La arqueología del estanque de Betesda y su importancia para el relato de Juan 5:1 al 9

El Evangelio de Juan menciona dos estanques: el estanque de Betesda, en el capítulo 5, objeto de este artículo; y el estanque de Siloé, en el capítulo 9. Los dos estanques ya fueron identificados arqueológicamente. Aunque nunca haya certeza absoluta, más allá de cualquier tipo de duda, se considera que los arqueólogos de hecho han encontrado estos dos sitios.

 Conrad Schick, arqueólogo alemán, identificó el estanque de Betesda en 1888. Localizado en las inmediaciones de la iglesia de Santa Ana, el estanque recién comenzó a ser excavado en 1951, bajo la conducción del padre Louis Vincent y con el patrocinio de la Escuela Bíblica Dominicana. La excavación del lugar fue difícil, pues la Iglesia de Santa Ana es una edificación antigua, construida por los Cruzados en el siglo XI, localizada en el sector musulmán de Jerusalén. Se encuentra en el inicio de la llamada Vía Dolorosa, próximo a la fortaleza Antonia, del Monasterio de la Flagelación y de la Iglesia del Ecce Homo.

 En Juan 5 se encuentra el famoso problema crítico textual. Comprender esto es fundamental para entender este artículo. El texto dice: “Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos [pabellones, PDT]” (Juan 5:1, 2). En el versículo 2 ocurre, por primera vez, la palabra “estanque” [kolymbêthra]. El nombre del estanque es Betesda, que en hebreo significa “Casa de misericordia”. Ese significado asume importancia en el contexto de la historia, de acuerdo con lo que será presentado más adelante.

El problema textual

El estanque de Betesda tenía cinco pórticos (pabellones, PDT), y durante mucho tiempo eso intrigó a los arqueólogos, porque no hay registro en el mundo grecorromano de un estanque que tuviera un formato de cinco lados. El hecho de que esta expresión fuera interpretada de esa manera retrasó mucho la identificación del sitio. De hecho, no son cinco lados, sino cinco pórticos (pabellones).

 De acuerdo con Juan 5:3, “en estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua”. En este punto comienza el problema crítico textual. El versículo 4 está inserto entre corchetes, indicando que se trata de un fragmento disputado. El texto dice: “Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese”. Se trata de una declaración bastante curiosa. En ningún otro lugar de la Biblia hay cualquier otro incidente en el que se describa un tipo tan peculiar de comportamiento angélico. Felizmente, los arqueólogos encontraron información que arroja luz sobre lo que ocurría en el estanque.

 Varios manuscritos de la Biblia omiten la participación del ángel. En realidad, los más antiguos y confiables no traen esa referencia. Es el caso, por ejemplo, de los papiros 66 y 75, que datan del inicio del siglo III, y pertenecen a la colección Bodmer. En el siglo IV tampoco hay referencias al ángel, ni siquiera en el Códice Sinaítico, la Biblia completa más antigua de la que se tenga conocimiento.

  De hecho, la primera referencia al ángel ocurre en un manuscrito del siglo V: el Códice Ephraemi Rescriptus. Se trata de un palimpsesto difícil de leer, porque posee dos textos superpuestos. Alguien borró el texto bíblico y escribió otro por arriba. Curiosamente, la primera referencia al ángel no ocurre dentro del texto, sino en el margen, escrito por una segunda mano. Es decir, ese texto es del siglo V, pero no fue el copista original quien lo escribió. Fue una segunda mano, alguien que leyó el texto y colocó su explicación del lado izquierdo, porque no le parecía que la historia tuviera sentido sin la presencia de un ángel.

 En manuscritos posteriores la referencia salta del margen al interior del texto. El primero en el que ocurre esto es el Códice Alejandrino, también del siglo V. Eso también ocurre en el Códice de París (siglo VIII), en el Códice San Galeno (siglo IX) y, finalmente, en el Códice Tbilisi (siglo IX). Esas primeras ocurrencias son perceptiblemente tardías; por eso los especialistas son prácticamente unánimes al decir que ese pasaje no forma parte del original. Siendo así, a lo largo del tiempo, todo el texto fue incorporado al manuscrito porque era muy difícil para el copista saber si, de hecho, era simplemente un comentario que fue agregado al margen o un texto que, a la hora de ser copiado, se olvidó al copista del lado de afuera.

El estanque de Betesda

El hecho de que Juan mencione Betesda (“Casa de misericordia”) era de fundamental importancia para el lector griego. Antes, sin embargo, de explicar la razón de esto, es necesario decir que los diccionarios de griego clásico definen kolymbêthra como una “piscina”, y no un “estanque”. De hecho, el estanque de Betesda era una piscina, un lugar en el que las personas entraban. Y eso es muy importante, porque no se imagina que una persona entre en un depósito que estaba, por ejemplo, destinado a la purificación de las toallas.

 Se sabe que las ovejas que entraban para ser sacrificadas en el Templo pasaban por el Portón de las ovejas, o por el Portón del león, que quedaba próximo al estanque. Por lo tanto, había allí algún área reservada para el lavado ceremonial, aunque esas ovejas no fuesen llevadas al mismo lugar en que las personas nadaban, pues la palabra kolymbêthra está relacionada con el verbo kolymbô, que significa “nadar”. Entonces, el estanque era un lugar al que las personas iban para refrescarse y que se transformó, con el paso del tiempo, en un lugar de milagros, por una razón específica.

 Juan 5:2 dice que el estanque tenía cinco “pórticos”, o “pabellones” [stoai]. Un pabellón o pórtico era un lugar en que había columnas y un tejado. No había necesariamente paredes, aunque el estanque de Betesda las tuviera. Los excavadores descubrieron que tenía un formato peculiar. La pared noroeste medía 66 metros y la noreste medía 60 metros; formando así un pabellón continuo de 126 metros.

 Los cinco pórticos [pabellones] se deben, por lo tanto, al formato rectangular de la edificación, dividido en dos cuadrados, lo que forma un pabellón a lo largo de cada uno de los cuatro ejes: norte, este, sur y oeste. La pared divisoria también tiene el aspecto de pabellón, y funciona como un quinto pórtico. Podemos, entonces, contar cinco pabellones en total. Fue eso lo que complicó a los arqueólogos, porque buscaban un lugar que tuviera la forma de pentágono, pero nunca conseguirían encontrar un edificio así.

 El apóstol Juan ofrece la traducción de Betesda porque en el mundo griego había un edificio que era conocido como “Casa de misericordia”. En el período neotestamentario, “Casa de misericordia” era el nombre comúnmente dado al santuario griego de curación, especialmente al templo de Esculapio, que los griegos llamaban Asclepio.

Milagro en el estanque

 Entonces, ¿cuál es la implicación de esto? Los arqueólogos descubrieron, en la misma área del estanque de Betesda, un templo de Esculapio del siglo II de la Era Cristiana, y también un altar dedicado a él, erigido en el siglo II antes de Cristo. Jerusalén era, en la época aproximada del Nuevo Testamento, una ciudad fuertemente helenizada y, por lo tanto, no es extraña la presencia de un altar pagano allí.[1]

 De acuerdo con John Romer, había en el Imperio Romano 400 “casas de misericordia” dedicadas a Esculapio, en el período inicial del cristianismo.[2] Hay un texto de Justino Mártir, el Diálogo con Trifón, escrito poco más de cien años después del incidente ocurrido en el estanque de Betesda, que dice: “Cuando el diablo me sugiera, o me mencione, que Esculapio es un dios poderoso porque él resucita a los muertos y cura, ¿no debería yo mencionarle las resurrecciones y las curaciones que Jesús realizó?” (párrafo 60). Es decir, había una mención constante al hecho de que Esculapio conseguía resucitar a los muertos y realizar curaciones. De esa manera, Justino Mártir sugiere presentar a Jesús como un legítimo competidor con el dios pagano.

 De regreso al relato del apóstol, Juan 5:5 al 7 narra el diálogo inicial de Jesús con el paralítico. “Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. El argumento del paralítico, por lo tanto, no estaba relacionado con la presencia del ángel, sino con ser el primero en entrar en el estanque. Y la arqueología y la historia ayudan a entender lo que estaba por detrás de la expectativa de aquel hombre.

 De hecho, lo que causaba la agitación de las aguas era la acción del sacerdote al abrir la conexión de la parte alta del estanque con la parte baja, haciendo que el agua se agitara. En la creencia pagana, era ese el momento en que Esculapio realizaba la curación. Esa información enriquece la comprensión del texto, pues Jesús se manifestó en un evento en que existía una disputa cultural. Es el Dios de Israel quien se va a manifestar, en detrimento del dios griego de la curación, que era la principal divinidad a quien los paganos recurrían cuando se encontraban frente a alguna necesidad física.

  “Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo” (Juan 5:8, 9). Es importante notar que hay una nítida diferencia entre lo que sucedió en el estanque de Siloé y la actitud en el estanque de Betesda. En el primero, Jesús mandó a la persona que sería curada que fuera y se lavara en el estanque. En el segundo, no dio esa orden, porque Cristo no podía demostrar indulgencia en relación con la creencia pagana que señalaba a Esculapio como quien hubiese realizado algún tipo de milagro allí.

 Después de estas cosas, Jesús encontró al ex paralítico en el Templo y le dijo: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14). La orden de que no pecara más es tradicionalmente interpretada como referencia a la idea que tenían los judíos que consideraban que si un hombre había enfermado era porque Dios lo había provocado. De esa manera, la enfermedad sería una manera de castigar o retribuir una maldad que la persona o uno de sus familiares hubiese cometido.

 Sin embargo, el texto gana otro sentido cuando se comprende que el paralítico era un judío desesperado y supersticioso, que había buscado la ayuda de un dios pagano. En ese caso, cometió el pecado de ir en busca de un socorro que le era prohibido. En cierto sentido, es la inversión del conflicto de escrúpulos involucrado en la curación de Naamán (2 Rey. 5). La polémica es parecida, pero el desenlace es diferente. La conclusión en la historia de Juan, por causa de la presencia de Jesús, es justamente que la curación se realiza no por la divinidad que estaba siendo originalmente buscada por el enfermo.

 Por lo tanto, la información arqueológica fue fundamental para poder comprender la explicación de la pretendida manifestación angélica en el estanque de Betesda. Desde la perspectiva de la crítica textual, ya era sabido que los versículos que mencionan que el ángel descendía y movía el agua no formaban parte del texto original. Por su parte, la arqueología demostró claramente que Juan sabía lo que estaba ocurriendo, y aclaró el contexto en el que Jesús entró en un conflicto cultural sin desmerecer a su oponente, sin agredirlo, sin hablar mal de él. De hecho, Cristo fue a aquel ambiente para demostrar que no se pueden medir esfuerzos cuando se pretende salvar a una persona.

Sobre el autor: Doctor en Arqueología, es docente en la UNASP, Ingeniero Coelho, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Milton L. Torres, “Arqueologia e secularização”, en: Milton L. Torres, Fábio A. Dariusy Elder Hosokawa (Orgs.), Arqueologia: História, textos e escrita (Ingeniero Coelho: UNASPress, 2018), pp. 191-195.

[2] John Romer, The History of Archaeology: Great excavations of the world (Nueva York: Checkmark, 2001), pp. 134-137.