La muerte es siempre una visitante inoportuna e indeseable. Alcanza de manera democrática a pobres y a ricos, a cultos y a iletrados, y alcanza a toda la humanidad. En ese momento de dolor, en que familiares y amigos lamentan la pérdida de un ser querido, el procedimiento adecuado del ministro responsable por la ceremonia fúnebre se hace esencial.

 Atención a la familia

 En primer lugar, el pastor debe manifestar su empatía y solidaridad con el sentimiento de la familia, visitándola inmediatamente después de recibir la noticia del fallecimiento, y poniéndose a disposición para auxiliarla en lo que sea necesario. A veces, sin embargo, en virtud de los procedimientos que comprenden el velorio y el sepelio, la oportunidad para ese contacto más prolongado del oficiante con la familia se da en el lugar en el que el cuerpo está siendo velado.

Sensibilidad

Es necesario tener sensibilidad para comprender y respetar las lágrimas y las expresiones de dolor. Las personas están intentando asimilar la nueva condición; cómo van a continuar la vida sin aquella compañía, sin el marido, la esposa, el hijo, la hija, el padre, la madre o aquella persona, sin dudas, importante para ellas. En ese momento, el pastor debe ofrecer su compañerismo cristiano, que puede expresar por medio de palabras de aliento o del silencio solidario. Si tenía alguna proximidad o incluso amistad con el fallecido, será confortante para la familia escuchar palabras de aprecio y de sincero lamento por lo ocurrido.

Organización de la ceremonia fúnebre

 Les cabe al pastor o a los ancianos organizar los detalles de la ceremonia fúnebre. En consulta con la familia, se debe establecer el horario en que comenzará el culto. Si es posible, la ceremonia debe terminar poco antes del momento en que el cuerpo será conducido del velorio al lugar de sepultura. La secuencia del culto es simple: introducción, oración, himnos (se puede cantar algunos de los favoritos del fallecido), biografía, sermón e himno de consuelo y esperanza.

 Sermón

 Al entregar el mensaje, el oficiante debe tener en mente que no es momento para exhibicionismo de conocimientos de homilética ni de teología. Se debe evitar caer en la tentación de utilizar la ceremonia para adoctrinar a las personas presentes acerca de la verdad bíblica sobre el estado de los muertos. El momento es propicio para ofrecer el consuelo de la Palabra, y no para herir creencias personales. Después de una ceremonia fúnebre conducida con respeto  y amor cristianos, es común que algunas personas se despierten y quieran conocer mejor la Biblia, especialmente lo que dice en relación con la vida eterna, la venida de Cristo y el cielo.

Duración

Con frecuencia, la ceremonia fúnebre se realiza en espacios en los que los oyentes no tienen dónde sentarse. En algunas situaciones, se encuentran bajo el sol o bajo la lluvia. Evidentemente, cuando el culto se realiza en la iglesia, los concurrentes se encuentran en un lugar más confortable. Sin embargo, independientemente del lugar, no es prudente extenderse en la predicación.

Sepultura

Nunca está de más recordar la importancia de utilizar debidamente la Biblia, al presentar los pasajes que más consuelo traen. Junto a la sepultura, las palabras de Apocalipsis 21:4 serán siempre oportunas: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.

Ocasionalmente, podrá ser conveniente orar tomados de la mano el Padrenuestro con todos los presentes, enfatizando el significado de la frase “venga tu Reino” proferida en la oración. En esa súplica, se encuentra el anhelo por la venida del Señor y la consecuente victoria que obtiene sobre la tiranía de la muerte.

 Despedida

 Después de la ceremonia, el oficiante no debe tener prisa por irse del lugar. Debe demostrar que estuvo allí no solamente para cumplir un compromiso religioso, sino para ser portador de esperanza y consuelo para los enlutados.

Sobre el autor: capellán de la Casa Publicadora Brasilera.