Cuando estaba cursando el último año de la facultad de Teología, durante un almuerzo con amigos surgió un debate sobre la fe y las creencias. En un momento, uno de ellos sugirió lo siguiente: “¿Y si Dios no existe en realidad? ¿Y si todo el tiempo estuvimos creyendo en un gran engaño?”

    La pregunta nos tomó a todos por sorpresa. Después de algunas risas, la conversación tomó otro rumbo y nadie siguió preocupado por esa cuestión. Sin embargo, la pregunta no abandonó mi mente en los días subsiguientes. Lo que más me molestó fue saber que yo mismo no tenía respuestas muy convincentes para un desafío como ese. Pensé para mis adentros: “Y si me hacen esa misma pregunta, ¿qué voy a decir?”

    Corrí a la biblioteca e hice una búsqueda rápida. Con la idea de encontrar fundamentación para responder las preguntas de mi compañero, descubrí el significado de una palabra que antes había pasado inadvertida: apologética.

    La apologética viene de la palabra griega apologia. Su significado puede ser “presentar una razón” o, simplemente, “defensa”. En aquel momento me di cuenta de que algunas de las respuestas usuales acerca de Dios y de la fe podían no ser satisfactorias. Necesitaba un cuerpo de argumentos, algo más firme y sistematizado. Después de todo, me convertiría en pastor, y cualquier persona podría abordarme con preguntas intimidantes.

    Y eso fue exactamente lo que pasó. Desde que inicié mi trabajo pastoral, una y otra vez me han abordado con cuestionamientos sobre la existencia de Dios, el problema del sufrimiento, la autoridad de la Biblia o incluso la posibilidad de los milagros. En esos momentos, la apologética ha sido para mí una herramienta útil y eficaz.

La razón y sus exigencias

    El filósofo cristiano William Lane Craig menciona que, en los días actuales, “hay una guerra intelectual que tiene lugar en las universidades, en las revistas especializadas y en las sociedades académicas. El cristianismo ha sido tachado de irracional u obsoleto, y millones de estudiantes –nuestra futura generación de líderes– han absorbido ese punto de vista”.[1] El teólogo John Gresham Machen hizo una advertencia aún más contundente cuando afirmó que si el cristianismo pierde la batalla intelectual en una generación, el evangelismo se volverá más difícil en la siguiente.[2]

    Una de las cosas que me enseñó el estudio de la apologética fue que, casi siempre, buscamos explicaciones en el ámbito de lo racional. Esto significa que, en el contexto de la religión, la razón solicita evidencias suficientes para el desarrollo de la fe. La apologética cristiana trabaja examinando y presentando esas evidencias. Esta búsqueda es importante, saludable y esencial. Jesús afirmó que la búsqueda y el conocimiento de la verdad tienen el poder de liberar (Juan 8:32).

    Un ejemplo bíblico del uso de la apologética por parte de un líder cristiano se encuentra en el relato de Hechos 17. Pablo presentó una defensa racional para la existencia de un Dios creador en la capital del conocimiento de la época, Atenas. El esfuerzo apologético del apóstol abrió una oportunidad para que el evangelio entrase en un ambiente cerrado por las creencias paganas de aquella importante ciudad.

    En 1756, John Wesley escribió un texto llamado “Un discurso al clero”, en el que argumentó que, además de los dones naturales, un ministro cristiano debería tener algunas habilidades adquiridas. Según él, todo pastor necesita preguntarse a sí mismo: “¿Estoy familiarizado con las diferentes partes de las Escrituras? […] ¿Conozco suficientemente las ciencias? […] ¿Comprendo la filosofía natural? […] ¿Tengo un conocimiento adecuado del mundo? ¿He estudiado a las personas (así como los libros), y observado sus temperamentos, máximas y costumbres?”[3]

    Pedro hizo un llamado interesante: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15). ¿De qué modo la apologética puede ayudar a un pastor a atender esta solicitud bíblica?

El uso de la apologética

    Para ser un defensor eficaz de la verdad bíblica, es necesario entender que la apologética tiene en cuenta ciertos criterios para su pleno funcionamiento. Imagina que tú te diriges a un grupo de personas (o incluso a un solo individuo) con el fin de hacerle frente a la siguiente pregunta: ¿Por qué la Biblia es la Palabra de Dios, y no el Corán?

    Seguramente te preguntarás a ti mismo: “¿Por dónde debo empezar?” El bioquímico y teólogo Alister McGrath presenta tres objetivos principales de la apologética cristiana.  Con ellos se puede obtener un esbozo de cómo elaborar la defensa de la fe.[4]

    Defender. El apologeta intenta identificar primero cuáles son los motivos de la duda del interlocutor. Por medio de preguntas rápidas, se puede descubrir lo que pasa en la cabeza de la persona, cuáles son sus anhelos y cómo reacciona a determinados asuntos.

    Enaltecer. El apologeta presenta entonces el “otro lado de la moneda”, o sea, las evidencias contrarias (o “diferentes”) a aquellas que generaron la duda en la mente de la persona. A continuación, enaltece estas evidencias.

    Traducir. Este es el momento en el que se hace uso de las “ilustraciones” que complementan la presentación de las evidencias; puede ser una historia, una imagen familiar o una experiencia de la vida real. Será un refuerzo al aspecto racional del argumento apologético.

    Teniendo en cuenta que la apologética cristiana trabaja con las evidencias que refuerzan un argumento, el pastor apologeta debe conocer bien de cerca el sistema de defensa que va a utilizar. Norman Geisler presenta algunos de los supuestos de la apologética evidencial:[5]

     Evidencia histórica. Muchas veces los datos históricos proporcionan las pruebas que hacen que el argumento encuentre su fuerza. Estos datos, cuando se ofrecen con cuidado y corrección, son casi incontestables.

    Evidencia arqueológica. Principalmente para quien defiende historias antiguas, como las del Antiguo Testamento, los abundantes descubrimientos arqueológicos pueden proporcionar evidencias de la autoridad divina sobre la creación y la historia.

    Evidencia experimental. Cuando se encuentra a alguien que experimentó una situación real de transformación, los argumentos irán de la teoría a la práctica de la verdad defendida.

    Evidencia profética. No solo una profecía que explicará o fortalecerá el argumento, sino un conjunto de profecías que se entrelacen y presenten una narrativa coherente.

Limitaciones y posibilidades

    El pastor podrá encontrar en la apologética una gran ayuda para la defensa de la fe, pero no debe perder de vista que se trata solo de una herramienta, y ella no es infalible. Ciertos detalles acerca de Dios y de la fe no encontrarán una defensa únicamente racional. Usando una analogía presentada por Martín Lutero, la fe es un viaje que se hace en barco, en dirección a una isla que está en el medio del océano. La función de la apologética cristiana es demostrar que el barco puede existir, y que es posible viajar en él si hay deseos de llegar a la isla. Sin embargo, al final, es necesaria la elección de la fe: la elección de embarcar.

    Para que el pastor pueda hacer uso de la apologética con éxito, necesitará considerar algunos detalles importantes:

    Orar por sabiduría. No será nuestra capacidad intelectual la que hará que nuestra apologética sea mejor ni peor. Necesitamos el poder de Dios, reconocer nuestra dependencia del Espíritu Santo.

    Comprender el mensaje. La apologética exige dedicación y preparación. La lectura constante de obras de referencia, más el estudio profundo del asunto que se desea defender, son requisitos mínimos que se esperan de un pastor apologeta.

    Conocer al interlocutor. ¿Quién es el interlocutor? ¿Qué piensa de la religión? ¿Qué lecturas hizo sobre la temática que generó sus dudas? ¿Está enfrentando dificultades espirituales?

    Hablar con mansedumbre. A veces, más que recibir una explicación, nuestro interlocutor desea ser escuchado, considerado. Si el pastor es atento, el mensaje puede llegar a ser más atractivo.

    Enseñar con pasión. Si el pastor no está completamente seguro de su defensa y el mensaje no arde en su corazón, entonces será mejor quedarse en casa y orar por el poder de Dios.

    Creer en lo sobrenatural. Los argumentos y evidencias pueden contribuir al entendimiento racional, pero la transformación de la mente y del espíritu es trabajo de Dios. El pastor apologeta ayuda a armar el rompecabezas, pero quien coloca el marco en la pared es Jesucristo.

Conclusión

    El advenimiento de Internet ha cambiado el mundo de muchas maneras. Toda voz, sea ideológica, política o religiosa, encuentra en el mundo virtual el espacio para ser oída y comprendida, así como para ser confrontada. Todos los que desean, pueden colocar allí sus opiniones e idiosincrasias. En medio de tantas voces, muchos cristianos no saben distinguir lo bueno de lo malo, la verdad del error. Algunos son desafiados en sus creencias más profundas.        

    William Lane Craig afirmó: “Siempre que hablo en iglesias […], me encuentro con padres cuyos hijos perdieron su fe porque no había nadie en la iglesia para responder a sus preguntas”.[6] Esta es una constatación desoladora. Entonces, me siento en parte responsable por la luz que está dejando de llegar a los corazones. Me pregunto, como pastor: “¿Será que en las iglesias que pastoreo estoy dejando de presentar una defensa coherente y poderosa de la fe? ¿Soy un ministro que estará preparado para responder a todo aquel que me demande razón de la esperanza del evangelio?”

    Es claro que no tenemos respuestas para todo, pero al decidir ser pastores apologetas podemos atender las demandas del ministerio sin perder de vista la importancia de defender –racional y apasionadamente– la verdad que libera.

Sobre el autor: Pastor en Hortolandia, Sao Paulo, Brasil.


Referencias

[1] William Lane Craig, Apologética para cuestiones difíciles de la vida (San Pablo: Vida Nova, 2010), p. 16.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd., pp. 24, 25.

[4] Alister McGrath, Conversando con CS Lewis (San Pablo: Planeta, 2014), pp. 109, 110.

[5] Norman Geisler, Enciclopedia de Apologética (San Pablo: Editora Vida, 2002), pp. 62, 64.

[6] Craig, p. 29.