima el vituperio de Cristo que todos los títulos logrados.

En las epístolas nunca se tituló: Ex miembro del Sanedrín, ex discípulo de Gamaliel, ex fariseo, abogado u otra cosa. Su presentación siempre fue: “Apóstol de Jesucristo”. Esto era su gloria, su preocupación, su tarea y su vida. Todo lo demás lo consideraba como “pérdida” frente a la eternidad. Veamos el admirable concepto que tiene Pablo acerca de las conquistas logradas: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:4-8).

Estas son las dos escuelas. Arquipo, que necesitaba ser exhortado para que no descuidase el llamado divino, tal vez ambicionaba algo que estuviera a la altura del reconocimiento del mundo. Pablo tenía como única pasión conocer a Cristo y propagar el mensaje de la cruz que era “para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Cor. 1:23).

Compañero en el santo ministerio, ¿a qué escuela pertenece usted? ¿Constituye Cristo el centro de su vida, de su trabajo, de su gloria? ¿Está usted tratando de obtener lo que Pablo consideraba “pérdida”? Pérdida de tiempo, de realidad, de visión y tal vez de la eternidad, si es que no hay conversión.

No es posible satisfacer a dos señores al mismo tiempo. San Pablo escribe: “Una cosa hago”. Jesús tuvo un solo anhelo: “Vivía para bendecir a otros”. Y nosotros los ministros, tenemos que hacer una sola cosa: “Encaminar a los perdidos a los pies de la cruz de Cristo”.

Lo demás es “pérdida” de visión y de la realidad del tiempo en que vivimos.

Recuerde, compañero en el ministerio, el mensaje que Pablo envió a Arquipo.