Primera parte

Elena G. de White comenzó su ministerio profético en un período sumamente dificultoso en varios aspectos. Había varios individuos dirigiendo pequeños grupos religiosos en la Nueva Inglaterra y en el medio Oeste en las décadas de 1830 y 1840 que decían ser bendecidos de una u otra forma con revelaciones divinas. En algunos casos la instrucción que afirmaban haber recibido directamente de Dios los condujo a posiciones extremas en materia de sexo. En un extremo se hallaban los tembladores, que practicaban el celibato en la vida comunal, y en el caso de los que eran casados, marido y mujer ocupaban dormitorios separados. En el otro extremo estaban los mormones, que enseñaban la pluralidad de esposas y que permitían, con la anuencia del círculo de la iglesia, una cierta promiscuidad en la complacencia sexual, no sólo con la garantía del favor de Dios, sino como si se tratara de una orden divina, con la promesa de una bendición en el más allá.[1]

Las visiones que le fueron dadas a Elena G. de White, desde la primera que recibió en diciembre de 1844, apuntaban al cercano advenimiento de nuestro Señor y Salvador y abogaban por la preparación necesaria del corazón y la vida para encontrarse con Jesús cuando él viniera. Desde un punto de vista estrictamente humano, cuán fácil hubiera resultado en ese tiempo introducir algunas posiciones extremas en el asunto de la relación entre esposos y esposas, con el propósito aparente de alcanzar un elevado estado de pureza. Pero los escritos de E. G. de White, al paso que siempre abogaban por la pureza de vida, estaban signados desde el mismo comienzo por una total ausencia de extremismo en materia de sexo y consecuentemente presentaban una posición equilibrada.

En referencias a los primeros días de la causa, hechas en la década de 1890, E. G. de White revela que las posiciones extremas eran invocadas por algunos que pretendían tener afinidad con los creyentes adventistas. Algunos de esos extremistas enseñaban que mediante una vida de continencia alcanzarían un alto nivel espiritual. En el nombre del Señor esas enseñanzas fueron valientemente enfrentadas por E. G. de White sobre la base de las visiones que Dios le dio. Al paso que las posiciones extremas en este asunto se desacreditaron con el paso de los años, ella, por otra parte, siempre señaló los males físicos, mentales y morales que resultaban de los excesos sexuales y abogaba por una conducta moderada para el creyente cristiano. Cuando se relacionan con el sexo, los consejos del espíritu de profecía ponen el énfasis sobre la temperancia.

Veamos ahora algo de historia y algunos consejos sobre los que se funda esta declaración introductoria. Al hacerlo observamos que E. G. de White vivió y trabajó en una época de gran restricción hacia lo que fuera hablar públicamente o escribir del sexo y de las relaciones sexuales entre esposos. Ella se casó con James White el 30 de agosto de 1846, luego de asegurarse mediante la oración, de que estaba dando un paso correcto. Este asunto lo consideró desde dos ángulos, dados los días en que vivía: la espera muy próxima de la segunda venida de Cristo, y también la obra especial a la que había sido llamada. Puede notarse que estaba bien entrada ministerio, porque durante diecinueve había recibido las visiones del Señor, resultado de la unión con James White luz a cuatro niños, nacidos en 1847, 1849, 1854 y 1860.

Fue bien avanzada la década de 1860 —la década de las visiones básicas de forma pro salud (6 de junio de 1863 y 25 de diciembre de 1865)— cuando los consejos de E. G. de White comenzaron a referirse al sexo. Las declaraciones de años posteriores evidencian alguna elaboración. Su primer escrito en el tema de la salud fue sobre este asunto, porque antes de que escribiera sobre los aspectos generales de la reforma pro salud, que le fueran presentados el 6 de junio de 1863 —como lo hizo en Spiritual Gifts, tomo 4 (agosto de 1864)— editó, en abril de 1864, un folleto de 64 páginas sobre el “vicio secreto” —la masturbación. Se titulaba: Exhortación a las Madres Acerca de la Gran Causa de la Ruina Física. Mental y Moral de Muchos de los Niños de Nuestro Tiempo.[2]

En este punto, habiendo llegado al corazón de lo que el espíritu de profecía enseña sobre el sexo, conviene hacer notar que hay firme evidencia de que la Sra. de White empleó los términos “relación marital” y “relación familiar” donde hoy hablaríamos simplemente de “trato sexual” entre el esposo y la esposa.

¿Y cuál es la clara implicación de esos consejos? Ella escribió: “Jesús no impuso el celibato a clase alguna de hombres. No vino para destruir la relación sagrada del matrimonio, sino para exaltarla y devolverle su santidad original. Mira con agrado la relación familiar donde predomina el amor santo y abnegado” (El Hogar Adventista, pág. 106).

“Había dispuesto [Cristo] que hombres y mujeres se unieran en el santo lazo del matrimonio, para formar familias cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos como miembros de la familia celestial” (El Ministerio de Curación, pág. 275).

“Todos los que contraen relaciones matrimoniales con un propósito santo —el esposo para obtener los afectos puros del corazón de una mujer, y ella para suavizar, mejorar y completar el carácter de su esposo— cumplen el propósito de Dios para con ellos” (El Hogar Adventista, pág. 84).

Ahora veamos referencias más tempranas, aquellas de la década de 1860, donde habla más particularmente del acto sexual. Al hacerlo no expresa condenación, sino que frecuentemente emplea la palabra “privilegio”:

“Conservando sagrado el carácter privado y los privilegios de la relación familiar” (Testimonies, tomo 2, pág. 90).

“Debieran [los cristianos casados] considerar debidamente todo privilegio de la relación matrimonial, y hacer de los principios santificados las bases de toda acción” (Id., pág. 380).

“Han abusado de sus privilegios matrimoniales, y por la indulgencia han robustecido sus pasiones animales” (Id., pág. 391). [En estas tres citas, la cursiva no figura en el original].

Estas dos últimas declaraciones fueron posteriormente incorporadas en un artículo publicado por E. G. de White en la Review and Herald del 19 de septiembre de 1899 bajo el título “Cristianismo en las relaciones matrimoniales”.

Citas como éstas, junto con muchas otras de su pluma sobre el matrimonio y la familia, presentan una posición positiva y no negativa acerca de este delicado asunto. En realidad, el estudiante atento buscará en vano en los consejos de E. G. de White una condenación de la correcta relación sexual entre esposos. No hay ninguna sugestión de que el acto sexual debiera limitarse a la procreación de hijos.

En este punto debemos apresurarnos a llamar la atención a los muchos consejos equilibradores que exhortan a esposos y esposas a ejercer temperancia en sus relaciones sexuales, destacando que el matrimonio no justifica los excesos. Acerca de esto E. G. de White escribe de muchos padres:

“No ven que Dios requiere de ellos que se guarden de todo exceso en su vida matrimonial. Pero, muy pocos consideran que es un deber religioso gobernar sus pasiones. Se han unido maritalmente con el objeto de su elección, y por lo tanto, razonan que el matrimonio santifica la satisfacción de sus pasiones más bajas. Aun hombres y mujeres que profesan piedad, dan rienda suelta a sus pasiones concupiscentes, y no piensan que Dios los tiene por responsables del desgaste de la energía vital que debilita su resistencia y enerva todo el organismo” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 316).

Elena de White emplea un lenguaje más bien fuerte cuando escribe de aquellos que han sacrificado “su vida a la nada gloriosa satisfacción excesiva de las pasiones animales”. Observa que “porque están casados, piensan que no cometen pecado alguno” (Id., pág. 317). Puesto que se ha escrito mucho sobre este punto, no es necesario que se diga más aquí. Puede leerse con provecho todo el capítulo 18 de El Hogar Adventista, “Deberes y Privilegios Conyugales”. Véanse también Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 236, capítulo: “Una Conciencia Violada”; pág. 315, capítulo “La Necesidad del Dominio Propio”; Testimonies, tomo 2, pág. 377, capítulo “Extremes in Health Reform”; pág. 390, capítulo “Sensuality in the Young”.

Repetimos que en ningún momento Elena de White abogó por un amor platónico —ese compañerismo espiritual en el que se entiende que no debe existir deseo sexual. No obstante, de tiempo en tiempo han surgido en nuestro medio quienes han pretendido que ése era el ideal y el fin por el cual debíamos trabajar si deseábamos agradar a Dios. El argumento de que esto conduciría a una pureza de vida por la que el cristiano debería esforzarse parece que siempre ha resultado válido y atractivo para algunos. Cuando esa enseñanza le fue presentada a Elena de White, ella respondió oralmente, no una, sino varias veces, que la misma llevaría al más oscuro de los pecados y a la inmoralidad más grosera.[3]

Este asunto estuvo sobre el tapete al comienzo de la década de 1890, cuando Ana Phillips, residente en Battle Creek, Michigan, que pretendía tener visiones de Dios (véase Mensajes Selectos, tomo 2, págs. 85-95) en sus “testimonios” a miembros de familias enfatizaba la integridad moral y exhortaba a los esposos a vivir como hermanos y hermanas como la única conducta aceptable a Dios. Acerca de tales manifestaciones y de las enseñanzas de Ana Phillips, Elena de White escribió desde Australia:

“La obra de Ana Phillips no lleva la firma del Cielo. Yo sé lo que estoy diciendo. En nuestra experiencia temprana, al comienzo de esta causa, debimos enfrentarnos con manifestaciones similares. Aparecieron muchas revelaciones, y tuvimos un trabajo desagradable en hacer frente y desechar ese elemento. Algunas cosas anunciadas en esas revelaciones se cumplieron, y eso llevó a algunos a aceptarlas como genuinas…

“Mujeres jóvenes y solteras quisieron tener un mensaje para hombres casados, y con palabras francas quisieron decirles en la cara de sus abusos de los privilegios matrimoniales. La castidad era la preocupación de los mensajes que se daban, y por un tiempo todo parecía que alcanzaba un elevado nivel de pureza y santidad. Pero me fue revelado el interior del asunto: Se me mostró cuál sería el resultado de esa enseñanza.

“Los que estaban ocupados en esa obra no eran de una clase superficial e inmoral, sino personas reputadas como obreros de los más consagrados. Satanás vio una oportunidad de sacar ventaja de ese estado de cosas, y de traer deshonra a la causa de Dios. Los que se creían capaces de soportar cualquier prueba sin que se excitaran sus inclinaciones carnales, fueron vencidos, y varios hombres y mujeres solteros fueron obligados a casarse” (Carta 103, 1894).

Con semejante fondo de experiencia no es de extrañar que la Sra. de White nunca animara, sino más bien desanimara, a los que habían entrado en el campo con una preocupación especial de lanzar invectivas contra la impureza moral, especialmente aquellos que públicamente sostenían que toda relación sexual, aun existiendo el vínculo matrimonial, era pecaminosa a menos que se consumara con el solo propósito de la procreación. Observa ella que la enseñanza de la pureza moral, como se la presentaba con frecuencia, describía gráficamente las condiciones de maldad que existían y a menudo con tanto detalle que provocaba pensamientos que desequilibraban los ideales de pureza. De ahí que considerase con desconfianza los esfuerzos de parte de los celosos “reformadores” y escribiera:

“Temo por los que sienten tanta preocupación por trabajar en esa dirección. Satanás obra sobre la imaginación, de modo que el resultado es la impureza, en lugar de la pureza… Esa exhibición de los errores de las personas es exactamente del mismo carácter que el de los mensajes falsos, no sólo en Maine, sino en Nueva York, Nueva Hampshire y Massachusetts. Hombres y mujeres casados seguían tras los pecados de los habitantes del mundo antediluviano, y de los sodomitas. Sé de lo que estoy hablando, porque me fueron dados mensajes solemnísimos para corregir ese mal que estaba desarrollándose grandemente entre los que habían sentido enorme preocupación por conducir al pueblo a la pureza. El estado de cosas era terrible” (Ibid.)

Considerando su experiencia y la luz que el Señor le dio en relación con estos asuntos, no sorprende que ella siempre estuviera alerta por las irrupciones de enseñanzas extremistas. (Continuará.)


Referencias

[1] Otros grupos contemporáneos que defendían el celibato fueron los harmonistas y los seguidores de Jemima Wilkinson. En el otro extremo se hallaban los partidarios de Simón Lovett y Juan Humphry Noyes, que abogaban por un “maridaje espiritual” y practicaban el “amor libre”. Noyes fundó en Oneida, Nueva York, una comunidad donde se practicaba el amor libre.

[2] Una porción considerable de la Sección XVI de Conducción del Niño, “Preservación de la Integridad Moral”, ha sido extraída de este folleto.

[3] Referido en varias ocasiones por William C. White, hijo y por largo tiempo asociado cercano de Elena G. de White, al autor, hijo suyo, que le sirvió durante nueve años (1929-1937) como secretario. Otras referencias en este artículo están igualmente basadas en conocimiento personal o fuentes contemporáneas dignas de crédito pero no documentadas. No obstante, todas están en plena armonía con el tenor de las declaraciones escritas por la pluma de Elena G. de White.