El movimiento adventista nació con la expectativa del inminente regreso de Cristo. Aun después de 1844, los creyentes continuaron esperando que Jesús viniera muy pronto. Elena de White compartía plenamente esa ferviente esperanza. Ella esperaba que Cristo regresaría en sus días.[1] En 1851, ella escribió: “Vi que casi ha terminado el tiempo que Jesús debe pasar en el Lugar Santísimo, y que el tiempo solo puede durar un poquito más”.[2]

Sin embargo, los años fueron pasando y Cristo no vino. No faltó quien, tres décadas después, la acusara de haber hecho una declaración falsa. Ella respondió argumentando que si se la acusa de falsedad porque el tiempo ha continuado más de lo que su testimonio parecía indicar, ¿no merecerían la misma acusación Cristo y sus discípulos? ¿Estaban engañados los apóstoles al afirmar que “el tiempo es corto” (1 Cor. 7:29), “la noche está avanzada y se acerca el día” (Rom. 13:12)?[3] Obviamente, ni Cristo ni los escritores del Nuevo Testamento estaban engañados. “Los ángeles de Dios, en sus mensajes para los hombres, representan el tiempo como muy corto. Así me ha sido siempre presentado”, explica ella.[4] Es cierto que Cristo no apareció tan pronto como se lo esperaba. Pero ¿significa eso que ha fallado la palabra del Señor? “¡Nunca! Debería recordarse que las promesas y las amenazas de Dios son igualmente condicionales”.[5] El fracaso del pueblo de Dios en cumplir esas condiciones es lo que ha postergado la segunda venida.[6]

El Señor ha encomendado a su pueblo una obra que debe efectuarse antes de su venida. Debe darse el mensaje de los tres ángeles, guiar las mentes de los creyentes al Santuario Celestial, donde Cristo está ministrando en favor de su pueblo, y restaurar la observancia del verdadero día de reposo. “Si después del gran chasco de 1844 los adventistas se hubiesen mantenido firmes en su fe, y unidos en la providencia de Dios que abría el camino, habrían proseguido recibiendo el mensaje del tercer ángel y proclamándolo al mundo […] se habría completado la obra, y Cristo habría venido antes de esto para recibir a su pueblo y darle su recompensa”.[7] En lugar de eso, muchos de los creyentes claudicaron en su fe y terminaron oponiéndose a la verdad.

Elena de White compara el retraso del regreso de Jesús con la postergación de la entrada en Canaán por parte de los israelitas. Dios no tenía el plan de que Israel vagara cuarenta años por el desierto. Ellos mismos se excluyeron de la Tierra Prometida por su falta de fe (Heb. 3:19).[8]

Los israelitas culparon a Dios por tener que peregrinar cuarenta años por el desierto. De la misma manera, los cristianos laodicenses corremos el peligro de echar la culpa a Dios por la demora de la segunda venida. “Tal vez tengamos que permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la insubordinación, como les sucedió a los hijos de Israel; pero, por amor de Cristo, su pueblo no debe añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de las consecuencias de su propia conducta errónea”.[9]

Por otro lado, no es por indiferencia u olvido de parte del Señor que él no ha venido todavía. Es la misericordia divina la que pospone la segunda venida (2 Ped. 3:9). “Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos”.[10] Jesús todavía no vino simplemente porque nosotros no estamos preparados para ir con él al cielo.

Pero, la preparación incluye más que desarrollar un carácter como el de Cristo. También incluye ayudar a otros a prepararse. Perfeccionar un carácter cristiano y predicar el evangelio al mundo no pueden ir separados; son dos aspectos de una única realidad. “El objeto de la vida cristiana es llevar fruto, la reproducción del carácter de Cristo en el creyente, para que ese mismo carácter pueda reproducirse en otros”.[11]

Así como el Señor tiene misericordia de su pueblo, también tiene compasión hacia los no creyentes. “Por misericordia para con el mundo, Jesús difiere su venida para que los pecadores tengan oportunidad de oír el aviso y de encontrar amparo en él antes de que se desate la ira de Dios”.[12] La tarea de amonestar al mundo nos ha sido encomendada a nosotros.

El tiempo de demora puede parecemos ahora muy largo y difícil de sobrellevar. Pero, “cuando estemos de pie con los redimidos sobre el mar de vidrio, con las arpas de oro y las coronas de gloria, y ante la eternidad sin límites, entonces veremos cuán breve fue el período de prueba que hubo que esperar”.[13]

En última instancia, por más que hasta ahora la segunda venida se haya demorado, finalmente Cristo vendrá. La Biblia no deja ninguna duda al respecto. Cristo mismo prometió: “Vendré otra vez” (Juan 14:3); y sus últimas palabras al apóstol Juan no dejan ninguna duda: “Ciertamente vengo en breve” (Apoc. 22:20).

Lo más importante no es saber por qué se demora Cristo, sino estar preparados para recibirlo. Nuestro mayor peligro no es dejar de creer que Cristo vendrá, sino pensar: “Mi Señor tarda en venir” (Mat. 24:48). Asumir esa actitud sería lo peor que nos podría ocurrir como pueblo de Dios, pues nos llevaría a tener un espíritu egoísta y mundano, y a posponer presuntuosamente nuestra preparación, adormecidos en una seguridad carnal indiferente a los intereses eternos.[14]

“Todo aquel que pretende ser siervo de Dios está llamado a prestar servicio como si cada día fuera el último” de su vida.[15] “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su Señor venga, lo halle haciendo así” (Mat. 24:46).

Sobre el autor: Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata.


Referencias

[1] Eventos de los últimos días, pp. 36,37.

[2] Primeros escritos, p. 58.

[3] Mensajes selectos, 1.1, p. 76. Ver también 1 Cor. 15:52; 16:22; 1 Tes. 4:17; Heb. 10:35-37; Sant. 5:8; Apoc. 22:20.

[4] Mensajes selectos, 1.1, p. 76.

[5] Ibíd., 1.1, p. 77.

[6] ¡Maranatha: El Señor viene!, p. 53.

[7] Mensajes selectos, 1.1, p. 77. Ver también El conflicto de los siglos, p. 511; Joyas de los testimonios, t. 3, p. 72.

[8] Mensajes selectos, 1.1, p. 78.

[9] El evangelismo, p. 505.

[10] Palabras de vida del gran Maestro, p. 47.

[11] Ibíd.

[12] El conflicto de los siglos, p. 511.

[13] Eventos de los últimos días, p. 43.

[14] Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 9; El Deseado de todas las gentes, p. 589; Joyas de los testimonios, t. 2, p. 14.

[15] ¡Maranatha: El Señor viene!, p. 106.