¿Cómo evolucionó a lo largo de los años la comprensión de Elena de White sobre el Espíritu Santo y cómo impactó en la teología adventista?

            Ninguna enseñanza cristiana es más fundamental que la doctrina de Dios. La comprensión bíblica adventista del séptimo día de la Trinidad nos ayuda a entender la naturaleza revelada de Dios, sus atributos y su carácter. En los últimos quince años, se ha escrito mucho sobre la historia de la comprensión adventista de la Deidad, o Trinidad, y, particularmente, la posición de Jesús en la Deidad.[1] Pero, se ha escrito menos sobre la historia de Elena de White y la comprensión adventista del Espíritu Santo en la Deidad.[2]

            Teniendo como contexto la teología y la experiencia adventistas tempranas, este artículo explorará la comprensión de Elena de White acerca del Espíritu Santo. En primer lugar, proveeré un breve repaso de la postura adventista sobre la personalidad del Espíritu Santo a principios del siglo XX. El estudio cuidadoso de la Biblia, junto con las declaraciones claras de Elena de White, influenciaron en gran manera un cambio en la comprensión adventista. Debido a algunas preguntas actuales, se prestará algo de atención a establecer la veracidad de las declaraciones más claras de Elena de White sobre la naturaleza del Espíritu Santo en la Deidad.

LA POSTURA ADVENTISTA SOBRE EL ESPÍRITU SANTO HASTA PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

            La comprensión adventista del Espíritu Santo hasta la década de 1890 se enfocó ,mayormente, en lo tangible, o “realidad viviente”, del Espíritu Santo, como una manifestación divina, más bien que su naturaleza o personalidad.[3] Durante el periodo anterior a la década de 1890, la mayoría de los adventistas no aceptaba que el Espíritu Santo tuviese una personalidad individual. Para ellos, la Deidad incluía al Padre (que era omnipotente y omnisciente), el pre encarnado Hijo divino engendrado, y el Espíritu Santo como una manifestación de la presencia o el poder del Padre o del Hijo. Los adventistas enfatizaban las personalidades separadas y diferentes del Padre y el Hijo. Para muchos de los primeros adventistas, una personalidad requería una forma material, lo cual impedía su omnipresencia. Al definir al Espíritu Santo como una influencia o poder del Padre o el Hijo, Dios podía ser omnipresente.[4]

            En 1877, J. H. Waggoner escribió que el Espíritu Santo era un “algo” y no un “él”. Luego de presentar la “única pregunta que ha sido muy controvertida”, es decir, “la personalidad del Espíritu”, Waggoner describió al “Espíritu de Dios” como “ese poder terrible y misterioso que procede del Trono del universo”.[5] En 1878, Urías Smith respondió a la pregunta: “¿Qué es el Espíritu Santo?”. Él dijo: “En pocas palabras, quizá pueda ser mejor descripto como una influencia misteriosa que emana del Padre y del Hijo, su representante y el medio de su poder”.[6] Ambos teólogos guardaban respeto por la misteriosa naturaleza del Espíritu Santo. En 1878, D. M. Canright, en un artículo más argumentativo y apologético dividido en dos partes, rechazó explícitamente la personalidad del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo no es una persona, no es un individuo, sino que es una influencia o poder que procede de la Deidad”.[7]

            En 1889, M. C. Wilcox, uno de los editores de la revista Signs of the Times [Señales de los tiempos], escribió: “El poder de Dios, separado de su presencia personal, se manifiesta por medio de su Espíritu”.[8] Al representar la idea de cómo Dios puede ser omnipresente, Wilcox escribió , en 1898: “Dios es una persona; ¿cómo puede su vida estar siempre presente?” Y entonces comparó al Espíritu con un “aura” que se extiende más allá de una persona.[9]

            Unos pocos adventistas del séptimo día tomaron una visión muy diferente, y especularon que quizás el Espíritu Santo fuese un ángel o se encontraba al mismo nivel que los ángeles.[10]

            En la década de 1890, comenzó un cambio de postura hacia la aceptación de la personalidad del Espíritu Santo. Un ejemplo de este cambio puede verse en la opinión de R. A. Underwoods. “El Espíritu Santo es el representante personal de Cristo en el campo; y está a cargo de la tarea de enfrentar a Satanás, y de vencer a este enemigo personal de Dios y de su gobierno. Me parece extraño, ahora, que alguna vez haya creído que el Espíritu Santo era solamente una influencia, en vista de la obra que realiza”.[11]

            El cambio en el pensamiento sobre la personalidad del Espíritu Santo ya estaba bastante avanzado cuando, en 1907, A. T. Jones escribió: “El Espíritu Santo no es una infl uencia; tampoco es una impresión, ni paz, ni gozo ni ninguna otra cosa […]. El Espíritu Santo es una Persona; una Persona eternamente divina”.[12]

ELENA DE WHITE Y EL ESPÍRITU SANTO ANTES DE LA DÉCADA DE 1890

            Los escritos de Elena de White mencionan con frecuencia al Espíritu Santo, tanto en sus escritos publicados como los no publicados. De hecho, se refiere al Espíritu Santo casi tan a menudo como a Jesús.

            Elena de White adoptó tres orientaciones importantes con respecto al Espíritu Santo y la Deidad durante sus primeros años, que continuaron a lo largo de toda su vida. En primer lugar, Elena de White enfatizó la personalidad de Dios el Padre y de Jesús. Durante 1845 y 1846, hubo una rama de adventistas milleritas que argumentaba que Jesús había venido espiritualmente el 22 de octubre de 1844. También espiritualizaban la resurrección, el cielo, la Nueva Jerusalén, la Tierra Nueva, y también el Padre y Jesús. En 1846, Elena de White escribió una afirmación de la personalidad del Padre y de Jesús: “Vi un trono, y sobre él se sentaban el Padre y el Hijo. Me fi jé en el rostro de Jesús y admiré su hermosa persona […]. Pregunté a Jesús si su Padre tenía forma como él. Dijo que la tenía, pero que yo no podría contemplarla”.[13]

            Otros cofundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, tales como Jaime White y José Bates, también respondieron directamente a la postura espiritualista en forma impresa, y apoyaron la idea de la personalidad del Padre y de Jesús.[14]

            En segundo lugar, al igual que los adventistas en general, Elena de White entendía al Espíritu Santo en un sentido práctico y demostrable. La obra del Espíritu Santo estaba muy presente y activa en su experiencia cristiana y su ministerio. Ella recibió centenares de visiones y sueños proféticos, y a menudo experimentó bendiciones dramáticas por medio de la obra del Espíritu Santo. Durante los primeros años de su ministerio profético, Elena de White fue confrontada por algunos que creían que sus visiones eran el resultado del mesmerismo (conocido ahora como hipnotismo), y que decían que no había Espíritu Santo. Al respecto, escribió Elena de White: “Estas cosas herían mi ánimo y torturaban mi alma con una intensa angustia, que era casi desesperación, mientras que muchos procuraban hacerme creer que no había Espíritu Santo y que todas las manifestaciones que habían experimentado los santos hombres de Dios no eran más que mesmerismo o engaños de Satanás”.[15] Claramente, rechazaba esa idea.

            En tercer lugar, extrajo su postura sobre el Espíritu Santo de la Biblia. Elena de White, al igual que otros pioneros adventistas, era primariamente una estudiosa de las Escrituras. Era especialmente cuidadosa de no desviarse de la Biblia en sus descripciones del Espíritu Santo.

            En 1891, Elena de White escribió, en respuesta al hombre que creía que el Espíritu Santo en realidad era el ángel Gabriel y que los 144.000 serán judíos que reconocen a Jesús como el Mesías. Luego de proveer algunos principios importantes de interpretación bíblica, Elena de White respondió directamente a las posturas de él. “Sus ideas en cuanto a los dos temas que menciona no armonizan con la luz que Dios me ha dado. La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio que no ha sido revelado enteramente, y usted nunca podrá explicarlo a otros porque el Señor no se lo ha revelado a usted”. Entonces, Elena de White citó Juan 14:16, y continuó diciendo: “Esto se refiere a la omnipresencia del Espíritu de Cristo, llamado el Consolador”. Luego, Elena de White confesó los límites de su propia comprensión sobre el tema: “Hay muchos misterios que no busco comprender ni explicar; son demasiado altos para mí, y demasiado altos para usted. En algunos de estos temas, el silencio es oro”.[16] En la ausencia de luz especial sobre la naturaleza del Espíritu Santo, Elena de White permaneció cerca de la Escrituras y, a diferencia de otros escritores adventistas citados anteriormente, dejó sin definir la personalidad del Espíritu.[17] Esto pronto habría de cambiar.

ELENA DE WHITE SOBRE EL ESPÍRITU SANTO A PARTIR DE LA DÉCADA DE 1890

            Dos años más tarde, en 1893, Elena de White escribió: “Se aprovecha muy poco la obra de la influencia del Espíritu Santo sobre la iglesia […]. El Espíritu Santo es el consolador, en el nombre de Cristo. Personifica a Cristo, pero es una persona distinta”.[18]

            En 1896, Elena de White citó las palabras de Jesús en Juan 16:7 y 8, y luego escribió su primera afirmación más clara sobre el Espíritu Santo como una persona en la Deidad. “El mal se había estado acumulando durante siglos, y solamente podría ser refrenado y resistido por el potente poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Divinidad, quien vendría no con energía limitada, sino en la plenitud del poder divino”. En 1898, Elena de White publicó estas palabras, con leves modificaciones, en El Deseado de todas las gentes.[19] No hay indicación de alguna visión en particular que haya recibido Elena de White y que la haya motivado a escribir más explícitamente sobre la personalidad del Espíritu Santo. Sin embargo, como mensajera del Señor, se volvió cada vez más específica sobre este tema durante la década de 1890. Durante el resto de su vida, continuó apoyando la postura de la personalidad y completa deidad del Espíritu Santo.[20]

            Por ejemplo, Elena de White a menudo se refirió a Juan 14 al 16 y al Consolador que trae la presencia de Jesús al creyente. Continuó con este tema, al presentar al Espíritu Santo como la tercera persona de la Deidad. Al respecto, escribió: “Aunque nuestro Señor ascendió de la tierra al cielo, el Espíritu Santo fue designado como su representante entre los hombres”. Luego, citó Juan 14:15 al 18 y continuó: “Restringido con la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente; por lo tanto, era ventajoso para los discípulos que los dejara para ir con su Padre, y que enviara al Espíritu Santo como su sucesor en la tierra”.[21] Elena de White no tenía problemas con la tensión existente por el hecho de que el Espíritu Santo sea una persona y a la vez represente a Jesús. Una de las características de la Trinidad bíblica es representar o señalarse el uno al otro. El Espíritu Santo representó a Jesús. Jesús, a lo largo de su vida en la tierra, representó al Padre (Juan 14:9), y el Padre señaló y exaltó al Hijo (Mat. 3:17; 17:5; Mar. 1:11; 9:7; Luc. 3:22; 9:35).

VERACIDAD DE LAS DECLARACIONES DE ELENA DE WHITE

            Hay algunos que creen en la autoridad profética de los escritos de Elena de White, pero niegan la personalidad del Espíritu Santo y su lugar en la Deidad. Las declaraciones claras de Elena de White los colocan en una posición difícil. En respuesta, han argumentado que sus secretarios o editores insertaron estas declaraciones sin su conocimiento. Tim Poirier, vicedirector del Ellen G. White Estate (Centro de Investigación White), publicó un artículo muy útil en 2006, rastreando algunas declaraciones clave de Elena de White hasta su fuente original.

            Los borradores originales, escritos de puño y letra de Elena de White, están disponibles para por lo menos cuatro de sus declaraciones más claras.[22] Otros documentos están a disposición en la versión a máquina de escribir original, y contienen anotaciones manuscritas de Elena de White en esas páginas.[23] En la parte superior de uno de los manuscritos tipeados, Elena de White escribió lo siguiente: “He leído esto cuidadosamente y lo acepto”.[24] Varias de estas declaraciones fueron publicadas en varios formatos. Elena de White misma pagó el costo de las planchas de publicación de El Deseado de todas las gentes y la mayor parte de sus otros libros. En El Deseado de todas las gentes, hasta envió correcciones para el libro después de que la primera edición ya había sido publicada. Estos cambios fueron incorporados en la segunda impresión. El grado de veracidad de las declaraciones de Elena de White es significativo, y a los editores les resulta difícil argumentar que no escribió las declaraciones que tienen que ver con el Espíritu Santo que aparecen impresas.

            Los adventistas del séptimo día creen que Elena de White recibió el don profético. Sus declaraciones enfáticas tuvieron una influencia significativa en el desarrollo de la comprensión adventista de la Trinidad, particularmente por medio del sustento que proveyó para la idea de la naturaleza eterna y original de Jesús y la plena divinidad y personalidad del Espíritu Santo. Sin embargo, la doctrina adventista del séptimo día se establece por medio de la autoridad de las Escrituras, más bien que por medio de los escritos de Elena de White. La hermana White entendió que su papel profético era llevar a la gente a la Biblia, como la autoridad final y la base de toda fe y práctica. En el primer tratado que publicó, escribió: “Recomiendo al amable lector la Palabra de Dios como regla de fe y práctica”.[25] En muchas ocasiones, ella definió la relación de sus escritos con la Biblia. En una de sus declaraciones más convincentes, Elena de White definió su papel profético: “Tengo una obra de gran responsabilidad que hacer. Consiste en impartir por la pluma y de viva voz la instrucción que me ha sido dada, y debo transmitirla no solo a los adventistas del séptimo día, sino al mundo. He publicado muchos libros, grandes y pequeños, y algunos de ellos han sido traducidos a varios idiomas. Esta es mi obra: explicar las Escrituras a otros como Dios me las ha explicado a mí”.[26]

            Los adventistas del séptimo día tienen una orientación más bíblica sobre el Espíritu Santo gracias a los escritos de Elena de White. Podemos agradecer a Dios porque ha guiado a la iglesia a lo largo de la historia, a fin de construir una comprensión de la Biblia por medio de la influencia del Espíritu Santo en el don de profecía.

Sobre el autor: Director del Centro de Investigación Adventista de la oficina de White Estate en la Universidad Andrews, y profesor de Historia de la Iglesia.


Referencias

[1] Las investigaciones incluyen: Merlin D. Burt, “Demise of Semi-Arianism and Anti-Trinitarianism in Adventist Theology, 1888-1957” (trabajo de investigación, Universidad Andrews, 1996); Gerhard Pfandl, The Doctrine of the Trinity Among Adventists (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1999); Woodrow W. Whidden, Jerry Moon, y John Reeve, The Trinity: Understanding God’s Love, His Plan of Salvation, and Christian Relationships (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 2002); Jerry Moon, “The Adventist Trinity Debate, Part 1: Historical Overview”, Andrews University Seminary Studies 41, n° 1 (2003): 113–129; Jerry Moon, “The Adventist Trinity Debate, Part 2: The Role of Ellen G. White”, Andrews University Seminary Studies 41, n° 2 (2003): 275–292; Michael Dörnbrack, “Die Rolle Ellen Whites beider Entwicklung der Trinitätslehre in der Adventgemeinde: Aussagen, Auswirkungen und Reaktionen” (trabajo de investigación, Theologische Hochschule Friedensau, 2004); Merlin D. Burt, “History of Seventh-day Adventist Views on the Trinity”, Journal of the Adventist Theologica Society 17, n° 1 (2006): 125–139; Jerry Moon, “The Quest for a Biblical Trinity: Ellen White’s ‘Heavenly Trio’ Compared to the Traditional Doctrine”, Journal of the Adventist Theological Society 17, n° 1 (2006): 140–159; Denis Fortin, “God, the Trinity, and Adventism: An Introduction to the Issues”, Journal of the Adventist Theological Society 17, n° 1 (2006): 4–10; Denis Kaiser, “A Comparative Study on the Trinity as Seen in the Methodist Episcopal Church, the Christian Connection, and Among Seventh-day Adventists Until 1870” (trabajo de investigación, Universidad Andrews, 2008); Merlin D. Burt, “The Trinity in Seventh-day Adventist History,” Ministry, Febrero 2009, pp. 5–8. Solo unos pocos artículos fueron escritos antes de la década de 1990. Dos de los más importantes son: Erwin Roy Gane, “The Arian or Anti-Trinitarian Views Presented in Seventh-day Adventist Literature and the Ellen G. White Answer” (tesis de Maestría, Universidad Andrews, 1963); Russell Holt, “The Doctrine of the Trinity in the Seventh-day Adventist Denomination: Its Rejection and Acceptance” (trabajo de investigación, Universidad Andrews, 1969).

[2] Estudios recientes incluyen: Denis Kaiser, “The Holy Spirit and the Hermeneutical Approach in Modern Adventist Anti-Trinitarian Literature” (trabajo de investigación, Universidad Andrews, 2008); Denis Kaiser, “The Reception of Ellen White’s Trinitarian Statements, 1897- 1915”, en Ellen G. White Encyclopedia, Denis Fortin y Jerry Moon, eds. (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn.); Tim Poirier, “Ellen White’s TrinitarianStatements: What Did She Actually Write?” Ellen White and Current Issues Symposium 2 (2006): 18–40; Evelyn Tollerton, “The Historical Development of the Doctrine of the Holy Spirit in Seventh-day Adventist Theology: A Paradigm Shift From Anti-Trinitarianism to Trinitarianism, 1846-1946” (trabajo de investigación, Universidad Andrews, 2006). La historia de la personalidad del Espíritu Santo más temprana es de Christy Mathewson Taylor, “The Doctrine of the Personality of the Holy Spirit as Taught by the Seventh-day Adventist Church up to 1900” (tesis de grado, Seventh-day Adventist Theological Seminary, 1953). Una parte del contenido de la primera sección fue tomada de la investigación de Taylor.

[3] E. Goodrich, “No Spirit”, Review and Herald (28 de enero, 1862), p. 68; R. F. Cottrell, “The Beginning of the End”, Review and Herald (16 de diciembre, 1873), p. 5; Joseph Clarke, “Be Filled With the Spirit”, Review and Herald (10 de marzo, 1874), p. 103.

[4] D. M. Canright, “The Personality of God”, Review and Herald (29 de agosto–19 de septiembre, 1878), pp. 73, 81, 82, 89–90, 97; D. M. Canright, Matter and Spirit; or, The Problem of Human Thought: A Philosophical Argument (Battle Creek, MI: Review and Herald Pub. Assn., 1882), pp. 47, 48; D. M. Canright, “The Holy Spirit”, Signs of the Times (8 de agosto, 1878), p. 236; Uriah Smith, “In the Question Chair: Is the Holy Ghost a Person?” Review and Herald (28 de octubre, 1890), p. 664. Por una Buena explicación de la comprensión adventista temprana sobre la personalidad ver Evelyn Tollerton, “The Spirit of God: The Omnipresent Influence of God” (investigación presentada en el SDATS Scholarship Symposium, 9 de enero, 2007).

[5] J. H. Waggoner, The Spirit of God: Its Offices and Manifestations to the End of the Christian Age (Battle Creek, MI: Steam Press of the Seventh-day Adventist Pub. Assn., 1877), pp. 8, 9.

[6] Jaime White y Urías Smith, The Biblical Institute: A Synopsis of Lectures on the Principal Doctrines of Seventh-day Adventists (Oakland, CA: Steam Press of the Pacific S.D.A. Pub. House, 1878), 184.

[7] D. M. Canright, “The Holy Spirit”, Signs of the Times (25 de julio, 1878), p. 218; D. M. Canright, “The Holy Spirit”, Signs of the Times (8 de agosto, 1878), p. 236.

[8] M. C. Wilcox, “Manifestation of the Holy Spirit”, Signs of the Times (15 de julio, 1889), p. 422.

[9] M. C. Wilcox, “The Spirit of Life,” Signs of the Times (2 de junio, 1898), p. 342.

[10] C. P. Bollman, “The Spirit of God”, Signs of the Times (4 de noviembre, 1889), p. 663.

[11] R. A. Underwood, “The Holy Spirit a Person”, Review and Herald (17 de mayo, 1898), p. 310; énfasis en el original.

[12] A. T. Jones, “Christian Loyalty”, Medical Missionary (27 de marzo, 1907), p. 98. Exceptuando a Elena de White, Jones es también es quien primero presentó con más claridad la deidad original de Jesús. Ver Burt, “Demise of Semi-Arianism”, pp. 7, 8.

[13] Elena Harmon, “Letter From Sister Harmon”, Day- Star, 14 de marzo, 1846, p. 7; publicado en español en Elena de White, Primeros escritos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1987), p. 54.

[14] Jaime White, “Preach the Word”, Review and Herald (11 de diciembre, 1855), p. 85; ver también Jaime White, “Letter From Bro. White”, Day-Star, 24 de enero, 1846, p. 25; José Bates, The Opening Heavens; or, A Connected View of the Testimony of the Prophets and Apostles, Concerning the Opening Heavens, Compared With Astronomical Observations, and of the Present and Future Location of the New Jerusalem, the Paradise of God (New Bedford, MA: Benjamin Lindsey, 1846), p. 1.

[15] Elena de White, Primeros escritos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1987), p. 21.

[16] Elena de White al hermano Chapman, 11 de junio, 1891, Carta 7, 1891, en Manuscript Releases, t. 14 (Silver Spring, MD: Ellen G. White Estate, 1990), pp. 175, 179.

[17] Lo mismo puede decirse de la naturaleza de la divinidad de Jesús. En este caso, Elena de White es la primera escritora adventista en referirse a Cristo como eterno. Ver Elena de White, “An Appeal to the Ministers”, Review and Herald (8 de agosto, 1878), p. 49.

[18] Elena de White, “Privileges and Responsibilities of Christians; Depend on Holy Spirit, Not Self”, MS 93, 1893, en Manuscript Releases, t. 20 (Silver Spring, MD: Ellen G. White Estate, 1993), pp. 323, 324.

[19] Elena de White, “My Brethren in America”, 6 de febrero, 1896, Carta 8, 1896, en Manuscript Releases (Silver Spring, MD: Ellen G. White Estate, 1987), t. 2, p. 34; Elena de White, Alza tus ojos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1982), p. 49; Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1976), p. 625.

[20] Elena de White a la Hermana Wessels, 7 de marzo, 1897, Carta 124, 1897, en Hijas de Dios (Nampa, Idaho: Publicaciones Interamericana, Pacific Press Pub. Assn., 1999), pp. 194-196; Elena de White, Special Testimonies for Ministers and Workers, n° 10 (1897), p. 37; Elena de White, “Extracts From Discourse Given by Mrs. E. G. White in the Avondale Church, March 25, 1899”, MS 66, 1899; Elena de White, “Preparation for Baptism”, MS 57, 1900; Elena de White, “God’s Purpose for His People”, MS 27a, 1900; Elena de White, MS 130, 1901; Elena de White, “An Important Letter”, Union Conference Record, 1º de abril, 1901, p. 2; Elena de White, “Preach the Word”, MS 20, 1906; Elena de White, Special Testimonies Series B, n° 7 (1905), pp. 62, 63 de MS 21, 1906, escrito en relación con J. H. Kellogg y su postura en cuanto a Dios como una esencia que impregna la naturaleza entera más bien que como un ser personal. Elena de White escribió en la primera parte de ese manuscrito: “He sido instruida para que diga: No hay que confiar en las opiniones de los que buscan ideas científicas avanzadas. Se han hecho exposiciones como la siguiente: ‘El Padre es como la luz invisible; el Hijo es como la luz encarnada; y el Espíritu es como la luz derramada’. ‘El Padre es como el rocío, vapor invisible; el Hijo es como el rocío reunido en bellísimas gotas; el Espíritu es como el rocío derramado en el asiento de la vida’. Otra exposición es ésta: ‘El Padre es como el vapor invisible; el Hijo es como la nube plomiza; el Espíritu es la lluvia que cae y obra con poder refrescante’. Todas estas representaciones espiritistas no son absolutamente nada. Son imperfectas y falsas” (publicado en español en El evangelismo [Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1978], pp. 445, 446).

[21] Elena de White a Edson y Emma White, 18 de febrero,1895, Carta 119, 1895 (Silver Spring, MD: Ellen G. White Estate).

[22] Poirier, “Ellen White’s Trinitarian Statements”. Los borradores manuscritos originales de Elena de White pertenecen a: MS 93, 1893; MS 57, 1900; MS 20, 1906; y MS 21, 1906.

[23] Los textos interlineados tipeados a máquina pertenecen a los siguientes manuscritos: Carta 8, 1896; MS 27a, 1900; MS 57, 1900; MS 20, 1906; y MS 21, 1906.

[24] MS 20, 1906.

[25] Elena de White, A Sketch of the Christian Experience and Views of Ellen G. White (Saratoga Springs, NY: James White, 1851), p. 64; publicado en español en Elena de White, Primeros escritos, p. 78.

[26] Elena de White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1970), t. 3, p. 240.