Mirar los noticieros de la televisión, leer los diarios y las revistas son hábitos de todos los que deseamos estar bien informados. Pero ¿cuál es la pauta de noticias que nos es ofrecida diariamente? Como si también estuviera mirando a todo lo que vemos hoy, Elena de White responde: “Vivimos en medio de una ‘epidemia de crímenes’, frente a los cuales los pensadores y los temerosos de Dios por todas partes se sienten horrorizados. Describir la corrupción que prevalece está fuera del poder de la pluma humana. Cada día trae consigo nuevas revelaciones de luchas políticas, de cohechos y de fraudes. Cada día trae consigo su porción de aflicciones para el corazón, en materia de violencia, anarquía, indiferencia para con los padecimientos humanos, brutalidades y alevosas muertes. Cada día confirma el aumento de la locura, los asesinatos y los suicidios” (Servicio cristiano, p. 68).
En busca de una explicación para lo que ven, algunas personas han sugerido la falta de educación, la desigualdad social, la pésima gestión gubernamental y otros factores como responsables por el escenario tan desolador. Sin embargo, estas realidades son apenas el resultado de las acciones de un agente mayor: Satanás, el archienemigo destructor. Al final, “¿quién puede dudar de que los agentes de Satanás están trabajando entre los hombres con creciente actividad para perturbar y corromper la mente, manchar y destruir el cuerpo?” (El ministerio de curación, pp. 132, 133). Desgraciadamente, hay quienes dudan y llegan incluso a cuestionar el carácter, el poder y el amor de Dios. No pocos parecen seguir en la línea del pensamiento alimentado por Epicuro, un filósofo griego del período helenístico: “Dios o quiere impedir los males y no puede; o puede y no quiere; o ni quiere ni puede, o quiere y puede. […] Si puede y quiere, que es lo único conveniente a Dios, ¿de dónde proviene, entonces, la existencia de los males? ¿Por qué él no los impide? (Reinholdo A. Ullmann, Epicuro: el filósofo de la alegría, p. 112).
De hecho, el ser humano no puede entender plenamente todos los matices del sufrimiento, a menos que se lo analice a la luz del conflicto milenario entre Dios y Satanás. Rebelándose contra las órdenes y la autoridad divinas, el enemigo fue expulsado del cielo y logró establecer su base en la Tierra. Desde entonces, se ha empeñado en llevar a los seres humanos a la destrucción, atacando “como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8), o valiéndose de la sutileza de adulaciones y engaños casi imperceptibles.
El teólogo Ricardo Norton, en un artículo de esta edición, enumera algunos de esos engaños, directamente relacionados –también– con la vida pastoral. Entre ellos está, por ejemplo, la excesiva actividad, que tiende a robarnos tiempo que debería ser dedicado a la comunión con Dios. Nunca es exhaustivo insistir en ese punto, pues existe siempre el peligro de que el pastor tenga las manos tan llenas de cosas para hacer que el corazón se vacíe de Dios y su Palabra. Entonces, será también vaciado de poder y sabiduría, la ciudadela del alma será averiada y el enemigo encontrará una brecha para actuar.
Otro ardid empleado por el enemigo de Dios, en el intento de destruir al pastor, es la ilusión del éxito. De acuerdo con lo que escribió el erudito francés Theodore Monod, el éxito nos puede llevar a dos veredas peligrosas: (1) la atribución de la gloria a nosotros mismos y (2) enfriamiento del ánimo, acomodación, justamente cuando deberíamos continuar invirtiendo nuestro mejor es- fuerzo en el trabajo. Eso es todo lo que Satanás desea. Por eso, recuerda Monod, Dios no nos impuso la obligación de tener éxito, sino la necesidad de ser fieles y diligentes en todas las cosas. También debemos ser vigilantes sobre nosotros mismos, en relación con nuestras debilidades, nuestras tendencias y propensiones humanas, a fin que, en Cristo Jesús, seamos vencedores sobre el mal y su autor.
Los días actuales exigen que, como pastores, prediquemos y vivamos de manera que le saquemos las máscaras al gran adversario frente al mundo y frente a la iglesia. Las personas necesitan escuchar y entender claramente el hecho de que Dios permite el sufrimiento para que, al observar los hechos de él y del enemigo, entendamos quién es el verdadero facineroso del universo y quién es la Fuente del amor. Sin embargo, un día, en muy poco tiempo, el enemigo de Dios será destruido para siempre. ¡Aleluya! ¡Dios es siempre vencedor!