De mi infancia, recuerdo bien un grupo de cantantes masculinos. Aunque eran algo desafinados, me gustaba escucharlos. Tal vez, el hecho de que mi padre era uno de los cantantes me predisponía a escuchar sus cánticos, sin importar cómo sonaran.

Ha pasado mucho tiempo como para poder recordar todos los himnos, pero uno de ellos tenía dos palabras que quedaron grabadas en mi mente: “Galilea” y “Jesús”. Ese es mi recuerdo más antiguo de cánticos en un culto, y las palabras “Galilea” y “Jesús” todavía forman parte de mi vida cristiana hoy.

El cántico no tenía la belleza de un himno entonado por una gran congregación. No había órgano, ni ningún otro instrumento musical. En verdad, no había iglesia; es decir, no había edificio. Cantaban en casa, que era el lugar de cultos frecuentado por unas veinte personas. Algunos años más tarde, cuando tenía casi 13 años, entré por primera vez en el templo para alabar, escuchar el órgano, el piano y los grupos musicales que sabían cantar.

Desde entonces, he adorado y predicado en muchas iglesias, grandes y pequeñas, en muchos países. He apreciado solos, dúos, tríos, cuartetos y conjuntos corales, y he sido bendecido por la belleza de los sonidos de instrumentos musicales, individuales y orquestas. Toda esa música ha nutrido mi experiencia como adorador.

Durante mi ministerio, he escuchado y participado en muchas discusiones acerca de la música y la liturgia. Ya sabe cómo son: “¿Qué hace a un buen sermón?” “¿Qué hace grande a un predicador?” Y, si quiere que el debate alcance una nota más alta, aborde el tema de la música: “¿Qué instrumentos debemos usar?” “¿Qué clase de música es más apropiada?” Y no faltan “especialistas” para dar la opinión.

Pero, en esas discusiones, tendemos a enfocarnos en nuestras preferencias personales, y nuestras opiniones toman forma de autoridad. Importantes como puedan ser estas discusiones, la tendencia es no apartarnos de la pregunta básica de la adoración: ¿Quién y qué están incluidos en la liturgia? No puedo abordar adecuadamente en una página la teología y la práctica del culto, pero me gustaría resaltar algunos aspectos importantes.

En primer lugar, debemos entender que mantenernos centrados en Dios es fundamental en la adoración. El salmista nos invita: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor” (Sal. 95:6). Al hablar con la mujer samaritana acerca de la adoración, Jesús explicó: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). Toda discusión acerca del culto, y el culto mismo, deben estar focalizados en Dios. Si nos centramos en alguien más o en cualquier otra cosa, estaremos practicando idolatría.

En segundo lugar, la adoración incluye a las personas. El Salmo 95:6 nos invita a inclinarnos y adorar a Dios. Donde sea que los hijos de Dios lo adoren como Creador, Salvador y Señor, se unen a una familia compuesta por personas que una vez eran extraños. Si bien testifican de su poder creador, los árboles y las flores no pueden escoger adorar a Dios. Las personas pueden hacerlo.

En tercer lugar, prestemos atención al lugar de adoración. Con el fin de que haya adoración, se necesita el pueblo y Dios. Pero ¿qué clase de lugar se necesita? Me he encontrado en lugares famosos de culto y me he maravillado por su belleza arquitectónica; ciertamente, esos lugares son apropiados. Pero el culto también se puede realizar en lugares sencillos y humildes. Mucho antes de que la primera catedral fuera construida; antes de que el primer instrumento fuera escuchado; antes de que un órgano llenara el templo; antes de que fuera entonado el primer cántico “contemporáneo”, Dios y su pueblo se reunían para el culto.

Las discusiones acerca de la adoración pueden fácilmente extenderse en argumentos que, con frecuencia, se centran en mí: mi tipo de sermón, mi música predilecta, mi estilo de culto. En lugar de permitir que esta discusión se convierta en una controversia, centrémonos en los elementos fundamentales de la alabanza: Dios y su pueblo. El lugar de culto es donde él y su pueblo se reúnen.

Sobre el autor: Editor en Ministry.