El capítulo 58 de Isaías comienza con un pregón, dado con voz semejante al sonido de una trompeta. Su mensaje se dirige a “mi pueblo,” “a la casa de Jacob.” Este es un mensaje enviado a la iglesia, no al mundo. Y es para toda la iglesia, inclusive los obreros. Por otra parte, existe un paralelo definido entre los días de Isaías y nuestros propios días en lo que se refiere a la condición de la iglesia.
Cuando este mensaje llegó de Dios, la iglesia estaba cumpliendo un programa digno de alabanza. Él le dice a su pueblo:
1. “Me buscan cada día.” Observamos la devoción matutina.
2. “…quieren saber mis caminos.” Instamos al estudio fiel de nuestras lecciones de la escuela sabática.
3. Constituyen una “nación que obra justicia.” (V. M.) ¡Cuánto nos agrada tomar parte en las diversas actividades y campañas de la iglesia!
4. “…no abandona la ley de su Dios.” (V. M.) Pagar el diezmo y cumplir las demás normas de la iglesia llega a ser una delicia.
5. “…me piden las ordenanzas de justicia.” (V. M.) Los diez mandamientos son la norma de nuestra vida.
6. “…se complacen en acercarse a Dios.” (V. M.) Las reuniones de obreros y los congresos para jóvenes y laicos son una parte vital de nuestro programa.
7. “Ayunamos y… humillamos nuestras almas.” El ayuno, la práctica de la reforma pro-salud y la estricta temperancia nos distinguen de los demás.
¡Realmente es un programa digno de alabanza! Pero hay algo que está mal, radicalmente mal. En la escasez de los resultados se ve la falta de poder de nuestro servicio para Dios, y eso a pesar de un programa muy activo y encomiable. En el diálogo de Isaías el pueblo expresa asombro porque, no obstante su diligencia y fidelidad, las señales de la aprobación divina eran tan pocas.
Aplicando la declaración anterior a nosotros mismos, ¿somos suficientemente valientes como para arrostrar todo lo que implica? Todo obrero fiel se conmueve en su fuero interno cuando contempla las muchas promesas de la Biblia y el espíritu de profecía, promesas que ciertamente se aplican a nosotros hoy, y ve tan poco cumplimiento.
Se había perdido la religión del corazón
En los días de Isaías todo era un vivido despliegue de actividad religiosa, pero casi en su totalidad era algo externo: una especie de solemnidad afectada, una seriedad mojigata. Cada hombre tenía “encorvada su cabeza” (V. M.), mientras su corazón permanecía frío c insensible “como junco.” Durante todas esas ceremonias y observancias el egoísmo seguía prosperando. Más que eso, en realidad eran opresores de sus conciudadanos y especialmente de sus siervos. Eran exigentes y pendencieros en su trato mutuo.
La esperanza de ellos parecía estribar en convertir aquellos días especiales de reunión y la observancia de los ritos religiosos—sin lugar a dudas buenos en sí mismos, —en “un substituto de los deberes de justicia y bondad; una expiación por los pecados de injusticia y opresión: ¡un substituto que Dios aborrecía!” Aun esperaban apresurar la venida del reino mesiánico por medio del ayuno y la oración. Pero Dios les reveló que en primer lugar necesitaban una reforma moral.
Como aquellos adoradores de antaño, también nosotros hablamos de apresurar la venida de nuestro Señor. Demasiado a menudo el ideal llega a ser un lema que permite realizar esfuerzos evangélicos más grandes y mejores, promover campañas, y dar y recibir medios. Cosas que son buenas, siempre que nuestros corazones sean verdaderamente fieles a Dios y a los demás. Si el antiguo Israel necesitaba que se le recordase su continua y diaria necesidad de reforma moral, ¿necesitamos menos nosotros?
“Lo que Dios desea de Vd. y de mí, no son ciertas formas, servicios, emociones, el acto de orar, y otras cosas similares; lo que él pide es la renovación de toda la naturaleza: del hombre interior y exterior. Desterremos el pensamiento que obsesiona a tantos, de que la obra de Cristo es un plan hábilmente ideado con el objeto de que los seres humanos obtengan el cielo sin la justicia [sin hacer lo recto]. Más bien es el plan divinamente sencillo y sin embargo maravillosamente triunfante de hacer a los seres humanos, no solamente por poder o imputación, sino en sí mismos y de hecho, santos, puros, semejantes a Dios e idóneos para el cielo.”—Ogle, J. citado en “Butler Bible Work,” [1894] tomo 8, pág. 330.
¿Qué brinda la religión genuina?
¿Qué brindará esta religión verdadera, este amor, compasión, y ardor de la simpatía humana? ¿Qué es lo que transformará nuestras vidas indiferentes y tibias? La respuesta es clara. Debemos presentar a nuestro pueblo “la verdad… de nuevo en su sencillez.” (“Welfare Ministry,” pág. 77.) Y esta sencillez debe estar relacionada con la sencillez de la vida de Cristo. Al comentar el capítulo 58 del libro de Isaías, la mensajera del Señor dice: “En estas palabras se presenta el espíritu y el carácter de la obra de Cristo.”—”El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 237.
Frecuentemente nos recordamos a nosotros mismos que Jesús pasó más tiempo sanando que predicando, y es verdad. Pero aún más enfática es esta otra declaración: “la obra principal de Cristo consistió en asistir al pobre, al necesitado y al ignorante.” (“Welfare Ministry,” pág. 59.) No descuidó a los ricos, los educados, los dirigentes de la sociedad: pero su obra principal la hacía con las otras clases. Su corazón rebosaba de ternura y compasión a medida que ministraba las necesidades de la humanidad sufriente. ¿Es esto lo que le dio tanta influencia en todas las clases sociales? ¿Es esto lo que hizo tan diferentes sus sermones?
Si queremos arrostrar el problema honradamente ¿no deberíamos decidirnos a pasar más tiempo con aquellos grupos que afrontan más agudamente los problemas económicos de la vida? ¿Por qué limitar los esfuerzos de la iglesia, evangélicos y sociales, a los así llamados gente bien, a las mejores clases? Perdemos mucho cuando dejamos de establecer contacto con ese sector cíe la humanidad que día tras día enfrenta la pobreza, la enfermedad, la opresión, la falta de propósitos y Ja enloquecedora monotonía de la vida.
La luz de Dios “nacerá como el alba,” y aun nuestra “salud se dejará ver presto” cuando compartamos con los oprimidos sus tristezas y sufrimientos. “La gloria de Jehová” será vista sobre su pueblo, y llegaremos al lugar donde “Jehová responderá” (V. M.) nuestras oraciones. “Los caudales de las naciones” (V. M.) afluirán a la iglesia cuando partamos nuestro pan con el hambriento. En respuesta a nuestra búsqueda y clamor en pos de Dios le escucharemos decir: “Heme aquí.”
Dios nos exhorta como obreros individuales ocupados en su causa a “desatar las ligaduras de impiedad,” “deshacer los haces de opresión y “dejar ir libres a los quebrantados.” Debemos romper “todo yugo,” y acoger en nuestro hogar “a los pobres errantes,” mientras vestimos al desnudo e indigente. Esta no es una obra que debe ser hecha por un departamento determinado de la iglesia, sino por cada miembro. Entonces será vista la luz que “nacerá en medio de las tinieblas” (V. M.); entonces seremos “como jardín bien regado” (V. M.), y nuestras propias almas serán satisfechas “en tiempos de sequía.” (V. M.)
Esto no es desviarnos de nuestro programa mundial de evangelización; por el contrario, es evangelismo en acción. Una iglesia que palpita con el espíritu de la verdadera caridad y que rebosa de amor y simpatía, es la más noble expresión de la religión genuina. Ningún otro método en las relaciones públicas puede igualar a éste que ha sido demostrado en unos pocos lugares. En poco tiempo hicieron averiguaciones, no una ni dos, sino cientos y miles, acerca de los principios de fe seguidos por esa clase de cristianos. Siguiendo ese procedimiento, duplicar nuestra feligresía sería un proceso sencillo. Entonces ¿qué sucedería con las apostasías? Excepción hecha de los enemigos de la cruz de Cristo, ¿quién desearía renegar de tales personas?
Cierta mañana de domingo hablando en Oklahoma, EE. UU., un pastor de los Hermanos Menonitas, que son fervientes creyentes en la religión práctica, mencionó a su congregación que un articulista había escrito que lo que necesitaban en EE. UU. era una nueva religión. Pero añadió que esperaba que nadie hiciera nada imprudente ¡hasta que hubieran probado la antigua!
Lo que el mundo busca es una iglesia inflamada con el amor de Cristo, que refleje su luz y revele su vida. Cuando el Verbo se hizo carne y moró entre la gente, ésta contempló la gloria de Dios, no como un halo especial que nimbaba la cabeza del Salvador, sino más bien en su piedad e inagotable amor. Y el mundo espera ver esto nuevamente. En lo pasado hemos usado el capítulo 58 de Isaías para mostrar la obra que haría la reforma del sábado en estos últimos días. Y está bien; pero la reforma del corazón debe efectuarse antes que la reforma del sábado. En este capítulo se da el mayor énfasis al ministerio del amor y la caridad siendo el sábado un símbolo de la verdadera vida reformada. “Porque el que ha entrado en su reposo, también él ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.” (Heb. 4:10.)
Algunas de las numerosas declaraciones del espíritu de profecía serán suficientes para demostrar el lugar vital que ocupa este capítulo en el mensaje de Dios para los últimos días. (La cursiva es nuestra.)
“La obra especificada en estas palabras [Isa. 581 es la obra que Dios quiere que haga su pueblo. Es una obra designada por Dios mismo. Juntamente con la tarea de vindicar los mandamientos de Dios… debemos mezclar compasión por la humanidad sufriente. —Welfare Ministry,” pág. 32.
“Quienes hacen demostraciones prácticas de su caridad por su simpatía y actos compasivos ¡lacia el pobre, el sufriente, y el desventurado, no sólo alivian a los que sufren, sino que contribuyen en gran medida a su propia felicidad y están en camino de asegurar la salud del cuerpo y del alma.”—Testimonies, tomo 4, pág. 60.
“Esta es la obra especial que ahora tenemos delante de nosotros… Nuestro deber está claramente expuesto.”—Id., tomo 2, pág. 34.
“Hay necesidad de noble simpatía, grandeza de alma y caridad desinteresada. Entonces la iglesia puede triunfar en Dios… Debiera estudiarse el ayuno de que habla Isaías.”— Id., tomo 3, pág. 519.
“Este ministerio, debidamente cumplido, impartirá ricas bendiciones a la iglesia.”—“Joyas de los Testimonios” tomo 2, pág. 504.
“Todo lo que el cielo contiene aguarda que lo use toda alma que quiere trabajar en las actividades de Cristo. En la medida en que los miembros de nuestras iglesias emprendan individualmente la obra que les ha sido asignada, se verán rodeados por una atmósfera completamente diferente. Sus labores irán acompañadas de bendición y poder. Experimentarán una cultura superior de la mente y del corazón. Quedará vencido el egoísmo que aprisionó sus almas. Su fe será un principio vivo. Sus oraciones serán más fervientes. La influencia vivificadora y santificadora del Espíritu Santo se derramará sobre ellos, y serán acercados al reino de los cielos.”—Id., tomo 2, pág. 505.
“Cuando las naciones estén reunidas delante de él, habrá tan sólo dos clases, y su destino eterno quedará determinado por lo que hayan hecho o dejado de hacer por él en la persona de los pobres y dolientes.”—“El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 576.
Cuando analizamos estas declaraciones vemos claramente lo que significa la verdadera religión, y con las promesas de Isaías 58 en mente, podemos preguntarnos: ¿Es ésta la llave que conduce al genuino reavivamiento y a la lluvia tardía? —The Ministry, sept. de 1955.