La Organización Mundial de la Salud estima que, en breve, “los trastornos mentales alcanzarán a cerca de 700 millones de personas en el mundo, lo que representa el 13% del total de todas las enfermedades”. Datos del Instituto Nacional del Seguro Social (Rep. del Brasil) revelan que “en 2014 esta institución pagó auxilio –enfermedades resultantes de trastornos mentales y comportamentales– a más de 220 mil personas” en todo el país.[1] Son números muy expresivos, que indican cuán intensamente esos problemas están afectando a los seres humanos.

 El agotamiento mental puede alcanzar a cualquier persona. Pero este problema, ¿también afecta a las personas religiosas? ¿Estarán los ministros de Dios inmunes a este mal del siglo?

Aunque sea un líder en el sentido de aquel que “debe ser escuchado, acatado y seguido”,[2] la función del pastor también está asociada a la idea de utilidad y servicio, lo que significa que es alguien que actúa con el propósito de contribuir, orientar y cuidar.[3] El ministro necesita hacer esto prestando atención, prioritariamente, al ámbito espiritual de cada uno, sin olvidarse de que cada persona está inmersa en una realidad que incluye otras prácticas, además de las religiosas, y que enfrenta cuestiones que van más allá de las necesidades espirituales.

Jesús se refirió a sí mismo como el “buen pastor” (Juan 10:11), a fin de transmitir el concepto de identidad de un líder con su pueblo.[4] A Simón Pedro le dijo: “Pastorea mis ovejas”, y en la misma conversación agregó: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:16, 17). Valiéndose de esta imagen bien conocida por sus discípulos, les transmitió una preciosa lección acerca de aquellos que lideran.

 Elena de White escribió: “Era costumbre en aquel país que los pastores cuidasen sus rebaños tanto de día como de noche. De día, el pastor solía conducir las ovejas por bosques y colinas pedregosas hasta llegar a campos deliciosos, de ricos pastos, cerca del río. Por la noche velaba, guardándolas de las fieras y de los ladrones que a menudo merodeaban cerca. Cuidaba tiernamente a las débiles y las enfermas, llevaba los corderitos en sus brazos. Por grande que fuese el rebaño, el pastor solía conocer a todas las ovejas y tenía un nombre para cada una. […] El pastor iba delante de sus ovejas y hacía frente a todos los peligros”.[5] Si una de ellas se perdía, él enfrentaba los peligros de la noche, los temporales, recorría valles y montañas sin descanso, hasta que la perdida fuese encontrada.

 El cuidado pastoral es una experiencia de encuentro, y se da en un movimiento de reciprocidad y de intersubjetividad. Por lo tanto, consiste en relaciones interpersonales que muchas veces se caracterizan por circunstancias en las que se “tiene como objetivo prestar ayuda a individuos que se encuentran predominantemente frustrados e insatisfechos, en el sentido de recuperar sus realizaciones y su bienestar”.[6] En esos encuentros, el significado de la existencia, de las acciones, del modo de pensar la vida y las convicciones del pastor y del miembro se entrecruzan, ya sea aproximándose o también distanciándose, pero siempre en busca de resultados que promuevan el bienestar.

 De manera general, el bienestar es entendido como el estado saludable de condición física, mental, emocional, social y espiritual.[7] La salud mental es un estado de equilibrio, en el que “un individuo utiliza sus habilidades para lidiar con las tensiones normales de la vida, trabajar de manera productiva y realizar contribuciones para su comunidad”.[8] Es la condición necesaria para que las personas tengan capacidad de pensar, emocionarse, interactuar y cuidar de los diversos ámbitos de la vida.

 Por su parte, el agotamiento mental es debilitante, y se verifica a partir de la acumulación de problemas, dificultades, obligaciones y frustraciones, que promueven desequilibrio emocional. Problemas domésticos, remordimientos por pecados cometidos y la creencia en doctrinas equivocadas también “desequilibran la mente”.[9] El agotamiento mental perjudica “el desempeño de la persona en la vida familiar, en la vida social, en la vida personal, en el trabajo, en los estudios, en la comprensión de sí mismo y de los otros, en la posibilidad de autocrítica, en la tolerancia a los problemas y en la posibilidad de tener placer en la vida en general”.[10] Sus síntomas pueden ser variados, y generalmente incluyen pensamientos negativos, alteración del humor, falta de ánimo, actitudes ríspidas y agresivas, depreciación de las relaciones familiares y personales, disminución del gusto por actividades que antes eran consideradas placenteras; e incluso reacciones psicosomáticas. En algunas situaciones, el agotamiento mental puede provocar el deseo de muerte e incluso de suicidio.[11]

David, cuando estuvo sobrecargado por la angustia de sus pecados y con su mente agotada por causa de ellos, gemía todo el tiempo, sentía que sus huesos envejecían y despreciaba la vida maldiciendo el día de su nacimiento. (Ver Sal. 32:3, 4; 51:5.)

Tal vez Elías también haya pasado por un episodio de agotamiento, en razón de sus incertidumbres y sus dudas en relación con el futuro, reforzadas por la amenaza de Jezabel contra su vida.[12] Esta situación psíquica fue tan intensa que deseó la muerte (1 Rey. 19:4). Sin embargo, ellos se sintieron amparados por el perdón y la gracia divinos, y se restablecieron. Después de confesar su pecado, David alabó al Señor, regocijándose porque él había restaurado su alegría (Sal. 32:5, 11; 51:10, 12). Elías se alegró en el Señor. Dios no abandonó a su siervo fiel en la hora de su prueba.[13] Elías retornó a su ministerio, enfrentó los desafíos, superó las dificultades, y un día ascendió “con los ángeles de Dios a la presencia de su gloria”.[14]

Cualquier persona está expuesta al agotamiento mental y a sus consecuencias; sin embargo, hay un grupo significativamente más vulnerable a esta condición, conformado por “aquellos que actúan en áreas en las que lidian con angustias ajenas”.[15] Al trabajar con la tristeza, la ansiedad, el sentimiento de culpa, el dolor, la falta de esperanza, la muerte y otros eventos inherentes a la condición de los demás, esos profesionales sienten las resonancias de esas situaciones. Están, de esa manera, en una posición inigualable, en la que se conoce profundamente la condición humana,[16] marcada por la acción del pecado, que destituye al hombre de la gloria de Dios (Rom. 3:23). Además de ser afectados, los perjuicios de su situación se extienden a los que están a su alrededor.

En el Salmo 27, David hace una oración y presenta un pedido: “Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida” (vers. 4). Él había sido un hombre de muchos enemigos, pues desde cuando derrotó a Goliat (1 Sam. 17) enfrentó a muchos otros adversarios de Israel. Sin embargo, cuando David hizo esta oración, el desafecto provenía de alguien de su propia casa: Saúl, el rey de su pueblo (1 Sam. 10:1, 24), su propio suegro (1 Sam. 18:20, 27).

Saúl había sido elegido por Dios para atender a un clamor de los israelitas, que deseaban tener un rey “como todas las otras naciones” (1 Sam. 8:5). “Pero él no hizo esfuerzo alguno por apoyar con la fuerza su derecho al trono. En su casa de las alturas de Benjamín, desempeñaba pacíficamente sus deberes de agricultor, dejando enteramente a Dios el afianzamiento de su autoridad”.[17] Al principio de la relación, Saúl demostraba tener una condición mental y emocional saludable y equilibrada, que se reflejó en sus actitudes y comportamientos. Samuel derramó aceite sobre la cabeza del futuro rey y le dijo: “¿No te ha ungido Jehová por príncipe sobre su pueblo Israel?” (1 Sam. 10:1).[18] En cierto sentido, el servicio de Saúl era el servicio de un pastor.

Dios le proporcionó un corazón renovado y una actitud mental orientada, que hicieron posible su bienestar y el de toda la nación que estaba bajo sus cuidados.[19] Sin embargo, pasados algunos años, Saúl hizo evidente una condición mental diferente de aquella inicialmente presentada, lo que afecto intensamente sus emociones y su comportamiento.

Sobrecargado por varias y diversas situaciones, se transformó en una persona presuntuosa, impaciente, desanimada, incrédula, inquieta, impulsiva, ansiosa y angustiada. Sus facultades quedaron agotadas, desequilibradas y pervertidas, y eso trajo desagradables consecuencias sobre él, sobre su familia y sobre la nación.[20]

El Señor rechazó a Saúl como rey, pero él no aceptó ni reconoció su propia condición. Antes, buscó en David un “chivo expiatorio” para lo que estaba sucediendo, acusándolo de usurpador y traidor. Como consecuencia, decidió matarlo (1 Sam. 19:1). Saúl sabía que Dios lo había abandonado y que la ascensión de David al trono de Israel en su lugar no era una elección humana, sino una decisión divina. Entonces, pensar en David como un traidor era alimentar pensamientos errados y distorsionados acerca de la realidad.

 David fue directamente afectado por la inadecuada condición del rey. Tuvo que huir y dejar su casa, su esposa, sus amigos y todo de lo que disfrutaba. Sin embargo, encontró en la Casa del Señor un lugar de paz (Sal. 27). Saúl no quiso reconocer su condición ni buscarle alguna solución; finalmente, se quitó la propia vida. (1 Sam. 31:4.)

El apóstol Pedro fue otro personaje bíblico que vivió momentos de intenso agotamiento mental y emocional. Los últimos días de la vida terrenal de Jesús habían sido muy fuertes: la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, la acción popular que aclamaba al Maestro, el Getsemaní, la huida de los otros discípulos; todo eso movilizó las estructuras psicoemocionales a tal punto que su fisonomía vívidamente expresaba abatimiento.[21] Asolado por pensamientos pesimistas y con miedo de ser tratado como Jesús, Pedro negó ser uno de sus seguidores (Mat. 26:69-74). Al escuchar al gallo cantar ese amanecer, recordó las palabras del Maestro. Su mirada se encontró con la mirada de Cristo, y cayó en sí. (Luc. 22:61.)

En angustia mental, Pedro se sintió un traidor ingrato, falso, y tuvo el corazón quebrantado al punto de sentirse torturado, vagando sin destino cierto, envuelto por un impaciente remordimiento. Lloró copiosamente, cerca de desear la muerte.[22] Sin embargo, ese no fue su final. A Pedro le fue concedida la oportunidad de sentir nuevamente paz mental. El contacto con Jesús restableció su frágil condición, trayéndole refrigerio. Aunque le había parecido a Pedro que todo estaba perdido, incluido él mismo, el amor del Salvador lo levantó y lo rescató. Años después, él aconsejó: “Por eso, con la mente preparada para actuar y siendo sobrios, pongan su esperanza completamente en la gracia que les es traída en la revelación de Jesucristo” (1 Ped. 1:13, RVA 2015).

 El agotamiento mental puede llevar al ministro a pensar que su trabajo no es importante, que sus relaciones son insignificantes, que su vida está llena de injusticias y que su propia existencia no tiene un verdadero sentido. Muchas veces, la insatisfacción con la función que desempeña, la búsqueda incesante de resultados, la falta de vinculación social duradera y las frecuentes angustias que otros le presentan, pueden afectarlo significativamente. Por eso, el Maestro nos invita: “Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco” (Mar. 6:31, NVI). “Cristo está lleno de ternura y compasión por todos los que participan en su servicio”.2[23]

Actitudes preventivas también ayudan, tales como: ejercicio físico, recreación, relaciones afectivas sólidas y actitudes positivas. Además de esto, conductas de recuperación, como reconocer la condición de agotamiento, buscar apoyos empáticos, recurrir a los servicios de un psicoterapeuta, reorganizar la dinámica diaria, y establecer lazos familiares y sociales significativos, son fundamentales. Pero, ante todo y principalmente, estar con Jesús en todo instante.

Sobre el autor: Merlinton P. de Oliveira Magíster en Psicología Clínica (PUC-SP) y en Teología (SALT-Fadba), es coordinador del curso de Psicología y profesor de Teología en la Facultad Adventista de Bahía (Rep. del Brasil).


Referencias

[1] Carolina Sanchez Miranda, “Esgotamento Mental”, <linkedin.com>

[2] Benedito Milioni, Dicionário de Termos de Recursos Humanos (San Pablo: Fénix), p. 200.

[3] Eloy Anello, “Liderança moral”, en Núcleo de Pesquisa Sobre Governança Global (Porto Alegre: Universidad Federal do Rio Grande do Sul, 2010).

[4] Miroslav Kis, “Reavaliando a identidade pastoral”, en Ministerio (mayo-junio de 2004), pp. 28-31.

[5] Elena de White, Cristo, nuestro salvador (Buenos Aires: ACES, 2012), p. 44.

[6] Yolanda Cintrão Forghieri, Psicologia Fenomenológica (San Pablo: Pioneira, 2004), p. 319.

[7] ONUBR/OMS, <nacoesunidas.org>

[8] SBIE, “Como identificar e diferenciar os sintomas do esgotamento físico e mental”, <sbie.com.br>

[9] White, Mente, carácter y personalidad (Buenos Aires: ACES, 2013), t. 1, p. 59.

[10] Maia Prime, “O que é transtorno mental?”, <maiaprime.com.br>

[11] Álvaro Roberto C. Merlo, “Sofrimento silenciado, patologia da solidão e suicídio no trabalho: a questão da atenção à saúde”, en O sujeito no trabalho: entre a saúde e a patologia (Curitiba: Juruá, 2013).

[12] White, Profetas y reyes (Buenos Aires: ACES, 2008).

[13] Ibíd.

[14] Ibíd., p. 170

[15] Marisa Graziela M. Vandevelde, “Esgotamento mental”, <marisapsicologa.com.br>.

[16] Rachel Naomi Remen, O paciente como ser humano (San Pablo: Summus, 1993).

[17] White. Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 2015), p. 664.

[18] Francis D. Nichols, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día [CBASD] (Buenos Aires: ACES, 1993), t. 2, pp. 493, 494.

[19] White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 2015).

[20] Ibíd.

[21] White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES, 2008).

[22] Ibíd., p. 660.

[23] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES, 2008), p. 327.