Muchas veces los hombres que llevan la pesada responsabilidad de dirigir a otros obreros del Señor o tienen bajo su cuidado las almas de una o más iglesias, se sienten desfallecer al comprobar que algunos de estos colaboradores o hermanos pagan con ingratitudes o deslealtades los desvelos de sus guías.
Cuántas veces los dirigentes lloran a solas con su Señor al comprobar el poco celo de sus colaboradores, su descuido de las cosas sagradas, su falta de cumplimiento del deber, el poco valor y seriedad que le dan a esta verdad preciosa, las palabras frívolas, los chistes al margen de la ética cristiana, la falla de colaboración, de respeto y amor.
Cuántas veces los guías se encuentran anonadados al comprobar que por causa de la negligencia en el cumplimiento del deber, de la incredulidad y la frivolidad, por causa del orgullo y de la suficiencia propia, la obra no avanza.
Además de todos estos obstáculos y otros muchos que podríamos mencionar, los guías reciben a veces la sorpresa de que algún compañero de trabajo o hermano ha caído en pecado. Sé por experiencia que el corazón de los guías desfallece porque ante este cuadro se nos va el tiempo precioso en solucionar problemas suscitados innecesariamente. Sé que muchas veces repetimos en nuestro interior como Alfredo R. Buffano en su poesía “Balada de Humildad”:
“¡Ay! cuántas veces ésta mi vida de ciudadano Cambiar quisiera por la existencia de las campiñas. Cambiar mi ropa por un humilde traje aldeano y estos afanes por ser labriego de buenas viñas.”
No adelantamos mucho si solamente bosquejamos este cuadro sin presentar su solución. Hemos titulado este artículo “El último tramo.” Desde muy temprana edad, nuestro Señor, nuestro Guía Mayor, se propuso recorrer el camino que el Padre le había trazado en este mundo para salvar a los pecadores. Para hacerlo tenía que aferrarse a la Palabra del Padre y no desviarse a diestra ni a siniestra. El camino era escabroso y difícil, muy difícil. Los hombres se habían alejado tanto del conocimiento del Dios del Sinaí que hasta parecía imposible familiarizar nuevamente a los hombres con los principios de justicia y rectitud del Padre Eterno. Sin embargo, el Maestro empezó a recorrer el camino trazado aferrándose a las promesas de Dios. Hubo momentos de mucha angustia en el Salvador, al ver no sólo la incredulidad de su pueblo, sino la rudeza, la incredulidad y la falta de cooperación de sus discípulos.
No entraré en detalles de lo duro que le resultaba el camino a nuestro Guía Mayor, pues son bien conocidos por el pueblo de Dios; pero al llegar al último tramo, la senda se hizo tan escabrosa que al mismo Salvador le pareció que no podría llegar al final.
“Al acercarse al huerto, los discípulos habían notado el cambio que sobrevino a su Maestro. Nunca antes le habían visto tan completamente triste y callado. Mientras avanzaba, esta extraña tristeza se iba ahondando, pero no se atrevían a interrogarle acerca de la causa. Su cuerpo se tambaleaba como si estuviese por caer. Al llegar al huerto, los discípulos buscaron (d lugar donde solía retraerse, a fin de que su Maestro pudiese descansar. Cada paso le costaba un penoso esfuerzo. Dejaba oír gemidos como si le agobiase una terrible carga. Dos veces le sostuvieron sus compañeros, pues sin ellos habría caído al suelo… Sintiendo cuán terrible es la ira de Dios contra la transgresión ex. (lama: ’Mi alma está muy triste hasta la muerte.’”— “El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 621, 622.
Nuestro Guía Mayor estaba triste hasta la muerte porque él sabía que el último tramo era casi imposible de recorrer. Para el Señor no era una sorpresa lo (pie le esperaba. Orando y gimiendo hasta que la sangre le brotaba de los poros, vino a buscar alivio entre sus amigos, entre sus discípulos, (mire los compañeros que él había buscado para realizar la obra que el Padre le había encomendado. Vino a buscar consuelo entre aquellos a quienes había asegurado que su nombre estaba escrito en los libros del cielo. Cuando los humanos sufrimos por alguna causa, sentimos consuelo si alguien comparte nuestro dolor; pero ¿qué estaban haciendo los amigos de nuestro Guía Mayor? Dormían, no se preocupaban mucho por colaborar en la obra del Maestro, eran negligentes, incrédulos, egoístas, orgullosos. La gloria de este mundo les interesaba más que las cosas sagradas y eternas; hacían como hacemos nosotros hoy.
Por tercera vez el Salvador cayó en tierra. “Solo tuvo que pisar el lagar.” Ninguno de sus amigos, ninguno de sus discípulos y compañeros de trabajo compartió el dolor del Maestro. Tuvo que ser enviado un ángel desde el cielo para consolar y animar al Hijo de Dios a recorrer el último tramo. “Cuando la copa misteriosa temblaba en la mano del doliente, tempestuosa oscuridad de esa hora crítica, y el poderoso ángel que está en la presencia de Dios… vino al lado de Cristo. No vino para quitar de la mano de Cristo la copa, sino para fortalecerlo a fin de que pudiese bebería, asegurándole del amor de su Padre. Vino para dar poder al suplicante divino-humano. Le mostró el cielo abierto y le habló de las almas que se salvarían como resultado de sus sufrimientos.”—Id., pág. 627.
“La agonía de Cristo no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no se había apaciguado, pero el que era su objeto fue fortalecido para soportar su furia. Salió de la prueba sereno y lleno de calma. Una paz celestial se leía en su rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera podido soportar jamás; porque había gustado Jos sufrimientos de la muerte por todos los hombres.”—Ibid.
Jesús ya sabía lo que le esperaba: sería abandonado por sus amigos y traicionado por uno de ellos. “Entonces dejándole todos sus discípulos, huyeron.” Más tarde, uno de los doce amigos del Señor, dijo: “Yo no le conozco.” Qué tremendas cosas tuvo que soportar nuestro Maestro y Señor. Traición, abandono, negación. Todo esto de parte de sus discípulos y amigos, de sus compañeros de trabajo. De aquellos hombres a quienes había sacado del fango del pecado, a quienes había enseñado a alabar a Dios, de aquellos hombres a quienes había dicho: “Alegraos porque vuestro nombre está escrito en los cielos.”
Aunque sus amigos lo abandonaron y su pueblo lo escarneció y ultrajó simulando un juicio que fue un complot de asesinato con el objeto de entregarlo a la soldadesca romana ‘para que lo azotaran, escupieran, abofetearan y finalmente lo crucificaran, nuestro Guía Mayor siguió adelante hasta recorrer el último tramo, y suspendido entre el cielo y la tierra dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” “No hubo mano compasiva que enjugase el rocío de muerte de su rostro, ni se oyeron palabras de simpatía… que sostuviesen su corazón humano.’” (Id., pág. 678.) La empresa de Cristo parecía que había terminado en una derrota completa. Sin embargo, hoy, millones de almas darían su vida por su Salvador y millones y millones se gozarán en la eternidad por el sacrificio de Jesús en la cruz.
“Como Redentor del mundo, Cristo arrostraba constantemente lo que parecía ser un fracaso. El. el mensajero de misericordia en nuestro mundo parecía realizar sólo una pequeña parte de la obra elevadora y salvadora que anhelaba hacer. Las influencias satánicas estaban obrando constantemente para oponerse a su avance; pero no quiso ser desanimado… Cristo no desmayó, ni se desalentó y sus seguidores han de manifestar una fe de la misma naturaleza perdurable. Han de vivir como él vivió y obrar como él obró, ¡jorque dependen de él como el gran Artífice y Maestro. Deben poseer valor, energía y perseverancia. Aunque obstruyan su camino imposibilidades aparentes, por su gracia han de seguir adelante. En vez de deplorar las dificultades, son llamados a superarlas. No han de desesperar de nada, sino esperarlo todo.”—Id., págs. 615. 616.
Sobre el autor: Director de Publicaciones de la Unión Incaica.