La posibilidad de extracción de significado como un presupuesto hermenéutico adventista

El ser humano se encuentra en el mundo como un ser que cuestiona. La búsqueda por entender lo que está a su alrededor, por comprenderse a sí mismo y captar aquello que no se puede percibir ha movido a la humanidad a gigantescos emprendimientos. Los antiguos sabios griegos cuestionaban el funcionamiento de la naturaleza (phisis) y buscaban su origen (psiche). Rápidamente nació la filosofía como el arte de la búsqueda por el entendimiento de Dios (theos), del hombre y del mundo. Sin embargo, esa búsqueda presupone que hay algo que debe ser entendido, que el conocimiento es posible y existe una verdad que debe ser descubierta.

Con el advenimiento del cristianismo, la teología cristiana surge como un intento de entender los mismos conceptos que estudiaba la filosofía: Dios, el hombre y el mundo; pero, a partir de las Sagradas Escrituras judeocristianas (Antiguo y Nuevo Testamento). De esa manera, el concepto de verdad continuó presente en el sentido de que el escrutinio de las Sagradas Escrituras es la búsqueda por la revelación divina de la verdad.

Los cristianos heredaron ese entendimiento de la cosmovisión judía, que tiene como fundamento el hecho que los escritores religiosos hebreos surgieron como producto de la directa revelación divina. Desde muy temprano en la historia, sin embargo, tal teología se ha consolidado sobre presupuestos filosóficos, incluso los que se relacionan con la verdad.[1]

Varios métodos de interpretación de esos escritos fueron desarrollados con el tiempo, tanto por judíos como por cristianos, y en todos ellos estaba implícita la posibilidad de encontrar el “significado” del texto, que componía la verdad absoluta y eterna en la forma de información de carácter espiritual, necesaria para la salvación del ser humano.

Sin embargo, el despertar crítico iniciado por el Iluminismo cambió el paradigma metodológico de la búsqueda de la verdad, trayendo la experiencia como factor indispensable para la aprobación de un conocimiento dado. En ese tiempo, la Biblia también pasó a ser analizada con un mayor grado de racionalidad y con las mismas herramientas con que se examinaban otros documentos antiguos.

En ese contexto puede ser visto un cambio en el énfasis de la hermenéutica: en vez de dirigirse hacia el texto buscando su significado, se pasa a priorizar el conocimiento de la cultura del autor y el contexto histórico (sitz im leben) de su composición, para que su verdadera intención pueda ser entendida y que tenga sentido en el mundo del intérprete.[2] De cierta manera, esa corriente de pensamiento incentivó el escepticismo en relación con el origen y el significado del texto bíblico. Sin embargo, el concepto de verdad alcanzable todavía existía.

Con el enfoque filosófico presentado por Martín Heidegger, que coloca las realidades de Dios, el hombre y el mundo en un mismo plano temporal –histórico–, hubo nuevamente alteraciones en el plano hermenéutico. El significado del texto como algo posible de ser alcanzado por el intérprete fue cuestionado por Hans-Georg Gadamer, teniendo en vista el problema filosófico de la finitud humana y el abordaje constitutivo del lenguaje.[3]

Gadamer describe el trabajo del intérprete como la búsqueda por entenderse a sí mismo a través del texto. De esa manera, el intérprete pasa a ser el foco del trabajo hermenéutico. Así, cuando el horizonte histórico del texto se encuentra con el horizonte de “presuposiciones” del intérprete, algo de significado puede ser encontrado.[4] Ese, a pesar de todo, nunca será el sentido, la intención que el autor tuvo al escribir el texto.

Un nuevo concepto de verdad y significado, entonces, nos es presentado: la verdad existencial/histórica, que no necesariamente necesita ser tasada como “verdadera”, según la concepción iluminista, pero que cumple el papel de respuesta a los cuestionamientos del hombre en su propio tiempo y espacio, y es inalcanzable en otro momento.

Esta perspectiva le da apertura a un abordaje hermenéutico bíblico más existencialista y antropocéntrico, incentivado por desafíos culturales de grupos específicos (mujeres, indios, pobres, homosexuales, etc.) y generando interpretaciones distintas y, a veces, divergentes.[5]

Es importante notar que Gadamer no defiende una subjetividad absoluta de la verdad, sino que la verdad alcanzable es, en sí misma, limitada.[6] Una aproximación del significado pretendido puede ser obtenida, por ejemplo, cuando se toma en consideración el horizonte histórico del texto y la tradición como reguladores del sentido descubierto.[7]

Ese concepto ha sido asimilado, aunque quizá no en un nivel teórico, al menos en un nivel práctico, por muchos credos cristianos. ¿Hay, a pesar de todos estos factores, espacio para una verdad existencial/histórica en la cosmovisión adventista del séptimo día?

Perspectiva adventista

El mundo cristiano en el siglo XIX estaba marcado por una considerable variedad de confesiones protestantes que, a pesar de levantar la misma bandera en relación con la obtención de la verdad solamente por medio de la Biblia, lo hacían sobre la base de textos seleccionados con un paño de fondo histórico.

La novedad adventista fue el intento de eliminar los filtros de carácter filosófico de cualquier época, buscando aproximarse a una “filosofía” bíblicamente fundamentada. Para que esto ocurriera, era obligatorio que se aceptara que la Biblia ES, y no solo CONTIENE, la palabra de Dios; y que como tal transmite conocimiento verdadero, eterno y útil para la salvación del hombre; que los principios y los valores que en ella están presentados no son históricamente condicionados y que sus proposiciones que lidian con la historia son fidedignas, tanto en lo que se refiere al hombre como en lo concerniente a Dios.[8] Podemos decir que el adventismo del séptimo día surgió del esfuerzo de tomar el principio Sola Scriptura en serio, incluyendo en él los conceptos de Tota y Prima Scriptura,[9] transformando a la Biblia en la base epistemológica para el real entendimiento de Dios, del hombre y del mundo, y la interacción entre los tres.

Aproximándose a las Sagradas Escrituras con esos presupuestos, los adventistas llegaron a conclusiones que los distinguen como grupo y dan el motivo de su existencia; entre ellas: la fidedignidad del relato de los orígenes, de acuerdo con lo que es presentado en los capítulos iniciales del libro de Génesis; el real cumplimiento de las profecías en la historia; la literalidad del sacerdocio de Cristo en el Santuario celestial; y una relación de continuidad y progresión entre la Antigua y la Nueva Alianza (de donde se deriva el concepto de validez de la Ley moral como principio eterno y universal, y del sábado como marca distintiva del pueblo de Dios).

De esa manera, los adventistas mantienen una metanarrativa cosmológica llamada “Gran Conflicto”, en la que se insertan como movimiento escatológico establecido por Dios para reparar las brechas del cristianismo mientras preparan una generación para estar de pie y aguardar la venida literal de Jesús. Por eso, un concepto de verdad que sea eterno, absoluto e inmutable es imprescindible para la sustentación del sistema teológico adventista.

Si la verdad es de carácter puramente histórico y el lenguaje no permite que alcancemos el significado pretendido por Dios y por el autor inspirado, la base de la teología adventista se corrompe, tirando abajo toda la estructura.

A pesar de todo este contexto, ¿qué quiere decir el concepto de “verdad presente” que sostienen los adventistas? Es más fácil entender esa cuestión cuando se comprende que la revelación progresiva en los moldes adventistas hace evidente una relación de unidad, de continuidad, de progresividad y de diversidad entre las revelaciones anteriores y las posteriores; es decir, una nueva revelación no anula una anterior. Eso puede ser dicho con respecto al entendimiento teológico, que es progresivo y que en cada momento histórico exige un énfasis específico en un aspecto de la verdad; lo que es bien ejemplificado en la interpretación adventista de las cartas a las siete iglesias que encontramos en Apocalipsis, capítulos 2 y 3.

De esta manera, a pesar de que la verdad presente se construye con un énfasis histórico y se manifiesta por medio de un nuevo entendimiento teológico, ella forma parte de un todo mayor, considerado verdad eterna. Por ese motivo, la “verdad presente” no se relaciona apenas con el individuo en su finitud histórica, sino que es parte de una verdad universal independiente de él.

Es necesario reconocer, sin embargo, que muchos de los postulados hermenéuticos modernos y posmodernos tienen valor, incluso para la investigación bíblica adventista.[10] Conocer el contexto histórico del autor y de la composición del texto, por ejemplo, es una tarea legítima y útil para la extracción del significado contenido en el texto,[11] pero nuestra incapacidad de hacerlo perfectamente no puede anular o borrar el testimonio que la Biblia da de sí misma, como palabra autoritativa de Dios para el hombre.

Entendemos, entonces, que la búsqueda de la verdad ha llevado al hombre a entenderla de diversas maneras. En tiempos recientes, Gadamer propuso aquello que podemos llamar verdad histórica, relevante en la época y en el espacio del autor, imposible de ser descubierta en otro lugar o en otro momento de la historia, pero que hace posible la creación de una verdad igualmente histórica en el tiempo del intérprete.

Quedó claro, también, que el fundamento teológico adventista es incompatible con el modelo hermenéutico de Gadamer, ya que presupone la existencia de una verdad universal, inmutable, eterna, que no está condicionada históricamente y que, principalmente, es alcanzable para el ser humano.

Sobre el autor: Lucas Silva Ferraz es pastor en Montes Claros, Minas Gerais, Rep. del Brasil. Werter Pires Gouveia es graduado de la Facultad de Teología de UNASP, Engenheiro Coelho, San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Fernando Canale, “Toward a Criticism of Theological Reason: Time and Timelessness as Primordial Presuppositions”, tesis de doctorado (Berrien Springs, MI: Universidad Andrews, 1983).

[2] Grant R. Osborne, A Espiral Hermenêutica: Uma Nova Abordagem à Interpretação Bíblica (San Pablo, SP: Vida Nova, 2009), pp. 601, 602.

[3] Luísa P. F. Silva, “Da ‘Fusão de Horizontes’ ao ‘Conflito de Interpretações’: A Hermenêutica entre H. G. Gadamer e P. Ricoeur”, en Revista Filosófica de Coimbra (disponible en https://goo.gl/CCJr8M), pp. 128-134.

[4] Vinícius Bonfim, “Gadamer e a Experiência Hermenêutica”, en Revista CEJ (disponible en https://goo.gl/2RnrEN), pp. 76-82; Aloísio Ruedell, “Gadamer e a Recepção da Hermenêutica de Friedrich Schleiemacher: Uma Discussão sobre a Interpretação Psicológica”, Veritas (disponible en https://goo.gl/4inHZh), pp. 74-85; Silva, ibíd.

[5] Alonso Gonçalves, “A Hermenêutica de Hans Georg Gadamer e a Interpretação Bíblica: Uma Possível Contribuição”, en Revista Ciberteologia (disponible en https://goo.gl/jHWYi3), pp. 3-14.

[6] Silva, ibíd., p. 141.

[7] Osborne, ibíd.; Ruedell, ibíd.; Silva, ibíd.

[8] Creencias de los adventistas del séptimo día (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 2007), p. 11.

[9] Fernando Canale, Criação, Evolução e Teologia:Uma Introdução aos Métodos Científico e Teológico (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2016).

[10] George W. Reid (ed.), Compreendendo as Escrituras: Uma Abordagem Adventista (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2007), pp. 29-35, 111, 112, 116.

[11] Osborne, pp. 42, 43.