Ideas sencillos, pero eficaces, para involucrar a todos los miembros de la iglesia en la misión.

La vida cristiana es un sacerdocio. Eso no significa solamente que el creyente tiene libre acceso a Dios, sino también que debe ofrecer “sacrificios espirituales” (1 Ped. 2:5); es decir, debe presentarse a sí mismo como “sacrificio vivo” (Rom. 12:1), de modo que se convierta en un instrumento de redención, para proclamar la salvación de Dios. Cada creyente es un ministro y, como miembro del cuerpo de Cristo (la iglesia), debe desempeñar funciones que son necesarias para la integridad de ese cuerpo y el cumplimiento de su misión en el mundo.

Por eso mismo, el ministro no es un hombre especial y superior al resto. El ministerio es una función de toda la iglesia, que se distribuye entre los miembros según hayan sido llamados por Dios y de acuerdo con los dones espirituales que hayan recibido. Pero, investida con potestad divina, la iglesia delega en algunos de sus miembros ciertos aspectos de sus funciones. En otras palabras, Dios llama personalmente a ciertos miembros de la iglesia para uno de los ministerios que ella reconoce como necesarios para su existencia y su obra. Es decir, el llamado al ministerio pastoral es, primeramente, un llamado interior, una convicción del individuo de que la voluntad de Dios es que él sea útil en el desempeño de la tarea que la iglesia le designó. Ese ministerio se confiere y se convalida por medio de una ordenación o consagración.

Por lo tanto, la ordenación es un acto por medio del que la iglesia dedica a alguien que considera que ha sido llamado por Dios. No le puede conferir esa vocación, pero sí tiene la autoridad para confirmar el hecho de que ha sido llamado y extender un reconocimiento oficial de los dones que Dios le ha otorgado. No se trata de apartarlo para que asuma una actitud autoritaria, sino de servicio a la iglesia. La ordenación no tiene como propósito producir castas superiores o inferiores de cristianos; tampoco es el premio por alguna tarea bien realizada. Es sencillamente una dádiva de la gracia de Dios.

La santidad del llamado pastoral no se debe minimizar. Aunque Elena de White manifestó que “es un error fatal suponer que la obra de salvar almas depende solo del ministro ordenado”, añadió que el ministerio “es un cargo sagrado y elevado”. Para ella, no existe en la tierra “una obra que Dios bendiga más”.

Según la Guía para ministros, página 80 (edición brasileña): “Los pastores ordenados no se pertenecen a sí mismos sino a Dios. Su tiempo, sus talentos y su vida han sido dedicados son reservas a él, porque son sus portavoces y representan a su iglesia. […] El cuidado y la salvación de las almas es un encargo importante que se les ha confiado, que deben llevar a cabo ‘a tiempo y fuera de tiempo’ (2 Tim. 4:2). El propósito divino es que no se aparten de esta vocación mientras tengan vida y fuerzas, y hasta que el Señor, ‘el Juez justo’, entregue ‘a corona de justicia’ a todos sus siervos fieles ‘en aquel día’, el día de su venida (vers. 8)”.

Sobre el autor: Director de la edición en portugués de Ministerio Adventista.