Cierto día, mientras atravesaba la avenida Río Branco en el centro de Río de Janeiro, oí a alguien que me llamaba en voz alta: “¡Pastor, pastor, espere, pastor!” Me detuve. Miré para atrás y vi a una señora morena de aproximadamente sesenta años que levantaba la mano y corría en dirección a mí. Después me abrazó emocionada y dijo: “¡Pastor, mi pastor, cuánto quería verlo personalmente y agradecerle por cómo Dios me ayudó por medio de sus mensajes!”

     Todos los días, en todos los lugares a donde voy, siempre hay alguien que me reconoce y me llama pastor. Un día, incluso, cuando llegué a la casa de mi anciana madre, al verme, sus ojos se llenaron de lágrimas y abrazándome dijo: “¡Oh, mi pastor, cuánto te extrañé!” “¡Mamá! —reclamé—, soy tu hijo, ¿no me reconoces?” “Yo sé que eres mi hijo —dijo ella—. Tú eres mi hijo, pero por encima de todo eres mi pastor”

     A veces, solo, en mis horas de devoción personal, pienso en el maravilloso amor de Dios. ¿Quién era yo? ¿Qué perspectiva futura había para mí, viviendo en una pequeña ciudad en el interior de mi país? Y, sin embargo, un día, el evangelio alcanzó a mi madre, sus ojos se abrieron, vio los beneficios de la educación cristiana y logró llevar a todos sus hijos a un colegio adventista.

LAS IMPLICACIONES DEL LLAMADO

     Fue allí, atravesando a pie los campos de maíz que rodeaban lo que hoy es la Universidad Peruana Unión, que un día sentí el llamado divino para ser pastor. Estoy seguro de que el Señor Jesús me llamó al ministerio; nunca lo dudé, nunca me imaginé haciendo otra cosa en la vida. Para mí, el ministerio no fue una opción Fue el único camino que tenía delante de mí. Como el profeta, puedo decir: “Ay de mí, si no predico el evangelio” Sin embargo hoy, en el Día del Pastor, pienso una vez más en qué significa ser pastor. Las personas me llaman pastor, ellas esperan de mí algo diferente, la iglesia tiene las más altas expectativas con respecto a mí, hasta los seres más próximos esperan de mí siempre inspiración y ánimo. Pero, ¿quién soy? Solamente un ser humano, de carne y hueso. Como David, puedo exclamar: “En maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5). David habla aquí de la naturaleza pecaminosa; esas terribles tendencias que arrastran al ser humano hacia el pecado. Todos nacemos así. “No hay justo, ni aun uno” (Rom. 3:10), afirma la Biblia. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), confirma San Pablo; y Jeremías dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9).

     ¿Deberíamos todos los que fuimos llamados al ministerio haber nacido sin esta naturaleza pecaminosa? Tal vez sí. Tal vez, de ese modo, sería más fácil realizar el trabajo sagrado para el que fuimos llamados. Pero la realidad es otra. Debemos vivir la vida de un pastor. La iglesia espera que seamos ejemplo y permanente fuente de inspiración y, sin embargo, alguna que otra vez nos descubrimos en una lucha terrible dentro del corazón.

     Decimos como Pablo: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:15, 18, 24).

NECESIDAD DE COMUNIÓN

     Ellos me llaman pastor, yo sé. Ellos esperan mucho de mí, soy consciente de eso. Y por eso busco a Dios y esta es la gran prioridad de mi vida. Sé que soy pastor y continuaré siéndolo, en la medida en que mi vida esté escondida en las manos de Dios. Si sacara de mi programa diario mis momentos con Dios puedo continuar siendo un buen comunicador, orador, escritor, consejero, constructor, lo que quiera, pero pastor nunca, porque el verdadero pastorado no es algo humano, es divino, y el Señor Jesús confió ese ministerio a las pobres criaturas humanas.

     Buscar a Dios todos los días no es algo natural en la vida de un pastor, por el simple hecho de que a la naturaleza pecaminosa no le gusta la compañía de Dios. A la naturaleza con la que nacemos le gusta correr, realizar, conseguir, aparentar, fingir y simular, pero detesta la compañía de Dios. Es egoísta; no se somete al control divino. Por lo tanto, si todos los días tengo que apartar tiempo para estar con Jesús es porque sé que ese es el único camino para ser un cristiano auténtico y consecuentemente un pastor.

     Pasar una hora de comunión diaria con Dios no es un asunto que puede dejarse para ver si “encaja” en la agenda siempre ocupada del pastor. Si esperas que “sobre tiempo para tu comunión personal con Cristo puedes olvidarte, porque nunca sobrará tiempo. 1.a comunión con Jesús es prioritaria. Todo puede dejarse para después, menos la devoción personal. Tuve que aprender esta lección a golpes. Mis propios errores, mis frustraciones, las horas de soledad, me enseñaron a depender todos los días de Dios y hacer de esto algo prioritario en mi vida.

     Ellos me llaman pastor. Soy un pastor, es verdad. Acepté el llamado divino. Lo asumí con todas las fuerzas de mi ser, pero cada día aprendo que solamente es posible ser un pastor si me dejo dirigir por el Pastor de los pastores. Necesito de él. Trato de someterme a él, siento todos los días su vara y su cayado sustentando mi ministerio y, en este Día del Pastor, te extiendo la mano para decirte: Querido pastor, ven conmigo, sigamos juntos a nuestro divino Pastor, dejemos que él nos conduzca hacia los pastos verdes y hacia las aguas tranquilas. Aunque en este momento estés atravesando el valle de sombra y de muerte, no tengas miedo, porque no estás solo, ¡el Señor Jesús está a tu lado!

Sobre el autor:  Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.