“Oyendo la reina de Sabá ¡afama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles” (1 Rey. 10:1).
En el siglo VI a.C. no existía una red para divulgar noticias. Las informaciones se transmitían muy lentamente, a paso de hombre, de camello o de asno. Muy despacio, las noticias acerca del rey Salomón, que servía al Dios todopoderoso, llegaron hasta Sabá, a unos dos mil kilómetros al sur de Jerusalén.
Tranquila en su palacio, la reina de esa tierra debe de haber reflexionado acerca de las diversas informaciones que le llegaron. Ciertamente, nadie podía ser tan sabio; y ningún dios podía ser tan notable… Pero, ¿si acaso fuera verdad? ¿Y si todas las informaciones que había recibido fueran correctas? ¿Cómo podría despejar sus dudas? Necesitaba verificar todo personalmente.
El viaje fue largo y cansador. Los estudiosos calculan que la comitiva, compuesta por soldados, siervos y animales, además de los regalos y las vituallas que transportaban, debe de haber avanzado unos treinta kilómetros por día durante setenta días. Pero eso no importaba. Ningún esfuerzo era demasiado grande ni ningún precio demasiado alto, si recordamos el elevado objetivo del viaje de la Reina, a saber, constatar personalmente al gran Rey, y comprobar su famosa sabiduría. Su actitud nos enseña una preciosa lección.
El precio de un objetivo
Vivimos en el seno de una sociedad cómoda, que exige recompensas inmediatas. Todo lo queremos obtener sin esfuerzo, ¡y ahora mismo! En cambio, vemos en el gesto de la famosa reina la disposición de ir a la lucha atravesando áridos desiertos, en el intento de encontrar respuestas para sus indagaciones. Su propósito al iniciar ese viaje era muy noble.
Usted, mi hermana, y yo, hemos sido escogidas para ser princesas en el Reino de Dios. ¿Estamos haciendo nuestra parte, dando lo mejor de nosotras mismas para alcanzar nuestros objetivos mientras viajamos nimbo a la Jerusalén celestial? ¿Hemos invertido nuestro tiempo, recursos y habilidades para apresurar el encuentro con el Rey de Reyes?
Jesús dijo que esa “reina del Sur […] vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón” (Mat. 12:42). Su viaje, a lomo de camello, nos sirve de ejemplo. Aparentemente, ella tenía todo lo que deseaba; pero su mayor virtud era un corazón que anhelaba conocer, por medio del Rey de Israel, el poder y las obras de un Dios maravilloso, a quien no conocía.
Esa notable mujer obsequió a Salomón 120 talentos de oro (1 Rey. 10:10) -lo que equivale a 3,5 millones de dólares- y una gran cantidad de especias y piedras preciosas que jamás se pudieron valuar. ¿Por qué razón todo esto? Sencillamente porque ella carecía de algo: el conocimiento de Dios, y todo lo que se desprende de esa experiencia.
En realidad, la riqueza material que ella le ofreció a Salomón no era nada en comparación con el gran tesoro que acababa de encontrar. Sí, porque, como dice el mismo Salomón: El temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Prov. 9:10).
Sobre el autor: Director de los Ministerios de la Mujer en la Asociación Minera Central, Rep. del Brasil.