Ningún dirigente es insustituible. Por eso, debe actuar como consejero y maestro, enseñar y conducir a sus dirigidos en procura de su desarrollo, para formar nuevos líderes.

     Según el diccionario, un mentor es alguien que guía, enseña o aconseja a otros. Actúa como consejero y maestro, enseña y conduce a su discípulo por el camino que debe recorrer en procura del conocimiento y de la consecución del más alto nivel de desarrollo.

     En el libro A jornada do escritor [El camino del escritor], Christopher Vogler amplía el concepto del papel del mentor: “La palabra mentor nos viene de La Odisea. Un personaje que se llamaba Mentor guiaba al joven héroe, Telémaco, en su camino hacia el heroísmo. En verdad era la diosa Atenea la que ayudaba a Telémaco bajo la forma de un mentor… Con frecuencia los mentores hablan con la voz de un dios, o los inspira la sabiduría divina. Los buenos maestros y mentores entusiasman, en el sentido original de la palabra. Entusiasmo viene del griego ‘en theós’, es decir, ‘en dios’, con el sentido de estar inspirado por Dios, tener a Dios dentro de sí o estar en la presencia de Dios”.[1]

CÓMO ELIGE DIOS A SUS MENTORES

     Para los cristianos las palabras de Vogler tienen un significado mucho más amplio, porque se refieren a toda la trama de las relaciones que mantenemos con Dios, nuestro Mentor supremo. “La relación entre el héroe y el mentor es uno de los temas más comunes de la mitología, y uno de los más ricos en valor simbólico. Representa el vínculo que existe entre padres e hijos, entre el maestro y el discípulo, entre el médico y el paciente, entre Dios y el ser humano”.[2]

     Todo eso se demuestra en la forma como escoge, llama y prepara Dios a sus líderes. Con respecto al tipo de gente que él escoge y usa, el escritor Howard Hendricks nos proporciona las siguientes ideas:

     1. Dios usa al que está convencido de que el resultado de la suma Dios + uno es mayoría. Las matemáticas divinas son diferentes de las humanas. Los números nos deslumbran, pero Dios no se limita a ellos ni se deja intimidar por ellos. Si hay 850 contra 1, no hay problema para él. En el cálculo divino se trata de 850 contra 1 + Dios. El factor decisivo no es 1 sino Dios, que lo capacita.[3]

     2. Dios usa’ al que ve las oportunidades y no los problemas. En este sentido, Hendricks comenta: “Hoy cualquier alumno de la escuela dominical conoce los nombres de Caleb y Josué, pero ¿habrá alguien que sepa los nombres de los diez hombres que constituían la mayoría de los de ese grupo? Aparecen al comienzo de Números 13. Pero, ¿quién se interesa en ellos? Fue el grupo que consideró los problemas, que espió la tierra y vio los obstáculos en todas partes. Caleb y Josué también vieron a los gigantes, pero vieron además la oportunidad de la victoria, porque el gran Dios del universo les había ordenado que marcharan y poseyeran la tierra. El Señor usó a Josué y Caleb. Los otros diez cayeron en el olvido”.[4]

     3. Dios usa al que se concentra en su disponibilidad y no en su propia habilidad. “Si nos preocupamos demasiado por nuestras habilidades, terminaremos poniéndonos muy orgullosos; y en ese caso Dios no nos podrá usar. Si nos preocupamos por nuestra incapacidad, nos volveremos pesimistas. Tampoco nos podrá usar. Pablo dice en 1 Corintios 4:2 que ‘se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel’. El pasaje se refiere a nosotros. No tenemos que probar que somos inteligentes, talentosos o ágiles. Todo lo que tenemos que hacer es ser fieles”.[5]

     Dios busca gente de esta clase en todo momento y lugar. Muchas veces la encuentra en lugares inimaginables y poco recomendables: justamente entre sus enemigos. Eso fue lo que sucedió con Saulo de Tarso. Conocemos la historia de ese hombre que se destacó como enemigo y perseguidor del pueblo de Dios. Decía: “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”, decía (Fil. 3:4-6).

     En Saulo de Tarso no vemos a un impío irreligioso, sino a alguien desorientado, sincero, lleno de celo, dispuesto a consumirse en la causa que había abrazado, y a orientar to- dos sus esfuerzos para que avanzara. Esas fueron exactamente las virtudes que Dios vio en ese joven fariseo, y le ordenó a Ananías que lo fuera a buscar a la casa de Judas. Ananías titubeó, pero “el Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hech. 9:15, 16).

     El perseguidor pasó a ser perseguido. Pablo enfrentó al principio una severa oposición de parte de sus nuevos hermanos que no creían en una transformación tan repentina y radical. En la opinión de ellos, Pablo seguía siendo su enemigo, y cuando regresó a Jerusalén, después de su conversión, la Biblia informa que “trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo” (Hech. 9:26).

     Si no hubiera sido por la intervención de Bernabé (vers. 27), la aceptación del nuevo converso habría sido más difícil y se habría demorado más. Pero nada de eso desanimó a Pablo. Conocía el miedo, pero también sabía que Dios no le había dado “espíritu de cobardía” sino de confianza y determinación (2 Tim.1:7). “La vacilación y la indecisión eran elementos extraños a su naturaleza. Cuando estaba seguro de algo, se decidía rápidamente. Si se le concedía luz, debía seguirla. Ver el deber era llevarlo a cabo. Cuando está seguro de la voluntad de Dios, el líder eficiente entra en acción sin tomar en cuenta las consecuencias. Está listo para quemar los puentes que quedaron atrás, y aceptar la responsabilidad del fracaso o del éxito”.[6]

LA ESENCIA DEL VERDADERO LIDERAZGO

     Pablo sabía que el verdadero discípulo es el que forma discípulos, y de esa manera produce nuevos líderes. Por eso le dio a Timoteo la siguiente orientación: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:1, 2).

     Pobre el líder que no le deja a la posteridad un legado de fe manifestado en sus hijos espirituales, o sea, en los nuevos líderes que quedan para impulsar y desarrollar la causa de Dios. Ese líder es como un árbol enhiesto, hermoso, con mucho follaje, pero sin frutos. El único servicio que presta es dar sombra. Su contribución es efímera y limitada, y siempre está más acá de lo que se espera de él y de los innumerables beneficios que le podría conceder a la humanidad.

     En esencia, liderar significa conducir y preparar gente, no sólo para llevar a cabo ciertas tareas, sino con el fin de darle continuidad e impulso a una obra importante; perpetuar una causa noble. Así considerado, el ejercicio del liderazgo presupone el arte del mentor: la preparación y la formación de nuevos líderes. “Éxito (sucesso, en portugués) sin sucesor —nos lo recuerda Hans Finzel— es fracaso. ¿Quiénes son los hombres y las mujeres que usted está preparando para que un día ocupen su lugar? Tengo en mi agenda una lista de líderes activos, que algún día estarán listos para empezar y que yo podré impulsar. Los observo desde arriba y pienso: ‘Sí, él podría ser el director de esto’; ‘En pocos años más ella estará lista para desempeñar ese papel’. En verdad, a veces, cuando hablo con los. Una revista para pastores obreros más jóvenes, pienso: ‘Algún día uno de ustedes me sucederá’. Ese pensamiento me estimula y me motiva para abrirles el camino. No son una amenaza, sino la culminación de mi liderazgo”[7]

     Finzel, un empresario de mucha experiencia, considera que la necesidad de mentores es vital para la supervivencia de la iglesia y de otras instituciones: “Las organizaciones viven y mueren de acuerdo con el principio fundamental del flujo de los talentos de los nuevos dirigentes. Como vimos al considerar los ciclos de la vida colectiva, la única manera de garantizar que su grupo no se desviará hacia la institucionalización, la calcificación y la muerte es la constante renovación, con sangre nueva, en la formación de nuevos líderes. Una de mis prioridades como líder es atender mi vivero de nuevos líderes… Con mucha frecuencia me pregunto: ‘¿Quiénes son las personas que tengo como objetivos en mi plan de preparación de futuros líderes?’ Esto no es tener favoritos; es prepararse para el futuro”.[8]

     “A veces —dice Howard Hendricks— me pregunto cuántas obras fundadas bajo la dirección de Dios terminan arruinadas por causa de un líder supuestamente indispensable’… Es importante que lodo creyente sepa que nadie es indispensable para Dios. Somos instrumentos en sus manos. El Señor quiere usamos. Pero el problema es que cuando nos usa creemos que la victoria es nuestra. Tal vez ese sea el motivo por el cual de vez en cuando Dios saca a alguien del ministerio para mantener vivo en nuestra memoria el hecho de que la obra no es nuestra sino de él”.[9]

EL COMPLEJO DE ELIAS

     La razón por la cual muchos líderes no preparan ni forman sucesores es porque se sienten en la posición mesiánica de “salvadores de la patria”. Como Elías, elevan los brazos al cielo y dicen: “Sólo yo he quedado y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:14). El Señor les responde como al profeta: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Rey. 19:18).

     Felizmente, Elías fue lo suficientemente humilde como para cambiar de perspectiva, aceptar la orientación divina y ponerla en práctica en su ministerio. Dios le reveló que, entre los siete mil que no habían adorado a Baal, había un joven especial: “A Elíseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar” (1 Rey. 19:16).

“Muchos, al leer ese pasaje, creen que la tarea de Elías había llegado a su fin… pero me gustaría ofrecer una interpretación diferente, con un poco más de esperanza. Al nombrar a un sucesor para Elias, Dios estaba probando su fidelidad. Le estaba diciendo al profeta que sus esfuerzos no habían sido en vano. El futuro estaba a las puertas. Mejor aún, que él mismo tendría el privilegio de abrir las puertas de ese futuro al pasarle la antorcha a Elíseo”.[10]

     Según Oswald Sanders, ese cambio de jefe jamás disminuye la personalidad del líder que sale, sólo la pone en su verdadera dimensión: “La eliminación de un líder lo recorta, reduciéndolo a su verdadero tamaño en relación con la obra de Dios. No importa cuán grandes hayan sido sus realizaciones, no es insustituible. Llega la hora cuando su contribución especial no es la necesidad del momento. El líder más talentoso tiene limitaciones que aparecen sólo después que los dones complementarios de su sucesor hacen que la obra se desarrolle de tal manera que el líder anterior no lo habría podido lograr. Con frecuencia sucede que el hombre con menor capacidad, pero con dones diferentes, puede desarrollar una obra con más eficiencia que su predecesor, que la inició. Tal vez Moisés no habría sido capaz de conquistar y repartir la tierra de Canaán con tanto acierto como Josué”.[11]

LA FÓRMULA

     En la manera como se relacionó Elías con Elíseo encontramos la fórmula ideal para ejercer el oficio de mentor. Según Hendricks, en ella se destacan tres puntos:

     Elías tomó la iniciativa. El versículo 19 dice: “Partiendo él [Elías] de allí, halló a Eliseo hijo de Safat”. En un acto de obediencia a la instrucción de Dios, el profeta fue a buscar a Eliseo y lo encontró trabajando en el campo. Entonces Elías le arrojó su manto, que cayó sobre él, un gesto simbólico del hecho de que Eliseo sería su sucesor. Elías actuó. No esperó que Eliseo lo buscara; él fue en procura de su sucesor. Y, cuando lo encontró, no escondió sus intenciones”.[12]

     Eliseo se manifestó disponible. Después de depositar su manto sobre Eliseo, el joven labrador dejó los bueyes y corrió detrás del profeta (1 Rey. 19:20). Más tarde se despidió de sus padres. Eliseo siguió a Elías y lo servía (1 Rey. 19:21). De esa manera pasó a caminar con él, y se nota que el profeta de experiencia se dedicó a preparar a su joven discípulo.[13]

     A esta altura convendría preguntar: ¿Cuántos ancianos de iglesia están buscando en este momento nuevos ancianos entre los jóvenes que sirven? ¿Cuántos pastores de experiencia están yendo al encuentro de los más jóvenes, de los aspirantes, tratando de ayudarlos a afirmarse en el ministerio e infundiéndoles ánimo? ¿Cuántos instructores bíblicos, expertos en llevar a la gente a decidirse por Jesús, están compartiendo esa experiencia con los miembros nuevos? ¿Cuántas hermanas experimentadas, especialistas en tratar con los niños, están haciendo discípulas entre las jóvenes de su iglesia?

     Estas no son sólo preguntas interesantes, sino que se encuentran en el punto de divergencia de las aguas, entre la alegría del cumplimiento de la misión y la frustración de verla in- conclusa todavía. Es también el límite entre el liderazgo eficaz y permanente, y la conducción débil y efímera.

     Para ejercer influencia sobre Eliseo, Elías se convirtió en su modelo. “Para mí —dice Hendricks—, este es el principal aspecto del proceso. Como bien lo demostró el investigador Alberto Bandura, la imitación es la forma de aprendizaje inconsciente más impresionante. La gente con la que convivimos se olvida de lo que dijimos, pero rara vez de lo que hacemos”[14]

     Pablo conocía las técnicas relativas al arle de ser mentor, las aplicaba en su ministerio. Por eso le gustaba asociarse sin barreras con sus colaboradores, incluso los principiantes. “Porque nosotros somos colaboradores de Dios”, decía (1 Cor. 3:9). Tenía un concepto equilibrado de sí mismo: “¿Qué, pues, es Pablo…? Servidores por medio de los cuales habéis creído” (1 Cor. 3:5); “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Cor. 3:5). Y, finalmente, inducía a reproducir sus métodos de conducción: “Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Cor. 4:16); “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1).

Sobre el autor: Pastor y periodista, director de distrito en Jardín América, en la Asociación de Espíritu Santo, Brasil.


Referencias

[1] Christopher Vogler, A jornada do escritor [El viaje del escritor), pp. 67, 68.

[2] Ibíd., p. 33.

[3] Howard Hendricks, Aprender a mentorear [Aprender a ser mentor), p. 47.

[4] Ibíd., p. 48.

[5] J. Oswald Sanders, Paulo, o líder [Pablo, el líder), p. 45.

[6] Hans Finzel, Dez erros que um líder nao pode cometer [Diez errores que un líder no puede cometer), pp. 256, 257.

[7] Ibíd., p. 157.

[8] Howard Hendricks, Ibíd., p. 73.

[9] Ibíd., p. 94.

[10] Ibíd.

[11] J. Oswald Sanders, Lideranca espiritual [Liderazgo espiritual), p. 130.

[12] Howard Hendricks, Ibíd., p. 97.

[13] Ibíd., p. 99.

[14] Ibíd., p. 100.