Acabo de regresar de una boda. Otro obrero estuvo a cargo de la ceremonia que fue un ejemplo excelente de belleza y sagrada dignidad. Todos los participantes ejecutaron su misión con naturalidad y aplomo, fruto de cuidadosos ensayos previos, mientras el pastor daba sus amables consejos a la nueva pareja y pedía la bendición del Cielo sobre su mutua promesa de fidelidad. De principio a fin todo detalle de la ceremonia contribuyó a embellecer uno de los momentos más sagrados de la vida de esos jóvenes.
Mientras se desarrollaba este servicio tan sencillo pero tan impresionante, mi imaginación se volvió a otra responsabilidad pastoral similar, el bautismo, la unión espiritual del hombre con su Señor. Quisiera que todas las escenas de los bautismos a que he asistido y que conservo en la memoria pasaran por mi recuerdo con la misma evocación de algo agradable y bello. Sí, siempre son ocasiones felices porque simbolizan la preciosa unión con Cristo y una ferviente recepción de la verdad. Pero más a menudo de lo que quisiéramos, estas horas sagradas pueden dejar impresiones desagradables en los nuevos creyentes. En efecto, ¿puede el candidato experimentar otra cosa que desilusión cuando se encuentra en medio de circunstancias que violan las normas de la cultura, la modestia y el buen gusto, y desarmonizan con el espíritu que debiera prevalecer en tal ocasión?
Tal como en una boda, ¿no sería un procedimiento magnífico que el pastor ilustre claramente a los candidatos sobre los diversos pasos de la ceremonia bautismal? Nada puede calmar los nervios excitados y ahuyentar los miedos imaginarios que una conversación tranquila del pastor con los candidatos.
El bautismo al aire libre
Pocos bautismos son más bellos que los que se llevan a cabo en medio de las bellezas de la naturaleza. Por lo general se requiere para su éxito una mayor preparación en todos los detalles. El lugar debiera explorarse cuidadosamente de antemano. Las piedras que hubiere debieran ser retiradas el día anterior y debiera examinarse la senda de nuevo inmediatamente antes de realizar la ceremonia. Si el fondo es resbaloso, una lona tendida en el lecho del río o la laguna servirá extraordinariamente para contrarrestar estos inconvenientes.
Si el bautismo ha de ser presenciado por un grupo de personas y hay un buen número de candidatos, sería bueno clavar cada tres metros estacas pintadas de blanco. Únaselas con una cuerda blanca para señalar así el camino que llevará al lugar en que se ha de celebrar la ceremonia. Unas pocas horas que se dediquen a tal preparación se verán recompensadas por una ceremonia bien organizada que satisfará a todos.
Nuestros hermanos bautistas pueden darnos algunas indicaciones útiles sobre el embellecimiento de la ceremonia bautismal. Una de ellas se nos presenta en un artículo que sigue, preparado por el pastor Juan D. Rhodes. La innovación que en él se sugiere bien podría entrañar nueva vida para algunas de nuestras ceremonias bautismales.
Como en una boda, hay también en el bautismo un momento que le da a este servicio todo su significado. Es el instante de la oración y la inmersión. Pero cuán a menudo el ministro oficiante toma al candidato por el cuello- tiemblo al pensarlo—y lo sumerge tan rápida y violentamente que amenaza con dañar en esa forma hasta el corazón más resistente. a veces la misma expresión del rostro del pastor se suma a la triste impresión que este hecho produce en los que presencian la ceremonia.
Es indudable que con suficiente práctica el pastor puede bajar con calma y serenidad la mano levantada y proceder a sostener al candidato sin atolondramiento y sin causar la impresión de que lo está ahogando. Entonces, mientras con la otra mano toma las del candidato, lo sumerge suave, muy suavemente, y en la misma forma lo vuelve a levantar. Estoy seguro de que la conmoción que se produce en los que se bautizan se debe comúnmente a una inmersión apresurada, porque, ¿no es acaso necesario ser un nadador experimentado para soportar sin conmoverse una inmersión violenta? En efecto, el pastor aún podría dejar de usar el pañuelo para cubrir el rostro del candidato si practicara cuidadosamente y lograra bautizar con suavidad a sus catecúmenos.
Por otra parte, ¿ha hecho la prueba de llamar a los recién bautizados a la orilla o frente al bautisterio, después que se han vestido para tener con ellos un ferviente culto de oración? Jesús se arrodilló en la orilla del Jordán después de su bautismo. Me agrada considerar esta oración como un bautismo del Espíritu a fin de disfrutar de una victoria continua y de vigor espiritual para andar en la luz. Es un instante que nunca se olvida y uno de los puntos culminantes de la ceremonia, en lo que a significado se refiere.
¿Es el bautismo menos importante que una boda? ¿No deberían rodearlo circunstancias tan especiales de tal manera que juntamente con la preparación del pastor, su delicadeza y habilidad corroboren en toda su amplitud el mensaje y el significado de esa ocasión?
Sobre el autor: Secretario adjunto de la Asociación Ministerial de la Asociación General.