Hace 152 años que la Iglesia Adventista del Séptimo Día enseña a las personas, en todo el mundo, a vivir mejor.
El 6 de junio de 1863, en Otsego, Michigan, Dios reveló, por medio de Elena de White, que los adventistas debían comenzar a prestar atención a la salud y al estilo de vida. Esa primera visión sobre salud transformó a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, llevándola a constituirse en una institución importante en asuntos de salud y ciencias de la salud alrededor del mundo.
En el inicio del siglo XIX, las prácticas de salud en América del Norte estaban lejos de lo que hoy consideramos normal. De acuerdo con Rennie Shoepflin, en esa época, “pacientes estadounidenses y médicos compartían una comprensión común de la salud y las enfermedades contraria a la compresión de la mayoría de los estadounidenses en el día de hoy”.[1] Médicos y enfermeros tenían poca o ninguna educación formal. Cigarrillos y otras drogas mortales eran usadas en la medicina, y los pacientes eran llevados a la muerte. Uno de cada seis recién nacidos moría antes de completar un mes de existencia. La expectativa de vida, en promedio, no pasaba de los treinta años. Poco o nada era conocido sobre nutrición; “frutas y vegetales eran extremadamente evitados”. La higiene también dejaba mucho que desear. Según algunos relatos, en aquel tiempo había estadounidenses que raramente o nunca tomaban un baño.[2]
En ese contexto, los reformadores de la salud comenzaron a aparecer y a requerir transitar por nuevos caminos de vida saludable. Sylvester Graham apareció con su nueva dieta Graham, enseñando nuevos hábitos de alimentación. El doctor James C. Jackson estableció una institución, en el Estado de Nueva York, que utilizaba la hidroterapia y otros métodos naturales.[3]
PRIMERAS ACTITUDES
En 1850, la mayoría de los adventistas sabatistas no estaban interesados en la salud; a fin de cuentas, todos estaban muy ocupados en la predicación de la “verdad presente”. Alrededor de 1851, ellos priorizaban ciertas doctrinas teológicas que definían quiénes eran ellos. La lista incluye las doctrinas de la segunda venida de Jesús, el sábado, el Santuario, el estado del hombre en la muerte y los dones espirituales. Entusiasmados, compartían la fe. Cuando algunos creyentes comenzaron a preguntar si los alimentos porcinos eran saludables, Jaime White respondía que el abordaje de tal asunto “solamente distraía al rebaño de Dios y desviaba la mente de los hermanos de la importancia de la presente obra de Dios entre el remanente”.[4] Elena de White lo apoyó. En 1858, ella escribió:
“Vi que sus ideas concernientes a la carne de cerdo no causarían ningún perjuicio si ustedes las guardaran para sí mismos; pero en su juicio y opinión, han convertido este asunto en una prueba, y sus acciones han mostrado claramente su fe en este asunto. Si Dios requiere que su pueblo se abstenga de consumir carne de puerco, los convencerá acerca de ello. Si es deber de la iglesia abstenerse de consumir carne de puerco, Dios lo revelará a más de dos o tres personas. Él enseñará a su iglesia cuál es su deber”.[5]
Pero los adventistas tuvieron que entrar en la discusión de la salud por causa de cuestiones prácticas. Aunque predicaran la verdad presente, sufrían y morían por causa de malos hábitos de estilo de vida. De hecho, el adventismo enfrentó la amenaza de un colapso, porque sus líderes no prestaban atención a su propia salud.
En los años 1860, por ejemplo, la salud de Jaime White se terminaba tanto física, como mental y emocionalmente. Elena de White notó cómo su marido se demoraba en “recuerdos desagradables” del pasado, que le habían causado profunda angustia emocional. Él también se descontrolaba con los que trabajaban con él, fácilmente se irritaba y tenía un espíritu que no perdonaba. Por lo tanto, parte de la visión de 1863 fue dirigida a Jaime White y a su estilo de vida (Manuscrito 1, 1863). En 1865, él sufrió su primer accidente cerebrovascular, por causa de sobrecarga y porque estaba exhausto.
John N. Andrews, primer misionero oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, también reflexionó sobre sus hábitos de salud en aquel tiempo:
“Fui impedido de usar tabaco, hasta incluso de probar ninguna bebida fuerte, pero aprendí casi nada sobre los males de la alimentación insalubre. […] ¡Pensaba que el queso viejo era bueno para ser digerido! No sonría de mi tontería, a menos que mi memoria esté fallando; aprendí eso en las ‘obras médicas patrón’. Con respecto a la carne picada y a las salchichas, yo no imaginaba que eran insalubres, a menos que estuviesen exageradamente condimentadas o con la fecha de validez vencida. Bizcochos calientes de manteca, rosquitas, conservas, té, café, todo eso era de uso común. Sobre ventilación, yo no sabía casi nada […]. Cuando ingresé en el ministerio cristiano, a los 21 años, ya no disfrutaba de una salud estable […]. Si hubiera comprendido las leyes sobre el uso de alimentos, de los principios generales de higiene, yo habría podido ir más lejos de lo que fui en el exhaustivo trabajo que intenté realizar. Pero, en resumen, esta es mi historia: en menos de cinco años, yo estaba completamente postrado. Mi voz fue destruida, creo que en forma permanente; mi visión estaba considerablemente perjudicada. Yo no lograba descansar durante el día, ni tenía un buen sueño durante la noche”.[6]
John N. Loughborough, primer historiador del movimiento, también describió parte de su dieta: “Yo era un gran apreciador de la carne como alimento”, escribió. “Prefería grasa de cerdo frita en el desayuno, carne cocinada en el almuerzo, rodajas de jamón helado o un bife en la cena. Una de mis más deliciosas picadas era pan bien embebido en salsa de cerdo”.[7] Obviamente, el adventismo del séptimo día y sus líderes necesitaban de un punto de viraje.
A PARTIR DE 1863
Fue en ese contexto que Dios recordó a los adventistas la importancia de la salud, en la visión que Elena de White recibió en junio de 1863. Ella escribió:
“Vi que ahora debemos tener especial cuidado de la salud que Dios nos ha dado, pues nuestra obra no está terminada todavía. […] La obra de Dios exige que no nos despreocupemos del cuidado de nuestra salud. Cuanto más perfecta sea nuestra salud, más perfecto será nuestro trabajo. […] Vi que era un deber sagrado atender nuestra salud, y despertar a otros ante su deber en este sentido, pero no cargar nosotros con la preocupación de su caso. Sin embargo, tenemos el deber de hablar, de oponernos a la intemperancia en todas sus formas –intemperancia en el trabajo, en el comer, en el beber, intemperancia en el consumo de drogas–, y entonces señalarles la gran medicina de Dios: el agua, el agua pura y suave, para la enfermedad, para la salud, para la limpieza y la higiene, y para los lujos”.[8]
El mensaje de Dios es simple: la salud es importante, y los adventistas del séptimo día deben prestar atención a este asunto.
Esa idea llevó al adventismo a transformarse gradualmente en un líder en la promoción del vivir en forma saludable. Como resultado, los adventistas del séptimo día construyeron su primera institución médica –el Western Health Reform Institute– en 1866. Posteriormente, esta institución se transformó en el Sanatorio de Battle Creek. Ese mismo año, también lanzaron el primer periódico sobre salud, el Health Reformer. Jóvenes adventistas, incluyendo a John Harvey Kellogg, fueron animados para que obtuvieran educación médica. Más tarde, en 1905, gracias al liderazgo visionario de Elena de White y la ayuda de John A. Burden, los adventistas compraron la propiedad para lo que se transformaría en el Sanatorio de Loma Linda, en California.[9] En 1906, ellos también comenzaron la facultad de Medicina (en la actual Universidad de Loma Linda). Hoy, los adventistas del séptimo día tienen el mayor sistema protestante de salud del mundo, con más de 500 instituciones en 65 países. Su abordaje integral de la salud ha realizado excelentes contribuciones a la ciencia y a la educación sobre la salud en el siglo XXI. Pero todo comenzó con el simple mensaje de Dios, hace más de 150 años: la salud es importante. Los adventistas continúan proclamando el mismo mensaje, ayudando a las personas para que vivan mejor y de una manera más saludable en todo el mundo.
Sobre el autor: Director del Centro de Investigaciones White de la Universidad de Loma Linda, California, Estados Unidos.
Referencias
[1] Rennie B. Schoepflin, The World of Ellen G. White (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1987), p. 143.
[2] George R. Knight, Ellen White’s World: A Fascinating Look at the Times in Which She Lived (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1998), pp. 29-41.
[3] Ibíd., pp. 34-36.
[4] James White, Advent Review and Sabbath Herald (23 de mayo de 1854), p. 140.
[5] Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 1, pp. 189, 190.
[6] John N. Andrews; citado en Ellen G. White, Christian Temperance and Bible Hygiene (Battle Creek, MI: Good Health Publishing, 1890), pp. 262, 263.
[7] John N. Loughborough, Gospel of Health (octubre de 1899), p. 175.
[8] Elena de White, Mensajes selectos, t. 3, pp. 318, 319.
[9] John A. Burden fue pastor adventista del Séptimo día. Su actuación resultó fundamental para la negociación y la compra de la propiedad en que actualmente funciona la Universidad de Loma Linda. También actuó como administrador del Sanatorio de Loma Linda, entre 1905 y 1915.