No sé qué sucedió con el pastor. Está empujando su iglesia cuesta arriba. Aparentemente la carga es grande. ¿Se habrá acabado el combustible? Parece que no. A juzgar por el caballero que duerme plácidamente sobre el auto parecería aquella una situación más o menos permanente. ¡Pastor! ¿No le parece que sería mejor encender el motor de ese auto? ¿Que está descompuesto? ¿No le parece que sería ya el momento de arreglarlo?

Volvemos a mirar la portada de la revista y nos reímos. ¡Hay tan marcado contraste entre la expresión del rostro del pastor y el de los pasajeros! Pero a la vez reflexionamos preocupados. ¡Qué pastor no se sintió en algún momento empujando su iglesia —su pesada iglesia-cuesta arriba! ¡Cuán difícil es hacerlo! Cuando llegan circulares con órdenes, pedidos e instrucciones, ¿qué hacer primero? ¿Qué dejar a un lado? Sin embargo, hay que enviar un informe… Y en algunos casos el resultado es un pastor-gerente, promotor, con poco tiempo —y al fin poco interés— para edificar su propia vida espiritual, lo que resulta en poco estudio, poca oración, poca meditación y por ende pocos frutos.

Sin discusión no es ése el plan divino. Una iglesia que es empujada cuesta arriba por el sudor del rostro del pastor no será la luz del mundo. La iglesia necesita hoy causar un impacto en el mundo. Se acerca el tiempo de las conversiones por miles y para ello la iglesia debe salir del anonimato. Esa salida no se logrará solamente a través de las relaciones públicas, lo que sin duda es importante y muy eficaz, sino más bien a través de un impacto espiritual: en medio de un mundo perplejo, desorientado, con los ojos vendados, surge un mensaje de real esperanza llevado adelante por una hermandad unida, radiante, convencida, que llega a transformarse en motivo de admiración por sus elevadas virtudes. Al conocerla muchos dirán: “Iremos con vosotros porque hemos oído que Dios está con vosotros (Zac. 8:23). Una iglesia carretilla (que si se deja de empujar se detiene) o la de la portada (que si se la deja de empujar retrocede) jamás cumplirá ese ideal.

¿Cómo solucionar ese problema? Para entenderlo mejor preguntemos, ¿cuál es la raíz de una situación tal?

El primer argumento que surge es: Hay falta de líderes en las iglesias. Puede ser, especialmente en algunos casos. Sin embargo, la falta de colaboración no es siempre sinónimo de falta de talentos o de deseos de hacerlo. A veces —y nos atreveríamos a decir muy a menudo— es simplemente falta de incentivos o inspiración. La realidad es que hay talentos dormidos en la mayoría de nuestras iglesias. Lo que falta es desarrollarlos, inspirar a usarlos a quienes los poseen, reconocer lo bueno que ellos pueden hacer y que en la práctica hacen. Eso creará confianza mutua, respeto mutuo y como resultado trabajo dedicado y fructífero. Lo que sí falta en muchas de nuestras iglesias son actividades y actitudes formadoras de líderes.

Cuando Nehemías necesitaba la movilización masiva del pueblo de Jerusalén para la reconstrucción de la muralla no confió “en el ejercicio de la autoridad” para imponerse y obligar a todos a trabajar, sino que “procuró más bien ganar la confianza y simpatía del pueblo, porque sabía que la unión de los corazones tanto como la de las manos era esencial para la gran obra que le aguardaba” (Profetas y Reyes, pág. 470). Al reunir al pueblo al día siguiente “le presentó argumentos calculados para despertar sus energías dormidas y unir sus fuerzas dispersas” (Ibid.).

Al leer el relato bíblico notamos que el pueblo espontáneamente propuso: “Levantémonos y edifiquemos” (Neh. 2: 18l Nehemías estaba inspirando el surgimiento de colaboración voluntaria.

Nehemías vio la realidad de una ciudad derruida y sintió tristeza por ella. La Hna. White vio iglesias mal orientadas o mal dirigidas y tuvo idénticos sentimientos: “Nos sentimos profundamente apenados al ver a algunos de nuestros predicadores que se limitan a trabajar por las iglesias, haciendo aparentemente algunos esfuerzos, pero casi sin obtener resultados por sus labores” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 387). El pastor debe aprender la manera de llevarlos a decir: Levantémonos y edifiquemos.

La segunda realidad: A menudo el pastor toma todo en sus manos sin delegar responsabilidades. Oíamos a un predicador hace poco que decía en un curso de liderazgo “el pastor Juan Hácelo Todo ya murió”. Por los menos deseamos que haya cambiado de actitud… La verdad es que en una iglesia hay suficientes actividades como para mantener a un pastor ocupado las 24 horas de cada uno de los siete días de la semana. También es cierto que a veces cuesta más y consume más tiempo enseñar a otros a realizar el trabajo que hacerlo nosotros mismos. Pero esa filosofía mantendrá al pastor como un eterno esclavo de lo secundario, lo que le impedirá hacer lo realmente grande y fructífero.

El remedio es doble: Primero delegar responsabilidades, inspirar a quienes deben cumplirlas, asesorarlos en la ejecución y pedir informes cuando la tarea ha sido realizada. Agregamos aparte una fase importantísima: dar el crédito y el reconocimiento a quien se lo merece, esto es un excelente incentivo para acometer otras tareas exitosamente. Segundo: Dar a lo básico el primer lugar. El ministerio es una tarea que abarca fases tan disímiles como el aconsejamiento a un joven desorientado y la construcción o reparación de una iglesia. Se complica el cuadro cuando pensamos que el pastor no tiene tarjetas que marcar al entrar o salir en un recinto de trabajo y que nadie controla el uso de horas o minutos. Mucho menos —aunque el informe mensual lo revelará en parte— se controlan las actividades que realiza durante el día. Puede pasarse estudiando todo el día; al fin y al cabo debe predicar sermones con fundamento sólido, ¡la congregación se lo exige! Eso insume tiempo. Y tiene razón.

Puede dedicarse solamente a la visitación de los miembros de la iglesia, pues él es el responsable de la vida espiritual de su grey. Y tiene razón al hacerlo. O argumentando que la iglesia debe aprender a mantenerse sin dependencia del pastor, se dedicará a visitar a los interesados solamente. Y parece tener razón. O la preocupación dominante puede ser la administración de los múltiples intereses que la iglesia tiene, tales como la escuela, OFASA, las construcciones, las relaciones públicas, etc. No se puede negar su importancia porque a través de todas ellas puede avanzar la obra. Por lo tanto no se pueden abandonar. La mayor parte del día, de la semana y del año se dedica a ello. Parece estar en lo correcto. Finalmente está Don Juan, el pastor mencionado más arriba, que se dedica personalmente a comprar las escobas, a hacer la tabla comparativa o a llenar los informes, a prender y apagar las luces, a arreglar los enchufes… porque “es la única manera como las cosas marchan”. Y por supuesto esa fase de la obra está bien atendida en su iglesia. Pensándolo bien tiene razón también.

En realidad, todos tienen razón, pero sólo a medias. Una característica del pastor de éxito es el equilibrio en todo cuanto hace. Reconocemos que el desequilibrio en la realización de las diferentes actividades depende de la personalidad y formación de cada uno. Hay hombres prácticos que normalmente se preocuparán de las cosas prácticas. Hay hombres sociales que disfrutarán más de la visitación que de la administración. El intelectual querrá pasarlo con los libros mientras que el que disfruta de la organización y planificación estará tentado a pasar todo el día en la oficina pastoral. Sin embargo, todo tiene su lugar en el programa pastoral y todo debe ser atendido con el debido equilibrio. El pastor sabio recordará que finalmente todo debe conducir a la ganancia de almas. Si al terminar el año él “hizo todo” pero no llevó pecadores a Cristo ha fracasado miserablemente.

Volvamos ahora al pastor de la portada. Todas esas actividades disímiles que están atiborrando su iglesia deberán ser impulsadas en forma espiritual y no mecánica. Él no es un gerente, es un pastor; no es un promotor, es un mensajero. El éxito de su causa no está sólo en la planificación, las horas de trabajo, los blancos alcanzados, sino en la medida en que busque al Príncipe de los pastores al ministrar al pueblo. Mirando ahora la misma verdad desde otro ángulo, pudiera suceder que los blancos se alcancen, las tareas se cumplan, los informes sean enviados, pero que a la vista de Dios sean profesionales, un Balam que es movido por un interés de posición, de estima humana, de promoción a lugares más elevados.

“Y todo lo que hagáis hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23, 24). Aquí está el combustible para impulsar la iglesia: la certeza de que trabajamos en algo que es más que una gerencia, es el ministerio de la reconciliación, es ocupar el lugar de Cristo en la tierra (véase Obreros Evangélicos, pág. 13). ¡Qué solemne pensamiento! Con ministros de este calibre la iglesia no sería un peso muerto, sino una potencia. “Si nuestro número fuese reducido a la mitad de lo que es, pero todos trabajasen con devoción, tendríamos un poder que haría temblar al mundo” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 386, 387).

Pastor, no espere más tiempo. ¡Encienda el motor de su iglesia!