El significado de atar y desatar en Mateo 16 y 18

Jesús enseñó que debemos regocijarnos de tener nuestros nombres “registrados en los Cielos” (Luc. 10:20). Después de todo, solo aquellos que están inscritos en el Libro de la Vida podrán entrar en la Ciudad Santa (Apoc. 13:8; 21:27). Sorprendentemente, sin embargo, Jesús correlacionó los nombres inscritos en el cielo con los de la iglesia cuando dijo: “Todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo” (Mat. 18:18; cf. 16:19).

Esta declaración nos dispara algunas preguntas: ¿Cuál es el significado de “atar” y “desatar” en este contexto? ¿Cómo podemos entender la relación entre la acción realizada en la Tierra y la acción realizada en el Cielo? ¿Cuál es en verdad la injerencia de la iglesia en este asunto tan solemne, cuando los seres humanos son normalmente propensos al error? El propósito de este artículo es responder a estas preguntas. Para esto, es necesario primero entender la importancia que tienen los registros de nombres en el Cielo y también en la iglesia.

Nombres inscritos en el Cielo

Muchas personas dudan que en el Cielo haya registros acerca de los seres humanos. Después de todo, ¿cuál sería su razón de ser, si Dios ya lo sabe todo? Además, ¿cómo sería posible registrar pensamientos e incluso intenciones? Debemos admitir que no sabemos cómo se hacen estos registros. Sin embargo, debido a las múltiples citas bíblicas, sabemos que –de alguna manera– los hay.

No son pocos los textos bíblicos que se refieren a los libros del Cielo (Sal. 56:8; 139:16; Dan. 7:10; Mal. 3:16). Y entre ellos se destaca la mención al Libro de la Vida (Éxo. 32:32, 33; Sal. 69:28; Dan. 12:1; Luc. 10:20; Fil. 4:3; Apoc. 3:5; 13:8; 17:8; 20:12, 15; 21:27; 22:19).

Independientemente de qué tecnología se emplee para tales registros, tienen un solo propósito: estar disponibles durante el Milenio con el fin de que las personas redimidas los consulten, y para que nadie tenga dudas sobre el carácter y la justicia de Dios, previo a la ejecución del Juicio Final (Sal. 19:9; 1 Cor. 6:1-3; Apoc. 20:4-6). Elena de White afirma: “Muchos tienen una forma de piedad, sus nombres están en los registros de la iglesia; pero tienen un registro manchado en el Cielo. El ángel registrador ha escrito fielmente sus obras. Cada acto egoísta, cada palabra equivocada, cada deber no realizado, cada pecado secreto, cada astuto fingimiento está fielmente asentado en el libro de registros que lleva el ángel registrador”.[1] Estos registros estarán disponibles para su consulta durante el milenio.

En aquella instancia, los salvos no se preocuparán por sus registros, ya que sus nombres estarán escritos en el Libro de la Vida, por lo tanto, serán sin mancha (Apoc. 14:5). Al final del Milenio, todos los registros del Cielo serán un claro testimonio para todo el Universo de que Dios es justo y amoroso, y que cada ser humano hizo su elección de vida o muerte (ver Deut. 30:19; Eze. 33:11; Juan 3:16).

Nombres inscritos en la iglesia.

A medida que crecía la iglesia primitiva, “el Señor añadía día tras día los que habían  de ser salvos” (Hech. 2:47). No hay un pasaje explícito en las Escrituras que establezca que la iglesia mantuvo un registro con los nombres de todos los que abrazaron la fe. Sin embargo, el mandato de Jesús de que un miembro en abierta y obstinada disidencia sea considerado “gentil” y “publicano” no tendría sentido, si no hubiera un registro oficial de miembros (Mat. 18:17). Con este fin, el término “iglesia” aquí debe implicar una estructura organizativa.[2]

El registro que asocia al creyente con la iglesia pretende identificar a un pueblo que está unido en un mensaje y una misión. Leemos el llamado inspirado del apóstol:  “Les ruego hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que hablen todos una misma cosa y que no haya entre ustedes divisiones. Antes, estén perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer” (1 Cor. 1:10).

Enseñar doctrinas divergentes trae confusión, pervierte la fe de los miembros y les hace perder la unidad, el enfoque y la misión (2 Tim. 2:17, 18). Además, el miembro que comienza a enseñar y a comportarse de manera contraria a la enseñanza de las Escrituras mientras aún se identifica con la iglesia, hace que los extraños malinterpreten el mensaje y el carácter de la iglesia. En ese caso, después de que se hayan observado todos los pasos de Mateo 18, debe ser respetuosamente relevado de la iglesia.

Esto de ninguna manera significa que tal persona sea expulsada de la iglesia o que deba ser despreciada. Simplemente, deja de representar a la iglesia y, por lo tanto, ya no tiene la obligación de vivir como uno de sus miembros. Sin embargo, esa persona debe seguir recibiendo todo el amor de la iglesia, siendo siempre bienvenida, como todos los demás. La esperanza es que el poder de la Palabra de Dios, el amor entre hermanos y hermanas y la ministración del Espíritu Santo, la ganen y la convenzan de volver a ser parte de la familia de Dios.[3]

El significado de “atar” y “desatar”

Los pasajes de Mateo 16:18 y 19 y 18:15 a 18 están estrechamente relacionados. Cabe remarcar que no solo comparten el mismo lenguaje sobre “atar” y “desatar” en la Tierra y en el Cielo; también comparten las únicas dos apariciones de la palabra “iglesia” dentro de los cuatro Evangelios. El contexto de ambos pasajes, dada su similitud, se refiere a la autoridad que Jesús confería a la iglesia en relación con situaciones de disciplina.[4]

Las “llaves del reino de los cielos” mencionadas en el primer pasaje son palabras de Cristo (Mat. 16:19). Estas palabras “tienen poder para abrir y cerrar el cielo”, pues aquí se “declaran las condiciones bajo las cuales los hombres son recibidos o rechazados”.[5] En este pasaje, Jesús se dirige a Pedro, quien representaba en ese momento a “todo el cuerpo de creyentes”.[6] Sin embargo, el Salvador no confió la obra del evangelio a Pedro individualmente. En una ocasión posterior, repitiendo las palabras dirigidas a Pedro, las aplicó directamente a la iglesia. Y lo mismo, en esencia, se dijo también a los Doce como representantes del cuerpo de todos los creyentes.[7]

La segunda vez que Jesús usó la expresión “atar y desatar” fue cuando dio instrucciones sobre el comportamiento correcto hacia un miembro que persiste en el error (Mat. 18:15-18). Vale la pena señalar que las palabras “contra ti” en Mateo 18:15 no aparecen en los mejores manuscritos antiguos. Aquí hay dos posiciones: (1) Algún copista insertó estas palabras en el texto, en resonancia de la cercana expresión “contra mí” del versículo 21.[8] (2) Estas palabras pueden ser originales, ya que los manuscritos que las contienen, aunque inferiores, también son antiguos. De todos modos, en términos de aplicación, nosotros debemos conversar afectuosamente con un hermano descarriado no solo si peca “contra nosotros” (contrastar con Eze. 3:20, 21). El procedimiento de tres pasos de Mateo 18 es el mismo en ambos casos.

Por otro lado, debido a que es una construcción gramatical rara,[9] es difícil traducir con precisión el tiempo verbal que se refiere a la acción realizada en el Cielo. Por eso, algunas versiones de la Biblia enfatizan únicamente el aspecto futuro: “Lo que atares/desatares en la Tierra será atado/ desatado en el Cielo”. Aunque esta traducción es gramaticalmente posible, “ciertamente no puede ser correcta, como si Dios estuviera obligado a aceptar las decisiones de la iglesia”.[10]

La segunda traducción, por lo tanto, es más coherente y armoniosa con el carácter de Dios y de la realidad: la iglesia, reunida, debe estar tan en sintonía con Dios que cuando toma una decisión, es porque ya ha sido tomada en el Cielo. Lo que sea que ate o desate en la Tierra, ya sea que alegremente admita nuevos miembros o los desvincule con tristeza, “ya se ha hecho” antes en el Cielo. Así, como menciona Elena de White, cuando el pueblo de Dios está en debida sumisión a él (y no al revés), “aun la autoridad celestial ratifica la disciplina de la iglesia con respecto a sus miembros, cuando se ha seguido la regla bíblica”.[11] Y además: “Cuanto haga la iglesia que esté de acuerdo con las indicaciones dadas en la Palabra de Dios será ratificado en el cielo”.[12]

Debe reconocerse, sin embargo, que la iglesia nunca podrá tener una lista de nombres igual a la del Cielo. No podemos ver las intenciones del corazón, solo las apariencias muy obvias. Por lo tanto, “no todos los nombres que están registrados en los libros de la iglesia están registrados en el Libro de la Vida del Cordero; muchos, aunque aparentan ser creyentes sinceros, no viven en conexión con Cristo. Se han anotado, sus nombres han sido registrados; pero la obra interna de la gracia no se lleva a cabo en el corazón”.[13]

Borrar a un miembro en falta persistente mediante el desglose debería ser el último recurso después de que todas las alternativas hayan fallado. Es una actitud que solamente puede ser adoptada por toda la iglesia, y no por unos pocos. “Ningún dirigente de la iglesia debe aconsejar, ninguna junta directiva recomendar, ni ninguna iglesia votar que el nombre de una persona que obra mal sea excluido de los libros de la iglesia, hasta que se hayan seguido fielmente las instrucciones dadas por Cristo. Cuando estas instrucciones se hayan cumplido, la iglesia queda justificada delante de Dios”.[14]

El propósito redentor de la disciplina

El proceso de tres pasos enseñado por Jesús en Mateo 18 tiene un propósito redentor, porque en cada etapa está marcado el camino de la reconciliación.[15] Debe ponerse dedicación en resolver el problema antes de que se vuelva crónico y público. Desde el primer paso –si el hermano en falta “escucha”–, el problema está resuelto (vers. 15). Si acaso se avanza hacia la segunda instancia y el hermano no presta atención, entonces, y solo entonces, el asunto debe llevarse ante todo el cuerpo de creyentes, para que los miembros de la iglesia, como representantes de Cristo, se unan en oración y súplica amorosa para que el ofensor sea restaurado.[16]

Finalmente, “el que rechaza este esfuerzo conjunto en su favor, ha roto el vínculo que lo une a Cristo, y así se ha separado de la comunión de la iglesia. Desde entonces, dijo Jesús, ‘tenle por étnico y publicano’. Pero no se lo ha de considerar como separado de la misericordia de Dios. No lo han de despreciar ni descuidar los que antes eran sus hermanos, sino que lo han de tratar con ternura y compasión, como una de las ovejas perdidas a las que Cristo está procurando todavía traer a su redil”.[17]

Las palabras “gentil” y “publicano” fueron escogidas en vista de la responsabilidad de la iglesia de seguir tratando de atraerlos a Cristo. Dado que los gentiles y los publicanos son los objetivos del ministerio de Jesús en Mateo (cf. 8:5-13; 9:9-13; 11:16-19) y son parte del ministerio posterior de los apóstoles (28:19), la preocupación pastoral de la comunidad por el miembro descarriado no termina, incluso después de haber tenido lugar el doloroso paso de la excomunión.[18]

Incluso la terrible expresión paulina “ser entregado a Satanás” revela luego su finalidad redentora: “para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor” (1 Cor. 5:5). La “destrucción de la carne”, como dice Pablo, sería las consecuencias naturales de la entrega de una persona a una vida de pecado, sujeta a enfermedades específicas y degradación acelerada por la transgresión de las leyes naturales. Esa misma condición puede despertar a la persona para que, como el hijo pródigo, se dé cuenta de su condición, “vuelva en sí” (Luc. 15:17), se arrepienta y vuelva a Dios a tiempo para que sea salvo.[19]

Conclusión

En el Cielo hay registros de cada ser humano. Son los llamados “libros” del juicio. También existe una especie de documento llamado “Libro de la Vida”, que distingue a quienes han recibido a Jesús como Salvador y Señor. La sangre de Jesús los convierte en miembros efectivos de la familia de Dios “en el cielo y en la tierra” (Efe. 3:15, cf. 2:19) y la sumisión a su Palabra los identifica ante el mundo como “embajadores de Cristo” (2 Cor. 5:20).

Conscientes de esto, mientras continuamos con la misión de proclamar el evangelio, los miembros de la iglesia nos regocijamos con Cristo por todos los pecadores arrepentidos que se añaden (Hech. 2:47), pero también nos afligimos con él por los hijos pródigos que ya no quieren identificarse con la familia de la fe. Esta familia de fe siempre rogará por ellos y los esperará, trabajando y orando sin cesar por esto hasta el último día, cuando el Libro de la Vida sea cerrado y no haya más inscripciones (Apoc. 22:11, 12).

Sobre el autor: profesor de Teología en la Facultad Adventista del Paraná, Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 2 (Asociación Publicadora Interamericana, 1996), p. 393.

[2] Grant Osborne, Exegetical Commentary on the New Testament: Matthew (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2010), p. 687.

[3] White, Testemunhos Para a Igreja (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2021), t. 7, p. 212.

[4] Osborne, Exegetical Commentary on the New Testament: Matthew, p. 687.

[5] White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 382.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Roger L. Omanson, Variantes Textuais do Novo Testamento (Barueri, SP: Sociedade Bíblica do Brasil, 2010), p. 29.

[9] Para ampliar sobre estas discusiones ver D. A. Carson, The Expositor’s Bible Commentary: Matthew (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2010), t. 8, pp. 370-372; Julius R. Mantey, “Evidence that the Perfect Tense in John 20:23 and Matthew 16:19 is Mistranslated”. Journal of Evangelical Society 16, 1973, p. 3; Henry Joel Cadbury, “The meaning of John 20:23, Matthew 16:19, and Matthew 18:18”, Journal of Biblical Literature 58(3), 1939, pp. 251-254.

[10] Osborne, Exegetical Commentary on the New Testament: Matthew, p. 629.

[11] White, Testimonios para la iglesia (Casa Publicadora Interamericana, 2014), t. 3, p. 471.

[12] White, Ibíd., t. 7, p. 250.

[13] White, ibíd., t. 5, p. 258.

[14] White, ibíd., t. 7, p. 250.

[15] Osborne, Exegetical Commentary on the New Testament: Matthew, p. 683.

[16] White, El Deseado de todas las gentes, p. 409.

[17] Ibíd. Ver también 1 Cor. 2:5-9.

[18] Osborne, Ibíd., p. 687.

[19] Francis D. Nichol, Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES), t. 6, p. 686.