Lecciones del cristianismo apostólico para el crecimiento de la iglesia.

Al cumplir la misión de proclamar el establecimiento del Reino de Dios, Jesús contó no solo con los doce apóstoles, a quienes él mismo llamó, sino también con otros hombres y mujeres que lo seguían. Después de su muerte y su resurrección, especialmente después del Pentecostés, el número de sus seguidores aumentó considerablemente. En este artículo presento los principales aspectos que se observan en la historia del cristianismo apostólico que sirven de ejemplo para que la iglesia moderna crezca y se multiplique, ampliando el alcance del Reino de Dios.

Dispersión judía

La expansión geográfica y numérica que experimentó el cristianismo en los primeros tres siglos fue notable. Pablo Deiros afirma que cerca del “50 % de la población del Imperio, compuesta por 25 millones de habitantes, era cristiana”.[1] Esa expansión se debe, principalmente, a las persecuciones que promovieron algunos emperadores; estas contribuyeron a que el evangelio se diseminara con mayor rapidez tanto en Jerusalén como en otras partes del Imperio Romano.

Lucas afirma que, desde la muerte de Esteban, “hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. […] Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hech. 8:1, 4). Así, a fines del primer siglo, los cristianos ya habían fundado iglesias en diversas ciudades de Asia Menor, de Palestina, de Siria, de Macedonia, de Grecia, de Italia y de España.

Unos cien años después, Tertuliano declaró que, a pesar de ser un grupo nuevo, las comunidades cristianas ya se habían hecho presentes en todas las áreas de la vida imperial, “en las ciudades, islas, villas, mercados, y hasta, incluso, en el campo, en las tribus, en el palacio, en el senado y en el tribunal”.[2] Finalmente, en el reinado de Constantino, el progreso del cristianismo hizo que se convirtiera en la religión dominante en el Imperio e influyese en otras civilizaciones.[3]

Acción solidaria

Jesús destacó la importancia de la acción social al atender las necesidades físicas, emocionales y espirituales de aquellos que lo buscaban. Los discípulos también se preocuparon por atender esas necesidades. Poco después del comienzo de la iglesia cristiana, Lucas afirma que “no había entre ellos ningún necesitado” (Hech. 4:34). Cuando aumentaron las demandas sociales, y surgieron las primeras necesidades de atención, los apóstoles establecieron el diaconado, a fin de que todos los necesitados recibieran el auxilio debido (Hech. 6:1-6). Así, la iglesia se fortaleció tanto por la predicación del evangelio como por los actos de amor y solidaridad.

Esta actitud de la iglesia era muy atractiva. Por ejemplo, las religiones paganas raramente ofrecían algún tipo de ayuda cuando los fieles se enfermaban. Pero los cristianos, especialmente las mujeres, cuidaban y alimentaban a los enfermos. Cuando la viruela se propagó, entre los años 165 y 180 d.C., la baja inmunidad a la infección causó muchas muertes y los cristianos fueron valorados por la ayuda que prestaron.[4] Dios desea que los cristianos sean sus instrumentos para confortar y restaurar a todos los necesitados. Él desea que los miembros de la iglesia no solo prediquen oralmente el evangelio, sino también ministren a los desesperados al inspirar esperanza en el corazón y al aliviar las penurias de la vida.[5]

Confianza en la curación por la oración y por la unción

El ministerio de Jesús estuvo marcado por innumerables curaciones y milagros. Mateo afirma que el Salvador recorría “todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mat. 9:35). A los discípulos también se les concedió la oportunidad de realizar curaciones y milagros en nombre de Cristo (Mar. 6:12, 13), y esa realidad también se vio en los primeros pasos de la iglesia apostólica.

Por ejemplo, en la puerta del Templo, Pedro y Juan curaron a un cojo (Hech. 3:1-10). En Samaria, los ciudadanos vieron a Felipe expulsar demonios y curar paralíticos y cojos (Hech. 8:4-8). Pedro también curó a Eneas (Hech. 9:32-35) y resucitó a Dorcas (Hech. 9:36-42). Y Pablo curó a un cojo en Listra (Hech. 14:8-10), expulsó al demonio de una joven en Filipos (Hech. 16:16-18) y resucitó a Eutico en Troas (Hech. 20:7-12). Especialmente en relación con el apóstol a los gentiles, Lucas escribió: “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían” (Hech. 19:11, 12).

La fe en el poder de Jesús para curar y liberar fue un elemento distintivo en la iglesia apostólica y debe serlo también en el cristianismo contemporáneo. Los médicos pueden curar las enfermedades, pero no el pecado como la causa de las enfermedades. Para esa especie de enfermedad, ellos no tienen tratamiento. Solo Cristo puede liberar al ser humano del pecado, y la restauración emocional y espiritual viene a continuación.[6]

Unidad de la iglesia

En sus inicios, el cristianismo estaba unido y formaba una comunidad que “era de un corazón y un alma” y donde había “abundante gracia” en todos (Hech. 4:32, 33). El estudio de la Palabra, el cuidado de las personas, la predicación del evangelio y la perseverancia en la fe fueron diferenciales que contribuyeron al crecimiento de la iglesia en calidad y cantidad (Hech. 2:42, 44).

El crecimiento inicial, por lo tanto, se dio por el ejemplo, por el testimonio personal y comunitario, por la demostración de amor y de fe y por la perseverancia en presentar las buenas nuevas de la gracia de Cristo. El estilo de vida de la iglesia produjo un fuerte impacto en la comunidad, y se percibía el poder del evangelio para la transformación de las vidas. Los primeros cristianos representaban para los demás “el grato olor de Cristo” (2 Cor. 2:15).

En días tan desafiantes para la unidad como los que vivimos, es necesario recordar la experiencia de la iglesia apostólica. A fin de cuentas, cuanto más cerca de Dios estemos, más unidos seremos.

Predicación de la Palabra

La predicación de Pedro en Hechos 2 tuvo como resultado la conversión significativa de casi tres mil personas. Este resultado se debió a que los discípulos estaban “llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hech. 4:31). Con el poder de lo Alto, dieron testimonio de la resurrección de Cristo y predicaron el evangelio de la gracia. Esto llevó al pueblo a comprender las profecías del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías y reveló el plan de salvación extendido a todos los pueblos.

El evangelio debe presentarse como una fuerza viva, capaz de transformar el carácter. En las palabras de Elena de White: “Los ministros necesitan usar una forma más clara y sencilla para presentar la verdad tal como es en Jesús. Su propia mente necesita comprender más plenamente el gran plan de la salvación. Entonces podrán apartar las mentes de sus oyentes de las cosas terrenales a las espirituales y eternas. Hay muchos que desean saber qué deben hacer para ser salvos. Necesitan una sencilla y clara explicación de los pasos requeridos en la conversión, y no debiera presentarse un sermón a menos que se trate una parte de lo que especialmente aclara el camino para que los pecadores puedan ir a Cristo y ser salvos. […] Deberían extenderse vigorosas y fervientes exhortaciones para que se arrepientan y se conviertan los pecadores”.[7] ¡Haremos bien en seguir este consejo!

Martirio

Los tres primeros siglos de la Era Cristiana se caracterizaron por persecuciones a la iglesia. Esto causó muchos sufrimientos. En el libro de Hechos se relatan algunas situaciones que pasaron los discípulos, comenzando con el apedreamiento de Estaban (Hech. 7:54-59). Entre los apóstoles, Santiago fue el primero en morir, a manos de Herodes (Hech. 12:2). De acuerdo con la tradición cristiana, muchos de ellos experimentaron el martirio de diversas maneras.

La Historia indica que muchos cristianos se mantuvieron firmes en la fe en defensa del evangelio y, por eso, fueron asesinados.[8] Sin embargo, la represión no tuvo el efecto esperado, pues cuando cesaba, el ejemplo de los mártires y de otros que habían sufrido persecución inspiraba a los cristianos a un esfuerzo renovado en favor de la difusión de las buenas nuevas de Cristo. Esto se ilustra en las célebres palabras de Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla”.[9]

Actuación del Espíritu Santo

El Espíritu Santo se menciona 350 veces en la Biblia: 88 veces en el Antiguo Testamento y 262 veces en el Nuevo Testamento. Solo en el libro de Hechos, 70 veces. La iglesia apostólica creció exponencialmente debido a su acción y su poder. Al igual que Jesús, el Espíritu Santo continuó operando milagros de curación, liberación y salvación por intermedio de los discípulos.

De hecho, “la promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni raza. Cristo declaró que la influencia divina de su Espíritu estaría con sus seguidores hasta el fin. Desde el día de Pentecostés hasta ahora, el Consolador ha sido enviado a todos los que se han entregado plenamente al Señor y a su servicio. A todo el que ha aceptado a Cristo como Salvador personal, el Espíritu Santo ha venido como consejero, santificador, guía y testigo. Cuanto más cerca de Dios han andado los creyentes, más clara y poderosamente han testificado del amor de su Redentor y de su gracia salvadora. Los hombres y las mujeres que a través de largos siglos de persecución y prueba gozaron de una gran medida de la presencia del Espíritu en su vida se destacaron como señales y prodigios en el mundo. Revelaron ante los ángeles y los hombres el poder transformador del amor redentor”.[10]

Conclusión

El analizar el crecimiento de la iglesia en sus inicios, puede verse que la presencia y el poder del Espíritu Santo fueron los grandes diferenciales en la multiplicación de los cristianos. Los discípulos actuaron en conformidad con la voluntad de Dios, aguardando la venida del Consolador y dejándose conducir por el Espíritu Santo. El resultado de la predicación del evangelio, atestiguando acerca de lo que vieron y oyeron de Cristo, impactó cualitativa y cuantitativamente en el crecimiento de la iglesia.

Incluso frente a las persecuciones, los cristianos respondían a la voluntad del Espíritu Santo. Así, la iglesia, por su comunión, confianza, fidelidad, unión e incluso martirio, se expandió, y alcanzó a gran parte del mundo que la rodeaba.

Por lo tanto, es imprescindible que reconozcamos la necesidad de colocarnos plenamente en las manos del Espíritu Santo, para que él haga la misma obra con su iglesia hoy, a fin de que el mensaje de salvación y del pronto regreso de Cristo sea llevado a todo el mundo.

Sobre el autor: profesor de Teología en el Instituto Adventista Paranaense.


Referencias

[1] Pablo A. Deiros, Historia del cristianismo: Los primeros 500 años (Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Centro, 2005), p. 80.

[2] Tertuliano. Apologia 37. Disponible en <https://bit. ly/3exmcxO>, consultado el 28/4/2021.

[3] Robert Hastings Nichols, História da Igreja Cristã (San Pablo, SP: Casa Editora Presbiteriana, 1992), p. 34.

[4] Geoffrey Blainey, Uma Breve História do Cristianismo (San Pablo, SP: Fundamento, 2012), p. 63.

[5] Elena de White, El ministerio de la bondad (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), p. 24.

[6] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 235.

[7] Elena de White, Mensajes selectos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), t. 1, p. 192.

[8] Ver relatos de persecuciones y martirio en Eusébio de Cesaréia, História eclesiástica (Rio de Janeiro, RJ: CPAD, 1999); Justo L. González, Uma História Ilustrada do Cristianismo (San Pablo, SP: Edições Vida Nova, 1998), t. 1. Nota del Editor: Las obras se encuentran disponibles en español. Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica (Vida Publishers, 2008); Justo L. González, Historia del cristianismo, tomo 1: Desde la era de los mártires hasta la era de los sueños frustrados (Editorial Unilit, 2010).

[9] Tertuliano, Apología 37.

[10] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 40.