El Nuevo Testamento no considera al pastor como el único ejecutor de la misión, sino como un instructor de los creyentes, que los capacita para que lleven a cabo la tarea de la evangelización.

Se cuenta la historia del dueño de una gran fábrica, que encontró, cierta vez, a un superintendente dedicado a hacer una pequeña reparación en la rueda de una de las máquinas. Cerca de ese jefe, de pie y observándolo mientras trabajaba, estaban seis operarios de esa misma sección. En cuanto se enteró del hecho, el propietario se dedicó a averiguar todos los detalles personalmente, reunió todas las informaciones necesarias para asegurarse de no cometer una injusticia, llamó al superintendente a su oficina y lo despidió, pagándole su indemnización conforme a la ley.

Sorprendido, el hombre pidió explicaciones. Se le dieron mediante estas palabras: “Yo lo empleé para que mantuviera a esos seis hombres ocupados. Encontré que los seis no hacían nada, mientras que usted hacía el trabajo de sólo uno de ellos. No le puedo pagar un salario a siete personas, para que una de ellas les enseñe a permanecer ociosas”.

Por casualidad ¿no pensó, querido pastor, que eso mismo le podría suceder en el desempeño de su trabajo? No me refiero a su rendimiento en el trabajo, sino a la inversión de papeles. ¿No pensó en la posibilidad de que no esté llevando a cabo la obra del Señor tal como lo enseña la Biblia? ¿Puede ser posible que alguien, incluso con muchos años de labor pastoral, no esté cumpliendo su misión a la luz de las Escrituras? ¿Qué podemos hacer para delegar en otros las actividades y las obligaciones que se nos han asignado?

El tema de este artículo no es nuevo, pero se refiere a una pregunta que posiblemente aún no se haya planteado, pero que usted tendrá que hacérsela algún día: “¿Cuál es mi trabajo?” “¿Qué función debo cumplir realmente, para alcanzar los verdaderos objetivos de mi ministerio pastoral?”

El empleo de los dones

Al analizar lo que el texto bíblico expresa respecto de los dones espirituales, empezamos a notar, en su extensión, las atribuciones que se le confieren a la iglesia de Dios. Es evidente que a nadie se le negó la oportunidad de recibirlos. En 1 Corintios 12, encontramos la relación que existe entre los dones otorgados a la iglesia para el desarrollo del ministerio y su edificación. Allí está la gran lista a disposición de todos, sin restricciones.

Pero, cuando observamos la presentación de los dones en Efesios 4, notamos que hay una repetición sólo parcial. ¿Cuál es el motivo de esta repetición? Al estudiar los capítulos anteriores de esta epístola, encontramos que Pablo se refiere a su vocación ministerial y menciona los dones que Cristo le dio. En el capítulo 4, el apóstol señala los dones que abarcan todas las necesidades eclesiásticas: profetas, evangelistas, apóstoles y maestros: son los dones básicamente clericales. Pablo se está refiriendo a los mismos dones, y enfatiza los diferentes instrumentos; es decir, algunos recibirían esos dones, porque son dones de liderazgo.

Observemos el texto. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:11-13). No se concedieron estos dones a todos los santos, sino sólo a algunos, a fin de que éstos preparen y capaciten a los creyentes para el cumplimiento de sus respectivos ministerios.

El versículo 13 menciona que esos dones deben permanecer hasta que alcancemos la unidad de la fe, lo que implica una comprensión de que son necesarios para el cumplimiento de la misión. El evangelio no llegaría al mundo sin el empleo correcto de esos dones. De acuerdo con la Biblia, se los entregó a fin de alcanzar el perfeccionamiento, la preparación y la capacitación del pueblo de Dios, para que lleve a cabo su tarea misionera.

Russel Burril, en su libro Revolución en la iglesia, páginas 49 y 50, presenta versiones modernas de este texto, que nos ayudan a comprender que los dones se dan para el entrenamiento de la gente, teniendo en vista el cumplimiento de la misión: “A fin de capacitar a la gente para la obra del ministerio” (Nuevo Testamento Siglo XX). “Para equipar a la gente a fin de que trabaje en su servicio” (Nueva Biblia Inglesa). “Para que su pueblo santo esté listo para servir como obreros” (El Nuevo Testamento [en inglés] en el idioma de hoy). “Dio sus dones para que los cristianos pudieran estar correctamente equipados para el servicio que deben prestar” (El Nuevo Testamento en inglés moderno, versión de J. B. Phillips).

Estas traducciones aclaran que la función bíblica del pastor y de otros educadores consiste en entrenar a la gente y capacitarla para la obra que se debe efectuar; es decir, para el cumplimiento de la misión del evangelismo. El Nuevo Testamento no considera a los clérigos como los únicos ejecutores de la tarea pastoral, sino como entrenadores de los creyentes, a fin de prepararlos para que cada uno lleve a cabo su responsabilidad en la obra.

Un papel específico

La tarea del pastor consiste en preparar a los creyentes para el servicio. Él no debe ser el único ganador de almas. “No es la tarea del pastor hacer la obra del ministerio, sino entrenar a los miembros para que lleven a cabo sus respectivos ministerios”, dice Russel Burril. La verdad es que el pastor también desarrolla un ministerio que le es propio. Cuando da un estudio bíblico, visita a alguien o enseña a la gente, está llevando a cabo su tarea como pastor y miembro del cuerpo de Cristo. Pero cuando entrena a la gente, está llevando a cabo la tarea fundamental de su ministerio, según la Biblia: ésta es su función pastoral. Russel Burril llega a decir que “al pastor le pagan para entrenar a los miembros. Si no lo hace, entonces, bíblicamente, no está llevando a cabo su tarea”

En el libro Testimonies (Testimonios), tomo 7, página 20, encontramos la siguiente afirmación: “Que el ministro dedique más de su tiempo a educar que a predicar. Enséñele a la gente a dar a otros el conocimiento que ha recibido” La predicación es parte del trabajo del pastor, pero Elena de White subraya, en forma categórica, el hecho de que su principal función es equipar y enseñar, y que debe dedicar más tiempo a esas actividades. “No es el propósito de Dios que los ministros hagan la mayor parte del trabajo de sembrar semillas de verdad”, afirma.

“Cuando trabaje donde ya haya algunos creyentes, el predicador debe, primero, no tanto tratar de convertir a los no creyentes como preparar a los miembros de la iglesia para que presten una cooperación aceptable” (Obreros evangélicos, p. 206).

Cuando el pastor ejecuta la tarea que le corresponde a la iglesia, sin entrenar ni formar a la gente para que lleve a cabo su propio ministerio, contribuye al debilitamiento de la congregación.

“A veces, los pastores hacen demasiado; tratan de abarcar toda la obra con sus brazos. Ésta los absorbe y los empequeñece; y, sin embargo, continúan abrazándola en su totalidad. Al parecer, piensan que ellos solos han de trabajar en la causa de Dios, en tanto que los miembros de la iglesia permanecen ociosos. Esto no es, en ningún sentido, la orden de Dios” (El evangelismo, p. 87).

Una garantía de éxito

Como se puede observar, según Elena de White, la función de los pastores adventistas era completamente distinta de la de los ministros tradicionales del siglo XIX; se había adelantado cien años a su tiempo. En nuestros días, la mayoría de los especialistas en crecimiento de iglesia han descubierto que la tarea fundamental del pastor consiste en entrenar y equipar discípulos. Como iglesia, disponemos de esta orientación desde hace más de un siglo: “En ciertos respectos, el pastor ocupa una posición semejante a la del capataz de una cuadrilla de trabajadores o del capitán de la tripulación de un buque. Se espera que ellos velen porque los hombres que están a su cargo hagan correcta y prontamente el trabajo a ellos asignado, y únicamente en caso de emergencia han de atender a detalles” (Obreros evangélicos, p. 207).

¿Cómo serían nuestras iglesias si los dones espirituales se usaran de acuerdo con la descripción de las Escrituras? Indudablemente llegaríamos a la “unidad de la fe”, que es uno de los grandes beneficios que se logran cuando se entiende en forma correcta la función del pastor y la de aquéllos a quienes dirige. La iglesia crece, entonces, tanto en número como espiritualmente. En realidad, cuando el pastor se convierte en un entrenador de creyentes para el desempeño de la labor misionera, en armonía con los dones espirituales conferidos, suceden dos cosas: primero, el crecimiento de la gente en madurez espiritual; y segundo, el crecimiento en número de la comunidad de creyentes.

Éste es el consejo de Dios. Creo que ha llegado el momento de poner en práctica su plan, para que seamos testigos de una avalancha de conversiones semejante a la de la era apostólica. Quiera el Señor ayudarnos a ser pastores de acuerdo con el modelo bíblico.

Sobre el autor: Pastor de la iglesia de Carangola, Minas Gerais, Rep. de Brasil.