Luego de concluir su ministerio terrenal, pronto a ascender al cielo, Jesucristo no dejó dudas con respecto al proyecto de expansión del movimiento por él establecido: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mat. 28:19, 20). Esa es la gran comisión evangélica, que define con claridad singular el principal objetivo de la existencia de la iglesia: convertirse en una agencia misionera, productora de discípulos, que deben ser bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Incorporado en la propia naturaleza misionera de la iglesia está el entendimiento de que “todo hombre y mujer que tiene un conocimiento de la verdad debe ser un colaborador con Cristo […]. Él pide que los miembros laicos trabajen como misioneros {Notas biográficas de Elena G. de White, p. 301). Y, siguiendo el ejemplo de Jesús, es en el bautismo que el creyente es ungido para tal ministerio. Como menciona Rusell Burril, “el bautismo necesita ser comprendido como algo más que un símbolo del perdón de los pecados. Esto, sin duda, es inherente al bautismo, pero las Escrituras sugieren más. Hay una fuerte evidencia en el Nuevo Testamento de que el bautismo contiene el símbolo de la ordenación de todos los creyentes al sacerdocio” {Discípulos modernos, p. 30).

Pero nada de eso parece tener significado para la mentalidad antitrinitaria, cuyos partidarios alegan que Mateo redactó su Evangelio originalmente en arameo, y ese original no contenía la fórmula bautismal trinitaria. Según esta postura, solo después de que el Evangelio fuera vertido en el idioma griego es que se interpoló en el texto esta fórmula, en los términos en que hoy es conocido. Por otro lado, el testimonio bíblico, histórico y de los escritos de Elena de White señalan la autenticidad de Mateo 28:19.

Para empezar, vale recordar que el propio Evangelio de Mateo atestigua la presencia de las tres Personas de la Deidad en el bautismo de Jesús (Mat. 3:16, 17). Comentando este episodio, el Dr. Gerhard Pfandl, del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General, explica: “El relato del bautismo de Jesús es una notable manifestación de la doctrina de la Trinidad: allí estaba Cristo en forma humana, visible a todos; el Espíritu Santo descendió sobre Cristo en forma corpórea, como una paloma; y la voz del Padre se oyó desde el cielo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento’. Por lo tanto, es difícil, sino imposible, explicar la escena del bautismo de Cristo de cualquier otra forma y no admitir que hay tres personas en la naturaleza, o la esencia, divina”.

Acerca de Mateo 28:19, Pfandl afirma: “Primero, notamos que en el nombre’ {eis to ónoma) es singular, no plural (en los nombres’). Ser bautizado en el nombre de las tres Personas de la Trinidad significa identificarse a sí mismo con todo lo que la Trinidad representa; confiarse o entregarse al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” (Parousia, 2° semestre de 2005, p. 9).

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.