La predicación debe traer al pecador ante el Salvador.
La preparación del sermón requiere atención tanto del macro como del micro, de lo universal y lo particular. A veces necesitaremos presentar el panorama completo del plan de salvación, pintándolo con una brocha gorda. Otras, habremos de centrarnos sólo en los detalles.
Usemos Apocalipsis capítulo 5 como modelo para preparar un sermón. Nos da el cuadro más amplio: el telón de fondo completo. El marco es un escenario celestial sobre el cual se representa el drama de los siglos, el plan completo de la salvación. Los versículos 1-5 constituyen nuestro texto clave y deberían leerse tan claramente como sea posible mientras el predicador se adentra en su mensaje.
Preparación
Yo uso OVTeBo[1] El acrónimo describe un procedimiento, paso a paso, de cómo adentrarse en el pasaje. (Los 4 pasos están enumerados.)
- Observación. Lea el pasaje una y otra vez, en todas las versiones posibles, y en griego o hebreo si conoce esas lenguas. Como predicador, debe rumiar, diríamos, el pasaje, darle vuelta en su mente. Escríbalo a mano, inspírese en él. ¿Qué palabras se le antojan significativas? Haga un estudio minucioso de ellas. La estructura sintáctica puede darle alguna pista. ¿Qué género literario tenemos aquí? El pasaje sugiere toda clase de imágenes. Imagine, imagine. Visualice, visualice.
Una palabra captura realmente mí atención: “trono”. ¿Qué significa esa palabra? ¿Qué asociaciones trae a mi mente? Dominio, soberanía, el gobierno de Dios, el desafío satánico a ese trono.
- Verdad. En un pasaje como Apocalipsis 5 hay ciertas grandes verdades del evangelio, verdades acerca de Jesucristo verdaderamente notables. Haga una lista de ellas. La verdad no consiste solamente en hechos, sino en realidades que tienen su lugar en el marco del evangelio. Dios, su autoridad y poder; Jesús, su relación con el Padre, la Deidad. El Espíritu Santo, “enviado por toda la tierra”. El ministerio de los ángeles. El plan de salvación. Extraer una lista de verdades constituye uno de los pasos más duros para mí en la preparación de un sermón. Requerirá bastante trabajo para arrancarle su secreto.
- Tema. Vea lo que el profeta trata de decir. Considere la esencia de su tesis, el pensamiento central. En nuestro pasaje el tema es la salvación, por supuesto. Pero, ¿podemos hacerlo un poco más específico? ¿Cómo sonaría el oficio y el ministerio: la misión de Cristo como Cordero? Si es así, deténgase entonces un tiempo para considerar su función como Sustituto y Garantía.
- Bosquejo. El sermón no es una producción literaria. Anote palabras y frases claves, encabezados, cualquier cosa que lo ayude a avanzar, que ayude al predicador a asirse bien del mensaje Estamos desarrollando un sermón, no escribiendo un artículo. Esta es la palabra hablada, y debemos tener a la gente en mente en cada paso, tanto como la forma en que podemos hacerles llegar la Palabra. “Me gustaría hablarles hoy acerca de …’. Estamos pensando en estas queridas y amadas personas; ellas están en nuestra mente y en nuestro corazón. Anhelamos compartir; deseamos contribuir; queremos hablarles acerca de Jesús, nuestro mejor Amigo. Este tipo de pensamiento mantiene al predicador concentrado y en contacto con la gente real. Libra al sermón de ser una conferencia, una fría presentación de hechos. “Cuando se deleite en la Palabra de Dios, a causa de la preciosa luz que usted obtiene de ella, preséntela a otros para que se regocijen también con usted. Pero que su comunicación sea libre y de corazón”.[2]
La predicación
“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aún mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apoc. 5:1-5).
Introducción
Imagine la escena: una sala con paneles, un enorme escritorio de caoba, credenza, librero, varios sillones tapizados de fino cuero. Un caballero de aspecto serio está sentado detrás de él con algunos documentos en la mano. Otras tres personas están en la sala cuya edad gira alrededor de los cuarenta años: un hombre y dos mujeres. Parecen nerviosos y ansiosos. Las mujeres sostienen sus pañuelos, el hombre se ajusta la corbata. Todos miran con atención hacia la puerta. De pronto, como si fuera una señal, se dicen los unos a los otros, con voces llenas de intensidad, y sin embargo subyugadas, por un involuntario nerviosismo: “¿Dónde está Bill? El conoce los términos del testamento de papá. Nadie puede abrir el testamento excepto Bill. ¿Qué lo retrasará?” Usted comienza a darse cuenta que se encuentra en la oficina de un abogado. El documento que el hombre que está sentado detrás del escritorio tiene en sus manos es un testamento. Ha llegado el momento de abrirlo, pero el papá dejó establecido que sólo el hijo mayor, Bill, puede hacerlo. La tensión empieza a apoderarse de ellos; apenas si pueden controlarse. Todos están pensando lo mismo. (¿Qué otra cosa podían hacer?): “¿Y si Bill no viene?” “¿Si Bill no se presenta, tendremos que regresarnos sin nada?”
Hay otra escena. Ahora es celestial. Juan ya ha entrado por una puerta “abierta en el cielo” (Apoc. 4:1). Es quien describe la escena. Esto es lo que significa ser un profeta auténtico: un vidente, un periodista privilegiado. De vez en cuando es admitido en una reunión de Gabinete. Ve, oye, y nos informa. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Por supuesto, todo tiene su límite. Ningún ser humano puede participar de todos los secretos que se manejan en los concilios celestiales. Pero lo que se le permite ver y oír a Juan es una información vital: la suficiente como para damos una idea en cuanto a los planes y propósitos de Dios. “El que tiene oído, oiga” (Apoc. 3:22).
El libro misterioso
Esta es la sala del trono: el centro de control del universo. “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos” (Apoc. 5:1). Un trono, símbolo de dominio y soberanía. Aquí es donde se toman las grandes decisiones. Desde ese trono gobierna por decreto el Admirable —un fíat administrativo, si usted gusta. Juan ve al Admirable sentado en su trono. El profeta es todo ojos y oídos y expectación. Siente que algo decisivo está ocurriendo. Un drama cósmico de primera magnitud está a punto de revelarse ante sus ojos. Su atención es atraída poderosamente hacia un libro misterioso que el Todopoderoso sostiene en su poderosa mano derecha: un libro “escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos”.
En el Imperio Romano de los días de Juan documentos sellados con siete sellos como éste sería, casi con seguridad, un testamento o, un instrumento de mandato legal, un hecho fiduciario. Los libros antiguos eran realmente rollos. En el marco celestial es un libro del destino, el documento vital de toda la creación. Dicho libro contiene el secreto de Dios. Su plan, del cual Pablo dice que ha sido guardado en secreto desde “edades eternas”. El libro está escrito por dentro y por fuera, por detrás y por delante. Una base de datos celestial. Contiene toda la información necesaria para llevar a cabo el plan de redención. Todo está allí. Juan percibe que la apertura de este libro significa salvación. Si permanece sellado, todo está perdido. Pero el libro está en la mano derecha del Admirable, y está sellado.
El desafío. De pronto un poderoso ángel, como si hubiera leído la mente de Juan, lanza un desafío. “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” (vers. 2). Ahora podemos ver que el profeta es movido por algo mucho más importante que una simple curiosidad. Todo está en juego: el futuro de la humanidad, el futuro del planeta, la seguridad del universo. Espera que alguien se adelante; pero nada ocurre, no hay movimiento, sólo un silencio mortal.
Nadie se ofrece como voluntario para aceptar el desafío. “Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo” (vers. 3). El profeta llora mucho y amargamente. Incontrolables sollozos sacuden su cuerpo. Sus lágrimas son por Dios y por la humanidad. Por Dios, porque él ha sufrido un dolor incomprensible desde que el pecado invadió el cosmos. Por la humanidad, porque ella nada puede contra el despiadado enemigo. La situación demanda la intervención definitiva de un poderoso libertador, un mediador. ¿Hay alguno que nos pueda ayudar, que pueda ponerse frente al portillo?
Se ha encontrado a alguien
El plan no puede ejecutarse sin un agente que tenga autoridad y dignidad. Este debe representar a la humanidad. “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos” (1 Cor. 15:21). Aquí está el dilema: el rollo se encuentra en las manos de Aquel que está sentado sobre el trono, el Todopoderoso. ¿Quién, entonces, sería capaz de realizar esta obra? ¿Quién podría tomar el libro de su mano? Pero hay esperanza. Uno de los ancianos del tribunal celestial le dice al profeta que no llore, porque “he aquí que el león de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos* (vers. 5). Jesús es el embajador plenipotenciario de Dios. Todo el poder está en sus manos. El comparte el trono universal con su Padre. Él es capaz, como ser humano —el Hijo del Hombre— de tomar el libro.
No es necesario que lo arrebate de la mano del Padre. El Padre lo ha preparado para esta tarea. Por su nombramiento como Mediador ante el Trono, está revestido de humanidad. El Padre se ha agradado de él. El drama se representa para nuestro beneficio. El cielo ya está al tanto del escenario divino. Es nuestro privilegio quedar atrapados por la escena, sentir el temor, el pavor y la aprensión. Sí, llorar con el profeta hasta que encontremos al que compró nuestra salvación a gran precio, por medio del sufrimiento, la muerte y su sangre derramada. No habremos aprendido nada del drama hasta que lleguemos a pesar el costo.
La historia de la salvación está relacionada con un estado de perdición. Nosotros perdimos la propiedad. Un anciano me llamó junto a su cama. “Por favor”, “ayúdeme a salvar mi propiedad de mis irresponsables hijos. Yo sé que después de mi muerte perderán todo aquello por lo cual he trabajado tanto y mi viuda será dejada sin nada*. Era triste escuchar aquello, pero yo no podía hacer nada. Como se temía que aquellos muchachos hicieran, así nuestros primeros padres perdieron los bienes.
Cierto personaje de Las Vegas vino a escuchar a un evangelista. El predicador habló acerca de la forma en que Adán cayó. Todo le pareció tan nuevo y extraño. Pero cuando las mujeres de su cabaret le preguntaron de qué había hablado el predicador, él lo expresó en su lenguaje pintoresco y mundano. “Dios le dio a ese sujeto Adán un verdadero manojo de billetes, y él lo echó todo a volar” La vida, eldominio sobre la naturaleza, el hermoso hogar en el jardín, una perfecta relación con su Creador. Todo perdido. La creación misma estaba sujeta a la decadencia y la muerte. Las tinieblas, como un manto mortal, se asentaron sobre el planeta. Nuestra condición perdida es una de las inescapables realidades de la vida. Es una dura realidad. Billy Graham dijo una vez: “O el hombre comenzó en la nada y está buscando a dónde ir, o comenzó en algún lugar y ha perdido el camino”.
Ahora surge la gran pregunta. ¿Quién puede comprarlo de nuevo? ¿Quién cuenta con los recursos para lograr la reacuperación de los bienes perdidos? La respuesta: “El león de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (vers. 5). Su misma persona es una perfecta unidad de poder y amor. Él es el León: regio, poderoso, infunde respeto. Es también el Cordero: el Siervo sufriente de Dios, quien se dio a sí mismo por los pecados del mundo. Jesús es el único calificado para aceptar el desafío en todo el sentido de la palabra.
Lo vemos claramente ahora. El libro es, en primer lugar, un tratado sobre la redención, la divina estrategia contra el pecado, el plan divino para la recuperación de los bienes perdidos. Todo lo que Adán perdió será recuperado por nuestro pariente celestial. Desde antiguo, en los tiempos del Antiguo Testamento, surgió la figura del goel, o pariente- redentor. La idea comprende venganza, así como salvación. En el libro de Rut, Booz es el pariente cercano, quien restaura la fortuna de la familia de Elimelech. En aquellos días redención significaba desatar, libertar de. El goel tenía que ser una persona fuerte y hábil para poder recuperar los bienes perdidos. El goel, bajo la antigua ley, tenía derechos y responsabilidades. Siempre que un israelita caía en la esclavitud, el goel tenía la responsabilidad de rescatarlo. Por eso Abrahán se vio compelido a rescatar a Lot de los cinco reyes que lo habían tomado prisionero. Era una cuestión de honor. Se requería fortaleza y determinación para hacerlo.
Jesús, nuestro hermano mayor, pariente cercano (asumió nuestra humanidad), tomó nuestro caso en sus manos como si fuera un asunto personal. ¡Cuán increíble es el plan secreto de Dios! Envía a su Hijo al campamento enemigo como un bebé aparentemente indefenso. Pero este niño es Dios encarnado. Es la divinidad revestida de humanidad. El planeta que viene a visitar es obra de su creación. Tiene la voluntad y el poder suficientes para efectuar nuestra salvación. Arrebata la presa de las garras del enemigo. “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15). Su propósito es restauramos a nuestro hogar edénico. Sus credenciales son impecables. Es igual en dignidad, poder y autoridad al Uno que se sienta sobre el trono. Y, lo que, es más, es el dador de la vida. ¡Es digno en todos los sentidos de la palabra!
“Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (vers. 6). Es como Cordero inmolado que Jesús se convierte en Ejecutor de la voluntad de su Padre: perfecto en poder (siete cuernos), perfecto en sabiduría (siete ojos). No debemos pensar en su omnipotencia como el poder de una fuerza ilimitada. Es el poder inconquistable del amor.
Convenía que el Padre diera especial honor y reconocimiento al Hijo. En los concilios eternos se tornó el acuerdo de que la segunda Persona de la Deidad viniera en forma humana y ejecutara el plan. La tierra fue su destino, su proyecto especial. Es como si la Deidad hubiera hecho el pacto de que el Hijo la recuperara, sin importar el costo. Al tomar el libro, se comprometió totalmente a cumplir su responsabilidad redentora de pariente cercano hasta sus últimas consecuencias. Cristo no ascendió a la mano derecha de Dios y, como un predicador lo expresa, se retiró para escribir sus memorias. Él todavía está activo en el negocio de la salvación. “Viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25). El resultado final a que se aspira es un universo en perfecta paz: su pueblo como una comunidad reconciliada. Él ha comenzado la buena obra, y él la terminará.
Todo está en sus manos. Su obra tuvo un principio, y pronto la culminará. No vino a divertirse cuando asumió la naturaleza humana para luego abandonarla cuando ascendió. Él es nuestro para siempre. Repito de nuevo que, ciertamente, convenía al Padre que lo hiciera también Juez. “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo… Y también le dio autoridad de hacer juicio por cuanto es el Hijo del Hombre’ (Juan 5:22-27). Aquel que tiene mi destino en sus manos es quien tomó mi carne, quien plantó su tienda junto a la mía. El caminó en mis zapatos. Experimentó la condición humana en toda su plenitud. Sólo él puede juzgarnos totalmente. El Padre no nos puso en manos de un extraño que no sabe nada acerca de nuestras luchas. Que los pastores y los maestros, que las madres y los padres, y todo aquel que ha gustado de su salvación, sí, que todos los redimidos digan; “Cristo es nuestro Juez. Nuestro caso está en sus manos”.
Elena G. de White lo expresó muy bien cuando dijo: “Porque gustó las mismas heces de la aflicción y tentación humanas, y comprende las debilidades y los pecados de los hombres; poique en nuestro favor resistió victoriosamente las tentaciones deSatanás y tratará justa y tiernamente con las almas por cuya salvación fue derramada su sangre: por todo esto, el Hijo del Hombre ha sido designado para ejecutar el juicio”.[3]
El presidente estadounidense Clinton extendería el cuidado universal de la salud a cada ciudadano norteamericano, una cobertura que nunca pudiera anularse o quitarse Loable y ambicioso. Los oponentes al plan dicen que escapa a la realidad. Incluso algunos de su propio partido dicen que es “demasiado costoso”. Pero él tiene este sueño, y está empeñado en realizarlo. Hay muchos tramos por delante. Todo el asunto es extremadamente complejo. ¿Un sueño imposible? Nosotros no lo sabemos. El Cielo ha ofrecido a la raza humana una amnistía general. Cristo murió para extender la cobertura a cada hijo de Adán Al enemigo le gustaría que fracasara el plan. A pesar de la oposición, demoníaca y humana, el resultado deseado está asegurado. La salvación se ha llevado a cabo. Como dicen en el mundo de los negocios, es un trato hecho. Con él, la palabra y el hecho son lo mismo.
Misión cumplida
El drama todavía está en desarrollo. El Cordero todavía está en el centro como inmolado. Él es el Dios que está en medio. Toma su posición entre Dios y el hombre, siempre buscando atravesar la brecha, reconciliar al mundo con Dios. Está trabajando intensamente en el santuario celestial como nuestro misericordioso sumo sacerdote. Él nunca duerme. Tiene como único propósito llevar el drama a su absoluta conclusión. Su misión no estará terminada totalmente, sino cuando ponga fin al pecado. No se satisface con sólo perdonar el pecado y decretar la amnistía general. El pecado, esa cosa maldita, debe ser totalmente erradicado.
Y él no sólo toma el libro, sino que rompe los sellos uno tras otro, hasta abrir el último. Cuando el séptimo sello sea abierto, un profundo silencio sobrecogerá la sala del trono, en realidad, a toda la creación. Ahora todo quedará completamente aclarado. El gran libro queda abierto. El drama ha terminado. En el esquema de los asuntos celestiales hay profecía, cumplimiento y consumación. Llegará el día cuando todas las profecías cesarán. Jesús declarará: “Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido’ (Mat. 5:18). Eso es consumación.
La historia de la salvación no es una representación callejera que se repite continuamente en forma indefinida. No habrá eterna coexistencia entre el bien y el mal. El Cordero inmolado es Señor del tiempo y de la historia, Señor de las esferas. Sus brazos no se han acortado de modo que no pueda salvar. Su capacidad para alcanzar y su capacidad de aprehender son iguales. Es lo suficientemente fuerte como para asirse del trono y al mismo tiempo abarcar el globo. La misión ha sido cumplida: Entrega el paraíso recobrado de nuevo al Padre que lo comisionó para llevar a cabo la gran misión. Eso es consumación.
La victoria suprema de Cristo, el Cordero inmolado, es el objetivo final de la historia. No extraña que todo el cielo se una en cantos de adoración y alabanza al “que está sentado en el trono, y al Cordero’ (Apoc. 5:13).
Sí, Dios el Padre ha puesto todas las cosas en las fuertes manos de su Hijo. Ha puesto todas las cosas bajo su responsabilidad. Y ahora aquí está la gran pregunta: ¿Ha puesto usted su vida en las manos del Cordero? ¿Ha puesto su vida, completamente, en sus manos? Usted puede confiar en él Sólo Jesús es digno de confianza.
Referencias
[1] Para un tratamiento completo de OTTO (OVTeBo en español), vea mi libro Preaching to IW Times (Wáshington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1975).
[2] Elena G. de White, Counsels to Writers & Editors (Nashville, Tenn.: Southern Pub. Assn-. 1946), pág. 87.
[3] __________________, El Deseado de todas las gentes (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1995). pág. 181.