Hasta aquí han quedado muy claros cuatro puntos. Elena de White afirma lo siguiente: 1) Jesucristo “no impuso” el celibato sino que exaltó el matrimonio; 2) los esposos y esposas debieran estimar sus “privilegios matrimoniales”; 3) en esa relación la palabra clave es “temperancia” y debén evitarse los excesos. Y la aserción de que 4) deben evitarse las enseñanzas extremistas sobre este asunto, porque aunque la meta sea alcanzar un alto nivel de integridad moral, tales enseñanzas han terminado con frecuencia en el desastre.
Parece que a menudo los que han hecho una especialidad de condenar lo que la Palabra de Dios y los testimonios no condenan, revelan en su propio carácter una debilidad en lo que sin duda suponen que son muy fuertes. Algunos inclusive han llegado a cometer fuera de la relación matrimonial lo que sostenían que era pecaminoso dentro de la misma. No son raros los ejemplos de este tipo. Citamos uno:
Hace algunos años el autor de este artículo estaba personalmente relacionado con un experimentado ministro que mientras pastoreaba una gran iglesia aconsejaba que los esposos debían vivir como hermanos, y daba razones para que quienes lo conocían creyeran que eso era lo que se practicaba en su hogar. Mientras todo parecía hallarse en un elevado nivel moral y espiritual, con la pureza penetrándolo todo, ese pastor fue inducido a buscar fuera de su aparentemente feliz matrimonio lo que hubiera sido propio del mismo pero que él condenaba. Como parte de sus deberes tuvo que aconsejar a una joven dama veinteañera que por alguna razón estaba algo retrasada en su desarrollo, y eso lo condujo a mantener repetidas relaciones sexuales con ella, con la pretensión de que así le ayudaba en su desarrollo. Ese hombre fue despojado de sus credenciales y responsabilidades ministeriales.
Casos como el expuesto ratifican la declaración de E. G. de White de que los puntos de vista extremistas en la relación matrimonial conducirán a los más oscuros pecados y a la más grosera inmoralidad.
Desde la época en que sucedió lo de Ana Phillips, los criterios que abogan por la total continencia fueron expuestos o sostenidos por cierto número de familias dentro y en los alrededores de Battle Creek. Lo trágico es que cuando uno o ambos cónyuges adoptan tales posiciones extremas, con frecuencia el resultado se traduce en angustia, miseria y hogares destruidos.
Alguien que comenzó su ministerio en Michigan y luego sirvió como vicepresidente en la Asociación General, informó al autor que él y su esposa contaron en una ocasión más de sesenta familias que en el área de Battle Creek se habían deshecho debido a la enseñanza extremista en cuanto a la relación matrimonial, tal como fue defendida por Ana Phillips. El Salvador dice: “Por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:20).
Hacia el final del ministerio de la Sra. de White hubo una situación desafortunada en un centro comunal denominacional, sobre la cual ella tuvo ocasión de comentar. En este caso la esposa de un médico adventista decidió no mantener más relaciones sexuales con su esposo. El resultado fue que el hogar se deshizo, con la consiguiente consternación y perplejidad. La causa de la tragedia no fue la que realmente se adujo. Cierto día en que D. E. Robinson, secretario de la Sra. de White, viajando con ella, pasaron cerca de la casa de familia donde residía la esposa del médico, la Sra. de White mencionó casualmente que no se habría producido la ruptura en la familia si la esposa no hubiese adoptado actitudes irrazonables y extremas en el asunto de las relaciones sexuales con su esposo.
Se insta a una alta norma de pureza
La Sra. de White subraya el hecho solemne de que hay muchos profesos cristianos que son intemperantes en las relaciones matrimoniales, que ocultan bajo un atavío de santidad un corazón degradado y concupiscente. Ella ha escrito mucho sobre el pecado del desenfreno diciendo que se manifiesta en distintas formas entre niños y jóvenes y entre adultos, tanto dentro de la relación matrimonial como fuera de la misma. Señala al Poder que puede conceder el triunfo sobre todo pensamiento y hábito malo. Entre las victorias que deben ganar los que están siendo preparados para la traslación, incluye la victoria sobre el sensualismo y las prácticas degradantes.
“El pueblo de Dios no sólo debe conocer la voluntad divina, sino que debe practicarla. Muchos serán excluidos del grupo de los que conocen la verdad, porque no han sido santificados por la misma. La verdad debe ser introducida en el corazón, santificándolo y limpiándolo de toda mundanalidad y sensualismo en lo más íntimo de la vida. El templo del alma debe ser purificado. Todo acto secreto es como si lo cometiéramos estando en presencia de Dios y los santos ángeles, pues todas las cosas están abiertas ante Dios y nada le puede ser ocultado.
“En esta época de nuestro mundo los votos matrimoniales son con frecuencia descuidados. Nunca fue el propósito de Dios que el matrimonio cubriera la multitud de pecados que se cometen. El sensualismo y las prácticas viles en la relación matrimonial están educando la mente y el discernimiento moral para las prácticas corruptoras fuera de dicha relación.
“Dios está purificando a un pueblo para que tenga manos limpias y corazones puros a fin de que estén en pie ante él en el juicio. La norma debe ser elevada, la imaginación purificada; el apasionamiento con que se rodean las prácticas ruines debe ser desechado, y el alma levantada a los pensamientos puros, a las prácticas santas. Todos los que soportarán la prueba y el juicio que están ante nosotros, serán participantes de la naturaleza divina, habiendo huido —no participado— de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia” (Review and Herald, 24-5-1887).
Enseñanza de la integridad moral
Elena G. de White fue una ardiente defensora de una elevada norma de pureza y santidad. Reconociendo que “Cristo, su pureza y sus incomparables encantos debieran ser objeto de la contemplación del alma” (Ibid.), busca dirigir los pensamientos de todos al gran Ejemplo antes que detenerse en los insípidos detalles de la perversión y los excesos sexuales. En relación con la experiencia de 1894 y las enseñanzas de Ana Phillips, Elena de White presenta en forma muy bella su enseñanza de la integridad moral.
“Al aceptar a Cristo como su Salvador personal, el hombre es puesto en la misma estrecha relación con Dios y goza de su favor especial como su propio y amado Hijo. Es honrado y glorificado e íntimamente unido con Dios, quedando su vida escondida con Cristo en Dios. ¡Oh, qué amor, qué asombroso amor!
“Esta es mi enseñanza de la integridad moral. La presentación de las negruras de la impureza no tendrá ni la mitad de la eficacia para desarraigar el pecado, como puede tenerla la presentación de estos grandes y ennoblecedores temas. El Señor no le ha dado a las mujeres un mensaje para acometer a los hombres y acusarlos con sus impurezas e incontinencia. Ellas provocaron la sensualidad en lugar de eliminarla. La Biblia, y la Biblia sola, ha presentado las verdaderas lecciones sobre la pureza. Entonces predíquese la Palabra.
“Tal es la gracia de Dios, tal el amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestras transgresiones y pecados, enemistados con nuestras mentes debido a nuestras malas obras, sirviendo a concupiscencias y placeres diversos, esclavos de apetitos y pasiones degradados, siervos del pecado y de Satanás. Cuánta profundidad de amor se manifestó en Cristo, cuando llegó a ser la propiciación por nuestros pecados. Por medio del ministerio del Espíritu Santo las almas son guiadas a encontrar el perdón de los pecados.
“La pureza, la santidad de la vida de Jesús, como se la presenta en la Palabra de Dios, tiene más poder para reformar y transformar el carácter que todos los esfuerzos que se hagan por exponer los pecados y delitos de los hombres y los seguros resultados que seguirán. Una resuelta mirada al Salvador levantado en la cruz hará más para purificar la mente y el corazón de toda contaminación que todas las explicaciones científicas presentadas por la lengua más hábil.
“Ante la cruz el pecador ve su desigualdad de carácter con Cristo. Ve las terribles consecuencias de la transgresión; odia el pecado que ha cometido y se ase de Jesús por medio de la fe viva. Se ha dado cuenta de su estado de impureza a la luz de la presencia de Dios y del conocimiento celestial. Lo ha medido por la norma de la cruz. Lo ha pesado en las balanzas del santuario. La pureza de Cristo le ha revelado su propia impureza con sus detestables colores. Se aparta del pecado contaminador; contempla a Jesús y vive.
“Encuentra que es del todo absorbente, convincente, atrayente el carácter de Jesucristo, de Aquel que murió para librarlo de la deformidad del pecado, y con labios trémulos y lágrimas en los ojos declara: ‘El no murió por mí en vano. Tu benignidad me ha engrandecido’” (Carta 102, 1894).
Control de la natalidad
Aun cuando el control de la natalidad como tal no era abierta y francamente comentado en los días de Elena de White, y los anticonceptivos seguros y con sanción médica eran desconocidos, una cuidadosa lectura de los consejos lleva a la conclusión de que es aceptable a los ojos de Dios que los cónyuges determinen en la relación familiar el número de hijos que tendrán y el momento en que han de nacer.
“En vista de la responsabilidad que incumbe a los padres”, afirma Elena de White, “ellos deben considerar cuidadosamente si el traer hijos a la familia es lo que más conviene” (El Hogar Adventista, pág. 144).
Luego pregunta:
“¿Tiene la madre suficiente fuerza para cuidar de sus hijos?” (Ibid.).
“¿Puede el padre ofrecer las ventajas que amoldarán y educarán correctamente al niño?” (Ibid.).
Y expresa que:
“Hay padres que, sin considerar si pueden o no atender con justicia a una familia grande, llenan sus casas de pequeñuelos desvalidos, que dependen por completo del cuidado y la instrucción de sus padres… Este es un perjuicio grave, no sólo para la madre, sino para sus hijos y para la sociedad” (Ibid; la cursiva no figura en el original).
En varias declaraciones, bien representadas en El Hogar Adventista, págs. 144-148, que corresponden al capítulo “El tamaño de la familia”, consideraciones tales como el bienestar de los niños, su alimentación y vestido, su educación, la salud de la madre y la relación entre el tamaño de la familia y las actividades misioneras potenciales de los pastores se exponen como razones válidas para revisar el tamaño de la familia.
Consejos del pastor Loughborough a un nuevo creyente
El testimonio de J. N. Loughborough, ministro pionero muy respetado, nos proporciona un resumen esclarecedor y pertinente. Él estuvo en relación con Jaime White y su esposa desde 1852. Inició la obra en muchos campos nuevos. Condujo en 1866 el establecimiento de nuestra primera institución médica y escribió un trabajo de 205 páginas que fue publicado en 1868 y que se titulaba Handbook of Health (Manual de la Salud). A menudo trabajó estrechamente unido con los esposos White. Elena de White lo tenía en alta estima. Ese ministro afirma que la vio en visión unas cincuenta veces, y escribió y publicó bastante acerca de la vida y la obra de la Sra. de White.
En 1907 el pastor Loughborough tuvo ocasión de dar respuesta a una vehemente carta de consulta de un joven esposo y creyente nuevo que vivía en el este del país y que, a la luz de su nueva fe, estaba tratando de hallar el camino en lo concerniente a las relaciones sexuales en su propio hogar. Le dirigía varias preguntas directas al pionero. En un lenguaje correcto y comprensible, el venerable pastor le hizo unas líneas sencillas y prácticas acerca de lo que él entendía del asunto, tomando como base la Biblia y lo dicho por el espíritu de profecía. He aquí su carta, en la cual se ha omitido el contenido de las porciones de la Escritura que se citan, pero se da la referencia.
Mountain View, California
21 de abril de 1907
Estimado hermano:
Acerca de lo que me pregunta en su carta del 7 de abril, lo remito a los siguientes pasajes bíblicos: Prov. 5:18-20, Prov. 7:2-5 y 1 Cor. 7:2-9.
Notará que en esos pasajes se indica otro trato sexual además de la procreación de hijos. Lea en Testimonies, tomo 2, pág. 90, el último párrafo de la página, donde habla del “carácter privado y los privilegios de la relación familiar”. Id., pág. 380.
En el mismo tomo 2, págs. 472-4, habla de “excesiva indulgencia”, que lleva a estar “desprovisto de freno moral”.
Nuevamente en la página 477, toda la página habla de los “excesos sexuales”, de la intemperancia en ese sentido. Que muchos “no tienen fuerza que malgastar”, que “la temperancia” debiera “ser la consigna” en estas cosas.
Estas citas le mostrarán que se aprueba la idea expresada en su carta en cuanto a “una complacencia moderada” y a ejercer prudencia en el número de hijos en la familia.
Nunca he visto nada en ningún testimonio respecto a que la satisfacción sexual debiera ser sólo para engendrar hijos. Y yo sé que la Hna. White. no ha autorizado a los que han defendido esa posición.
Aquí en California un hombre ha escrito un folleto sobre el asunto y deseaba contar con la aprobación de ella antes de imprimirlo. Fue a verla, pero ella le dijo que no podía entenderlo, enviándole a decir que “haría mejor en abandonar ese asunto”.
El hombre insistió en que quería, entrevistarla y finalmente ella consintió en recibirlo. Cuando concluyó con lo que tenía que decir, ella le preguntó si eso era todo. El contestó afirmativamente ella le dijo: “Váyase a su casa, y sea hombre”. El aceptó la sugerencia y el folleto nunca se publicó.
Los testimonios citados antes puede leerlos con su esposa y sacar sus propias conclusiones en armonía con esto, en lugar de ser condenado por alguna enseñanza radical que en algunos casos ha dividido a las familias.
Vuestro para la justicia y la temperancia en todas las cosas,
(Firma) J. N. Loughborough
Como podía esperarse, este testimonio de un ministro y administrador probado que estuvo en estrecho contacto con Jaime White y su esposa, y un estudio prolijo de los escritos del espíritu de profecía, corroboraron los puntos principales de estos artículos.