Ayer tuve una hermosa experiencia. En la fresca belleza del sábado de mañana fui a una iglesia donde tenía que hablar. Cuando penetré en el pulcro y atractivo vestíbulo me encontré con la esposa del pastor. Es ella una persona encantadora, con el buen gusto y la modestia en el vestir que debiera caracterizar a todas las que forman parte del maravilloso cuerpo de Cristo. Mientras firmaba el libro de visitas, pensé, llena de felicidad: “Estoy con el pueblo de Dios en la casa del Señor”.

Me agradó también la modestia de la indumentaria de la directora y de la secretaria de la escuela sabática. La directora me dijo que la joven dama que interpretó una parte musical especial era miembro nuevo en la iglesia. ¡También ella tenía el aspecto de ser miembro de la iglesia remanente!

Este asunto del vestido y su relación con la moral de la actualidad es algo que interesa a los cristianos sensatos de todas partes. Si prestamos oídos a los creadores de modas mundanas oiremos declaraciones insospechadas. Precisamente esta semana una comentarista de radio decía: “Se estilará cualquier cosa; sea que usted use alguna ropa o ninguna, estará de moda; con minifalda o sin ninguna falda, también estará a la moda”. Ahora bien, ¿quién se está metiendo con el alma y el corazón de las normas morales del mundo de hoy? El cambio es tan veloz, tan insidioso y degradante que sólo puede proceder del maligno.

Desde hace muy poco tiempo se ha vuelto cosa común el contemplar hileras de gruesas rodillas en el frente de las iglesias, en cada banco, en las dependencias y en el vestíbulo. ¿Podemos pedir y recibir la bendición del Señor cuando aceptamos cosas catalogadas como repulsivas poco tiempo atrás? “Las modas actuales no son para lucirse” afirma un creador; “son para manifestar una osadía y una libertad nunca antes permitidas”.

La sierva del Señor escribió: “La sencillez en el vestir hará que una mujer sensata tenga la apariencia más ventajosa para ella. Juzgamos el carácter de una persona por el estilo del vestido que lleva… Una mujer modesta y piadosa se vestirá modestamente” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 598). Nuevamente escribió: “Pesa sobre nosotros como pueblo un terrible pecado, porque hemos permitido que los miembros de nuestras iglesias vistan de una manera inconsecuente con su fe. Debemos levantarnos en seguida, y cerrar la puerta a las seducciones de la moda. A menos que lo hagamos, nuestras iglesias se desmoralizarán” (Id., pág. 601).

Si la sierva del Señor vio eso en sus días, ¿qué pensaría del despreocupado exhibicionismo de piernas por sobre las rodillas, de los cinturones, de los “shorts” ajustados y sueltos, cuyas portadoras parecen llenar las calles de nuestras ciudades —sí, aun los bancos de nuestras iglesias? Mujeres buenas, que apenas unos meses atrás se hubieran escandalizado por murales publicitarios con desnudos, están ahora poniendo sus cuerpos en el exhibidor, y los crímenes en que las mujeres se ven implicadas han llegado a cifras jamás alcanzadas.

Hay decadencia por doquier en los periódicos, y hasta en las escuelas, donde privan a los niños de la inocencia de su edad, introduciendo por la fuerza en sus mentes cosas del sexo que ellos, en su condición, no pueden entender. Toda impureza es publicitada. Se contempla a las estrellas de la televisión y se admira a quien tiene la esposa número dos, cuatro, o seis y son pocos los que piensan que hay algo de anormal en una situación semejante.

Los terrenos de los colegios están llenos de decadencia, con estudiantes charlando acerca de ésta o aquella libertad, cuando en realidad irán a dar a otra cárcel más opresiva que cualquiera a la que ya hayan entrado —la prisión de la degradación. La gente que busca con sinceridad una educación es molestada a causa de que los centros de alta enseñanza están repletos del fermento de la libertad —libertad para vociferar cuatro palabras, libertad para tener dormitorios mixtos, libertad para ser inmoral— ¿y todo para qué? Nadie lo sabe. Y éste no es aún el fin.

Sin embargo, debe haber una clase de gente que siga al hermoso y puro Salvador, que no tema permanecer firme a los principios; que no tema vestirse decente y apropiadamente, hacer frente a las burlas del mundo y tal vez, a algunas de la iglesia. No creo que los piadosos creyentes que han de huir a las montañas en el tiempo de prueba serán hallados en minifaldas o shorts ajustados. Queda muy poco tiempo para poner nuestra casa en orden. El Señor nos suplica: “Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio”. Seamos valientes, mis hermanas, para alargar los vestidos; sintamos la satisfacción de ser diferentes; apartémonos para el servicio del Señor.