Podría parecer algo inusitado elegir como el tema de un escrito el comentario que Dios le hizo a Job acerca del leviatán, ese monstruo de las vastedades oceánicas; pero esta declaración resulta sumamente interesante: “En pos de sí hace resplandecer la senda.” (Job 41:32.) No son únicamente el gigante de las profundidades o los peces del mar los que dejan una estela hirviente tras de sí en su viaje marino. También nosotros, como seres humanos, dejamos nuestra estela de impacto e influencia.
La cuestión es ésta: ¿Ejercemos una influencia negativa o positiva? El impacto de nuestra vida, ¿retarda o aviva el progreso de la obra de Dios? Hay algunas cualidades específicas que invariablemente aparecen en la conducta y la corrección del obrero cuya vida ejemplar ejerce una influencia positiva para el bien. El resultado final de una personalidad agradable y centralizada en Cristo es una real influencia ganadora de almas.
Las grandes instituciones, bien equipadas, son esenciales para el éxito de la obra de Dios en la tierra. Podemos contar con un equipo tangible, como ser, edificios, tierras, bibliotecas, laboratorios, y otros elementos de producción.
Sin embargo, las cosas impalpables tienen una importancia mucho mayor en la causa de Dios. Tres de ellas son dignas de una atención especial en nuestros esfuerzos conjuntos para lograr los resultados que Dios desea obtener con su iglesia.
La lealtad. —La lealtad a la iglesia, a nuestros hermanos obreros y a nuestros dirigentes, es un requisito fundamental para mantenernos unidos en este gran movimiento. Sin lealtad la iglesia se desintegrará, a pesar de su poderosa estructura orgánica. Algunos se sienten inclinados a pensar que la lealtad constituye meramente una calle de una sola vía, en la que el subordinado debiera permanecer siempre leal a su superior. Esto es algo esencial, pero es igualmente importante que el superior sea leal con su subordinado. La lealtad debe constituir un mecanismo de doble acción, y cada obrero debiera cooperar tanto con sus superiores como con sus subordinados. La lealtad recíproca entre estas partes conduce al funcionamiento uniforme de la organización. Ayuda a evitar muchos malos entendidos, y crea un espíritu gozoso en el obrero, lo que redunda en un mejoramiento de las relaciones públicas intradenominacionales. El concepto superiores y subordinados se refiere a la posición y no a los talentos, carácter o eficiencia del obrero. Todos los recursos de nuestro carácter deben movilizarse en un esfuerzo armonioso y consagrado.
Las relaciones públicas entre la iglesia y otras denominaciones tienen gran importancia, pero las buenas relaciones entre los obreros de la misma iglesia son aún más importantes. No siempre resulta lo más fácil tratar con personalidades diferentes, pero uno de los rasgos del verdadero cristiano consiste en llevarse bien con los demás y en ser leal con aquellos por quienes no siente mucho aprecio o que no comprende bien.
Cada obrero debiera ser leal con su sucesor como con su predecesor. Es muy fácil censurar a quien ocupe nuestro puesto, o a quien ocupaba el puesto que recibimos nosotros. Cada obrero tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. El traslado de los obreros de un lugar a otro dentro de la viña del Señor produce un equilibrio en la obra, porque sus diferentes aspectos reciben diversos grados de énfasis, de acuerdo con los puntos fuertes y los débiles de cada uno. Cuando se realizan estos cambios, la lealtad entre los obreros produce una influencia saludable sobre los miembros de la iglesia. Muchos observan la conducta de los obreros y las relaciones mutuas, y en caso de descubrir deslealtad, se produce un influjo negativo.
“Mediante Daniel y otros cautivos hebreos, el monarca babilónico había llegado a conocer el poder y la autoridad suprema del Dios verdadero; y cuando Sedequías volvió a prometer solemnemente que le permanecería leal, Nabucodonosor le pidió que jurase esta promesa en el nombre del Señor Jehová Dios de Israel. Si Sedequías hubiese respetado esta renovación de su pacto jurado, su lealtad habría ejercido una influencia profunda en el espíritu de muchos de los que observaban la conducta de quienes aseveraban reverenciar el nombre del Dios de los hebreos y apreciar su honor.”—“Profetas y Reyes” pág. 329.
La lealtad mutua es algo vital para el éxito de la causa de Dios. La lealtad hacia la iglesia que representamos y la lealtad hacia Dios constituyen una necesidad en la vida de cada obrero.
La cooperación. —La cooperación también constituye una calle de dos vías. Un obrero leal también es cooperador. La cooperación es una cualidad que no se logra a fuerza de juntas o con el aumento del presupuesto. Se genera en el interior de la persona y ejerce un tremendo efecto sobre las relaciones entre los obreros. Independientemente de la magnitud de un pedido, el obrero debiera cooperar al máximo de su capacidad para hacer frente a la necesidad. Un espíritu desaprensivo manifestado en la falta de cooperación podría terminar en el derrumbamiento de la lealtad. Cada obrero digno debiera ser leal hacia su superior y su subordinado, y cooperar con ellos sobre la misma base de reciprocidad. El superior no puede esperar cooperación de un subordinado si él mismo no está dispuesto a prestarla a los que están bajo su dirección. La persona que ha asumido responsabilidades debiera estar lista a aceptar una buena sugestión de parte de un subordinado, así como debe esperar que éste acepte las buenas sugestiones que él le presente. No todas las ideas proceden de la junta ejecutiva— muchas de ellas se originan en el campo.
La productividad. —Un obrero leal y cooperador será una persona gozosa que producirá un buen rendimiento. El gran objetivo de la iglesia es la producción de almas salvadas para Cristo. Cada obrero debe producir, sea que trabaje en la administración, en los departamentos, en las instituciones o en el campo. En la causa de Dios no hay lugar para los ociosos. La tarea es enorme, el tiempo es escaso y los obreros son pocos; por lo tanto, cada obrero debiera esforzarse por alcanzar un máximo de producción.
Debido a las diferentes capacidades y talentos con que han sido dotadas las personas, su producción se realiza en una escala variable: algunas producen más y otras menos. Pero lo que realmente interesa es que cada obrero se esfuerce para alcanzar un máximo de producción. Ninguno debiera quedar satisfecho con rendir menos que ese máximo potencial. Los factores determinantes de la producción máxima son los siguientes: la disciplina propia, la superación propia y la contracción al trabajo.
Ningún obrero debiera ponerse celoso porque un compañero produce más que él o es promovido a un cargo superior. Cada obrero, no importa la posición que ocupe, debiera esforzarse por alcanzar la curva máxima de producción en su esfera de trabajo. Cada obrero que aplique toda su consagración espiritual, su fortaleza física y su capacidad mental a la realización de su trabajo, producirá un resultado máximo en relación a su potencial. Esto es todo lo que Dios espera de sus obreros.
Debiéramos decidirnos a poner en juego todos los resortes en la tarea de obtener el máximo rendimiento de nuestras capacidades mentales y espirituales para alcanzar el blanco envidiable de una producción máxima en relación con la capacidad de cada persona. Por lo que hemos dicho, comprenderemos que los métodos establecidos sobre una base de competencia fracasan rotundamente. Una persona que hace su trabajo con mucho mayor eficiencia que otra puede, por comparación, aparecer desempeñándose en forma admirable, cuando realmente puede distar mucho del máximo de su potencial.
Los obreros debieran esforzarse constantemente para mejorar y acrecentar sus talentos, para que su trabajo productivo se efectúe en una escala graduada. Aun los postreros años de la vida pueden ser los más ricos en resultados si se ha hecho un hábito del progreso.
Nos encontramos frente a un momento trascendental de la historia de la iglesia. La lealtad, la cooperación y la productividad constituyen tres principios esenciales que ayudarán a cada obrero a realizar una mayor contribución en el cumplimiento de la tarea que resta por hacer. Seamos leales y cooperadores, y asumamos nuestras responsabilidades con espíritu que nos permita ser obreros cada vez más eficientes y efectivos en la causa de Dios. Entonces produciremos resultados específicos sobre una base de crecimiento constante, y el mensaje no tardará en predicarse a toda nación, tribu, lengua y pueblo. De esta manera, también haremos “resplandecer la senda” en pos de nosotros.
Sobre el autor: Director Adjunto de Publicaciones de la Asociación General.