Noe, uno de los patriarcas más austeros -según cuenta el Génesis-, fue hallado un día en estado de embriaguez. El solo hecho de estar ebrio prueba el ensalmo insidioso del jugo de la uva en el momento en que empieza el proceso de la fermentación. Este ejemplo dado por el profeta de Dios muestra el peligro que se esconde tras la copa encantada. Es una seria advertencia para todos los hombres de todos los tiempos el caso de este segundo padre de la humanidad, que olvidó su dignidad porque bebió demasiado vino, llegando a ser causa indirecta de la maldición de uno de sus hijos y de toda su raza (Gén. 9: 20-27).

Ejemplos de ebriedad y de abstinencia

Instruido sin duda por la experiencia, el faraón de Egipto del tiempo de José no bebía el licor de la uva sino cuando era exprimido en una copa por mano de su gran escanciador (Gén. 40:9-11).

Nadab y Abiú, vinculados al sacerdocio con su padre Aarón, no parecen haberse precavido del peligro que encierra la fermentación del jugo de las frutas. Teniendo el espíritu oscurecido por una libación demasiado abundante, cometieron infracción a las reglas del ceremonial del tabernáculo, y esto les costó la vida (Lev. 10: 1, 2).

Los peligros de la embriaguez y de las fechorías que ésta engendra parecen haber persistido de siglo en siglo en Israel. Nos lo prueba la lucha empeñada contra este enemigo. En diversas épocas Dios suscitó ejemplos de abstinencia total transitoria o vitalicia.

La esposa de Manoa, que luego sería la madre de Sansón, recibió de un ángel la orden de abstenerse de vino y de toda bebida susceptible de fermentarse (Jue. 13: 2-5).

Después del juicio divino que privó a Aarón de sus dos hijos mayores, “Jehová habló a Aarón, diciendo: Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés” (Lev. 10:8-11).

El israelita que hacía voto como nazareo, es decir que se consagraba de una manera particular a Dios, debía abstenerse “de vino y de sidra” y aún de uva fresca y en estado de pasa; en una palabra, de todo producto de la vid, “todo el tiempo de su nazareato” (Núm. 6: 1-4).

Los recabitas, que se remontan a la época del profeta Elías, unos ochocientos años antes de nuestra era, formaron una verdadera sociedad de temperancia, o más bien de abstinencia. Habían recibido de Jonadab, su padre, la orden de no beber vino ni ellos ni sus hijos, con la promesa hecha por Jehová de subsistir eternamente delante de Él si permanecían obedientes a Él.

Dos siglos y medio más tarde, el profeta Jeremías los halló fieles a la orden de su antepasado (Jer. 35). En el año 70 escaparon a la destrucción de Jerusalén. En el segundo siglo, su existencia fue señalada por el historiador cristiano Hegesipo. En el siglo duodécimo, un viajero, citado por Calmet, los volvió a hallar en Mesopotamia, “no consumiendo jamás vino ni carne”, y rodeados de verdadera prosperidad. En 1840, el misionero José Wolff encontró en Yemen cierto número de sus descendientes que habían permanecido escrupulosamente fieles a su consigna antialcohólica.

En ciertas épocas de su vida, el profeta Daniel se abstuvo del vino, como por ejemplo en la corte de Nabucodonosor, y cuando estaba en aflicción (Dan. 1: 8-16; 10: 3).

Juan el Bautista no se apartó, durante toda su vida, de la más estricta abstinencia nazarea, según la palabra del ángel Gabriel a sus padres: “Porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el seno de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos” (Luc. 1:15, 16).

Esta abstinencia temporal de Daniel, de Juan el Bautista y de los nazaréos se aplicaba, según se ha dicho, no sólo al vino fermentado, sino también al vino dulce, siempre expuesto a la fermentación, y aun a las uvas. Este vino dulce era bien conocido por los israelitas y por los antiguos. A continuación demostraremos por qué afirmamos esto.

Los dos estados del vino

En la Biblia, el vino es a veces recomendado, otras veces desaprobado. Léanse y compárense atentamente las dos categorías de pasajes que ofrecemos seguidamente:

a) El vino recomendado

“Dios, pues, te dé… abundancia de trigo y de mosto” (Gén. 27: 28).

“Si obedeciereis cuidadosamente a mis mandamientos… y recogerás tu grano, tu vino y tu aceite” (Deut. 11: 13, 14).

“Y [Jehová]… bendecirá… tu grano, tu mosto, tu aceite” (Deut. 7:13).

“ [Jehová] que hace producir… el vino que alegra el corazón del hombre” (Sal. 104: 14, 15).

“Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios” (Ecl. 9: 7).

“He aquí vienen días, dice Jehová, en que… los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán… plantarán viñas y beberán el vino de ellas y harán huertos, y comerán el fruto de ellos” (Amos 9: 13, 14).

b) El vino condenado

“El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora” (Prov. 20: 1).

“¿Para quién será el ay?… Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura. No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa; se entra suavemente; mas al fin como serpiente morderá, y como áspid dará dolor” (Prov. 23: 29-32, 33-35).

“No es de los reyes, oh Lemuel, no es de los reyes beber vino ni de los príncipes la sidra. No sea que bebiendo olviden la ley y perviertan el derecho de todos los afligidos” (Prov. 31:4, 5).

“¡Ay de los que se levantan de mañana para seguir la embriaguez; que se están hasta la noche, hasta que el vino los enciende!… ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida!” (Isa. 5: 11, 22).

Conclusión

Es imposible no sacar de esa doble serie de declaraciones la siguiente conclusión: la Biblia distingue dos estados del vino y de las bebidas similares:

1. El jugo de uva natural, sano, reconfortante y por consiguiente benévolo, tal como el Creador lo da en el racimo.

2. El vino fermentado, tóxico, embriagador, y por consiguiente malévolo.

En otros pasajes, estas dos categorías de bebidas, o más bien estos dos estados del vino, son tomados como símbolo, ora de la bendición del Cielo, ora de los castigos divinos (véanse Isa. 55:1-3; Jer. 25:15, 16; Apoc. 14:8-10).

De acuerdo con la ley de los ambientes, aplicada en la historia, las costumbres de los antiguos pueblos que rodeaban a Palestina deben servir para confirmar el testimonio de la Biblia. Y resulta que en la literatura antigua se comprueba perfectamente la presencia de los dos vinos, o si se prefiere, de los dos estados del vino. La embriaguez, el abuso de las bebidas fermentadas y embriagantes entre los hombres y entre los dioses, desempeña allí un papel muy conocido. Lo que es menos conocido es el uso habitual que los antiguos hacían de vinos no fermentados, conservados en estado de jarabe por la cocción. Los testimonios que poseemos al respecto nos proveen una información completa.

He aquí lo que a este respecto dice el Diccionario de la Biblia de J. A. Bost:

“Se cobraban las primicias y el diezmo del mosto… que se encerraban en odres de pieles (Job 32: 19; Mat. 9: 17; Mar. 2: 22), o en grandes tinajas de tierra [barro] como las que se usan todavía en el Oriente; se lo dejaba fermentar allí, o a veces se lo cocinaba hasta hacerlo jarabe. Se bebía también el mosto antes de que hubiese fermentado (Ose. 4: 11; Joel 1: 5). Cuando el vino estaba bien cocido, se tenía la costumbre de transvasarlo para purificarlo y mejorarlo; en Jeremías 48:11 hay una alusión al respecto” (art. “Vino”).

“Algunos autores piensan que en varios pasajes del Antiguo Testamento, y notablemente en Génesis 43:11; Ezequiel 27:17 y Jeremías 41: 8, no se trata de la miel de abeja, sino de una especie de licor azucarado, de jarabe que destilan los dátiles cuando están en plena madurez (así piensan los doctores judíos Maimónides, Josefo, Hillel, Celsio, Geddes, etc.); se apoyan, entre otras cosas, en que la palabra hebrea debash, que significa miel, tiene en árabe el significado de dátiles; otros piensan que hay que entender por ella una miel de uvas, es decir jugo de la vid, cocido con o sin azúcar, hasta espesarse en jarabe (Rosenmuller). Esta bebida se hace en nuestros días todavía en Siria y en Palestina (Shaw, Russel, Burckhardt). Tres quintales de uva dan un quintal de este licor, llamado debs (debasm). Se emplea en lugar del azúcar, diluyéndolo en agua. Para los pobres reemplaza también a la manteca, para los enfermos al vino. Los griegos y los romanos conocían también la miel de uva” (ibíd, art. “Miel”).

Josefo, el historiador y general judío contemporáneo de Tito, llama vino al jugo de uva que el gran escanciador preparaba para Faraón exprimiendo los racimos en la copa real. Herodoto lo llama oinos ampelinos, es decir, el vino de la vid.

Homero, el padre de la historia (siglo IX antes de Jesucristo), dice en La Odisea (libro IX) que Ulises puso a bordo de su barco un odre de vino negro y dulce, brebaje que Marión, sacerdote de Apolo, le había dado. Era tan dulce como la miel. Este vino podía conservarse indefinidamente. Para usarlo, había que diluirlo en veinte partes de agua. Se obtenía una bebida perfumada de un gusto exquisito.

Hipócrates, el mayor médico de la antigüedad (460 AC), hablando de un vino dulce que él llama gléukos, dice que es menos propenso a ocasionar pesadez de cabeza que los otros vinos.

Aristóteles (384 AC), naturalista y filósofo, más célebre aún que los dos precedentes, relata que los vinos de Acadia eran tan espesos que se secaban en sus odres de pieles de cabras, y que se los rascaba para diluirlos después en agua. El mismo sabio dice que los vinos dulces de su tiempo (oinos o gléukos) no embriagaban (ou méthuskeí) (Metodología, IV, 10, 9, citado por el Dr. Juan Ellis).

Plutarco, en el primer siglo de nuestra era, asegura que antes de Psamético (600 AC), los egipcios no empleaban vino fermentado ni para el uso doméstico ni para los sacrificios.

Columelo, que vivía igualmente en la época de los apóstoles, recomienda que se llenen botellas de jugo fresco de uva, y se cierren herméticamente, para luego sumergirlas en un pozo de agua fría, asegurando que de esta manera no fermentarán. Habla de un vino que los griegos llamaban amethuston (“no embriagador”, de a privativa y methustikos, embriagador). Lo consideraban un vino bueno e inofensivo.

Los griegos lo llamaban gléuko, “un vino hecho de uvas secadas al sol antes de ser recogidas, especie de vino cocido” (Diccionario greco-francés, de Alexandre).

Plinio (siglo I DC) asegura que ciertos vinos romanos tenían la consistencia de la miel, y que los vinos de Albania eran igualmente dulces y untuosos. Habla también de cierto vino español denominado inerticelum, “no embriagador”, “sin fuerza”.

Dice el Grand Dictionnaire Universal, de P. Larousse, artículo Vin, Doux, que “entre los hebreos… cuando la uva había sido prensada… algunas veces se la hacía cocer, a fin de reducirla al estado de jarabe… Los romanos bebían también el mosto tal como salía del lagar, es decir antes que hubiese fermentado… Ese mustum cuando había sido cocinado, tomaba el nombre de frutum… En Roma, la mayor parte de los vinos más caros y más buscados eran como licores, azucarados, espesos, y ofrecían casi la consistencia del jarabe; para beberlos había que diluirlos en agua caliente”.

El uso universal y casi supersticioso que ha prevalecido en nuestra época de beber el jugo de uva y de los otros frutos en estado fermentado, explica la ignorancia actual acerca de la práctica de los antiguos con referencia a los vinos dulces. El artículo que acabamos de citar denomina a la costumbre de los antiguos “gusto singular y muy capaz de sorprendernos”. Lo que sí sorprendería con justicia a los antiguos, si ellos volviesen a la vida, es la costumbre de una civilización que se dice científica, iluminada y cristiana, de fermentar y destilar casi la totalidad de las cosechas de uvas y otras frutas. ¿No llamarían bárbara y escandalosa a esta transformación de los azúcares en alcohol, que constituyen los brebajes más puros y más delicados de la época presente?

Muy diferente ha sido la actitud del Islam en cuanto al alcohol. Como una medida heroica, Mahoma protegió a millones y centenares de millones de seres humanos contra las fechorías de la embriaguez, prohibiendo todas las bebidas fermentadas, bajo el título general de vino.

En el libro 7, Sura 5: 40, el Corán dice: “¡Oh, creyentes! Por cierto que, la bebida, el juego, los ídolos y la superstición de la suerte de las flechas son maniobras abominables de Satanás. ¡Absteneos, pues, de ellos, para que prosperéis!” “Él es quien os creó jardines con plantas emparradas y rastreras” (El Corán, libro 8, Sura 6: 141). Por el contrario, el profeta no descarta el jugo de uva; alaba los racimos y la vid. En su cuadro del paraíso se ven correr arroyos de un vino que es ciertamente sin fermentar (El Corán, libro 25, Sura 47:15).

La exposición anterior nos permite tratar ahora la cuestión de una manera más profunda, aunque al alcance de todo lector atento. Juzgamos útil estudiar someramente los términos hebreos y griegos que en el Antiguo y Nuevo Testamento se usan para nombrar al vino y las bebidas en general, pues este aspecto del tema ha sido tratado en obras eruditas que llegan a conclusiones diametralmente opuestas a las nuestras.

La terminología hebrea y griega para “vino”

Los términos empleados en la Biblia para designar el vino son, en el hebreo del Antiguo Testamento: tirosh, yayim y chécar, términos a los cuales corresponden en el Nuevo Testamento griego: gléukos, oinos, sikera. Citemos algunos pasajes donde se encuentran cada uno de estos términos.

1. Tirosh = gléukos

“Dios, pues, te dé… abundancia de trigo y de mosto [tirosh]” (Gén. 27: 28).

“Y comerás delante de Jehová tu Dios… el diezmo de tu grano, de tu vino [tirosh] y de tu aceite” (Deut. 14: 23).

“Y la vid le respondió: ¿He de dejar mi mosto [tirosh], que alegra a Dios y a los hombres?” (Jue. 9: 13).

“Tu diste alegría a mi corazón, mejor que la de ellos cuando abundaban su grano y su mosto [tirosh] “ (Sal. 4: 7). (Véase también Deut. 11: 14; 18: 4; 28: 51; Jue. 9, 13; 2 Crón. 32: 28; Prov. 3: 10; Ose. 2: 10, 11; Zac. 9: .17, etc.)

El término tirosh aparece 38 veces en el AT. Su equivalente en el NT, gléukos, se encuentra una sola vez, y es en la observación hecha por los burladores de Jerusalén acerca de los apóstoles, el día de Pentecostés (Hech. 2:13): “Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto [gléukos]”. A propósito de este pasaje, el Diccionario de Bost (art. “Vino”) dice que “no era la estación del vino nuevo” y que se trata aquí “de una especie particular de vino, renombrado por su dulzura”, lo que obliga a ver en esta palabra irónica, que representa vino no fermentado, una alusión burlona a los que se abstenían escrupulosamente de bebidas embriagantes.

El sentido del vocablo tirosh queda precisado y fijado por los dos pasajes siguientes:

a. “Luego les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce” (Neh. 8: 10). En la Versión Moderna dice: “Les dijo también: ¡Id, comed carnes gordas, y bebed vinos sabrosos!”. Y en una versión moderna francesa también dice: “Id, comed [carnes] gordas, y bebed [vinos] dulces”. En la Biblia latina: “Bebed brebajes dulces”. La palabra vinos, o bebidas, o licores, no figura en el original, así como lo indica la versión de Lausanne.

b. “Como si alguno hallase mosto en un racimo, y dijese: …bendición hay en él” (Isa. 65: 8).

Estos dos pasajes -que comprueban de la manera más formal el uso corriente que los judíos hacían de las bebidas dulces y por consiguiente no fermentadas- nos dan la definición exacta de tirosh. Este término se refiere al jugo puro de la uva, jugó no fermentado y. sin embargo, conservado de manera que fuese transportable, sin ninguna alteración esencial.  Recomendado como brebaje sano y nutritivo, era considerado como don de Dios.

2. Yáyim = Oinos

Los términos yáyim y óinos, generalmente traducidos por vino, aparecen, el primero 141 veces en el Antiguo Testamento hebreo, y el segundo 33 veces en el Nuevo Testamento griego. Veamos algunos ejemplares de su empleo:

Noé “bebió del vino [yáyim], y se embriagó” (Gén. 9:21).

Jacob “le trajo también vino [yáyim] [a Isaac], y bebió” (Gén. 27: 25).

“Y para la libación, la cuarta parte de un hin de vino [yáyim]” (Exo. 29: 40).

“No mires el vino [yáyim]… al fin como serpiente morderá” (Prov. 23: 31,32).

“Y Eli la tuvo por ebria. Entonces le dijo Eli: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino [yáyim]. Y Ana le respondió: …no he bebido vino [yáyim] ni sidra” (1 Sam. 1:13-15).

Juan el Bautista “no beberá vino [óinos] ni sidra” (Luc. 1: 15).

“Y no os embriaguéis con vino [óinos]” (Efe. 5: 18).

“Pero es necesario que el obispo sea… no dado al vino [óinos]” (1 Tim. 3: 2, 3).

“Usa de un poco de vino [óinos] por causa del estómago” (1 Tim. 5: 23). (Véase también Gén. 14: 18; Ecl. 9: 7; Jer. 35: 5, 6; Isa. 55: 1; 1 Tim. 3: 8; Tito 2: 3.)

Como se ve, el término yáyim designa el vino de un modo muy general: a veces es recomendado, otras condenado, ora se le prescribe para las libaciones del tabernáculo, ora se lo señala como peligroso. De lo cual hay que concluir, a menos de acusar a la Escritura de contradicción o de falta total de lógica, que los términos yáyim y óinos consideran según el caso dos estados diferentes: el vino fermentado y el vino no fermentado.