El hijo primogénito, desde tiempos inmemoriales, tuvo preeminencia en la familia y, en virtud de ello, en la sociedad. De la misma forma la Septuaginta, como primogénita entre muchas traducciones del Antiguo Testamento, ocupa un lugar especial. Nació en Alejandría, Egipto, de padres judíos, fue algo así como una pareja adulta que tiene un hijo por primera vez, a fin de que el nombre familiar pudiera continuar en una nación extraña y hostil. El problema fue que la lengua materna, el hebreo, ya no era utilizada por los judíos de Alejandría, por el efecto que estaba teniendo la poderosa influencia griega. Ahora ellos hablaban el griego popular, que fue importado por Alejandro el Grande cuando fundara la colonia que floreció rápidamente para convertirse en un gran centro de erudición. La fecha exacta del nacimiento de la Septuaginta es desconocida, aunque pudo haber sido a mediados del siglo III AC. Con el tiempo, lo que realmente importó fue su existencia más bien que la fecha de su nacimiento.
Los factores que modelaron a la recién nacida incluyeron no sólo su vínculo familiar sino también el medio cultural. La Septuaginta tradujo tanto ideas como palabras. Esto le confiere primordial importancia como una interpretación, además de ser una traducción. Ninguna lengua tuvo alguna vez la virtud de expresar “una idea con una palabra’’; por lo tanto, cualquier frase, sentencia o idea tiene varios matices de significado. Las palabras escogidas por el traductor dependen de aspectos tales como su propio trasfondo, sus presuposiciones, su percepción, su cultura y sus predisposiciones.
Más allá de su ascendencia judía, conocemos muy poco en cuanto a los orígenes de la Septuaginta. Nuestra fuente de información tradicional ha sido la carta de Aristea, fechada entre el 200 AC y el 33 DC, que sostiene ser escrita por Aristeas a su amigo Filócrates por la época en que se tradujo la Septuaginta. Aristeas relata los sucesos milagrosos que, para él, son una señal de la bendición divina. Cuenta de setenta y dos ancianos (seis de cada tribu), quienes, aunque aislados unos de los otros durante el período de la traducción, brindan todos una traducción en idénticas palabras ¡en setenta y dos días! Es natural, entonces, que a la carta se le conceda poca credibilidad, y que su aceptación esté reducida sólo a sostener que la Septuaginta fue confeccionada en Egipto como una traducción del Pentateuco. Sin embargo, la leyenda le ha provisto, durante el siglo siguiente o después, el nombre de Septuaginta o de los Setenta (el número, generalmente, es redondeado y abreviado como LXX) no sólo al Pentateuco sino a toda la versión griega del Antiguo Testamento traducida del hebreo.
Para muchos la connotación de su origen egipcio ha sido suficiente para mantenerlos alejados de buscar alguna utilidad para la Septuaginta, especialmente habiendo nacido durante las “oscuras épocas” del período intertestamentario, cuando la voz de la profecía mantuvo silencio. Pero este enfoque, innecesariamente severo, descuida algunos aspectos positivos y valiosos de la Septuaginta. En primer lugar, es el comentario escrito más antiguo del Antiguo Testamento. En verdad, no se ajusta al molde de los comentarios modernos, que expresan con muchas palabras los posibles matices del texto. Pero el estudiante cuidadoso podrá, a partir de esta traducción griega, espigar distintos aspectos penetrantes del origen hebreo. En segundo lugar, la Septuaginta fue la Biblia de la iglesia cristiana. Aunque Jesús podía ponerse en pie en la sinagoga y leer la Escritura del hebreo, y Pablo recibió una preparación rabínica y en hebreo, para muchos de los que vivían en Palestina, el arameo era su lengua materna y el griego su segunda lengua. Durante la Diáspora predominó el griego (y después del latín). Si en la Alejandría del siglo III AC se necesitó el Antiguo Testamento en griego, cuánto más en los primeros siglos DC. Por lo tanto, la Septuaginta tuvo un efecto profundo en muchos aspectos.
Hoy se la utiliza comúnmente para el estudio de la historia del texto hebreo del Antiguo Testamento. Desafortunadamente, en el pasado, un exagerado entusiasmo erudito formuló demandas irrazonables a la LXX y la utilizó para sugerir, constantemente, enmiendas en el texto hebreo (sin embargo, estas sugerencias fueron relegadas a las notas de pie de plana en las Biblias hebreas, y nunca se utilizaron para alterar el texto de la misma Biblia). Actualmente, el erudito más serio, tanto judío como cristiano, estudia las Sagradas Escrituras a la luz de los manuscritos de Qumram y de los rollos del Mar Muerto. Se los tiene en alta estima por su sorprendente preservación. Esto no elimina la necesidad del texto griego, que desempeña su papel, silencioso pero útil, en la restauración de una palabra perdida o dañada, o de un pasaje aquí y otro allá, como, por ejemplo, en la parte del relato de la historia de Saúl y Jonatán registrada en 1 Samuel 14:41. La siguiente traducción procede de la Biblia de Jerusalén (el párrafo que deriva de la Septuaginta lo colocamos entre paréntesis): “Dijo entonces Saúl: ‘Yahvéh, Dios de Israel, (¿por qué no respondes hoy a tu siervo? Si el pecado es mío o de mi hijo Jonatán, Yahvéh Dios de Israel, da urim; si el pecado es de tu pueblo Israel,) da tummim”.
Por cuanto el vocabulario teológico del Nuevo Testamento brota de la Septuaginta, es útil y necesario considerar el Nuevo Testamento a la luz del trasfondo de la Septuaginta. Sin embargo, esto no es un fin en sí mismo. La Septuaginta, a su vez, debiera ser considerada a la luz de las Escrituras hebreas. Cuando las palabras del griego clásico fueron elegidas para expresar las ideas del Antiguo Testamento, éstas, necesariamente, brindaron un significado tan diferente del original como los elevados conceptos del Antiguo Testamento se encontraban más allá de las ideas paganas. Un ejemplo de esto es el discutido, a veces acaloradamente, vocablo iláskomai, que aparece en Romanos 3. ¿Significa “propiciar” o “expiar”? ¿Acaso el significado del Nuevo Testamento está teñido del concepto pagano de “aplacar la ira de un Dios airado”?
En algunas ocasiones el significado de las palabras griegas era totalmente diferente de su contraparte hebrea. Esta diferencia puede ser ilustrada con el caso de Martín Lutero, que recién cuando estudió las Escrituras hebreas pudo comprender la justificación por la fe. En el griego clásico dikaiosúne (que en el Nuevo Testamento significa justicia) es una de las cuatro virtudes cardinales que un individuo puede desarrollar en sí mismo. Siendo que esta palabra era utilizada en la Septuaginta para traducir del hebreo, era difícil, para el lector griego nativo, comprender un concepto como el de “la justicia de Dios” ajena a la idea de una virtud recibida por infusión. Cuando Lutero comprendió el significado original hebreo, a la luz de la relación de pacto del Antiguo Testamento y como algo exterior a sí mismo, fue conducido a los pies de la cruz en penitencia.
Puede ser también instructivo determinar cuándo las referencias que formula el Nuevo Testamento han sido tomadas de la Septuaginta. En algunos casos, se cita a la Septuaginta palabra por palabra, y en otros paralelan el griego más estrechamente que el hebreo. Toda la discusión en cuanto a la palabra “virgen” versus “una joven”, que aparece en Isaías 7: 14, se origina porque la Septuaginta traduce la palabra hebrea como “virgen”.
Considérese también la referencia que el apóstol Pedro hace del profeta Joel (Joel 2: 28-32) en el discurso del día de Pentecostés que fue literalmente traducido por la revisión Reina-Valera, “derramaré de mi Espíritu” (Hech. 2:18). Siendo niño crecí con la idea de que esta era una experiencia partitiva, “de mi Espíritu” quería decir “una porción de mi Espíritu”, y por lo tanto no era una experiencia tan plena y maravillosa como en verdad lo era. Hace poco, por curiosidad busqué esta referencia en la Septuaginta y encontré que el Nuevo Testamento cita la Biblia griega de su tiempo. Por lo tanto, y en base al uso de la Septuaginta, ya no estoy convencido de que el Pentecostés fue sólo parcial. Más aún, todas las referencias que el libro de Hebreos hace al Antiguo Testamento, proceden del griego, al punto que el texto prueba de la divinidad de Cristo, citado en Hebreos 1: 6, no se encuentra en la Biblia hebrea como nosotros lo tenemos (aunque entiendo que en Qumram se encontró un fragmento hebreo que lo contiene), sino que está como se encuentra en la Septuaginta. Nos parece razonable, entonces, que cuando el joven Timoteo, siendo grecoparlante como era, leyó la declaración del apóstol, “toda la Escritura es inspirada por Dios”, haya pensado en su Biblia griega. En verdad, más adelante los padres de la iglesia, como por ejemplo Orígenes, consideraron así las palabras de Pablo.
Por muchos años la Septuaginta fue descuidada como ayuda en el estudio de la Biblia, pues se pensó que el original hebreo era más que adecuado. El resurgimiento del interés en la Septuaginta surgió inmediatamente después del descubrimiento de los rollos del Mar Muerto en 1947. Aunque el cuadro aún está siendo clarificado, podemos decir con certeza que algunos de los manuscritos encontrados allí tienen una sorprendente relación con un texto hebreo diferente, uno que sirve de fundamento a la traducción de la Septuaginta. En otras palabras, no es que los traductores de la Septuaginta hubieran añadido algunas palabras; más bien lo que ocurrió fue que siguieron un texto hebreo ligeramente diferente al texto masorético que hoy disponemos. Un ejemplo que nunca deja de fascinarme es el pequeño fragmento hebreo (que tiene casi el tamaño de la palma de una mano) encontrado en la Cueva Cuatro, y que contiene partes de los primeros versículos de Éxodo 1. Entre otras cosas, se dice que el número de personas que estaban con Jacob en Egipto era 75, en contraste con el número de 70 que registra el texto hebreo (Exo. 1: 5). ¡Luego de muchos siglos, la Septuaginta, que también registraba 75, ahora tenía otra fuente que decía lo mismo! Pero el interés no se detiene allí. Cuando el gentil Esteban, en su defensa que se registra en Hechos 7, habla de los descendientes de Jacob y su parentela en Egipto, él también da la cifra de 75 (Hech. 7: 14).
Debo admitir que usted puede tener un ministerio muy efectivo sin haber recurrido nunca a la Septuaginta. Pero, por otra parte, si usted entiende el griego del Nuevo Testamento, entonces encontrará mucho material que refrescará la lectura al mismo tiempo que lo ayudará a entender más aún las Escrituras. Sólo una vez prediqué directamente de la Septuaginta (fue un tema de bautismo basado en la historia de Naamán, quien “se bautizó” a sí mismo en el río Jordán). Aunque rara vez menciono la Septuaginta a la congregación en el momento del sermón (en contraposición con lo que hago en los estudios grupales donde considero que puede ser apropiado utilizarla, si se hace juiciosamente), constantemente recurro a ella buscando elementos útiles en la preparación de mi sermón. Sé que un predicador efectivo necesita conocer mucho más del tema de lo que él piensa compartir (lo ideal sería un factor de diez a uno), o de lo contrario no dispondrá de la perspectiva adecuada. La Septuaginta puede ser una fuente adicional. Pero hay una precaución. Usted debe leer el texto griego por sí mismo. Aun la mejor traducción disponible cae víctima, en determinados lugares, de lo que podríamos llamar el “síndrome Reina-Valera”, la tendencia a conformarse a la traducción aceptada del hebreo. Usted necesita aventurarse y hacer su propia traducción. Si alimenta su espíritu con enfoques frescos de la Biblia y del mundo griego, podrá, con total naturalidad, bendecir a otros en su ministerio.