Soy un hombre cuyo hogar se enorgullece de contar con la presencia de tres hermosas damas. La fragancia del spray para el cabello y la de los perfumes, el observar los aparatos para el peinado y los rostros cubiertos con crema para la limpieza, el zumbido de los secadores de cabello y de las afeitadoras eléctricas femeninas me han convencido de que la atracción de la moda en el sector femenino de la especie se iguala a la que la luna llena ejerce en el océano. Es un misterio el poder subyugante que ejercen sobre las mujeres los vestidos, los cosméticos y las joyas. Ese misterio se ahonda cuando uno presencia el advenimiento de modas ridículas y grotescas tanto para hombres como para mujeres. ¿Dónde comenzaron y hasta dónde llegarán?

El asunto comenzó en el Edén. Las primeras prendas que se registra que fueron confeccionadas por el hombre fueron hechas de hojas de higuera. Tal vez el estilo y la falta de modestia contribuyeron a que Dios no las aceptara y las cambiara. Una cosa es cierta: las modas actuales, cercanas a la desnudez, constituyen una segura indicación de que está desapareciendo rápidamente el sentido de vergüenza y culpa por el pecado.

NUEVO CONJUNTO DE TRAMPAS

La estrategia de Satanás para tentar a las mujeres a rendir culto al dios de la moda cambia de tiempo en tiempo. Cuando Elena de White escribió acerca del asunto del vestido, el problema lo constituían los pliegues, frunces, encajes, el largo malsano (los vestidos limpiaban las calles sucias), y la cintura demasiado ajustada. Hoy la mayoría de esos inconvenientes ha desaparecido. El maligno ha ideado un nuevo conjunto de trampas.

La pregunta es: En cuanto a la moda, ¿cuál debiera ser la posición de las mujeres adventistas, y de las esposas de los ministros en particular?

Confío en que mis lectoras femeninas comprenderán que no me estoy erigiendo en juez de ellas. Sólo Dios sabe la lucha que se libra en el corazón de nuestras mujeres por este asunto del vestido. Pero existe un Dios personal, invisible por el momento para nosotros, pero para quien nosotros no somos invisibles. El juicio que hace de nuestra persona abarca todos los aspectos de la vida, incluyendo el del vestido. Sus palabras “Bien hecho” o “Apartaos de mí” se fundan en nuestras acciones y hábitos actuales.

La mayoría de las esposas de pastores están dando un buen ejemplo por la forma en que se arreglan y visten. La iglesia debiera sentirse —y se siente— orgullosa de ellas. Las exhorto a que sigan por el camino de la sencillez, de la pulcritud y de la modestia. Pero algunas esposas —y espero que sea por ignorancia— son piedras de tropiezo para sus familias y nuestros miembros. Este es un llamamiento a que se considere la forma en que el Señor desea que se arreglen.

PECECILLOS Y PÁJAROS

Las esposas de los ministros, como la gente de figuración social o los políticos, pertenecen al público. Háganle frente, señoras, pues están en exhibición como un pececillo de colores en una pecera o un pájaro en una jaula. Es un hecho ineludible que a las esposas de los ministros “las observan y esperan más de ellas que de otros. Su indumentaria… [debiera] ser un ejemplo” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 46). ¿Hay alguna razón por la que esto no pueda ser cierto? Es una ley de la vida tan inalterable como la ley de la gravitación. Acepten la situación de buen grado y el Señor y sus ángeles las alabarán.

¿ES UNA CUESTIÓN DE MORAL?

Lo que debiera fijarse en forma concluyente en la mente es si lo moral está implicado en lo que usted viste o no viste. Sólo la inspiración puede esclarecer este punto: “La idolatría del atavío es una enfermedad moral” (Evangelismo, pág. 233; la cursiva no figura en el original).

“Satanás está continuamente ideando algún estilo de prenda de vestir que cause daño a la salud física y moral” (Testimonies, tomo 4, pág. 634; la cursiva no figura en el original). Nótense bien las expresiones “enfermedad moral” y “salud moral”. A esas declaraciones agréguese ésta: “La sumisión a la moda está penetrando nuestras iglesias adventistas y obrando más que ningún otro poder para separar a nuestro pueblo de Dios” (Id., pág. 647; la cursiva no figura en el original).

Todo lo que separe a la persona de Dios es definidamente un problema moral, y en el caso de la moda es tan claro como la relación que existe entre el hábito de fumar y el cáncer de pulmón. No se puede dejar de advertir la magnitud del problema de la indumentaria. “La sumisión a la moda está… obrando más que ningún otro poder para separar a nuestro pueblo de Dios”. ¿Podía decir esto el Señor con palabras más enérgicas?

POR RAZONES COMERCIALES

Los diseñadores de modas apoyan esos hechos admitiendo descaradamente que el cuerpo femenino ha sido, es y será explotado por razones comerciales, y que detrás de todo no hay sino un pensamiento: ¡la atracción sexual! El propósito deliberado de los fabricantes es concentrar la atención masculina en las formas femeninas. Los diseñadores aprovechan todo lo posible para exhibir una parte del cuerpo de la mujer, como por ejemplo sus piernas, hasta que la novedad y la atracción desaparecen. Entonces se expone otra parte de la anatomía femenina. En la actualidad las modas caprichosas han expuesto con exceso y desconsideración casi todo lo que para una mujer es sagrado hasta el punto de que, para más de un hombre decente, el encanto y atractivo femeninos se han convertido en algo que ha provocado náuseas y repulsión.

Si los únicos derivados de algunas de las modas de hoy fuesen náuseas y repulsión, las quejas se reducirían bastante. Pero no todos los hombres son decentes. Grábenlo a fuego, señoras: una mujer con un vestido indecente, por lo general atrae a un hombre indecente.

Un despacho de la Associated Press informaba de un aumento del cien por ciento en crímenes del sexo registrado en Tokio, la mayor ciudad del mundo, para los primeros nueve meses del año 1967, con referencia al mismo período de 1966. La policía de la metrópoli culpaba a la minifalda de ese sorprendente incremento.

MINIFALDAS Y VIOLACIONES

El gráfico adjunto, tomado del informe sobre delitos en los Estados Unidos publicado por la FBI en 1968, me parece que contiene un enérgico mensaje para nosotros. Por supuesto, otros factores —tales como el aumento de la literatura pornográfica, los programas de televisión impúdicos, y los libros y filmes que glorifican el sexo— entran en el cuadro. Las pautas para todas las formas del delito también van en rápido crecimiento. Pero hay aquí una llamativa semejanza que nadie puede negar entre el “ascenso” de las faldas y el ascenso de las violaciones en los datos estadísticos. Hasta 1963, el número de casos de violaciones era más o menos el mismo. Pero de pronto la línea se empina. Fue alrededor de este tiempo cuando el largo de los vestidos femeninos comenzó a ir por el mal camino.

“En estos últimos días las modas son vergonzosas e inmodestas. Se las menciona en la profecía. Fueron primero introducidas por una clase sobre la que Satanás posee completo dominio (Testimonies, tomo 1, pág. 189; la cursiva no figura en el original). En estos días la raza humana se halla en una condición realmente frenética. A las modas inmorales y sin modestia se les debe atribuir en gran medida la licencia y el colapso moral que sufrimos.

¡Es tiempo de que muchas de nuestras hermanas, y aun algunas de las esposas de nuestros ministros, hagan que se toquen sus rodillas y sus faldas! “Nuestra única seguridad es permanecer como el pueblo peculiar de Dios. No debemos ceder ni una pulgada a las costumbres y modas de esta época degenerada, sino mantenernos con independencia moral, no contrayendo compromisos con sus prácticas corruptas e idolátricas” (Id., tomo 5, pág. 78). Temo que algunas hayan cedido más de una pulgada en el asunto del vestido.

¿HOMBRES CULPABLES?

¿Culparemos sólo al sector de los hombres de nuestra sociedad por esos terribles datos estadísticos? Existe una relación innegable entre la forma en que se visten y actúan las mujeres y esas atrocidades. Voy a hablar con franqueza: una visita sabática a la mayoría de nuestras iglesias mostraría a muchas mujeres, en el auditorio y en la plataforma, que invitan abiertamente al ataque por la forma indecente en que visten. Algunas intentan cubrir su desnudez con abanicos, revistas o carteras. Otras se retuercen penosamente tratando de estirar los vestidos lo suficiente para cubrir los bordes de las medias o la ropa interior. A veces me pregunto si los ángeles no darán vuelta sus rostros, turbados por esas escenas.

¿Será posible que algunas de nuestras “pastoras” estén, sin saberlo, ayudando en la cruzada satánica por la inmodestia, la seducción, la violación y demás por sus erradas normas sobre la indumentaria?

Consideremos la influencia de la esposa de un ministro vestida inmodestamente sobre la obra de su esposo. Las palabras de éste en el púlpito pierden gran parte de su fuerza y su poder por causa de la forma en que se arregla su esposa.

Póngase en el lugar de un interesado o de un miembro recién bautizado que se ha unido a la iglesia “perfecta”. Seguramente quedará perplejo al observar la forma en que se visten algunos de nuestros miembros. Pero imagínese cómo se sentirá cuando encuentra a una esposa de pastor que es líder de la inmodestia en la iglesia. Los resultados son devastadores en el corazón y el alma de los nuevos en la fe.

¿CUAL ES LA NORMA?

“Lo mismo las mujeres: que vistan decorosamente, preparadas con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos” (1 Tim. 2:9, Biblia de Jerusalén). Este pensamiento expresado por Pablo a Timoteo se centra en el gran tema de la exaltación de Dios y no del hombre. El vestirse con modestia y cordura ha de revelar el carácter y la personalidad del cristiano. Eso se manifestará por la ropa que se use. Me he quedado asombrado de ver que los diseñadores de modas admiten que una expresión definida de la personalidad y el carácter de un individuo se pone de manifiesto por las ropas que él o ella usa. Un cristiano verdadero vestirá ropas que complementarán, pero nunca denigrarán su carácter. Las modas actuales centran la atención en el yo, nunca en Dios. Cuando una mujer es crucificada con Cristo, como lo fue Pablo, se echará de ver en la vestimenta que usa. Formúlese la pregunta: ¿Estoy buscando mi gloria o estoy siguiendo al Salvador cuando declaró: “Yo no busco mi gloria”?

¿MARCHANDO HACIA SION O… ?

Mientras las creyentes cristianas se dirigen al hogar celestial, ¿podemos imaginarlas usando faldas ajustadas, medias caladas, zapatos con taco aguja, escotes bajos, mini o casi minifaldas, vestidos transparentes, bikinis, ojos pintados, cabello teñido, etc.? Las así vestidas tal vez canten “A Sion caminamos” pero me temo que estén confundidas con respecto a su destino. Recuérdese que “tan pronto como algunos sienten el deseo de imitar las modas del mundo, y no lo someten inmediatamente, con la misma celeridad Dios deja de reconocerlos como hijos suyos” (Testimonies, tomo 1, pág. 137; la cursiva no figura en el original).

¿CÓMO ES MI ASPECTO, SEÑOR?

Si algunas de nuestras buenas mujeres consultaran los deseos de Dios, la voluntad de Dios, en este asunto de la moda en vez de preguntar qué es lo que la sociedad, París o la revista especializada tal o cuál dictan, qué transformaciones se verían en sus vestidos.

Tal vez sería infantil sugerir que cuando usted se vista para salir, además de pedirle la opinión a su esposo vaya a algún quieto rincón de su hogar, eleve su corazón al cielo y pregunte con sinceridad: “¿Cómo luzco, Jesús? ¿Puedes aprobar mi apariencia?” “Examinad qué es lo que agrada al Señor” (Efe. 5:10, Biblia de Jerusalén). ¡Qué privilegio tienen las esposas de los ministros de hacer sentir su influencia en el mundo en favor del bien por medio de un excelente ejemplo al vestir con modestia y belleza!